¡No salimos de una y ya estamos metidos en otra! Comentaba alguien, entre cerveza y cerveza, en la barra de una céntrica cafetería granadina. ¡Sí, es verdad, sí! respondía su acompañante. ¿Hablaban de las crisis periódicas del capitalismo?, ¿de las empresas con beneficios que lanzan EREs como quien hace churros?, ¿de las guerras imperialistas? Nada […]
¡No salimos de una y ya estamos metidos en otra! Comentaba alguien, entre cerveza y cerveza, en la barra de una céntrica cafetería granadina. ¡Sí, es verdad, sí! respondía su acompañante. ¿Hablaban de las crisis periódicas del capitalismo?, ¿de las empresas con beneficios que lanzan EREs como quien hace churros?, ¿de las guerras imperialistas? Nada que ver. Hablaban, muy apenados, del secuestro de «compatriotas» en tierras africanas. ¿Qué le habremos hecho los españoles para que nos traten así? Se preguntaba finalmente uno de estos analistas políticos de tapita y cerveza fría.
Hablaban, claro, del secuestro de tres cooperantes españoles en Mauritania, reivindicado supuestamente por Al Qaeda en el Magreb. La cercanía en el tiempo con el secuestro en aguas de Somalia del atunero vasco «Alakrana», hacía lo demás. Después de todo el lío mediático y político que se formó con el caso del pesquero, la noticia del secuestro de estos tres cooperantes, otra vez en tierras africanas, no ha hecho más que aumentar la indignación de tantos «españoles-de-bien» que sufren por cuanto le pueda suceder a cualquier otro «español-de-bien» allende las fronteras patrias.
En esa categoría, por supuesto, no quedan incluidos los ciudadanos del Estado Español recientemente detenidos en Grecia por la policía de aquel país en las jornadas de protesta vividas por el aniversario del asesinato de un joven griego a manos de la policía, o algunos otros «compatriotas» que fueron detenidos en su momento por participar en la lucha contra el Golpe de Estado en Honduras. Nadie, ningún «español-de-bien«, mucho menos la prensa «española-de-bien«, se preocupará por la situación en la que han quedado o quedaron esos detenidos tras el hecho. Si usted se quiere enterar de las condiciones en que han sido tratados estos ciudadanos, o cuál es el futuro legal que les espera, más vale que conozca a alguien de su familia, de lo contrario no espere nada. ¡Algo habrán hecho para estar así! Dirán lo «españoles-de-bien«.
En cambio, siempre que haya de por medio algún enemigo al que poder atacar y del cual sacar rédito políticamente, a nivel de política interna o internacional, la cosa será bien diferente. Noticias y más noticias, portadas y más portadas, artículos de opinión, editoriales, reportajes especiales, entrevistas a los familiares, en fin, toda la parafernalia típica en la cobertura de los «dramas» que pueden tener algún tipo de interés mediático, ya sea por sus réditos políticos, ya sea por el nivel de morbo que desata en la población y las altas audiencias que genera. Los políticos hablarán y hablarán del asunto, darán ruedas de prensa, harán sus tours por las cadenas de televisión y de radio que los llamen para opinar al respecto, buscarán el modo de adecuar su discurso a la coyuntura sociológica del momento, y no dudarán en usar a las (pobres) víctimas de estos sucesos para aspirar a arrancar algunos votos a sus contrincantes, o para atacar impiadosamente a quienes así lo estimen oportuno, sobre todo sin hablamos de «piratas» o «fundamentalistas». Y una mayoría de la población, la de los «españoles-de-bien«, aplaudirán a unos y otros. Todo sea por el bien de la patria, la seguridad y la vida de los «españoles-de-bien«.
Si algunas voces se alzan pidiendo que se realicen ataques militares contra los que han tenido la osadía de secuestrar un barco español, contra esos «negritos-muertos-de-hambre» que se han atrevido a profanar suelo español (como tal consta un barco con bandera española según la legalidad establecida), si se pide que se los castigue sin piedad y se los persiga hasta verlos muertos en sus propios países, incluso con intervención de las fuerzas de la OTAN, los «españoles-de-bien» dirán, ¡oh sí!, ¡todo por la patria!. Si días más tarde varios guardias civiles españoles son arrestados en aguas gibraltareñas por las fuerzas de seguridad del peñón, nadie dirá que hay que atacar militarmente a los llanitos, no vaya a ser que al ejército británico le dé por responder, y la liamos. Cuando ciertos barcos españoles fueron arrestados en aguas canadienses en la llamada «Guerra del Fletán«, con Canadá a un paso de declarar oficialmente la guerra a España, tampoco hubo nadie, entre los «españoles-de-bien«, que se plantease atacar a los cuerpos canadienses que habían secuestrado los barcos españoles (declarado oficialmente por la propia España y toda la UE en su conjunto como un acto de piratería). Claro, estos tampoco son «negritos-muertos-de-hambre» que no pueden defenderse. Los «españoles-de-bien» son tipos duros, pero no tontos. El matón de la clase nunca golpea al matón de la clase de un curso superior al suyo.
Si un tipo sale en televisión diciendo que hay que matar a 15 o 20 terroristas para liberar a los cooperantes españoles retenidos en Mauritania, los «españoles-de-bien» no se echarán las manos a la cabeza. Todo lo contrario. Si ese tipo es (supuestamente) atacado días después por un desconocido, saldrán en masa a darle su solidaridad y a defender su derecho a la libertad de expresión. ¡Como si hay que matar a 15 o 20 mil! Pensarán. Si mañana alguien saliese diciendo que el ejército español debe ir a Mauritania a perseguir, atacar y masacrar a Al Qaeda, como el ejército de los EEUU hizo en su momento en Afganistán, a los «españoles-de-bien» no les parecerá una medida excesiva, siempre y cuando se pueda garantizar la seguridad de los secuestrados. Otra cosa es que exista un riesgo para los secuestrados en esa operación, ante lo cual, como ya ocurriese en el caso del Alakrana, algunos de estos «españoles-de-bien» se opondrán; como si la única vida que importa ahí es la de los españoles secuestrados y nada más.
En cualquier caso, siempre que haya un secuestro de un ciudadano español en tierras africanas a manos de sujetos no pertenecientes a grupos de poder vinculados con los intereses políticos o económicos de las burguesías españolas en la zona, el escándalo, impulsado desde los medios de comunicación, será mayúsculo. Los «españoles-de-bien» se conmocionarán por unos días y cualquier medida que se adopte para desagraviar a la patria, liberando a los secuestrados y ajusticiando a los secuestradores, será bien vista, por dura que sea, y entre o no dentro de la legalidad establecida. Pero, ¿qué ocurre si los secuestrados son africanos en tierras españolas? Pues nada, que va a ocurrir, nada: que los «españoles-de-bien» seguirán tranquilamente sentados en sus sofás, viendo fútbol, el diario de Patricia o los informativos de la primera, mientras enfrente de sus casas tienen a miles de seres humanos en condiciones más propias de animales que de personas.
Y como muestra un botón: Un 40% de los inmigrantes ingresados en los centros de internamiento sufre malos tratos físicos o psicológicos.
El informe «Situación de los Centros de Internamiento para Extranjeros en España. Conversaciones junto al muro«, dirigido por el psiquiatra Pau Pérez-Sales, nos dice con toda claridad que la situación en la que se encuentran los inmigrantes no comunitarios ingresados en estos pequeños «Guantánamo» situados en el mismo corazón de la «España-de-bien«, si no es un secuestro, es algo que se le parece mucho: «La vida en los CIE es insoportable. Hasta 250 personas están hacinadas en un espacio reducido, encerradas en una habitación con gente que no conocen de nada y con la incertidumbre de no saber qué harán con ellos. Ni siquiera saben si van a salir o no; si volverán a ver a sus familias o si les repatriarán a sus países. Además, en los CIE no se puede practicar ningún tipo de actividad. Está incluso vetado el acceso a Internet. La presión psicológica que sufren es muy dura«, asegura en una entrevista el psiquiatra encargado de dirigir el informe.
Según asegura el informe, «siguen apareciendo de manera regular en diferentes centros las quejas por las condiciones de hacinamiento, alimentación, régimen de visitas o comunicaciones y otras recogidas en informes de prensa, organizaciones de la sociedad civil y defensor del pueblo, con protestas y huelgas de hambre en diferentes momentos«. Es decir, que no es una situación coyuntural, que no es algo que se dé una vez cada mucho tiempo, sino que es una situación continua y constante, de cada día, de cada noche, en la cual tienen que convivir como mejor pueden miles de personas al año. Pero no, aquí no hay escándalo ninguno.
El «español-de-bien«, indignado, enciende su televisión, enchufa su radio, compra su diario de la mañana, para saber qué tal va la situación de los (pobres) españoles secuestrados en África, mientras cierra su ventana para no tener que ver la situación en la que viven, enfrente mismo de su casa, miles de secuestrados (en su mayor parte africanos) en las condiciones más inhumanas y lamentables posibles. Algunos incluso, preocupados por esta noticia, han empezado a pedir que se aceleren los trámites de expulsión de los internos, que estamos en crisis y el Estado no puede soportar tanto gasto innecesario. Igual algún día, a esos mismos que hoy expulsan, se los acaban encontrando de piratas en Somalia, en las filas de Al Qaeda, o en cualquier otra de las múltiples formas que se puedan dar para secuestrar «españoles-de-bien» por aquellos tierras. Y volverán a escandalizarse.
El «español-de-bien» es así: un hipócrita por naturaleza.
Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.