Para reconstruir económica y demográficamente la España vacía es necesario que las ciudades dejen de mirarse el ombligo y emprendan estrategias de integración de lo rural.
Entre los retos demográficos que amenazan a la España rural, se ha valorado poco la pérdida de dinamismo económico y de población de las capitales de provincia. Un riesgo para la despoblación rural que se localiza en el ámbito urbano.
Treinta capitales de provincia han perdido población en la última década. Entre 2010 y 2019 la población española se ha mantenido en crecimiento cero (ganó 5.000 habitantes). Las capitales que perdieron población redujeron su padrón en 180.000 habitantes.
En la mayor parte de los casos, cuando la provincia pierde población también la pierde la capital. No en todos. En este proceso las variables territoriales se solapan con las demográficas. Tampoco las capitales de provincia tienen el mismo peso demográfico en todas las comunidades: en Castilla y León representan casi el doble que en Castilla la Mancha, por ejemplo. Esto tiene que ver con la dispersión del poblamiento y con la fortaleza de las cabeceras de comarca y los núcleos intermedios prestadores de servicios.
En la España interior aguantan mejor algunas capitales que, por muy pequeñas, carecen de alfoz significativo en el que segregar parte de su crecimiento. También las de algunas comunidades, como Extremadura.
En todo caso lo que aquí se pretende es llamar la atención sobre la dimensión regional del cambio demográfico y sus efectos, más allá de la diferenciación rural/ urbana y, por tanto, sobre la necesidad de que las políticas para hacerle frente incorporen estrategias de cooperación rural-urbano, con una visión amplia del contexto territorial en que deben desempeñarse. En coherencia con las Directrices de la Estrategia Nacional frente al Reto Demográfico y la Agenda Urbana Española.
Las capitales han sostenido, en torno a sus funciones administrativas y de centro provincial de servicios públicos, una intensa actividad comercial proveedora de productos y servicios de toda naturaleza para los pueblos de su provincia, con los que estaban conectadas mediante un sistema de transporte bien estructurado y rentable hasta hace algunas décadas. El coche de línea o el tren, con parada en todas las estaciones.
Las capitales de provincia han vivido y engordado –ganado población y músculo económico– gracias a los pueblos a los que se debían. Y en la ciudad se contaba con ello. El signo de la cosecha de cada año se notaba en la cuenta de resultados de las clases medias urbanas de comerciantes, profesionales del sector servicios y comerciales del financiero, estos últimos atentos a captar ahorro los años buenos y crédito los malos. La acumulación de servicios administrativos, sociales, financieros y comerciales facilitó también la ubicación de industrias en su entorno.
Esta concentración del empleo trajo consigo una cierta concentración de población. Las capitales de provincia, excluidos los polos de desarrollo de Madrid, Barcelona y País Vasco, principales receptores de las migraciones interprovinciales, pasaron de representar el 22% de la población en 1960 al 30% a finales del siglo XX. Desde entonces han perdido en torno a dos puntos.
En las regiones con retos demográficos, el medio rural se despuebla por razones vegetativas. Las capitales por la emigración de sus jóvenes más formados, que no encuentran empleo en economías de escaso tamaño y diversificación. Ya apenas reciben población de la provincia, como no sea estacional de mayores que se arriman en invierno a los servicios sociales y de salud.
La despoblación y el envejecimiento del medio rural –y del urbano–, el comercio electrónico y la nueva movilidad que facilita la red de autovías y autopistas, y sobre todo el AVE, están apagando los escaparates que todavía quedan en las zonas comerciales de las ciudades medias y pequeñas. No les va mejor a los barrios residenciales de las grandes ciudades, como resultado de la concentración, también espacial, de la oferta comercial.
La crisis del covid y sus secuelas económicas, con la contracción del consumo de solventes e insolventes, puede precipitar este proceso. El empujón que ha dado al comercio electrónico, a la digitalización de la economía y de la propia administración obra en el mismo sentido.
En algunas provincias con mucha debilidad de sus núcleos intermedios, sus capitales son las únicas con posibilidad de ejercer cierto liderazgo territorial, a partir de su dimensión económica y demográfica, y de su capacidad para generar ideas e innovación, e incluso para asociar significados al territorio.
La globalización está contribuyendo a concentrar actividad, inversión, población y la función de hervidero de ideas y foco de innovación en muy pocas ciudades globales. Las oportunidades de las capitales de provincia están en un posicionamiento inteligente en relación con las redes urbanas globales, ejerciendo un papel de intermediación con los sistemas urbanos regionales y provinciales.
Probablemente algunas capitales no han sabido estar a la altura de sus responsabilidades territoriales. Se han ensimismado en su propia prosperidad y han ignorado al medio rural del que procedían. Tampoco han tenido visión estratégica, ni un proyecto propio de competitividad territorial que contara con el medio rural de su provincia. Absortas en su propia vida local no han atendido lo suficiente a su función de liderazgo y mediación territorial, cayendo en una decadencia que cabe imputar tanto al sector público como al privado, ambos inmersos en el mismo ecosistema de autocomplacencia provinciana.
En el proceso de reconstrucción económica post-covid19 existe un gran riesgo de que se profundice tanto la brecha de desigualdad entre regiones rurales y urbanas, como la fractura entre el medio rural y el urbano en ambos territorios, por desigualdades de acceso de todo tipo y, sencillamente, por falta de proyectos y de quien los impulse y sostenga. Por falta de emprendedores y aun de personas en edad de emprender.
En regiones con retos demográficos son claves los procesos de innovación que impliquen una asociación rural-urbana, sabiendo que tanto los pueblos como las capitales de provincia se la juegan en este empeño, en un momento en el que la recuperación demográfica ya solo depende de las migraciones. No hay sostenibilidad urbana sin sostenibilidad territorial incluyente del rural. Y la responsabilidad de las capitales va más allá de su área funcional. Es con toda la provincia.
Las capitales de los territorios en regresión demográfica no pueden seguir mirándose al ombligo. Los territorios rurales no pueden ver en sus ciudades un adversario o un competidor por recursos escasos. Se la juegan juntos en su capacidad para conectarse a las redes y sistemas globales por los que discurre la información, se crea el conocimiento y se produce la innovación. Algo tendrán que decir –no que ordenar– las diputaciones provinciales, en ese encuentro necesario entre las capitales y sus pueblos, que ya es hora.