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Entrevista a Marisa del Campo Larramendi sobre Manuel Sacristán (I)

«De Sacristán quiero destacar su compromiso político de militante comunista en pro de una humanidad emancipada»

Fuentes: Rebelión

Marisa del Campo Larramendi nació en 1957. Se licenció en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en varios periódicos locales. Después de una estancia de dos años en Inglaterra, estudió teoría y técnicas narrativas en la Escuela de Letras de Madrid. En la actualidad imparte talleres de narrativa y coordina […]

Marisa del Campo Larramendi nació en 1957. Se licenció en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en varios periódicos locales. Después de una estancia de dos años en Inglaterra, estudió teoría y técnicas narrativas en la Escuela de Letras de Madrid. En la actualidad imparte talleres de narrativa y coordina una tertulia literaria. Por otro lado, escribe obras de teatro y dirige y actúa en una compañía teatral. Comenta la actualidad socio política en su muro de Facebook. https://www.facebook.com/marisa.delcampolarramendi

***

Me gustaría centrar nuestra conversación en la vida y obra de Manuel Sacristán. ¿Le conoció personalmente?

No tuve ese gusto.  

¿Desde cuándo conoce sus escritos?

Mi primer contacto con la obra de Manuel Sacristán fue a los diecisiete o dieciocho años, nada más comenzar mis estudios en la facultad de periodismo. Aún vivía Franco y en la universidad había mucha actividad política clandestina y ya no tan clandestina. Me hice «roja». Venida de provincias y perteneciente a una familia de clase media, mi ignorancia sobre el marxismo y el comunismo era total. Llevada por una verdadera fiebre de saber, me lancé a la piscina de la literatura marxista sin mayor criterio que entrar en una librería y buscar. Eran los tiempos de Visor, de Fuentetaja, de la Rafael Alberti, de La Felipa, del pequeño quiosco en la calle Princesa…

Alguien me debió de recomendar como un buen texto introductorio al marxismo el Anti-Dühring de Engels. Lo encontré editado por Juan Grijalbo e importado de México. Allí estaba la introducción de Manuel Sacristán. Yo no tenía ni idea de quién era Manuel Sacristán, ni mucho menos de que aquel texto introductorio era uno de hitos teóricos del marxismo español. Eso lo sabría más tarde, cuando entré en el PCE. Tengo que reconocer que de aquella no leí el Anti-Dühring: tuve bastante hueso que roer con la introducción de Sacristán.

(Para contestar a esta pregunta he ido a mi biblioteca. Ahí está el libro, con mis subrayados adolescentes: «La «concepción materialista y dialéctica del mundo», otras veces llamada por Engels, más libremente, «concepción comunista del mundo», está movida, como todo el marxismo, por la aspiración de terminar con la obnubilación de la conciencia…»)

Mi segundo contacto con Sacristán fue su Antología de Gramsci.  

La ha reeditado recientemente Akal.

Me alegro, es un libro imprescindible. En aquellos finales de los setenta, Gramsci era relativamente popular entre los miembros del PCE -gracias, entre otras cosas, a esta Antología-. También he de confesar que no saqué demasiado en claro de aquella lectura. El carácter fragmentario de los escritos y mis grandes lagunas teóricas me hacían perder la mayoría de los muchos matices del pensamiento de Gramsci. Eso sí, recuerdo que me emocionaban mucho las cartas a Julia, a Tatiana, a la madre, a los camaradas: aquellos «Te abrazo tiernamente, carísima» o «Saludos comunistas». Por supuesto esta lectura mía me daba vergüenza y la ocultaba. Muchos años después, cuando leí el capítulo «Amor y revolución» de Leyendo a Gramsci de Francisco Fernández Buey pude comprobar que después de todo mi lectura de entonces no había sido tan estúpidamente romántica como había creído.

Como no hay dos sin tres y a la tercera va la vencida, digamos que el tercer contacto con los escritos de Manuel Sacristán fue a través de Materiales, la revista del título en cuatro idiomas, y Mientras Tanto, la revista rojo -clase obrera-, verde -ecologismo-, violeta -feminismo- y blanco – pacifismo -, cuyo título era toda una declaración sobre la valoración que se tenía de la coyuntura histórica en la que se editaba. Ambas publicaciones fueron fundamentales para mi educación política… y para mi salida del PCE.  

¿Blanco también? ¿No es una ampliación simbólica suya?

Me haces dudar y no sé si mi memoria me engaña y estoy mezclando pasado y presente. A lo mejor en aquellos tiempos era solo rojo, verde y violeta. Pero lo cierto es que en la actual página web de Mientras Tanto se dice:

Mientras tanto es una revista fundada en 1979 por Giulia Adinolfi y Manuel Sacristán con la ayuda y el apoyo de otras personas. La línea editorial de la revista queda expresada por sus colores: rojo, verde, violeta y blanco. El rojo expresa su identificación con los proyectos de emancipación social y política de las clases trabajadoras; el verde, su ecologismo; el violeta, su antisexismo, y el blanco, su defensa de la no violencia. http://www.mientrastanto.org/revista-mientras-tanto

Por cierto me doy cuenta ahora de que habla de «anti sexismo» y «no violencia». El primer término estoy segura de que no se usaba entonces; del segundo tengo dudas.

En cualquier caso, el posible añadido y el cambio de término, no dejarían de ser significativos. La evolución y los cambios terminológicos dentro de la tradición emancipadora son un tema importante – y también muy «sacristaniano» – no solo para una lectura «filológica» de los clásicos, sino para observar las transformaciones dentro del pensamiento emancipador, así como la necesidad de «adaptarse» a los tiempos y saber encontrar nuevos significantes para nuevos significados para las nuevas generaciones.  

Ha citado antes a Francisco Fernández Buey. ¿Le conoció personalmente? ¿Ha seguido su obra? ¿Tiene interés para usted?

No, tampoco conocí personalmente a Francisco Fernández Buey, pero he seguido su obra, incluso más que la de Sacristán, al punto de poder decir que la mayor parte de lo poco que sé sobre Sacristán se lo debo a la guía de Fernández Buey. Es el caso de que en mi ya frágil memoria los mezclo y casi fundo, de tal forma que a veces atribuyo a uno frases del otro o no sé bien quién de los dos realmente dijo lo que pretendo citar o traer a colación. Por hacer un chiste son mi pareja Marx/Engels privada y española. Como quiera que sea, desde que leí su Conocer a Lenin y su obra, allá por el 1977 o 78, ha sido uno de mis autores de referencia. Mi interés por él es enorme. Si no te importa, podríamos volver a Manuel Sacristán, y al final de la entrevista retornar aunque solo sea por un momento a Francisco Fernández Buey, sobre el que me gustaría decir alguna cosa. Querido Salva, tómate este ruego mío como un favor que te pido.  

De acuerdo, me lo apunto. No es ningún favor. Es un deber y un placer hablar de Paco Fernández Buey. ¿Qué aristas o nudos de su obra, vuelvo a la obra de Sacristán, le interesan más?

Es difícil destacar aristas cuando se habla de un autor tan agudo y poliédrico como Sacristán, pero sí querría destacar algo en este sentido. Para ello retomaré en parte el hilo de la pregunta anterior.

Entre mis muchas «planchas» en la piscina de la literatura marxista estuvo Materialismo y empirocriticismo de Lenin. Cuando lo compré (1975 o 76) yo creía saber lo que era «materialismo» y cuál era el pensamiento de Lenin, aunque desconocía en qué consistía eso del «empirocriticismo». Tampoco sabía que la edición de Grijalbo tenía una (¡otra!) introducción famosa de Sacristán. El caso es que, ya en casa, abro el libro y empiezo a leer el prólogo sacristaniano. Recuerdo que detuve la lectura a la segunda línea y pensé: «¡Pero qué dice este facha burgués!». Lo que decía ese facha burgués de Manuel Sacristán era -vuelvo a mi biblioteca, cojo el libro y trascribo-: «La insuficiencia técnica o profesional de los escritos filosóficos de Lenin salta a la vista del lector. Para ignorarla hace falta la premeditación del demagogo o la oscuridad del devoto» ¡Aquel maldito revisionista de Sacristán se atrevía a calificar de tan irrespetuosa manera nada más y nada menos que a Lenin, el padre de la Revolución Rusa!  

Creo que no fue usted la única persona que se alteró.

¡No era para menos! No sé cómo superé aquel pequeño trauma para mi dogmatismo, pero sirva esta batalla del abuelo Cebolleta para recalcar uno de los aspectos que siempre me han atraído más de Sacristán, sobre todo del Sacristán ya libre totalmente de las servidumbres de la pertenencia a la dirección del «Partido»: su valor intelectual, su espíritu crítico, su rigor metodológico, su total apuesta por el pensamiento crudo que busca la verdad desnuda sin importarle si para ello tiene que desvestir a un santo, desacralizar una capilla o renegar de una iglesia. Este estilo «sacristaniano» tiene su importancia no solo por sí mismo, sino también porque era el estilo necesario para la época que tuvo que encarar Sacristán: repensarlo todo después de, por ejemplo, la invasión de Checoslovaquia.  

Entiendo, entonces, que usted piensa que durante los años en que Sacristán estuvo en la dirección del Partido, su pensamiento abonó alguna servidumbre.

Lo de las «servidumbres» puede entenderse de dos maneras.

¿De qué maneras?

La primera sería como cortapisa a su libertad de pensamiento y a su capacidad crítica. Cualquiera que haya estado en un partido político sabe que a veces no hay que decir todo lo que se piensa, otras, morderse la lengua y, en ocasiones, hasta ensuciarse las manos. Cuando se está en cargos de dirección, y además en un partido clandestino en una dictadura, las posibilidades de tener esas «servidumbres» aumentan.

No creo, sin embargo, que su trabajo intelectual «filosófico» se viera muy afectado por esta circunstancia. Por ejemplo, su labor en las publicaciones Horitzons y Nous Horitzons -revistas teóricas del PSUC- participa de ese espíritu anti dogmático del que hablábamos -y autocrítico, Sacristán decía de aquellas revistas que merecieron la pena, aunque «su qué fue mejor que su cómo»-. Sin embargo habría que recordar aquí dos episodios que se pueden calificar de censura. Por imposición de la dirección del partido no se publicó una reseña crítica de Sacristán de un libro del por aquel entonces secretario general de PCF Waldeck Rochet -en aras, se supone, de la buenas relaciones entre partidos hermanos- y se sustituyó el texto antes mencionado sobre Lenín -«El filosofar de Lenin»- por otro también sobre el líder de la revolución rusa -«Lenin y la filosofía»-, asimismo de la autoría de Sacristán, y al parecer más asimilable por el sector prosoviético del partido.

Sí pienso, sin embargo, que en su pensamiento más político la pertenencia a la dirección del PCE/PSUC influyó en tanto en cuanto Sacristán participó de la ceguera de los dirigentes que atribuía a la clase obrera española un nivel de conciencia del que en realidad carecía. Ceguera comprensible, pero ceguera al fin y al cabo. Sería su desaparición -junto a la invasión de Checoslovaquia y al agotamiento de la «vía de Togliatti»- lo que permitiría a Sacristán calibrar mejor la situación real del movimiento comunista a nivel nacional e internacional. Esta nueva y más acertada valoración creemos fue uno de los motores que impulsó su proyecto renovador, ese volver a pensarlo todo.

De todas formas creo que para Sacristán fue una liberación salir de una dirección en la que había dejado de creer. Máxime cuando, por propia confesión, ya desde el 69/70, había comprendido que el camino emprendido por el PCE/PSUC llevaba al desastre.

La otra forma de entender servidumbre…

La otra manera de entender las «servidumbres» me parece más productiva. Consistiría en ampliar el terreno de la interrogación y preguntarse si la militancia política de toda su vida – dentro y fuera de un partido, con sus exigencias de tiempo y energías – limitó su producción intelectual, la enriqueció o la condujo a un tercer paraje cuya calificación se debería dilucidar. En este caso, estaríamos hablando: a nivel particular, de la decisión de un individuo concreto sobre su estar y hacer en el mundo; y a nivel general, sobre la relación entre la praxis y la teoría. Ambos temas centrales en el pensamiento de Sacristán.  

Recojo una frase suya: «ya desde el 69/70, había comprendido que el camino emprendido por el PCE/PSUC llevaba al desastre». ¿A qué desastre?

Estoy aludiendo a una entrevista a Manuel Sacristán realizada por Carlos Piera, publicada en Mundo Obrero el 28 de febrero de 1985 y reeditada por El Viejo Topo el 25 de abril de 2018. https://www.elviejotopo.com/topoexpress/psoe-ha-traicionado-la-izquierda/

En ella Manuel Sacristán afirma:

Yo había sido miembro del Comité Central del PSUC desde, más o menos, 1958; miembro del Comité Ejecutivo durante diez años y también del Comité Central del PCE. En el verano de 1970 hubo un plenario muy importante y que no olvidaré nunca. Fue cuando decidí que yo no podía seguir trabajando y entonces dije claramente que se iba al hundimiento, a la desaparición

Y añade:

Por lo que hace al PCE -que es lo que más me duele-, una política como la que llevaba no tenía más salida real que la fusión con el PSOE. Yo no estaba de acuerdo con ella, pero era lo único real. Y esto incluso lo dijo Santiago Carrillo en una entrevista a Oriana Fallaci, algunos años después. Yo no estaba allí para eso, pero de todas formas eso hubiera sido una política. Pero lo que se ha hecho no ha sido nada, ni eso, ni nada. Todo esto visto muy subjetivamente desde el rincón que yo tenía como militante comunista. Lo más doloroso de todo fue el hundimiento completo del PCE… Porque eso ha dolido mucho y ese es el daño fundamental, el hundimiento del PCE es la base de todo. El hundimiento de toda la izquierda.

En cuanto al PSUC, tal vez sea bueno también escucharle. En una carta del 69, creo que al responsable de organización del PSUC, decía:

El modo como el núcleo dirigente del PSU de Cataluña, al que conozco ya algo, ha reaccionado a los problemas recientemente salidos a la superficie me quita cualquier esperanza de que ese grupo de hombres se pueda mejorar. Salvo aportación masiva (y, por lo tanto, hoy imposible) de miembros de las juventudes no hechos a imagen y semejanza del núcleo, este sólo asimilará (cooptará sólidamente) lo peor del partido en algún sentido (o lo menos inteligente, o lo más hipócrita.  

Vayamos a otros nudos, le he interrumpido antes.

En cuanto a nudos más propiamente dichos han cambiado, apareciendo, desapareciendo y volviendo a aparecer, a lo largo de mi vida. Así, a vuelapluma y de forma aproximada, destacaría: uno, en mi época de juventud, su análisis del estalinismo, su crítica al eurocomunismo y sus teorizaciones de las cuestiones post leninianas; dos, años después, su revisión de Marx, sus estudios sobre diferentes autores marxistas y la reflexión sobre la división social del trabajo y su propio papel como intelectual en un mundo doliente; tres, en la actualidad, su conciencia de la derrota: pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad: Gramsci y Gerónimo, su idea de la especie humana como especie de la hybris, su par fuerzas productivas/fuerzas destructivas, sus apuntes sobre la política de las pequeñas cosas, de los ambientes cercanos: molecular, su concepto/provocación de la «conversión»… y por supuesto y siempre: su compromiso político de militante comunista en pro de una humanidad emancipada. Un hueco que me gustaría llenar: sus escritos sobre literatura. Un hueco que me temo que jamás llenaré: sus estudios sobre lógica… ¡y la gnoseología de Heidegger!  

¿Concepto/provocación de la conversión? ¿A qué se refiere?

Me estoy refiriendo a su conferencia «Tradición marxista y nuevos problemas» (1983) en donde trata de los llamados problemas post leninianos: feminismo, pacifismo y ecologismo. En la parte final afirma:

Todos estos problemas tienen un denominador común que es la transformación de la vida cotidiana y de la consciencia de la vida cotidiana. Un sujeto que no sea ni opresor de la mujer, ni violento culturalmente, ni destructor de la naturaleza, no nos engañemos, es un individuo que tiene que haber sufrido un cambio importante. Si les parece para llamarles la atención, aunque sea un poco provocador, tiene que ser un individuo que haya experimentado lo que en las tradiciones religiosas se llamaba una conversión.

La «conversión» sería pues «una caída del caballo» del espíritu consumista, del ánimo competitivo, de la cultura individualista, de la ideología meritocrática, de los tics machistas y xenófobos, en definitiva, del «sentido común» dominante en nuestra sociedad.

En el concepto de «conversión» hay una idea de revolución personal, de praxeología de lo cercano, de política molecular que creo muy importante para construir ese «buen sentido» emancipador que transforme el «sentido común» dominante.

Además esta idea nos pone a prueba en la vida real, en el día a día, en nuestro discurrir cotidiano: en los hechos. En definitiva, nos enfrenta a la coherencia o incoherencia entre nuestro decir y hacer.

Por ejemplo, después del párrafo citado, Sacristán hace un ataque frontal a la cultura del automóvil, muy en la línea de lo que más tarde resumirá Jorge. Riechmann con esa brillante frase de que «la revolución solo puede venir en bicicleta».  

Como el título de uno de sus libros: El socialismo solo puede venir en bicicleta (con prólogo de Paco Fernández Buey por cierto). Tomemos un respiro. ¿Le parece?

De acuerdo, me parece.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.