Recomiendo:
1

Entrevista con Waldo Leyva, poeta cubano

» Defendí este sueño, mi sueño, cuanto pude»

Fuentes: www.juarezpolanco.com

Waldo Leyva nació en la antigua provincia de Las Villas en el año de 1943. Actualmente representa uno de los poetas más importantes de la poesía cubana. Multifacético, es poeta, periodista, ensayista, profesor, miembro del cuarteto TrovAndante y presidente de la Asociación Iberoamérica de la Décima y el Verso Improvisado del Ministerio de Cultura de […]

Waldo Leyva nació en la antigua provincia de Las Villas en el año de 1943. Actualmente representa uno de los poetas más importantes de la poesía cubana. Multifacético, es poeta, periodista, ensayista, profesor, miembro del cuarteto TrovAndante y presidente de la Asociación Iberoamérica de la Décima y el Verso Improvisado del Ministerio de Cultura de su país. En su bibliografía, traducida a más de una docena de idiomas, destaca De la ciudad y sus héroes (Premio de Poesía, l976); Desde el este de Angola (1979, edición bilingüe portugués-español); Con mucha piel de gente (1982); El polvo de los caminos (1984); Diálogo de uno (1988); El rasguño en la piedra (1995) y las antologías personales Memoria del porvenir y La distancia y el tiempo.

Uno encuentra en él la imagen límpida del poeta cuya aventura es perseguir, acaso atrapar, ese único poema que se escribe durante toda la vida y que constituye el puente hacia la imborrable memoria del porvenir; lucha que ha de ser dura e intemporal, pues él mismo ha confesado la imposibilidad de medir los años de un hombre que ha vivido entregado al futuro.

El encuentro con este emisario de la poesía, adelantado de la décima y plenipotenciario de la amistad, así descrito por Eudoro Fonseca, es en el Costillar de Rocinante, residencia estudiantil del Instituto Internacional de Periodismo, una mañana habanera llena de nubes grises de finales de marzo de 2008, aprovechando una invitación a participar en el 1er Festival Internacional de Narradores Jóvenes hecha por el Centro Onelio. Abierto a todas las preguntas, la plática con Waldo se hace larga y amena, mientras recorremos su infancia, juventud, el oficio poético y su pasión por la cultura, así como el inevitable tema del proceso revolucionario cubano, pues mi llegada a Cuba coincide además con la elección en el Parlamento cubano de Raúl Castro como nuevo presidente, un mes atrás. Éste es el registro.

* * *

Waldo, ¿cómo iniciaste en la poesía? ¿Cómo fue la publicación de tu primer libro?

Yo publiqué muy tarde. Un amigo mío siempre hacía la broma que llegó un momento en que yo era uno de los poetas de mi generación más conocidos del país y no había publicado un libro, porque bueno, aunque trabajaba de asesor literario en los talleres y había publicado y publicaba muchos poemas en revistas, nunca se me había ocurrido publicar un libro. Vine a publicarlo hasta el año 74, algo así, cuando ya tenía treinta, treinta y un años. Publiqué además un libro muy pequeño, publicado porque ganó un premio nacional que convocó la Universidad de Oriente, donde fue jurado Eliseo Diego, Roberto Fernández Retamar, entre otros. A mí se me ocurrió, como era directivo de la universidad, participar con la idea de estimular un poco la participación de los demás. Resultó que fui yo el premiado y ése fue el primer libro que publique. Libro muy pequeño, de nueve poemas nada más.

¿Siempre supiste que no tenías otra opción que ser poeta?

Poeta en el sentido que lo soy o que lo sabemos nosotros, quizás no, pero vinculado al mundo de la poesía, y sobretodo al de la poesía oral, sí, desde muy pequeñito. Yo soy del campo y mi entorno campesino en Cuba, como el de Nicaragua, desde siempre ha tenido un acercamiento con la poesía, especialmente con la poesía oral tradicional. Así la décima, la cuarteta, las coplas, ese tipo de poesía que la improvisa el poeta o se la sabe de memoria la gente, se las aprende y eso en mi entorno familiar era muy común. Mi abuelo, todo mundo, yo prácticamente desde que tengo uso de la razón me acuerdo haciendo coplas, escribiendo cuartetas, haciendo décimas… pero por supuesto no tenía la menor conciencia que eso era poesía. Para mí eso era vida cotidiana, era normal.

Cuando triunfa la Revolución y yo vengo en el año 61 a estudiar a La Habana, terminé estudiando teatro, ahí sí, porque ahí en la Escuela de Teatro o en la Escuela de Instructores de Arte como llamaba, pues fueron profesores míos o cercanos a nosotros, Félix Pita Rodríguez, uno de los grandes poetas; Onelio Jorge Cardoso, el gran narrador, «el Cuentero Mayor», quien muchos de los cuentos que hoy son clásicos compartió con nosotros en la escuela, a veces los originales; Eraclio Zepeda, un gran poeta mexicano, profesor mío de literatura dramática; y ahí sí me di cuenta de qué era la poesía. Ser poeta es un oficio. Entonces ya lo tomé un poco más en serio, incluso empecé haciendo cuentos, escribiendo cuentos que olvidé prácticamente todo, era bastante malo, sólo mi hermano se acuerda de memoria alguno de los cuentos. Después empecé a escribir poesía, ya en el sentido que conocemos.

¿Por qué optaste por la poesía y no la narrativa?

No podría decir. Creo que eso es algo que sale naturalmente, nunca he racionalizado porqué soy poeta aunque he narrado y escrito otros géneros. Soy esencialmente poeta, es lo que más me interesa y lo que más me gusta. Los libros que he publicado son todos de poesía, todo lo que he publicado tiene vinculación con la poesía. Poesía en sentido general.

¿La formación oral que mencionaste desde que eras pequeño podría explicar tu estilo poético, un estilo con una claridad muy lejana, por ejemplo, a un ícono cubano, Lezama Lima?

Para mí Lezama es un modelo pero no un modelo formal porque no estoy próximo a él en el sentido expresivo. Yo no sé si algo tiene que ver lo oral; sí tendría que ver en una vocación muy marcada mía de que el poema, no importa que sea en prosa o en estrofa tradicional o totalmente libre, siempre va a tener un ritmo bien marcado. No una métrica pero sí un ritmo muy marcado. Yo creo en un poema que se puede leer, que se puede decir en voz alta. Además esa claridad que tú señalas ha sido una intención mía. Yo prefiero que el poema sea accesible, que la gente pueda llegar a él sin hacer concesiones tampoco. Quizás esa claridad no viene tanto de la oralidad como sí del ritmo de la musicalidad, porque es lo que me facilita la dicción, o decirlo oralmente.

A pesar de las diferencias evidentes, ¿no te han llovido las críticas en cuanto a tu estilo, como las que se hacen a otros poetas, algunos muy queridos como, digamos, Mario Benedetti?

No. Porque Mario a veces juega y lo hace bien. Pero Mario está muchas veces en el borde de la navaja. Y lo hace, creo, intencionalmente. Llega hasta el mismo bordecito en que si da un paso más allá ya se convierte en texto cursi o casi populista, o panfletario talvez. Yo creo que no lo llega a hacer pero está ahí bordeando. Pienso que yo a ese tipo precipicios no me acerco, creo que voy por otro camino. Tengo claridad en el texto, es cierto, pero cuidado, porque a veces la claridad te confunde más que el propio código cerrado. El código cerrado cuando tú lo decodificas a veces te resulta más unívoco que un texto supuestamente claro.

Te preguntaba lo anterior porque vos has dicho que la literatura se hace para que te entiendan, primero vos, pero para que te entiendan…

Primero uno, sí, pero para otros. Yo creo que sí. Hay mucha gente que dice la tontería esa que «yo escribo para mí y los otros si quieren que me entiendan». Nadie escribe para uno, eso es mentira, eso es pose. Tú escribes en primer lugar porque necesitas hacerlo, en ese sentido es para ti, por una necesidad de muchos tipos: cultural, espiritual y hasta sicológica de sacarte un texto de adentro que sino te hace daño. Pero todo el que escribe, y sobretodo si publica, está pensando en el otro, en un lector hipotético, el lector X. Si no fuera así no publicaras. Si tú escribieras únicamente para ti, tú escribes el poema, lo lees, lo rompes y lo botas, o lo guardas en tu casa y jamás se te ocurre publicarlo. En la medida que lo haces público estás pensando en otro, por lo menos estás pensando que otro participe de tu lectura.

Uno escribe entre otras cosas, primero por una necesidad personal, pero siempre pensando de alguna manera en el otro. Lo cual no quiere decir que lo que tú escribas va a ser leído siempre como tú lo escribiste. Ése es un problema que ya conocemos. Una de las razones del arte en general y de la literatura en particular es posibilitar su propia lectura a cada lector. El poema, en mi opinión, es tuyo cuando lo escribiste, dejó de ser tuyo cuando lo publicaste. Ya pasó a ser del otro. Y el otro lo lee no con tus expectativas sino con sus expectativas, con sus conocimientos y sensibilidad y con su estado de ánimo. Ese poema realmente claro y transparente, como puede ser el texto de Eliseo Diego o Borges, que no es tan complicado en la poesía, puede sorprenderte que alguien haga otra lectura y lo bueno es que otro haga otra lectura. Si el texto sólo permite la lectura de lo que tú pretendiste decir en él, sería un manual de instrucciones y no de poesía.

La infancia es un tema muy recurrente en tu poesía, ¿cómo fue la tuya?

Mira, yo nací en el campo y viví en el campo, no vivo en la ciudad hasta los muchos años de mi vida. De un pueblo pequeño, la primera ciudad que yo vi fue La Habana y la vi en el año 61, es decir, voy a cumplir 18 años. Viví en el campo la vida del campesino, trabajando como obrero agrícola desde muy niño, era cocinero y ya trabajador agrícola a los doce, catorce. Mi mundo era muy cerrado, el del campesino sin tierra. Me marcó esta realidad pero no la recuerdo con tristeza como podría hacer mucha gente. Recuerdo incluso con nostalgia muchas cosas. A veces era un mundo muy duro, por supuesto que muy duro, con mucha hambre y necesidades, pero al mismo tiempo muy hermoso. Es río en que me bañaba cuando quería, es caballo para correr. Recuerdo una infancia, con lógica, de altos y bajos, una infancia campesina pobre pero que recuerdo bien, con alegría, con felicidad.

Vuelvo mucho a la infancia, un tema recurrente en mi poesía, pero si te das cuenta es una infancia en la que está el hecho mismo de la niñez como la primera etapa del ser, donde eres de muchas formas y te creas tu sensibilidad y aprendes a mirar cosas. De pronto había cosas que yo no me explicaba en ese momento. Cuando caía la tarde me desesperaba, me volvía loco, no sabía que estaba pasando, no aceptaba ese momento en que no es de noche aún pero ya tampoco es de día. Hasta a veces me echaba a llorar y yo no sabía porqué, no me lo explicaba, ni mis padres ni tíos y decían que yo estaba loco. Después me explique esa sensibilidad que había ahí, un espacio de la penumbra que sí me molestaba o hería. O por ejemplo, hay un poema por ahí que escribí hace poco que la gente dice que estaba haciendo literatura pero fue verdad: el día que yo descubrí con mi maestro o alguien que me habló de la palabra infinito. Se trató de explicarme la infinitud y yo sentí como un golpe en el medio del pecho, me sentí como huérfano, no sabía, no podía explicarme la angustia de saber que no había límites, que las cosas no tenía límites, que el espacio no tenía límites, que el mundo no tenía límites. No podía entenderlo y sufrí muchísimo. No lo pude explicar nunca. Lo vine a explicar años después ya mayor, cuando entré al mundo de la poesía y a través de la poesía. Esas son las sensaciones que me vienen de la infancia y otras muchas a las que vuelvo una y otra vez.

¿Y en esa infancia y posterior adolescencia cuáles fueron tus lecturas de cabecera, de formación?

Muy curioso porque yo aprendí a leer sino hasta los diez años, más o menos, con una maestra. A leer, simplemente. Eso sí, cuando aprendí a leer leía indiscriminadamente, era una obsesión por la lectura. Lo primero que leía eran los libros de texto que un amigo que sí tenía posibilidades de ir a la escuela y no le interesaba me los regalaba. Así iba leyendo estos textos. Me aprendí de memoria muchas cosas. Me caí un libro de historia y lo leía. Me caí la Biblia y la leí. El acto de leer era un acto obsesivo sin sentir, pues no tuve una formación ni siquiera literaria ni mucho menos, ni autores que me acompañaran en esos primeros años de mi vida.

Me empezaron a acompañar a partir de los diecisiete años cuando entré aquí a estudiar en la Escuela de Instructores de Arte, y sí, ahí empecé a leer y a descubrir con mis profesores que incluso me daban libros, entre ellos uno de nuestros grandes poetas que aún vive en Cuba y es Premio Nacional de Literatura, que era el bibliotecario de esa escuela en el año 61, Francisco de Oraá. Francisco me hizo leer, empezó a orientarme las lecturas. Ahí fue donde leí por primera vez Vallejo, Mayakovsky, toda la poesía de Neruda, etcétera. También Eraclio Zepeda, mexicano y nuestro profesor de literatura, quien también me acercó sobretodo a la poesía lírica. Él decía que yo tenía una alma mucho más lírica. Me hacía leer a los poetas que estaban más cercanos a la lírica. Sin embargo a mí me interesó mucho Mayakovsky en la época, lógico, era el principio de la Revolución; o Nâzim Hikmet, gran poeta que me marcó mucho. Después vinieron Ezra Pound y todos los que ya conocemos…

Es notable cierta influencia de Vallejo en tu poesía…

Sin duda. Para mí Vallejo es mi poeta de cabecera. Yo vuelvo a él siempre, cada cierto tiempo vuelvo, lo leo, lo leo, lo leo y sí, creo que sí, sobretodo hay una zona de los poemas humanos que tiene que ver con él, quizás no desde el punto de vista estilístico pero sí en la esencia misma del poema. Los temas sobretodo de la muerte y la ausencia, ¿te acuerdas ese poema de Vallejo que dice que su madre le ponía un traje no porque estaba nevando sino para que empezara a nevar? Ese juego del tiempo que también está en Borges a mí me interesa mucho.

Pero Borges y Vallejo son estilos completamente diferentes…

Completamente distintos. En Borges es más intelectual, Vallejos es más esencial. Creo que yo tengo un poco de los dos, hago que confluyan ambos…

Retomando tu formación dramatúrgica, ¿fue ésta la que devino en TrovAndante…

Primero yo hice teatro y me gradué como instructor de teatro, que incluía todas las posibilidades del trabajo, lo mismo dirigir que adaptar obras, que escribirlas incluso. Siempre pensé, y debe ser por mi formación oral por la poesía que me fue más cercana en la infancia, siempre pensé que la poesía es básicamente para ser dicha, siempre veo la poesía como un acto oral, como algo que se comunica, que se dice. Y entonces en ese sentido desde el primer momento prácticamente que yo empecé a escribir unía tanto la escritura como la lectura o memorización de textos diciendo poemas. Me gustó mucho siempre decir poemas, es lo que más me gusta hacer.

En Santiago de Cuba, la capital de Oriente, donde viví cerca de veinte años desde los años sesenta al año 82, había un movimiento literario realmente extraordinario, grandes poetas, trovadores. De allí nació el son, el bolero, todo. Es una ciudad que tiene vínculos muy grandes con la cultura, y muy grande con la poesía. Yo llegué a visitar a una novia que después fue mi mujer y me quedé, me quedé en la ciudad por esa razón. De pronto me sentí en un espacio que era el mío, de hecho en algún libro digo que es la ciudad donde volvería a nacer. Ahí fundé con un grupo de amigos de escritores y artistas jóvenes en los finales de los años sesenta, la Columna juvenil de escritores y artistas. Era la época en que Cuba se hacía muchas columnas juveniles para esto y lo otro, y bueno, para no desentonar le llamamos así. En realidad era un movimiento de escritores y artistas jóvenes; yo era en ese momento también el Director Provincial de literatura de Oriente y empezamos a organizar una especie de tropa que se movía por toda la provincia, incluso por otros lugares del país, llevando trovadores, actores, músicos, poetas, pintores, hacíamos exposiciones al aire libre, era una especie de barraca como la de Federico o de tropa como las que hay hoy o se hacen ahora.

Entonces en ese movimiento en algún momento de pronto se me ocurrió, con Augusto Blanca, uno de los grandes trovadores, fundadores de la trova cubana, hacer en la ciudad de Santiago de Cuba, un evento, una actividad como decimos nosotros los cubanos, que se llamaba El trovador y el poeta. Es decir de pronto pintábamos, los trovadores a veces cantaban sus canciones, que eran poemas de estos o de otros poetas, o sus propias canciones. Entonces era un encuentro muy hermoso, porque participaron todos los trovadores, Pablo (Milanés), Silvio (Rodríguez) no recuerdo si alguna vez participó, Sara (González), todos los demás estuvieron con nosotros y prácticamente todos los trovadores del país pasaban. Era muy hermoso porque hacíamos un recital de poesía del siglo XIX y cantábamos canciones del siglo XIX, las canciones famosas de la vieja trova; o hacíamos canciones contemporáneas y cantábamos canciones de la nueva trova. Ahí está el germen de lo que después sería TrovAndante. ¿Por qué? Porque pasado varios años, un día Augusto Blanca pensó hacer un homenaje a la nueva trova que cumplía veinticinco años y buscó un grupo de canciones suyas, e hizo un disco que se llama Este árbol que sembramos, donde todos los trovadores o casi todos los fundadores de la nueva trova, con él, iban cantando sus canciones como un homenaje. Ahí yo dije poemas.

De pronto nos dimos cuenta que hicimos lo mismo que hacíamos antes. Era un reencuentro, una velada en la que se cantan canciones y se dicen poemas. A partir de ahí y pensando en la misma idea, un día Augusto y otro amigo me proponen hacer un disco con los poemas míos que han sido musicalizados (he tenido mucha suerte en ese sentido pues son muchos los poemas que se han musicalizados), ¿por qué no hacemos un disco? Hicimos una cosa parecida, un disco que se llama Definitivamente jueves que es el título de un poema y ahí bueno, cantó Silvio, cantó Sara, cantaron varios de los trovadores poemas míos y en la presentación del disco alguien dijo, «¿pero porqué van a terminar con esta idea? Vamos a seguir con la idea aunque no sea una presentación de disco, nada más que siga». E hicimos un formato pequeño de cuatro. Inicialmente eran dos muchachas, una pianista que fue una de las compositoras, Adriana Amador, Rochi Ameneiro, Augusto Blanco y yo, que iba diciendo poemas. Así recorrimos Venezuela, recorrimos España de norte y sur, fuimos a México varias veces. Después la muchacha del piano no siguió con nosotros y se sumó otro trovador, compositor muy bueno, Pepe Ordaz, y con él hemos hecho infinidad de giras por Cuba y otros países. Tenemos giras a México en Octubre y bueno, se ha formado un grupo, no es un grupo profesional porque nos juntamos cuando nos parece, cuando hay una gira, pero la idea es esa: cantar canciones básicamente de la trova y de la nueva trova, decir poemas y divertirnos, divertirnos a mares. La gente además lo disfruta muchísimo.

¿Cuál es tu expectativa actual como poeta?

Yo ya tengo sesenta y cinco años, los voy a cumplir dentro de poco. Sigo pensando que todavía me falta escribir algunas cosas que tengo que escribir, pero pienso que lo que yo necesitaba decir, y parece una locura lo que te voy a comentar, pero pienso que lo que yo necesitaba decir ya de alguna manera lo he dicho en la poesía.

¿Ya no te lacera nada el costado?

Sí, me lacera muchísimo. Lo que ocurre es que en una época me laceraba y no tenía respuesta intelectual sino poética. Ahora tengo un poco más de respuesta intelectual. La vejez me ha ido cambiando, sino haciendo que entienda mejor el mundo, pues sí que lo vea de otra manera. Quizás eso me ha hecho que en estos últimos tiempos escriba menos poesía, no porque crea que la poesía sólo nace de la angustia, del dolor o de laceraciones, también nace de otras cosas, pero en mi caso yo necesitaba sacarme a través de la poesía algunas de las angustias que la vida cotidiana o que la historia o la realidad me imponían. Pienso que la poesía no puede mentir, el poeta tiene que ser un poeta honrado aunque le duela, honrado aunque tenga que decir cosas que sean difíciles decir. Honrado ante todo con uno mismo. La poesía no admite medias tintas ni admite juego de palabras. Hay mucha poesía de media tinta y que es puro juego de palabras, pero no es poesía en mi opinión, puede ser otra cosa pero no sin que sea un desgarramiento. El poema tiene que ser sincero, tiene que ser honesto.

¿Vos has sido honrado en tu poesía?

Pienso que sí. Pienso que he dicho cosas que quizás si me las hubieran preguntado en una entrevista hubiera sido incapaz de decirlas, pero en el poema las digo.

Dos de los temas que estamos desarrollando en el Festival es el tema de Literatura y mercado, junto al tema del Compromiso social del escritor. ¿Qué opinión tenés ante estos temas?

El mercado es un fenómeno que mediatiza todo, incluso la literatura. No se puede estar a espaldas del mercado, o se puede, pero se marginaliza uno mismo. Creo que ahí el mercado es una realidad, no de ahora ni contemporánea, sino de siempre. Lo que pasa es que ahora tiene una fuerza enorme y uno tiene que tenerla en cuenta. En muchos años de vida que tengo ya y en mi trabajo también, mucho alrededor de la literatura y de los escritores, he visto a veces como un escritor, sobre todo un narrador (también le pasa a los poetas) empieza a hacer concesiones al mercado y llega un momento en que desnaturaliza su propia voz narrativa. Estoy pensando en la narrativa española, por ejemplo, Javier Marías o Muñoz Molina, o varios de esos que fueron en un momento determinado narradores muy buenos, que siguen siendo estupendos narradores pero uno se va dando cuenta como de pronto el mecanismo del mercado, la necesidad de estar alimentando ese mercado te hace hacer demasiadas concesiones.

En el mundo nuestro, el de América Latina, te das cuenta como de pronto se desnaturaliza hasta el idioma, como alguien se pone a hablarte ya no con las palabras del español de su tierra, sino con aquellos términos que pueden ser entendidos en Barcelona, Madrid y otros lugares. En el fondo talvez no esté tan mal, lo que pasa es que es una trampa también; cuando tú renuncias a las palabras con las que se formó tu identidad, estás renunciando de alguna manera a tu propia identidad y a decir lo que piensas con tus propias palabras y asumes el código del otro, y las palabras no son inocentes, son portadoras siempre de conceptos, de criterios, de pensamientos, y si usted no dice «acera» sino «banqueta», bueno, es otra cosa. Hay cosas que tienen que ver contigo y que necesariamente no hay que hacer esas concesiones para que la obra sea universal, tenga valor universal o significación universal. Son otras cosas las que hacen que la obra pueda tener esas lecturas. Las concesiones te alejan de la honradez. Juan Rulfo no hizo concesión de ningún tipo en Pedro Páramo: él habló desde Comala, ese mundo, con su idioma y con su lenguaje, a éste. Y es una obra tan trascendente que se hace universal. Por ahí puedo nombrar varios ejemplos. Lo cual quiere decir que es el talento lo que hay que preservar frente al mercado, sin renunciar a él, conocer sus mecanismos pero tratar de que lo que tengas que decir lo digas como tú quieras, decirlo sin traicionarte a ti mismo. Esa es mi opinión con respecto al mercado. No pienso en la poesía porque como dice todo el mundo la poesía y el mercado no tienen muchos puntos de contacto, aunque hay una poesía hecha para el mercado. Hay una poesía de la rosa, poesía sensiblera, poesía que no es ahora que se inventó, sino hace rato, y ahí está y puede tener mucho mercado. Incluso hay poetas que venden mucho y viven de vender mucho. La poesía no es el mejor ejemplo para hablar de mercado.

Sobre el compromiso social del escritor siempre he pensado lo siguiente: el que tiene que estar comprometido es el hombre. Si usted está comprometido con una causa, ya sea la que tú quieras, hay quienes se comprometen con la derecha y son estupendos escritores. Si tú estás comprometido, tú literatura va a responder a tu compromiso, lo que no se puede pensar es en la literatura de compromiso. ¿Cuántos escritores hoy, vivos y muertos, que son banderas de la derecha, en sus inicios tienen grandes poemas a la Revolución de Octubre, o grandes poemas a la Revolución o a la guerrilla? El compromiso no puede ser externo, no puede ser a partir de una vocación literaria. Tiene que ser interno, del ser y el hombre. Yo pienso en Martí, nadie más comprometido que Martí con la causa de la independencia o de la revolución y cuando uno lee su poesía, por supuesto ahí está esencialmente su compromiso, pero es un poeta que toca todos los temas posibles. No es un poeta panfletario ni similar. En ese sentido te lo resumo: el que debe estar comprometido es el hombre.

Una frase de Saramago que creo y asumo, dice que el compromiso del escritor es levantar la piedra y mostrar al mundo lo que hay debajo de la piedra, lo que se hace a partir de lo que hay debajo de la piedra no corresponde al escritor sino al ciudadano. Tanto escritor como ciudadano conviven dentro de la misma persona, pero no asumen las mismas tareas.

Pero no asumen las mismas tareas. Eso es exactamente así. Si tú preguntas qué he hecho, bueno, pues yo me fui a la Guerra de África, por ejemplo. Pude haber muerto en esa guerra, pero no fui como escritor. Luego salieron poemas de esa experiencia y están por ahí publicados, pero yo estuve ahí como soldado simple, no como corresponsal de guerra ni como escritor. Claro, el escritor que estaba en mí por supuesto que escribió después cosas sobre el tema, menos quizás de las que otro escritor hubiera escrito. Pienso que la otra cosa que de alguna manera coincide con esta lectura que hace Saramago es que la literatura es como un termómetro que te puede indicar la temperatura de una realidad, pero no es la medicina que va a curar esa realidad.

¿Y qué con aquella frase mítica de los primeros años de la Revolución, «dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada»?

Esa es una frase de un discurso de Fidel que tiene que ver, y todavía pienso que tiene vigencia, sobretodo con aquellos años, años sesenta cuando empieza la Revolución: un país que sigue estando frente a un enemigo demasiado poderoso. Sabemos lo que ha pasado siempre con las Revoluciones y los movimientos democráticos de América Latina, se los ha tragado el Imperio. Tú vienes de un país que se lo tragó, no tengo que explicarte demasiado. Por lo tanto, defender ese proyecto era esencial. Esa frase es una como muchas otras frases que se han interpretado de diversas maneras. Hay quienes que al defender la frase te hablan que eso implicaba una acción no militante contra la Revolución, con lo que pienso también. Lo que no fuera una acción militante a favor de los enemigos de la Revolución y contra la Revolución tenía cabida. Creo que esa es la lectura que se podría hacer.

Hay una frase que diste en una entrevista en que afirmás que pertenecés a «una generación que en los años sesenta se creyó en la posibilidad de construir el tiempo, y luego el tiempo adquirió una dimensión palpable. Pasados cuarenta, cincuenta años nos damos cuenta que no sólo envejecimos sino que ese horizonte se ha alejado». ¿Esta forma de ver tu presente sigue vigente?

Exactamente, y eso está en mi poesía. Mi generación es la que tiene dieciséis, diecisiete años al principio de la Revolución, es decir, la primera que creció con la Revolución. En realidad vivíamos construyendo el futuro: todo lo que nosotros hacíamos o creíamos que estábamos haciendo era para el futuro. Y ese futuro lo veíamos próximo. Yo a los dieciocho años, cuando era dirigente de la Juventud Comunista en La Habana en mi escuela, suponía que en veinte, treinta años ese futuro que nosotros estábamos diseñando y para el cual estábamos trabajando y por el cuál no dormíamos y nos enfermábamos, iba a ser tocable. De hecho, parte de ese futuro fue tocable, lo que ocurre pasados los años es que llegamos al año 89 donde de pronto el futuro, que tenía una referencia que era el mundo del socialismo, desapareció estrepitosamente. Y te das cuenta que el futuro sigue estando pero ya tú estás viejo y se aleja.

También dije en algún momento que talvez ésa sea la misión de la utopía, estar alumbrándonos delante, dejarnos que supongas tú que la puedes tocar pero se aleja. Esa es su virtud. No encontrarla sino buscarla permanentemente. La aventura no es encontrar sino buscar.

Y con los cambios que están sucediendo actualmente en Cuba con Raúl y ya no con Fidel como Presidente, aunque siempre presente, ¿qué vislumbrás? 

Creo que nosotros en los años noventa, período de la crisis de la caída del socialismo, el famoso Período Especial, creo que desde ese momento tocamos fondo. Tocamos fondo. Es un milagro que este país se mantuviera después de esa profunda crisis económica que implicó también una crisis, de alguna manera, política y una crisis ética. Lo trato de decir en mi poesía: esa angustia que se generó, quedarte sin un asidero. Es un milagro, repito, cómo sobrevivimos y cómo estamos aquí todavía. Pueden explicarlo muchas cosas. La solidez que hubo desde antes, de creer en el proyecto, la voluntad de no dejar perder determinadas cosas, como la cultura, donde no dejamos perder prácticamente nada. El teatro se hacía sin electricidad pero se hacía con antorchas en la calle. Se terminó el papel pero hacíamos plaquettes o salíamos a decir poemas. Es decir, una especie de vocación de no perder o no dejarnos vencer fue lo que logró esto. De todos modos eso resquebrajó demasiado esta sociedad que se ha ido, poco a poco, levantando de esa gran crisis, aunque todavía no hemos salido. Lo que esa crisis trajo desde el punto de vista ético y espiritual, incluso en el comportamiento de la gente, todavía hay muchos problemas que deberemos resolver. La vocación nuestra también que no somos solamente nosotros sino la necesidad de que con nosotros vaya el líder, hace que lo poco que hemos tenido para resolver nuestros problemas también lo compartamos con los demás. Todo ese tipo de fenómenos ha hecho que en nuestro país, en nuestra sociedad, haya problemas muy gordos, muy graves que tenemos que resolver. Hay unos que tenemos que resolver en la cotidianeidad, para la vida cotidiana de la gente. Resolver la vida de la gente es bien importante. Pienso que no tenemos mucho tiempo, que quienes nos dirigen están concientes que no tenemos mucho tiempo para resolver estos problemas.

Hay generaciones jóvenes que su compromiso, como es lógico que así sea, sentimental o espiritual para con el proceso revolucionario, ya no es el mismo ni tiene que ser el mismo, y hay que darles respuesta. Hay que tratar de darle asideros a éstos para que sigan creyendo en el proyecto, para que lo vean desde su óptica, para que corresponda a sus propias expectativas. Todo eso está ahí. Hay voluntad, inteligencia e incluso condiciones favorables para que poco a poco (no mañana, porque no es un acto de magia) se den pasos seguros en función de resolver estos problemas.

¿La figura de Raúl qué viene a significar en esta necesidad y proceso de cambio? 

Fidel es un genio, no hay duda alguna, como decía Silvio Rodríguez, un hombre que vive en el futuro y que cada cierto tiempo viene acá para vernos a nosotros, a ver cómo vamos, porque él es un hombre que está en otra dimensión. Raúl por el contrario es un hombre, pienso yo, también inteligente y con una larga historia, pero con una mayor cercanía con la vida cotidiana, lo que se necesita ahora. Lo digo así con toda la libertad, es lo que necesitamos ahora en estos momentos. El hecho de que Fidel esté ahí, reflexionando y escribiendo, permite que no se pierda esa otra dimensión del qué hago con el mundo, o de la preocupación con el mundo. Es una combinación que me parece bien pensada, combinación que puede dar frutos. No te puedo decir que los va a dar mañana o que los estoy viendo ya de inmediato, pero sí creo que puede ser muy positiva.

Las aperturas que ha habido en los últimos días, refiriéndonos a los insumos agrícolas, venta de electrodomésticos, computadoras y otros artículos, ¿qué opinión te merecen?

Pienso que esas cosas pudieron haber sido hace mucho tiempo. Me parece que son lo que el mismo Raúl dijo en algún momento: prohibiciones absurdas que vinieron de algunas realidades del país en momentos determinados. Tampoco hay por ahí un ser satánico que está prohibiendo cosas porque le da la gana ver los suspiros de los demás, sino que respondieron a determinadas realidades. Pero ya esas realidades fueron superadas hace mucho tiempo, y se mantenían como pasa siempre con las leyes y las cosas que se hacen y quedan ahí eternamente y de pronto ya no tienen realidad o respuesta, pero están ahí. Muchas de esas cosas se pudieron haber resuelto antes, pero ¡qué bien que se resuelvan ahora!

Sobre la agricultura yo creo que ese es el talón de Aquiles de nosotros. El problema de este país, hablando ya no como poeta sino como antiguo campesino y como ciudadano, es que tiene que producir, tenemos que hacer que esa tierra para y que de verdad se produzca para alimentar este país sin necesidad de estar recurriendo al mercado internacional. Hay cosas que las puede producir el país para la necesidad nacional y que hoy estamos importando. Algunas hay que importarlas porque es más caro producirlas que importarlas, pero en un momento determinado tenemos que lograr producirlas.

Waldo, hablemos un poco sobre la literatura nicaragüense… 

En una época yo conocí bastante la poesía nicaragüense, tuve mucho contacto con los poetas nicaragüenses. Estoy hablando de los años ochenta, años setenta, por ahí. Después perdí un poco el contacto, pero sí me quedé todavía en Julio Valle Castillo, me quedé en Álvaro Urtecho que acaba de morir por cierto y creo era un gran poeta, en toda esa literatura de Carlos Martínez Rivas, desde luego ya conocía a Pablo Antonio Cuadra y a todos los grandes poetas de ustedes, el viejo Coronel Urtecho también, pero de los jóvenes poetas posteriores realmente supongo que perdí el contacto. A mí me interesó mucho la poesía nicaragüense como actitud, a ver si me explico con lo que quiero decir. Esa vocación de hacer de la poesía un hecho cotidiano, que lo era con ustedes, país densamente poblado de poetas por metro cuadrado. Aquí también somos mucha poesía pero con ustedes llegó a ser un modo de vida, es decir, un comportamiento normal.

En los ochenta hubo gran influencia de la propuesta de Ernesto Cardenal y la poesía exteriorista…

Se generó una poesía a partir de los talleres y de la poesía y propuesta de Ernesto Cardenal, la poesía exteriorista. De pronto era una poesía, te lo voy a decir con honestidad, en mucho de los poetas muy fácil de hacer, una poesía de lo cotidiano. Estábamos ahí conversando y de pronto tú hablabas de tu cartera, de la máquina sin batería y ya eso era un texto. No se rompían demasiado la cabeza, algunos poetas. Otros sí. Claro, la gran poesía nicaragüense sí la conozco: Rubén Darío para acá, Cuadra, Coronel Urtecho, Claribel…

¿Qué impresión te ha quedado de Nicaragua en tus últimas visitas? 

Hacía mucho tiempo que no iba y fui el año pasado al Festival de Granada. Fue una mezcla muy curiosa porque yo me sentí muy bien, le cogí mucho cariño a Nicaragua y especialmente a Granada. Volver a encontrarme con Granada fue particularmente emocionante. Ese Festival me gustó, un Festival realmente popular, donde se implica realmente a toda la ciudad. Había poetas de todo pelaje, lógico cuando es mucha gente la que va, pero me pareció bien, me gustó. Me siento muy bien entre ustedes. Cada vez que pueda voy a ir.

Waldo, para finalizar, ¿cómo está Waldo Leyva de salud espiritual? 

Yo pienso que bien. Pasé una crisis muy dura en ese período del que hablamos y quizás la racionalicé, porque no te queda de otra. Pero es muy duro, hermano, haber soñado con levantar algo y que de pronto, no por culpa de nadie sino por la historia misma, de pronto te das cuenta que no lo vas a ver, o que has visto poco y que no lo vas a ver. De hecho yo escribí un poema que tú lo conoces, «Asonancia del tiempo», aquel soneto asonante que escribí en el Período Especial y donde digo:

Si ya no estoy cuando resulte todo,
cuando el tiempo en que vivo ya no exista,
cuando otros se pregunten si la vida
es el triunfo del hombre, o es tan sólo

un perenne comienzo, un grito sordo,
el rasguño en la piedra, la porfía
inútil del abismo, pues la cima
puede llamarse altura porque hay fondo.

Cuando todo resulte, sólo quiero
que alguien recuerde que al fuego puse
mi corazón, el único que tuve,

que yo también fui «hombre de mi tiempo»,
que dudé, que confié, que tuve miedo
y defendí mi sueño cuanto pude.

Es una epitafio en el que ya, si no lo veo no importa, pero por lo menos que sepan que defendí este sueño, mi sueño, cuanto pude. Así de buena está mi salud espiritual.


Publicado originalmente en Carátula .