Cuando el año que viene el PSOE pierda las elecciones en España, al salir del Gobierno no será el alto índice de paro la única coincidencia que tendrá con respecto al PSOE que abandonó el poder en 1996. No tendrá un GAL a sus espaldas, ni sonados escándalos de corrupción (en este caso estos se […]
Cuando el año que viene el PSOE pierda las elecciones en España, al salir del Gobierno no será el alto índice de paro la única coincidencia que tendrá con respecto al PSOE que abandonó el poder en 1996.
No tendrá un GAL a sus espaldas, ni sonados escándalos de corrupción (en este caso estos se encuentran actualmente, con una mayor evidencia y variedad, en el PP), pero sí dejará tras de sí una profunda sensación de decepción en la sociedad, y una arraigada sensación de traición entre los verdaderos ciudadanos de izquierdas, tal y como ocurrió con el Gobierno de Felipe González.
Aquel fue un PSOE que, en 1982, triunfó electoralmente avalado por su reivindicación del cambio social que reclamaba la sociedad, a modo de puños cerrados cantando el himno de La Internacional, y con proclamas contra organismos como la OTAN.
En lo que derivó con los años aquel prometedor inicio de aquel gobierno produce vergüenza ajena al recordarlo.
El PSOE que, en marzo de 2004, triunfó electoralmente de una forma tan claramente inesperada como contundente, lo hizo debido a la profunda indignación que causó la gestión del PP liderado por Aznar, miserable hasta el asco, para tratar de ocultar la verdadera autoría de los atentados ocurridos en Madrid tres días antes de las elecciones.
El terrorismo islamista se vengó con 192 vidas por las numerosas decenas de miles que causó la invasión de Irak, atropello legal y ético en el que el PP español participó activamente.
Fue en esos días cuando la gente, en España, encontró una tabla de salvación como salida ante tantas arcadas vitales. Y esa especie de mesías no fue un político con nombre compuesto y dos apellidos. Fue, para muchos, algo más. Zapatero era un concepto. Parecía una luz entre tanta zafiedad, un desahogo con el que condenar al PP y echarle del poder.
Y José Luis Rodríguez Zapatero se convirtió en el nuevo Presidente del Gobierno, y el concepto que su segundo apellido englobó, como emblema de cambio, encontró su respaldo enseguida, cuando cumplió con su promesa electoral de retirar las tropas españolas de Irak. Poco más tarde, esa sensación se siguió desarrollando cuando fue aplicando medidas progresistas, como la legalización del matrimonio homosexual, la puesta en marcha de ayudas por maternidad, la mejora de las prestaciones por desempleo o la propuesta de una Ley de Memoria Histórica, entre otras. Todas medidas saludables, pero que a la vez indicaban lo que sería una constante de este Gobierno: nunca se pondrían en marcha medidas que afectaran la base del sistema capitalista, que tocaran los cimientos económicos del poder, que buscaran cambiar el modelo de sociedad. Ni lo hizo entonces ni por supuesto lo hizo después.
Tras el escándalo que supuso el final del Gobierno de Aznar, sin duda la gente necesitaba creer en algo, y ese algo fue Zapatero. Su llegada al poder significaba una promesa de algo al fin diferente, que la gente esperaba que fuera mejor.
«El poder no me cambiará», dijo un Zapatero en plenitud ante la multitud la noche que ganó las elecciones. Siete años después, aquel potente eslogan del zapaterismo resulta no menos que ridículo. No menos que traidor.
En realidad, fue con Felipe González cuando el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) perdió dos letras mayúsculas de sus siglas, y se convirtió en la práctica en el PE. Antes incluso de llegar al Gobierno, el partido liderado por González ya había renunciado formalmente al socialismo como aspiración política, como forma de organización social, y fue en su etapa de 1982 a 1996 cuando evidenció que si representaba a alguien no era precisamente a la clase obrera.
Y José Luis Rodríguez Zapatero, que siempre ha manifestado su admiración hacia Felipe González, mostrándose orgulloso de su etapa gobernante, llegó a la presidencia (y siguió en ella) valiéndose de esas dos letras mayúsculas, `S´ y `O´, que tanto rédito electoral le dieron entre los votantes de izquierdas como olvidadas han sido en el balance que ha supuesto su etapa al frente del Gobierno.
Son muchos y variados los asuntos en los que Zapatero fue quedándose atrás como concepto de cambio en estos años, en los que el PSOE ha evidenciado que sigue siendo lo que inició en la década de los 80, un PE representante de una derecha más simpática, más amable, con la mente más abierta que el PP, pero un partido de derechas a fin de cuentas. Un repaso rápido, tomando como muestra algunos de los muchos ejemplos existentes, puede ayudar a hacernos reflexionar acerca de si esto ha sido así:
Poco después de retirar a las tropas de Irak, Zapatero las envió a Afganistán. Con fin humanitario dijo. Incluso aceptando lo inverosímil de que su operación fuese en ese sentido, esta se enmarcó dentro de una operación mayor, muy semejante a la que fue la de la invasión de Irak: consolidar el control occidental sobre los recursos naturales de un país, e incidir en que un nuevo Gobierno actuase (en este caso en Afganistán) en función de premisas que beneficiasen a Occidente.
Tras convertirse en activo cómplice del imperialismo, fue sonada la decepción que supuso la aprobación de una Ley de Memoria Histórica, lo suficientemente tibia, lo políticamente correcta, como para que causase la indignación de diferentes asociaciones de víctimas de la represión del régimen franquista, que consideraron, como mucha otra gente, que sus legítimos reclamos seguían sin ser atendidos.
Fue el juez Garzón quien quiso ocuparse de esta cuestión, ante la inacción del Gobierno, y, queriendo investigar los crímenes del franquismo, fue abandonado a su suerte por el Gobierno de Zapatero, que hasta entonces siempre le había respaldado. Garzón, denunciado por la Falange Española, fue vilipendiado y obligado a abandonar su cargo como magistrado en la Audiencia Nacional, y ante la paradoja de que fuera encausado él pero no siendo posible abrir una investigación sobre los crímenes del franquismo, el Gobierno calló y agachó la cabeza, en una indigna muestra de que en esta cuestión no ha querido poner los mínimos medios para lograr reparar la memoria de las víctimas de la represión de la dictadura.
Otro ejemplo de lo que ha sido este Gobierno lo podemos encontrar en el Caso Couso. Con la misma contundencia con que el PSOE condenaba la invasión de Irak y la actitud del gobierno de Aznar a este respecto, miró para otro lado cuando la familia de José Couso le pidió que les ayudase poniendo los medios para seguir buscando justicia, una vez demostrado que lo que se produjo aquel día en el Hotel Palestina fue una asesinato por parte de soldados de EE UU. Su actitud en este caso ha sido y sigue siendo sonrojante, queriendo tapar el caso para no incomodar al Gobierno estadounidense.
¿Y qué se puede decir de la constante negativa del PSOE, junto con el PP, para reformar la Ley D´Hont, que beneficia con su injusto reparto de votos a estos dos partidos mayoritarios? ¿Es de izquierdas no apoyar que se produzca un mayor pluralismo político, acorde a lo que vota la ciudadanía en las urnas?
Junto a todos estos asuntos, son dos los temas principales que en esta última etapa del Gobierno de Zapatero reflejan la profunda deriva en la que ha ido deambulando. El 1º es la reforma laboral aprobada al dictado de la Unión Europea, que entre otras cosas facilita el despido de un trabajador por parte de las empresas. Una medida claramente neoliberal, tan ajena a lo que se esperaría de un gobierno socialista que aún indigna que no fuese sometida a referéndum popular. ¿En qué consiste la democracia si no es eso de «por y para el pueblo»?
Junto a esa medida que reducía los derechos laborales, además fueron aprobadas otras como el recorte del sueldo a los funcionarios, o la retirada de las prestaciones a los parados de larga duración.
El 2º asunto que refleja hasta qué punto el cinismo y servilismo hacia el verdadero poder que ha tenido el PSOE en estos años, se refleja en el activo apoyo que el gobierno español está proporcionando en la ofensiva contra Gadafi llevada a cabo en Libia (siendo España la 4ª mayor fuerza en la operación). El mismo presidente de un gobierno que hace apenas 3 años vendía armas a Libia, por valor de 2.000 millones de euros (no viene mal recordar que entre 2007 y 2008 las exportaciones de armas de España a Libia aumentaron un nada desdeñable 7.700%, según datos del Ministerio e Industria y Comercio español), es capaz de anunciar, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que hay que intervenir en Libia porque no se pueden consentir los «crímenes contra la humanidad» que allí se están produciendo. En 1º lugar, es indignante lo que utilizó Zapatero como excusa porque, si eso está produciendo, es con las armas que él mismo le ha vendido a Gadafi (Libia es el principal cliente armamentístico de España, asumiendo casi el 60% de las exportaciones españolas en este campo). En 2º lugar porque, de estarse produciendo, es lógico pensar que esos crímenes llevan décadas aconteciendo, como así reclaman los opositores al régimen. ¿Cuánto tiempo lleva Gadafi en el poder sin que sus acciones hayan provocado una intervención en Libia? Y más aún, ¿qué motivó que de gran enemigo pasase a ser considerado «amigo» hace apenas unos años?
En 3º lugar, esa declaración de Zapatero refleja la indefendible arbitrariedad que la comunidad internacional tiene con respecto a la determinación tomada en relación a los crímenes contra la humanidad que se producen en el mundo. ¿Qué hizo, por ejemplo, cuando Israel atacó salvajemente el Líbano en 2006, o cada vez que ataca al pueblo palestino de forma indiscriminada? ¿Qué hace con respecto a la constante guerra civil que se produce en Sierra Leona desde hace años? ¿Qué determinación ha tomado con respecto al asesinato de manifestantes disidentes en Yemen hace unos días, por parte de pistoleros al servicio del gobierno? Y hay muchísimos ejemplos más en este sentido. ¿Qué motiva intervenir en unos sitios y en muchos otros no?; ¿quizá el hecho de si están en juego o no recursos naturales que desean controlar las potencias occidentales?
Y más concretamente hablando del gobierno de Zapatero, ¿qué le llevó a entender que lo que hizo el ejército marroquí en el campamento de Alhaurín contra los saharauis en noviembre del año pasado no fue un crímen contra la humanidad contra el que hay que actuar?
¿Es aceptable que la ministra de Asuntos Exteriores española, Trinidad Jiménez, mire para otro lado en el atropello sistemático que realiza el gobierno marroquí sobre el pueblo saharaui, declarando que Marruecos es «un aliado» con el que «nos unen relaciones de mútuo interés»?
Son muchos y variados, por tanto, los temas que podemos encontrar como reflejo de la traición que este PSOE ha llevado a cabo en relación a unos supuestos paradigmas ideológicos que quedaron ya muy lejanos en el tiempo.
Muchas veces nos preguntamos si los políticos nos toman por idiotas. ¿Acaso no lo somos? El mismo PP que fue echado a patadas por una sociedad estupefacta ante el tamaño y la gravedad de sus mentiras en 2004, es el que volverá a gobernar el año que viene. Y el mismo PSOE que será echado en 2012 por una sociedad sufridora de sus variadas traiciones será el que gobierne de nuevo dentro de dos o tres legislaturas.
De esto debemos extraer una lección: en este asentado bipartidismo que nos consume, lo único que cambian con los años son las caras. Los programas de estos dos partidos políticos, en la práctica, son siempre los mismos. ¿Quién sale beneficiado de esta alternancia de Gobierno, que no de verdadero poder? Mientras PP y PE se reparten los sucesivos gobiernos, son siempre los mismos los que salen ganando, y los que les financiarán y apoyarán para que la idea de democracia siga latente de cara al exterior, mientras el pastel lo cocinan y se lo comen ellos en la trastienda.
¿Realmente no hay más opciones políticas, estamos condenados a elegir entre una derecha dura y una derecha amable?
¿Hasta qué punto es la sociedad española culpable de este círculo en el que estamos metidos, siendo cómplice (con su reduccionismo bipartidista a la hora de votar en unas elecciones) de que cambie un poco todo para que el fondo no cambie nada?
El planteamiento final que nos podríamos hacer se puede resumir en estas preguntas: ¿es mejor la España que dejará este Gobierno que la que se encontró al llegar en 2004? Y aún más, ¿la realidad de lo que ha sido en la práctica el PSOE en estos años, en los diferentes ámbitos, es muy diferente de la que habría sido con el PP gobernando?
De lo que no cabe ninguna duda es que, cuando el año que viene acabe su ciclo, este Gobierno reflejará el manifiesto paso de una ilusión a una profunda decepción.
Mostrará que el PSOE se ha consolidado, entrado ya el siglo XXI, como un vulgar PE, donde su histórico izquierdismo no es más que un legado traicionado sin escrúpulos cada vez que es necesario para mantener su cuota de poder, y su cuota de servilismo frente a los lobbys que en verdad gobiernan el mundo.
El fin de esta etapa en la política española reflejará nítidamente que el que llegó a la presidencia fue Zapatero, siendo el que se irá de La Moncloa José Luis Rodríguez.
Reflejará, en definitiva, la sombra de un hombre que llegó como un concepto, y que se marchará como un cualquiera.
Y es que el poder, como era previsible, sí le cambió. ¿O venía ya cambiado de antes, y no nos dimos cuenta?
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