En las estadísticas sobre turismo en el Estado español quizá consten como simple «turismo interno», pero cada viaje de los familiares y amigos a una de las cárceles en las que están dispersados los y las presas políticas vascas es algo parecido a una entrega de Homero, una especie de Odisea. O, para ser más […]
En las estadísticas sobre turismo en el Estado español quizá consten como simple «turismo interno», pero cada viaje de los familiares y amigos a una de las cárceles en las que están dispersados los y las presas políticas vascas es algo parecido a una entrega de Homero, una especie de Odisea. O, para ser más exactos y auténticamente castizos, un esperpento al más puro estilo de Valle-Inclán. Por eso Cuadra, a la luz de interesantes reflexiones que le sugirió una de esas experiencias en la cárcel de Ocaña, no duda en subrayar que «la capacidad esperpéntica de esta democracia y sus pilares no deja nunca de sorprenderme».
Sábado 30 de agosto. Mis amigos atraviesan la entrada del viejo penal de Ocaña a donde hemos viajado para visitar a Patxi Urrutia, miembro de la Mesa Nacional de Batasuna que, como en aquellos viejos y malditos tiempos franquistas, ha sido encarcelado por asociación ilícita y propaganda ilegal.
Yo me quedo fuera, pues me han denegado el permiso para verle. No han dado razón expresa alguna, pero es más que probable que, como en otras ocasiones, haya sido por ser «colaborador de «Egin»», un diario que, como bien se sabe, permanece cerrado y silenciado desde hace ya diez años.
En la calle, paseando, me tropiezo con el padre de uno de los jóvenes allí presos, también detenido por asociación ilícita juvenil. Como cuenta con más experiencia ocañera que yo, me lleva de gira turística por el pueblo. Paseamos por la avenida principal de la ciudad, dedicada, por partes, a rememorar la existencia de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera. Cercanos al cuartel de la Guardia Civil contemplamos dos monolitos. El uno, alzado en memoria de un «protomártir falangista» local y, el otro, en recuerdo del relevo realizado en aquel lugar por los falangistas que trasladaron a hombros los restos de José Antonio desde Alicante a El Escorial.
En otra calle descubrimos la sede del PP. Alguien ha tachado con spray rojo su última «P» y ha añadido «SOE». Debajo, por firma, aparece un yugo con su correspondiente ramillete de flechas. Más allá, pero no muy lejos, está el monumento a los «Caídos por Dios y por España», con su correspondiente lista de «mártires». Lo más curioso del mismo no es su tamaño, sino leer en su base que ha sido «restaurado en 1984». Gobernaba entonces en Madrid el socialista Felipe González y en Castilla La Mancha el no «menoj» socialista Pepe Bono.
Dejamos de pasear, saturados de tanto «Imperio hacia Dios», «camisas nuevas que tú bordaste en rojo ayer» y «banderas al viento». Volvemos a la cárcel.
Mi cicerone se va a echar una cabezada al coche, pues son 1.200 kilómetros de viaje y hay que descansar un poco. Al rato salen mis colegas de ver a Patxi. Están contentos: el Urrutia está bien, viste camiseta de colores y está más moreno, guapo y animoso que nunca. Su risa baztanesa sigue incólume.
Luego, tras volver a casa, procuro ilustrarme un poco. Un amigo mío, natural de la zona, me ha hablado de las matanzas y asesinatos de socialistas, republicanos y anarquistas cometidos por falangistas y militares en aquellas tierras. En Toledo, en tan solo los tres primeros días de octubre del 36, casi 600 personas fueron fusiladas y enterradas en las fosas comunes abiertas en el «patio de la caridad» del cementerio local. En el de Ocaña existen también tres fosas con los restos de las personas fusiladas entre los años 1936-45 mientras en «España empezaba a amanecer». No consta que a nadie de éstas les haya sido dedicada calle, monolito o monumento alguno en la ciudad.
En Iruñea, durante los pasados sanfermines, un menor de edad fue denunciado por la Policía Foral por intentar «provocar reacciones en el público que alteran o pueden alterar el orden público mediante la exhibición de pegatinas en su camisera incitando a la violencia u odio». El lema de la pegatina que portaba decía: «UPN kanpora! Independentzia eta Sozialismoa».
El séptimo de caballería de la Policía Foral es así: no se le escapa ni una. Para eso hace cursillos. Y si no, que se lo pregunten a la juventud de Berriozar, que acudió la víspera de sus fiestas a un concierto local organizado por el Ayuntamiento. El mando al frente de la Policía descubrió enseguida el burdo disfraz: no se trataba de un concierto, sino de una concentración ilegal en reivindicación o preparación de vaya usted a saber qué. Y siguiendo el protocolo antisubversivo en vigor se lió a hostias con toda la contundencia que permite el artículo 72, bis, del Reglamento: «golpe en corto, cargando el cuerpo y mala intención».
Total, varios jóvenes contusionados y uno de ellos ingresado durante varios días en el hospital con un coágulo en la cabeza.
Un adolescente, menor de edad, que porte una pegatina, puede convertirse en poco tiempo en un joven que enarbole una pancarta y de ahí a la kale borroka no hay más que un paso. Doscientos jóvenes en un concierto, después de dos horas de rock and roll y cuatro birras, pueden convertirse en un polvorín. Resulta, pues, de aplicación el artículo 127 del Reglamento: «primero sacudir, luego preguntar, y al que dios se la dé, San Pedro se la bendiga».
En Ocaña se dedican las más importantes avenidas a criminales, fascistas y golpistas de todo pelo y condición. Monumentos democráticamente restaurados recuerdan a los protomártires locales y caídos por Dios y por España, a la par que se niega el pan y la sal al recuerdo de los republicanos, socialistas y anarquistas locales asesinados por o en nombre de los anteriores, a mayor gloria, todo ello, de nuestro Estado de Derecho.
Mientras en sus cárceles pudren sus días decenas de abertzales, por las calles campan a sus anchas los falangistas casposos que, en viajes pagados de bocata y anís del mono, vienen en autobuses aquí, a Iruñea, el 12 de octubre, con sus banderas victoriosas, a gritar vivas a la muerte y a la resurrección del paredón.
La balanza de la justicia está completamente trucada y no es balanza ni es nada. Pesas de hierro en un platillo, buñuelos de viento en el otro. Trileros togados juegan con la ley y hacen de la paja, viga, y de la viga, paja, según pinten yugos o lauburus en la macabra partida. Policías intocables convierten a su antojo conciertos en revueltas y pegatas en molotov, mientras en las comisarías se siguen descubriendo, tras libres confesiones prestadas al efecto, a los asesinos de Jesucristo, Kennedy y el emperador Francisco José, que no a los de José Luis Cano, Germán Rodríguez o Gladys del Estal.
Uno piensa estar curado de espanto con todas estas cosas, pero no es así. La capacidad esperpéntica de esta democracia y sus pilares no deja nunca de sorprenderme. Es su mayor virtud.
Sabino Cuadra Lasarte es abogado