Una reciente representación en una valla pública en Rivas Vaciamadrid de una obra de Sam 3, cerca del colegio público La Luna, inspirada en el cuadro de Courbet, El origen del mundo, en el marco de un ambicioso proyecto artístico municipal, ha provocado una rápida reacción contraria de la dirección del colegio y de «miembros […]
Una reciente representación en una valla pública en Rivas Vaciamadrid de una obra de Sam 3, cerca del colegio público La Luna, inspirada en el cuadro de Courbet, El origen del mundo, en el marco de un ambicioso proyecto artístico municipal, ha provocado una rápida reacción contraria de la dirección del colegio y de «miembros de la comunidad educativa», según informa el diario local Zarabanda Digital, hasta el extremo de originar una inicial censura por parte del Ayuntamiento (posteriormente levantada).
Una inmediata reflexión viene a la mente: ¿habría provocado la misma reacción de protesta la exhibición de una reproducción del David de Miguel Ángel, en el que como es sabido se exhiben los genitales masculinos?¿O del fresco de La Creación del mundo de la Capilla Sixtina, en el que sólo figuran desnudos masculinos?
Qué duda cabe que interpretar el desnudo femenino como algo «pecaminoso» o «inmoral» es una elaboración ideológica que está en los ojos que lo miran y en el cerebro que procesa esa información como tal. Y el origen de esas interpretaciones es siempre el mismo: las religiones monoteístas, de origen abrahámico, basadas en El Libro. Por lo tanto dicha interpretación es común tanto a las religiones cristianas como a la judía y a la musulmana.
Según dichas religiones el cuerpo de las mujeres sería algo impuro, que además incitaría los peores instintos de los varones, que no podrían resistirse de no estar convenientemente ocultos (velados) dichos cuerpos. Así, el honor de los hombres estaría basado en la «pureza» de las mujeres, por lo que éstos se verían obligados, para salvaguardar su honor, a estar continuamente «vigilantes». Lógicamente con la aquiescencia de la mayoría de las mujeres, que verían en esta interpretación algo meramente «cultural».
La primera idea que surge de esta visión es la universal veladura del cuerpo de las mujeres, algo acerca de lo que ninguna concepción religiosa monoteísta puede «sacar pecho». Desde el simple velo, que oculta el cabello, hasta el burka que oculta a la mujer completamente hay sólo una diferencia de algunos grados (importante, es cierto). No menos preocupante es la concepción de quienes ven comportamientos «indecorosos» o inmorales en llevar una minifalda o profundos escotes. En todos estos casos estarían excitando y justificando los más «bajos instintos» de los varones, el abuso y la violencia contra las mujeres y, en casos extremos, la violación de éstas.
Es dudoso que las creencias religiosas sean un adecuado antídoto contra comportamientos de este tipo: es legítimo preguntarnos por las creencias religiosas de los componentes de esas «manadas» de individuos depredadores que proliferan últimamente por nuestra geografía. En qué colegios han estudiado. Qué educación han recibido en sus familias. Qué hábitos sociales tienen. Y deberíamos preguntarnos también cuántos de ellos son ateos. Animo a que alguien realice un estudio sociológico de estos perfiles individuales.
Esta ideología religiosa tiene funestas consecuencias en el ámbito escolar, pues merced a los grupos de presión religiosos (mayoritariamente católicos) y a la pasividad de todos los gobiernos de turno, ha conseguido impedir que se ofrezca una educación igualitaria en materia afectivo-sexual. Ahora el alumnado «aprende» estas cuestiones en páginas pornográficas, como indican todas las encuestas, en las que la compulsión, la dominación e incluso la violencia sobre la mujer, es el modelo a seguir, convirtiéndose ésta en un ser a expensas del placer del varón.
Estos mismos grupos de presión religiosos son los que han impedido que ningún gobierno haya sido capaz de conseguir que se realicen interrupciones voluntarias del embarazo en centros públicos (a pesar de estar reconocido por la ley), y que los centros concertados en que se realizan dichas interrupciones sean acosados habitualmente, así como las mujeres que acuden a éstos, con la cobertura de «ayudarlas» económica y socialmente. En cualquier país esto sería un escándalo social, pero en esta España teóricamente aconfesional, no parece movilizar ni a la judicatura ni al ejecutivo ni al legislativo.
Lógicamente esta concepción de la mujer tiene su base de partida en una estructura patriarcal según la cual el varón se arroga todo derecho sobre el cuerpo y la conducta de la mujer. Desde esta situación de poder, y por tanto de dominación, la mujer se sitúa en una posición subordinada y por tanto dominada. Y lo que es más importante, todas las circunstancias que se derivan de este esquema acaban siendo aceptadas por las propias mujeres como «naturales» y dotadas de carácter meramente «cultural», ajenas a las creencias religiosas.
¡Claro que tanto las estructuras patriarcales como las creencias religiosas forman parte de la cultura! Si entendemos por cultura las formas que tienen los seres humanos de relacionarse entre sí, así como las reglas que regulan dichas relaciones, es evidente que patriarcado y religión forman parte de la cultura humana. Pero por el mismo motivo, dichas relaciones así como las referidas reglas son susceptibles de ser modificadas por los propios seres humanos. De esta manera, la cultura humana no es un compendio de relaciones y reglas invariables, sino todo lo contrario: debe y puede ser modificada con nuestra práctica cotidiana.
No nos puede extrañar que esta visión sobre la mujer esté tan extendida, ya que en ideas prácticamente calcadas están siendo adoctrinados miles de escolares en nuestro país, tanto en escuelas públicas, a través de los denominados «profesores de religión», como con mucha más intensidad en colegios religiosos concertados. Y pagado con el dinero de tod@s l@s contribuyentes. Claro está que de una forma no tan ostentosa, pues lo haría socialmente rechazable. En todo caso, resulta deleznable que se imponga esta doctrina patriarcal y misógina a menores de edad, violando su derecho de libertad de conciencia.
Por otro lado, los adultos pueden adoptar las creencias religiosas que estimen oportuno así como practicar los principios morales que consideren conveniente. Lo que no resulta aceptable es que las religiones intenten imponer sus creencias morales a tod@s l@s ciudadan@s, así como que coarten la expresión libre de las ideas de toda la sociedad. Eso no es aceptable en un país como España que se declara constitucionalmente aconfesional.
Si parece lógico desde una óptica cívica que lo que se considere «pecado» por las religiones no deba ser ni prohibido, ni censurado, ni mucho menos penalizado, como siempre hemos defendido desde el laicismo, la legislación española sigue plagada de estipulaciones confesionales que es preciso erradicar, tanto en la propia Constitución, como en los Acuerdos concordatarios de 1979, en la Ley Orgánica de libertad religiosa o el mismísimo Código Penal. El latiguillo de «tener en cuenta las creencias religiosas» o la «ofensa a las creencias religiosas» atraviesa todos estos textos como una idea motriz, encorsetando la misma expresión de la conciencia de todas las personas. Y estas son las alas con las que vuelan comportamientos como, por ejemplo en este caso, «escandalizarse» ante un desnudo femenino.
Ignoro con qué ojos han mirado el cuadro de Courbet las personas que se han escandalizado y han decidido que puede «ofender» a algun@s alumn@s, pero no nos engañemos, el escándalo está en su mirada y en lo que procesa su cerebro de adultos, que no debe andar muy lejos de todo lo que llevo expuesto. Por eso yo me preocuparía, y mucho, acerca de qué le están transmitiendo a est@s escolares, en primer lugar el profesorado y en segundo lugar los padres y las madres que se hubieran sentido escandalizad@s.
Y resulta evidente que el Ayuntamiento, como máxima institución pública en el municipio (ojo, que los colegios también lo son) debe aplicar un criterio acorde con el principio de laicidad, protegiendo la libre expresión de la conciencia del artista. La inicial torpeza municipal, colaborando activamente en la veladura del cuadro, parece haber sido rectificada y orientada en un sentido cívico, reflexivo, y es de esperar que no acabe plegándose a espurias concepciones religiosas.
Por último, debo acabar recordando, por pertinente, el conocido eslogan feminista: saquen sus rosarios de nuestros ovarios.
M. Enrique Ruiz del Rosal es miembro de la Junta Directiva de Europa Laica
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.