He leído los artículos básicos que todos hemos leído sobre la enfermedad. Mi compañero, que conoce bien el tema, me ha instruido en puntos importantes. Tengo la experiencia personal cercana, como cuidadora, de la enfermedad de mi tía, la hermana de mi madre. Falleció hace muy pocos años. La cuestión de esta nota: la presencia […]
He leído los artículos básicos que todos hemos leído sobre la enfermedad. Mi compañero, que conoce bien el tema, me ha instruido en puntos importantes. Tengo la experiencia personal cercana, como cuidadora, de la enfermedad de mi tía, la hermana de mi madre. Falleció hace muy pocos años.
La cuestión de esta nota: la presencia de Pasqual Maragall en el mitin de ERC del pasado domingo 18 de mayo en Barcelona.
Es indiferente la posición que cada uno/una pueda mantener sobre el «gran tema». Tanto da que seamos independentistas, no identitarios, autonomistas, nacionalistas, soberanistas, confederalistas, federalistas o internacionalistas, o incluso que estemos cansados del gran tema. Es igual. Es indiferente que hayamos sentido o no simpatía política con todos los puntos de la trayectoria del que fuera president de la Generalitat de Cataluña (no en mi caso). Tanto da que dudemos o no sobre qué hacer, qué posición tomar el próximo 25 de mayo. Es indiferente que haya sido idea de Diana Garrigosa, de Ernest Maragall (el segundo de la candidatura de ERC, un político institucional sin apenas escrúpulos al que no puede responsabilizar de nada con conocimiento comprobado de causa), idea, decía, de otro grupo del entorno más cercano del ex president, incluso «iniciativa espontánea» del propio ex president, como ha declarado su esposa (a pesar de que ERC conocía cuanto menos un día antes su presencia en el encuentro político) o idea calculadora de Oriol Junqueras, Marta Rovira o de quien sea. Es también independiente del grado momentáneo de lucidez, de consciencia si se quiere, que haya podido tener Pasqual Maragall en un determinado momento. Sabemos todos, se sabe de la pérdida de nociones espacio-temporales que conlleva la enfermedad y de la práctica imposibilidad de tomar decisiones por sí mismo.
Tanto da decía. Incluso tanto da la presencia -¡la presencia!- de Pasqual Maragall en un encuentro político. Lo que no puede hacerse, lo que resulta inadmisible, no que no cabe, es exhibir -insistió: exhibir- a un enfermo de alzhéimer en un mitin político por su popularidad cívica, por determinados cálculos electorales, porque se quiere emocionar a ciertos sectores sociales, para «dar que hablar» o por cualquier otro motivo. No son estos, no pueden ser los puntos esenciales. Lo son, en cambio, el decoro, la prudencia, la mínima humanidad exigible a todos y en cualquier circunstancia.
No todo vale, no todo puede valer. Se esperaría de un filósofo analítico de renombre, de un gran conocedor (y traductor) de la obra de Wittgenstein, cabeza de la lista de la candidatura de ERC, que se mostrase indignado y dijera algo crítico al respecto.
¿Vale todo o todo no vale?
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