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De una izquierda en crisis, a una que sea la crisis

Fuentes: Rebelión

Para decir las cosas según son, la izquierda es la responsable del advenimiento y alza de la ultraderecha en el mundo. Una que no supo enfrentar sus derrotas monumentales, la otra que aguachentó su discurso para hacerlo menos corrosivo para los poderosos y esa que se vistió de progresismo y no fue sino la antesala […]

Para decir las cosas según son, la izquierda es la responsable del advenimiento y alza de la ultraderecha en el mundo.

Una que no supo enfrentar sus derrotas monumentales, la otra que aguachentó su discurso para hacerlo menos corrosivo para los poderosos y esa que se vistió de progresismo y no fue sino la antesala de la corrupción que el abandono de principios permitió y estimuló.

Y pasamos del anticomunismo que hasta hace poco mataba y hacía desaparecer como arma de la política ultraderechista para controlar a los zurdos, al estímulo del enriquecimiento ilícito y sobre todo inmoral.

Algunos han propuesto que empresas corruptoras no sean sino construcciones de la CIA para evitarse el trabajo sucio de matar y lanzar al mar los cadáveres.

Tanto como mal huele un muerto matado, lo hace un político comprado/vendido.

Así, la corrupción de los progresistas brasileños desmanteló un proyecto que pudo haber hecho la diferencia no solo en América Latina sino en el orbe entero, luego del retroceso monumental de la izquierda. Y en Argentina, algo muy parecido en términos de cosa funesta. Hay otros casos.

En Chile hay el mismo nivel de sinvergüenzura en la casta, costra, de políticos dizque progresistas, que desde lejos no se distinguen con los otrora sostenedores del fascismo: antes bien, de cerca tampoco, que han debido recular dejando el espacio a la ultraderecha travestida, cínica, agazapada, luego de develada su corrupción.

Y de otra parte, la incapacidad para restañar las heridas de las sucesivas derrotas y para superar los fracasos en el campo de la izquierda que no cayó en la corrupción, ha dejado el campo libre de obstáculos y abonado de desesperanza para que los criminales de todas las edades y tiempos levanten ahora como consignas descaradas, lo que antes blandían desde los rincones como amenazas.

En Chile lo que debió ser el tránsito histórico desde la tragedia infinita del pueblo por la cobardía de militares y civiles ultraderechistas, fue una transmutación, cambiando una cosa por la otra más o menos idéntica. Y no una transición que es en política la superación, trajinada de cambios, de una cosa en algo mejor.

La transición así mentada no fue sino una mecánica traidora que dio por resultado el acuerdo firmado en documentos que aún no ven la luz del día, pero poco faltará.

Las monsergas revolucionarias tapizadas de camisas verde oliva de aquellos que objetaban de Salvador Allende su talante respetuoso y leal con su gente, fueron impulsores de una traición que no dejó de sus principios y discursos afiebrados, piedra sobre piedra.

Y esa mecánica acomodada para tiempos de mejor pasar ya vemos que hizo escuela en retoños que han usado el puño en alto como símbolo de lucha y resistencia, y no les sale sino la maroma propia e inofensiva del que va afirmado en el bus de vuelta a casa.

Lejos, muy lejos, quedó la idea de ese puño en alto como amenaza al poderoso, como aviso de valentía y decisión.

Y esos arreglines que no consideraron el sufrimiento esperanzado de la gente, dio por resultado lo que hoy vivimos como una cultura empotrada con fuerza importante en la gente, incluso, en la que es víctima.

La celebración del No como una gesta propia de los perdedores de entonces, deja las cosas en claro. Y lo confirma con completa convicción de tránsfuga el expresidente Lagos, socialista de origen y converso de alma, de que la cosa no puede estar mejor que como está.

Y en otro extremo y en un plano menos invasivo pero igual de simbólico, lo deja en claro la sororidad de la diputada Jiles, defendiendo el ritmo bailable de la Alcaldesa de Maipú, que en breve, va a robar el agua potable de los habitantes de esa comuna, la que ha logrado sobrevivir como por milagro, tal es su naturaleza no de mujer sino de política de ultraderecha.

En alguna oficina secreta de la CIA se descubrió que las vías institucionales podían suplir, en términos de avances en la lucha de clases, a la lucha armada. Y el plan era simple: podrir también esas vías por la mano de la corrupción.

Ya no eran indispensables los militares formados en Fort Bragg, sino empresas hechas solo para producir dinero para comprar políticos de izquierda. Cuerpo y alma.

Así, despojados de la molestosa gente de izquierda, una parte atrapada en el fango del dinero mal habido pero con la sensación de ser rico y poderoso, y la otra en el limbo del no se sabe, la política sigue con su mal gusto por el vacío. Ahí donde no hay nadie, siempre tendrá que haber alguien.

La izquierda es suma, pero también es conflicto. Es contradicción y desespero. Es crisis.

Es ceguera, miopía y estrabismo. Y, con todo, la única que puede ofrecer una opción al mundo en que vivimos.

Muchos izquierdistas siguen buscando en los textos originales del marxismo leninismo, y en sus respectivos manuales interpretativos, la clave escrita por esos filósofos para salir de este y otros atolladeros.

Así, transformados por la fuerza de (algunos de) sus continuadores en gurúes y chamanes, los intelectuales que entregaron sus valiosos descubrimientos para la causa de los desposeídos, han perdido la gracia de sus ideas: ofrecer modos de interpretación a las realidades que ellos mismos advirtieron como cambiantes.

Lo que hay de izquierda visible es un síntoma.

La realidad, esa dura de cabeza, aún está ahí para recordarnos lo tanto que hace falta una izquierda cuya consecuencia tenga la medida allendista necesaria para superar tanto las culpas bien habidas, como ese no saber que paraliza y desorienta.

 Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.