Hace ya más de medio año que se inició en Navarra un proceso de cambio político que ha despertado expectativas importantes sobre su posible contribución a un cambio social que favorezca a la inmensa mayoría de la ciudadanía. Medio año es poco plazo para grandes transformaciones, pero las necesidades sociales apremian y hay que imprimir […]
Hace ya más de medio año que se inició en Navarra un proceso de cambio político que ha despertado expectativas importantes sobre su posible contribución a un cambio social que favorezca a la inmensa mayoría de la ciudadanía. Medio año es poco plazo para grandes transformaciones, pero las necesidades sociales apremian y hay que imprimir el ritmo y las sinergias necesarias -desde dentro y desde fuera de las instituciones- para que ese cambio social se haga realidad.
Dejando aparte las actividades propias de cualquier inicio de legislatura, tres son las tareas fundamentales que se han abordado hasta ahora: comenzar a implementar algunas medidas de rescate ciudadano, aprobación de una reforma fiscal y nuevos Presupuestos de Navarra para 2016 después de tres años de presupuestos prorrogados. Me centraré únicamente en comentar brevemente algunos discursos suscitados a raíz de las dos últimas.
En mi opinión, la reforma fiscal que se acaba de aprobar introduce cambios en el sistema fiscal que apuntan en la buena dirección. Sin embargo, esos cambios son muy tímidos en relación a lo que exigen las necesidades sociales actuales de la sociedad navarra. Aumenta algo la presión fiscal mediante la introducción de una mayor progresividad en los principales impuestos -prácticamente sólo afectan a las rentas medio-altas y altas-, pero apenas supera los efectos negativos de la electoralista contrarreforma fiscal aprobada en 2014 por PSN, UPN y PP. En definitiva, la reciente reforma fiscal debería entenderse como un primer paso en la dirección adecuada, pero exige una profundización durante esta legislatura tanto en lo cuantitativo (tramos, tipos, suelos) como en lo cualitativo (revisión coste-beneficio social de deducciones, estudiar el paso de algunas deducciones a prestaciones vía gastos, simplificar el sistema para reducir al máximo la ingeniería fiscal, profundizar la lucha contra el fraude…).
Pues bien, por parte del tripartito de la oposición (UPN-PP-PSOE) y de algunos empresarios se está utilizando un discurso apocalíptico con el fin de aterrorizar a la ciudadanía navarra, argumentando catástrofes y plagas tales como la fuga de capitales, la deslocalización de empresas, barreras a la inversión, aumento de la evasión y elusión fiscal, etcétera. Incluso le han llegado a atribuir algunos EREs recientes. Un auténtico esperpento apocalíptico, teniendo en cuenta su limitado alcance. Sólo se pueden entender tales barbaridades en el marco de un neoliberalismo radical. Quizás sean otros sistemas fiscales del entorno los que deberían cambiar.
Lo que trata de explotar ese burdo discurso es la idea genérica neoliberal de que los impuestos son malos y de que subirlos perjudica a la ciudadanía. Y aún más en la raíz de estas ideas está el postulado del Estado mínimo. El de bienestar, claro, no el de gastos militares y policiales, rescates a los bancos, ayudas y beneficios a las grandes corporaciones, etcétera. Una de las cosas que más echo en falta a propósito de la lucha contra el fraude fiscal es un plan serio de concienciación y educación ciudadana respecto a la necesidad y función de los impuestos, y al carácter redistributivo que deben tener compaginándolos con una política profundamente social en el lado de los gastos. Los impuestos son absolutamente necesarios. Los países de nuestro entorno con un nivel social y económico mayor que el nuestro tienen una presión fiscal y una progresividad bastante mayores, así como un nivel de fraude muy inferior. La bondad o maldad de los impuestos dependerá fundamentalmente de su suficiencia, de su progresividad -que pague más quien más gana y más tiene, y que se reduzca al máximo el fraude- y de la utilización que se haga de ellos -garantizar una vida digna para todas las personas, disminuir la desigualdad, tener unos servicios públicos de calidad y gratuitos, orientar el modelo productivo hacia una mayor diversidad, nivel técnico y sostenibilidad…-. En definitiva, la confrontación debería estar centrada en todos estos aspectos y no en el planteamiento esencialista, abstracto e interesado de si son buenos o malos.
Otra tarea importante que se ha llevado a cabo en estos primeros meses de legislatura ha sido la elaboración, debate y aprobación de los Presupuestos para 2016. De nuevo aquí mi valoración es que se han apuntado cambios en la buena dirección, pero que se han quedado muy cortos para las necesidades sociales actuales. Ha aumentado el gasto social (sanidad, educación y derechos sociales) pero se ha quedado muy escaso; tan sólo un 6,5% respecto a los presupuestos de años anteriores, lo cual supone poco más del 0,6% respecto al PIB. Por lo tanto, habrá que esforzarse bastante más en los próximos años si queremos abordar las necesidades socioeconómicas que tenemos.
Pues bien, en este tema el discurso de UPN-PP-PSN ha pasado del catastrofismo al cinismo. Resulta que estos presupuestos les han defraudado por su escaso acento social. De ultraliberales a tope en los ingresos han pasado a radicales sociales en los gastos. ¡Vaya cara! O bien les ha entrado amnesia de repente o bien su grado de cinismo no tiene límite. Ya no recuerdan las reformas fiscales regresivas que apoyaron en comandita; ni la filosofía de Zapatero que decía que «bajar impuestos es de izquierdas»; ni las reformas laborales y la precariedad que han generado; ni las reformas de las pensiones; ni la reducción del alcance de la RIS en Navarra la pasada legislatura; ni que Navarra haya sido la tercera Comunidad Autónoma que más recortó el gasto social entre 2009 y 2015; ni la reforma del art. 135 de la Constitución para primar el déficit y la deuda sobre el gasto social; ni el montón de recortes sociales y privatizaciones… El problema parece ser que en seis meses no se han revertido todos los destrozos que han causado ellos en las dos últimas legislaturas. Han querido jugar a esconder la bolita, como en el juego del trile, pero esta bola es tan grande que no la puede tapar ningún cubilete.
Soy de la opinión de que a este tipo de batallas ideológico-políticas deberíamos darle la importancia que se merecen. No podemos dejar que ganen la hegemonía ideológico-cultural ni trileros ni catastrofistas. Frente a la ocultación y manipulación de la realidad socioeconómica y política, tenemos la ingente tarea de hacer que aparezca ante la ciudadanía tal cual es y de hacerla cada vez más justa. Aunque estemos en una enorme inferioridad de condiciones. De lo contrario, las posibilidades de avanzar en el cambio social y político se verán muy reducidas. Ese es su objetivo real.
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