De las “olas fascistas” a la pérdida del “conocimiento histórico” en Alemania, la falta de espacios memorialistas en Francia y la llegada tardía de España “a la memoria de la deportación”, un debate en el I Congreso Internacional ‘La Desbandá’.
No todo es fantástico” en Alemania. En Francia “no existe una red de espacios de memoria del refugio español”. Y España “ha llegado muy tarde a la memoria de la deportación, comparada con el resto de países europeos”. Tres fogonazos, en modo de análisis, alumbran una visión comparada de las políticas públicas memorialistas en la Unión Europea.
Las tres frases pertenecen a la historiadora Stephanie Schuler-Springorum, la representante del Memorial del campo de concentración de Argelès-sur-Mer, Olga Arcos, y el delegado andaluz de la Amical de Mauthausen, Ángel del Río. Un debate para examinar la construcción de una red europea por la Memoria democrática, y antifascista, desarrollado en el I Congreso Internacional ‘La Desbandá’.
La mesa de expertos forma parte del encuentro que tiene por subtítulo ‘Un siglo de luchas populares antifascistas’ . Un foro celebrado en Mollina (Málaga), con enorme asistencia de público, en tiempos “de ascenso de fuerzas e ideologías antidemocráticas” para impulsar el debate sobre “este primer ataque de fuerzas armadas contra población civil indefensa, como prólogo de las atrocidades que el fascismo llevó al territorio europeo poco tiempo después”, sostiene la organizadora, la Asociación La Desbandá.
La Desbandá es el mayor crimen de guerra del fascismo español. Con unas cifras tajantes: más de 200.000 personas refugiadas y al menos 5.000 muertos, según diversos estudios. El río de civiles huye del terror golpista desde Málaga hasta Almería. Y van a ser atacados por tierra, mar y aire por tropas franquistas con apoyo de la Alemania nazi de Adolf Hitler y de la Italia fascista de Benito Mussolini.
El drama humanitario precede a Gernika (Bizkaia) –26 de abril del 37– o Xàtiva (València) –12 de febrero del 39– y los supera en dimensiones. Los desplazados, en gran parte mujeres, menores y personas de edad avanzada, escapan de las matanzas en Sevilla, Huelva, Cádiz… zonas de Andalucía donde no hay guerra y sí represión sistemática contra civiles. El occidente andaluz suma más desaparecidos que las dictaduras de Argentina y Chile juntas.
Los juicios de Núremberg encausaron a responsables por los crímenes cometidos durante el Holocausto. Las potencias aliadas vencedoras de la Segunda Guerra Mundial juzgan a más de 20 de los principales dirigentes de la Alemania nazi. El tribunal dicta doce sentencias de muerte. El proceso -desarrollado entre el 20 de noviembre de 1945 al 1 de octubre de 1946- marca el inicio de la Justicia Internacional.
Alemania pierde Memoria
“No todo es fantástico en mi país”, arranca la doctora en Historia por la Universidad Ruhr Bochum y la Universidad Técnica de Berlín (Alemania), Stephanie Schuler-Springorum. La clave de la “famosa política de memoria histórica en Alemania la debemos a los aliados y, más aún, al simple hecho de que los alemanes habíamos perdido la guerra”.
Con un peligro latente, actual. “Todo está desapareciendo en la sociedad, lo veo en los jóvenes, que están perdiendo el conocimiento histórico cuando es la generación que más posibilidades ha tenido, y esto es muy preocupante para el futuro”, avisa. Porque la recuperación de la memoria “no es algo fijo, sino lento”, y con “la oleada de extrema derecha y fascista damos cuenta de lo frágil que es la democracia cuando hace poco tiempo parecía que estaba todo hecho”, remata la investigadora.
La tutela exterior tiene una inmersión social plana. Una suerte de historia del Holocausto que la gente asimilaba, pero alejada de la empatía de las víctimas. Con un punto de inflexión un tanto inesperado. Como vivir desde una “estrategia de punto final”, de pasar “a vivir muy rápido” a pesar de “una catástrofe de dimensiones antes nunca vividas”.
Este discurso popular “cambia significativamente después del año 79 con una serie de televisión de EEUU que importamos y tuvo un gran impacto en el público normal alemán”, generando “la primera vez en 40 años que los alemanes enfrentamos la realidad con las víctimas, que ya no eran presentados como un montón de cadáveres anónimos”, ni percibidos solo como tales.
Deber de Memoria
“Nuestro deber es transmitir la memoria democrática a las futuras generaciones”, cuenta el alcalde de Argelès-sur-Mer (Francia), Antoine Parra, descendiente de exiliados andaluces. La ciudad costera revisa su pasado, y lo repara, “con un recorrido por nuestros lugares de memoria”. Con una parada principal, el propio campo de concentración.
Un recinto levantado sobre la tierra desnuda. “La playa es un espacio grande, llano, amplio, donde es fácil llevar a miles de personas”, explica Olga Arcos, representante en el Memorial del campo de Argelès. Ahí las personas refugiadas españoles están “tiradas, no hay nada, solo arena y alambres de púas”. Hacinamiento, frío descarnado, y desprecio.
Por eso “era un tema tabú” en suelo francés y el Ayuntamiento de Argelès-sur-Mer “fue el primero” que apuesta por la “pedagogía de la memoria”. Con proyectos como “rehabilitar el cementerio español, donde cada año hay homenajes, placas con los nombres de los adultos y niños que fallecieron en el campo, al menos los que pudieron ser identificados”.
Y un Centro Internacional de Documentación sobre el Exilio Republicano, con un espacio de fondo documental. O, desde 2014, “como una etapa más en este trabajo”, con la creación del Memorial del campo de Argelès. Un espacio de encuentro y divulgación pionero, porque “en Francia no existe una red de espacios de memoria del refugio español” y que, concebido como un espacio de encuentro y divulgación, crece como “enganche especial para el turismo de memoria” que alcanza “15.000 visitantes al año”.
Llegar tarde a la Memoria
“España ha llegado muy tarde a la memoria de la deportación, comparada con el resto de países europeos”, explica Ángel del Río, profesor de Antropología de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) y delegado en Andalucía de Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo de España. Y en esa reparación emerge el reconocimiento colectivo: “Hay más de 90.000 piedras de la memoria en toda Europa (los denominados Stolpersteine)”, desvela.
En la actualidad, en todo caso, “estamos en la época dorada de la memoria de la deportación”, avanza. Porque, continúa, “en estos últimos 15 años hay un salto cuantitativo, desde estudios, libros, cómics, documentales, exposiciones, unidades didácticas, obras de teatro… y todo esto ha tenido una penetración en el ámbito cultural que ha permitido llegar a mucha gente”.
Luego están los nombres en el olvido, las historias desterradas, los relatos enterrados. Los desaparecidos. “El desasosiego que provoca la figura del desaparecido es traumática. La verdad siempre es menos dura que la desaparición”, apela Del Río. Y en esa historia “anónima” hay páginas por leer, de las que aprender a construir futuro antifascista.
“No hay memoria de la deportación sin el legado que nos han dejado, también sus testimonios”, dice. Han sido “vidas intensas que era preciso recoger antes que se perdieran en los sumideros de la historia”. Relatos de “perfectos desconocidos, también en sus poblaciones de origen”, pero que marcan el camino. “La acción antifascista debe combatir desde los diversos movimientos sociales”, culmina.