Escribo estas cuatro notas de respuesta al cuestionario que me propone el amigo Salvador, un 25 de agosto de 2014. Justo cuando se cumple un mes del día en que Jordi Pujol se apareció con su famoso comunicado de in/ex/culpación público sobre algunos olvidos tributarios. Significo lo anterior porque soy consciente de la inmensa hemeroteca […]
Escribo estas cuatro notas de respuesta al cuestionario que me propone el amigo Salvador, un 25 de agosto de 2014. Justo cuando se cumple un mes del día en que Jordi Pujol se apareció con su famoso comunicado de in/ex/culpación público sobre algunos olvidos tributarios.
Significo lo anterior porque soy consciente de la inmensa hemeroteca generada al respecto del tema a lo largo de este mes de agosto, de la diversidad, policromía, autoría, intención, naturaleza y antagonismo de los análisis, pero lo hago además situado ante una incertidumbre intangible, un vacío de lo inmediato repleto de gritos, lamentos y proclamas a modo de estampa del averno mitológico. Parece bastante poco discutible el diagnóstico del fiasco pujolista, pero sigue abierto el pronóstico (lo difícil es el pronóstico) de lo que va a suponer en el acontecer de corto y medio plazo.
Sabemos que la estrategia de la «familia», naturalmente, es el contraataque jurídico y la maniobra de dispersión incluida su demanda legal contra la Banca andorrana por chivata. Además del toque irrenunciable de victimismo ni que esta vez resulte ya muy raído y traído. Falta conocer la agenda inmediata del otrora-honorado y no sabemos, hoy por hoy, de reclamadas comparecencias parlamentarias o en tribunales. Solo sabemos que el cadáver hiede y que en el escenario del 9N se impone su incineración súbita, su entierro -en sentido mediático por supuesto- o su congelación para toma de muestras de ADN en el futuro… Y así las cosas, hablemos Salvador, compañero del alma, compañero…
La declaración de 25 de julio. Intuyo que la evidencia de los hechos, tras largos años de maniobras, dilaciones y obstaculizaciones, de los delitos de ÉL, Pujol, persona humana (explicados por él mismo como faltas, errores o pecados) eran ya imposibles de ocultar. La realidad iba a saltar a la opinión pública de forma imparable e inmediata como final parcial de complejos trámites jurídicos y procedimientos de instrucción tortuosos. Las aportaciones/informaciones de cuentas opacas, en Andorra y otros paraísos fiscales, las circunstancias de los hijos, las declaraciones del entono, …
El petardo iba a explotar ya y en cualquier caso era mejor intentar controlar la deflagración y sobretodo su onda expansiva. Tan inaplazable como inoportuno en plena efervescencia soberanista, y ante hechos ciertos e inevitables era mejor intentar llevar la iniciativa. Consulta rápida a los íntimos en el sentido más siciliano de la «familia» y una vez constatado el diagnóstico funesto, pasó al abordaje frontal exculpatorio del problema siguiendo el método ancestral y doctrinal ante este tipo de entuertos que creo que era «examen de conciencia, dolor por los pecados, contrición perfecta y propósito de enmienda…» Y penitencia redentora.
Porque en definitiva no se trató de una inculpación sino de una disculpa/exculpación. ¡Aquel gran líder, acaparado y entregado a la causa redentora del país, no había tenido tiempo en estos 34 últimos años para atender a sus obligaciones tributarias!
Parece difícil, sin embargo, que haya optado a partir de unas neuronas demostradamente eficientes como las del cerebro de este ex honorable, ex, ex, por esta jerga argumental que de pueril, supera lo patético y alcanza lo grotesco. Toda la historia de la herencia, la preservación para la gran causa patriótica y su manejo clandestino no superaría una criba para un cuento infantil… con escarnios como el de su propia hermana/cuñado ajenos al presunto mangoneo.
De ahí mi lectura sobre lo desesperante y urgente del momento, la sospecha coherente de estar tan solo ante la parte visible (visibilizada) del iceberg, en un intento de apaciguar las reacciones más viscerales de los enemigos y las más comprometidas de los amigos. Dilatar las respuestas en el sopor agosteño, desenfundar el viejo jersey de viejo jubilado de la «caseta» de Queralbs, e intentar con su maestría habitual promover adhesiones «humano-piadosas» y ganar algo de tiempo para la defensa. Y el contraataque (como opción predilecta si posible).
No había caso de usar otra vez la senyera y la imagen de ataque a Cataluña, en su persona honorable y honorada, porque esta vez la deshonra era insoslayable, él ya no era el caudillo de los años ochenta, CiU tampoco es la de entonces, y sobretodo Cataluña está metida hasta las cejas en otros diferendos y batallas. Ni siquiera la bandera es la misma, ahora cuatribarrada pero profusamente «estelada» en guión de combate independentista. Ni siquiera él es el General/Conseller en cap. Demasiado lastre y contundencia para siquiera intentar medrar o atemperar en la tormenta, así que sus Más/amigos tienen que aceptar su entrega ritual al sacrificio para salvar la causa mayor, aun con la frustrante y dolorosa aceptación de la «legalidad». Esta vez, en materia tributaria y penal, española, pero también catalana.
Algunas primeras reacciones públicas a la «carta», expectantes y atentas al tono de las respuestas, intentan acotar el tema a «lo privado». ¡Qué autentica pasión demuestra la derecha con eso de lo «mixto» o lo «público-privado»! Una vez más se cumple la norma y el dinero era público y los beneficios privados. Aquí como es costumbre: Lo privado es sagrado y es extensible a los vínculos de familia carnal y político-confesional. Lo público es la cantidad de millones desaparecidos, ocultados, negados, impagados… lo de siempre.
Por el contrario en este escenario tragicómico el recurso manido de algunos sectores nacionalistas sobre la perversidad del gobierno de España, se queda sin substancia y ya ni en el núcleo convergente más pujolista, ya ni en la Universidad de verano de Prada, nadie se atreve a sostener con una pose mínima el maniqueo argumento tantas veces infalible y siempre útil. Aquí la instrumentalización de «la culpa es del otro» se queda sin otro «otro» que el protagonista. Se palpa una cierta atmósfera de decepción cierta, de frustración, de enorme desconcierto. Incluso de traición. Que ya ni los banqueros amigos de Andorra serán de fiar (tomen nota queridas Montserrats Caballes, Sánchez Vicarios, y otras altas personalidades del acervo patrio).
Ahora, en un escenario de ruinas sobre todo morales (que ahora mismo el cojín económico no es lo más preocupante) y de vergüenzas humillantes, Jordi y su clan Pujol están maniobrando a todo gas para capear el temporal, su temporal. Ahora, «tot si val«, y si hay que morir será matando… y eso si que dibuja un ambiente de auténtico pánico, de terror nacional. Todavía tiernas las vivencias del caso Bárcenas que pudieran servir de pista sobre como esfumar un escándalo monumental se intuyen notorias diferencias. Pujol no va a ir por cien motivos a la cárcel y la ausencia de ese elemento de presión contundente supone una perspectiva muy amplia y abierta para el devenir de «mantas» al aire y la posible erupción de otros «casos» concatenados, o no, de destapes con tarjeta de acuse de recibo y respuestas-vendetta a remitente. Habrá que seguir la 2ª y 3ª parte de la saga.
Me preguntas, Salvador, por el posible fin la «era Pujol». Creo sinceramente que la auto-inmolación es definitiva, aunque esto no niegue futuras (y no tan lejanas) maniobras de desagravio y rehabilitación públicos por parte de cómplices y de acólitos. Lo veremos si un mínimo de salud acompaña.
Pero en todo caso el fenómeno del «pujolismo» como tal se ha agotado y además -algo impensable- va a pasar a la historia como una tremenda farsa, mucho más próxima al sainete costumbrista que a la tragedia épica.
La figura de Doña Marta, su ilustre Ferrusola, merece un capítulo aparte. Hay quien afirma, y sabe de qué habla, que detrás del personaje Pujol era la discreta «metressa» quien movía los hilos más sutiles y complejos de ese ovillo. La mano que tejía la trama socio-cultural-político-doméstica. Sea cual sea el final del libro, el capítulo de la gran dama, nacional-clerical-conservadora y de su elitismo xenófobo va a tener muchas páginas.
Esta vasta familia omnipresente en su Cataluña, «pujolandia« y más allá del Ebro según hemos visto y leído, ilustra como pocas esas formas de la burguesía catalana, fundamentalmente práctica y materialista, que precisamente ejerce desde lo antagónico: desde la pretendida altura de miras patrias y desde la espiritualidad escénica. Esa clase que antes, durante y después del franquismo viaja a Suiza y otros destinos explícitos con regularidad y una cierta molestia para transportar unas cosillas y dejar claros algunos asuntillos de unos números bancarios…
La historia va a esclarecer que aquella veneración, respeto u honorabilidad hacia el personaje, que como bien sitúas incluía a mucha izquierda histórica, eran sólo una expresión, autóctona y autónoma claro está, del cultivo habitual y tópico de regímenes populistas: miedo, resignación y autoinculpación o inculpación mutua y recíproca de nacionalismo a nacionalismo. En eso estamos unos decenios después.
Estos días se pueden leer y oír cosas impensables hace solo unos meses: sobre fariseísmo, ambigüedad, oportunismo, sobre redes tupidas de intereses, nepotismo, corrupciones y corruptelas, sobre hijos y nueras, e incluso emerge ya algún análisis sociológico acerca del histrionismo del don Jordi que siempre ha sido un inigualable actor de su propia obra. Su auto-biografía va a ser un libreto digno de Re-lectura.
Para concluir con ese pujolismo cultural anotar como la caída del gran líder, la mezquindad de su tropiezo y su mismo manejo van a liquidar incluso aureolas que parecían inmutables y permanentes. No digo ya las de integridad, coherencia o mesianismo sino incluso las de real demócrata, o auténtico antifranquista.
Propones Salvador reflexionar sobre la incidencia en el proceso soberanista en curso. Del tema se viene hablando aunque algunos intentan deslindarlo. Es una evidencia notoria que este escándalo tizna de forma importante algunas -no a todas, por supuesto- de las posiciones y sentimientos que se exhiben estos días. Por más que se jure y se perjure la genética Pujol impregna hasta aquí una determinada formulación nacionalista, radicalmente pragmática del seny, prudentemente secesionista de la rauxa, que intenta con serias dificultades sobrevivir al descarnado escenario presente que paradójicamente han propiciado y pilotado.
Este drama tiene connotaciones familiares, y aquí debemos incluir a la familia «política», a los de «casa», a CDC y allegados subalternos. Los entramados pasan por lo biográfico, pero también por lo empresarial, lo social, cultural, vecinal, festivo, lo humano y lo divino. ¿Cómo esfumar ahora los reconocimientos de «paternidad» política del Sr. Mas hacia el «pare Pujol«? ¿O donde ocultar los círculos sólidos y herméticos de amistad, relación, parentesco, endogamia, veraneo, compadreo, colegüismo de clan autosuficiente, complicidad, percepción de estatus cortesano, y sentimiento de «clase»? Hoy toca matar al padre, y como el propio padre decía «si ara toca, toca«. Ni que decir que a ERC le van creciendo flores impensadas en cualquier maceta, incluidas las que no riega ni cultiva. Interesante vivir un rato más para ver como se conjuga una vez más lo de Esquerra con lo de Republicana, por supuesto de Catalunya.
Queda por resarcir las víctimas de toda esta putrefacción prolongada e impune. Queda por rehabilitar y pedir públicas enmiendas a los fiscales Jiménez Villarejo y Mena, queda por sentenciar que Banca Catalana no era Cataluña. Queda por desagraviar a la bandera catalana, la senyera de todos los catalanes, de aquel mal uso a que fue sometida y humillada para envolver defecciones y deposiciones. Queda el juicio inapelable de la historia, pero aquella que escriben los pueblos agraviados, que no unos determinados biógrafos autorizados.
Pero por más paletadas de cal amnésica que aboquen unos al caso Pujol, o por más aquelarres demoníacos que le dediquen otros desde le nacionalismo español, más españolista y más rancio unitarista, habrá un antes y un después del 25 de julio, día del Santiago, aquel que cerraba España y al que ahora abrazan, indefenso y por la espalda, tantos peregrinos de postal como Rajoy y la Merkel.
Para quien esto escribe todo este impúdico episodio de latrocinio y desvergüenza reitera lo sabido, o que debiera ser sabido: los ladrones catalanes, españoles, europeos y mundiales planetarios roban, oprimen y expolian a los y las trabajadoras, a la gente sencilla, a los pueblos. Eso que se denomina: lucha de clases. Esa que para los aristócratas, los burgueses, los capitalistas y sus secuaces, o los insignes prohombres patrios como el que aquí nos ha ocupado no existe. Y ya sé que hoy el internacionalismo se lleva más bien poco por que se tapa más bien mucho… pero a algun@s nos gusta y alimenta.
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