La resiliencia de los manuales soviéticos en Cuba
En una carta escrita en Dar-Es-Salaam, el 4 de diciembre de 1965, cuyo destinatario era Armando Hart Dávalos, nombrado secretario de Organización del recién creado Partido Comunista de Cuba, Che Guevara decía:
«En este largo período de vacaciones le metí la nariz a la filosofía, cosa que hace tiempo pensaba hacer. Me encontré con la primera dificultad: en Cuba no hay nada publicado, si excluimos los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya el partido lo hizo por ti y tú debes digerir. Como método, es lo más antimarxista, pero, además, suelen ser muy malos, la segunda, y no menos importante, fue mi desconocimiento del lenguaje filosófico (he luchado duramente con el maestro Hegel y en el primer round me dio dos caídas). […]
[…]
Esto se debe a la comodidad en la obtención de traducciones y seguidismo ideológico. Así no se da cultura marxista al pueblo, a lo más, divulgación marxista, lo que es necesario, si la divulgación es buena (no es este el caso), pero insuficiente.»[1]
El 3er. Congreso del PCC, celebrado del 4 al 7 de febrero de 1986, aprobó el proyecto preliminar del Programa que sustituyó a la Plataforma Programática de 1975. Aunque ese documento no está disponible en la web, sí lo está la resolución adoptada al efecto, que resaltaba su correspondencia con las metas históricas de la Revolución, con el nivel de desarrollo económico y social del país, con la madurez de la conciencia revolucionaria del pueblo, y con las realidades de la situación internacional de ese momento, por lo cual habría de «convertirse en el principal documento del Partido y la Revolución».
Una vez que fuese sometido a un proceso nacional de análisis y debate, ese documento contendría «las aspiraciones y la voluntad de nuestro pueblo respecto a su futuro» y los fundamentos de la actividad del partido, las instituciones estatales, y las organizaciones políticas, sociales y de masas. El programa determinaría los objetivos inmediatos y finales del proceso revolucionario y las vías concretas en cada esfera para su consecución, sintetizaría los aspectos cardinales del proceso histórico, el carácter y la obra de la Revolución, y sería el instrumento fundamental para el trabajo del Partido con las masas y para la educación política e ideológica de los militantes y del pueblo. Vale citar:
«El III Congreso considera que en la redacción del Proyecto de Programa se han tenido en cuenta los principios básicos de la teoría marxista‑leninista, la experiencia acumulada de otros partidos hermanos, las tradiciones, la cultura y el desarrollo de nuestro pueblo, y las peculiares condiciones en que se ha desarrollado la Revolución Cubana y tiene lugar la construcción del socialismo en nuestra patria.»
Luego del proceso nacional de análisis y discusión, el programa fue aprobado en la sesión diferida del 3er. Congreso, efectuada del 30 de noviembre al 2 de diciembre de 1986. Sin embargo, el programa fue invalidado en el 4to. Congreso, realizado del 10 al 14 de octubre de 1991. Como ya se explicó, la Resolución de política exterior de ese congreso afirmaba que, «por razones obvias» —entre las que resalta que el derrumbe del bloque euroasiático de posguerra era un proceso entonces en desarrollo, el cual concluyó dos meses después con la disolución y el desmembramiento de la URSS— «el análisis exhaustivo que estos hechos requieren» era «una responsabilidad histórica, ‘aún por cumplir’». De ello se deriva que la resolución que anuló el programa adoptado seis años antes, no fuese clara, explícita y específica con respecto a qué se derogaba y qué mantenía vigencia:
«Del análisis del programa se concluye que si bien el texto aprobado por el III Congreso […], contiene formulaciones medulares que mantienen vigencia plena dado que fue concebido en la perspectiva de la construcción del socialismo en Cuba, fundamentada en un análisis riguroso del proceso histórico y de la estructura neocolonial y subdesarrollada de la economía cubana, en lo que concierne a la transición al socialismo en las condiciones concretas de Cuba, el Programa no se corresponde cabalmente con los conceptos desarrollados en el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, a partir del 19 de abril de 1986, ya en parte señalados antes en el Informe Central al III Congreso.»
La resolución del 4º Congreso decidió: «continuar guiando toda la actividad del Partido por los criterios rectores desarrollados en el proceso de rectificación, por el conjunto de directivas de los órganos superiores para el período especial, y por las pautas que trace la dirección del Partido» y confió «al Comité Central en consulta con los organismos, organizaciones e instituciones que corresponda, la elaboración y aprobación de los nuevos lineamientos programáticos del Partido Comunista de Cuba, así como organizar su estudio por la militancia y el pueblo».
En cumplimiento de la resolución del 4º Congreso, el subsiguiente 5to. Congreso, realizado del 8 al 10 de octubre de 1997, aprobó un documento programático, es decir, no un programa con todos sus requisitos y atributos, titulado «El partido de la unidad, la democracia y los derechos humanos que defendemos», fruto de la elaboración de los nuevos lineamientos confiada al Comité Central, y de un amplio debate partidista y nacional. Su contenido se concentró en la trayectoria de luchas del pueblo cubano, en la historia y las posiciones políticas internacionales y nacionales de la Revolución, y en sus valores, principios y objetivos.
El nuevo documento estableció que: «Hacia nuestro VI Congreso del Partido seguiremos siendo, por mandato histórico y voluntad renovada del pueblo, El Partido de la Unidad, la Democracia y los Derechos humanos que Defendemos» y «Vamos hacia un nuevo Congreso del Partido, encuentro de todo el pueblo cubano». Fue una reafirmación del compromiso del PCC con la continuidad histórica de la Revolución, pero no un texto programático completo porque no abordó el vacío teórico‑práctico que quedaba pendiente por llenar sobre su proyección estratégica. De ahí que, de la Constitución de la República de 1976, el nuevo documento programático citara dos conceptos extraídos del «modelo soviético»: el de marxismo‑leninismo, y el de «construcción del socialismo y avance hacia la sociedad comunista», que hasta hoy «nos acompañan».
Con palabras de Fernando Martínez Heredia:
«Las tensiones y dificultades que confrontó el proceso de rectificación son sumamente importantes para quien desee comprender el proceso histórico 1986‑1991, y por ende a cada uno de sus aspectos, incluido el del marxismo. En cuanto al necesario abandono de la ideología del «marxismo-leninismo» se produjo una situación que, quizás por evitar ser dramática, resultó totalmente ineficaz. Como resultado de ella no hubo un debate abierto nacional que motivara una renovación del interés sobre bases nuevas que ayudaran a la recuperación del marxismo, y que franqueara un período de transición eficaz para un nuevo florecimiento ideológico y teórico. Faltó un campo alternativo de publicación de criterios diversos, de educación, de debates, en el cual otros temas, otros procedimientos y otras posiciones marxistas pudieran abrirse paso. Además, el funcionariado a cargo de las áreas ideológica y de educación del marxismo leninismo había sido formado intelectualmente, en general, en el sistema de la ideología soviética, y estaba habituado a sus modos de pensar y actuar, y a los rasgos negativos nuestros también. Una multitud de profesores y de otros técnicos laboriosos y responsables quedó sumida en una situación profundamente desventajosa y desconcertante. Al faltar una ruptura y un avance, la confusión y el desaliento fueron crecientes.»[2]
Podría entenderse que el estudio crítico del «modelo soviético», imprescindible para llenar el vacío ideológico y programático con que quedó la Revolución cubana a raíz del colapso del socialismo real, no se emprendiera durante o inmediatamente después del derrumbe del bloque euroasiático de la posguerra, sino que se esperara un tiempo prudencial, pero prudencial en dos sentidos:
1. con la distancia histórica‑temporal suficiente para garantizar la objetividad en el análisis y la reflexión sobre sus causas y consecuencias; y,
2. con la premura necesaria para evitar que, parafraseando a Frei Betto: «el proyecto de futuro del socialismo [se convirtiera en] un secreto del buró político».[3]
La consigna Socialismo próspero y sostenible no llena ese vacío.
Transcurridos 14 años después del 5º Congreso, es decir, casi tres veces el tiempo (cinco años) en que, por Estatutos, debió realizarse, fue que se efectuó el 6to. Congreso, del 16 al 19 de abril de 2011, que no se planteó hacer el «análisis exhaustivo» del derrumbe del «modelo soviético» que llevaba 20 años «por cumplir». Ese evento fue dedicado a la discusión y aprobación del «Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución», seguido el 29 de enero de 2012, por la «1ª Conferencia Nacional del PCC acerca de los objetivos de trabajo del partido», donde se abordó el «método y estilo», es decir, no el contenido, no la política, por lo que tampoco en ella se buscó llenar el vacío teórico‑práctico existente en la proyección estratégica de la Revolución. Lo mismo sucedió con el 7mo. Congreso del PCC, celebrado del 16 al 19 de abril de 2016, y con el 8vo. Congreso, que tuvo lugar cinco años después.
La resiliencia de los manuales soviéticos en Cuba y, por tanto, del vacío teórico‑práctico que el PCC arrastra formalmente desde su 4to. Congreso (octubre de 1991) —digo formalmente porque, en realidad, lo arrastra desde el inicio del «Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas» (abril de 1986), apenas dos meses después de la sesión preliminar del 3er. Congreso (febrero de 1986)—, es lo que explica la pervivencia hoy del marxismo‑leninismo soviético en la Revolución cubana. Del Primer Congreso del PCC, siguen «vivitas y coleando» nociones como «período histórico de construcción del socialismo» y «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo», mencionadas en la Conceptualización del modelo económico y social, porque «vivitas y coleando» siguen, aunque no lo sea abiertamente, las «Tesis y resoluciones sobre los estudios del marxismo‑leninismo en nuestro país» de dicho congreso. Vale citar:
«El Partido Comunista puede dirigir a la clase obrera y sus aliados en la lucha por el derrocamiento del poder del capital y en la construcción de la sociedad comunista, porque sus actividades se basan en el conocimiento científico de las leyes del desarrollo histórico ofrecido por el marxismo‑leninismo como experiencia generalizada de dicho desarrollo y en especial la lucha de la clase obrera.
[…]
Debe existir el más absoluto control del Partido en relación con la exposición pública y la divulgación de criterios, conceptos e interpretaciones en aulas, estrados y prensa. No es posible admitir la publicidad de interpretaciones de la teoría marxista‑leninista y de conclusiones teóricas que contradigan o extralimiten los lineamientos trazados al respecto por el Partido, y que este no autorice.
Estos trabajos de investigación y análisis teóricos deberán realizarse siempre con el conocimiento y bajo la orientación y el control de los organismos superiores del Partido, directamente o a través de las dependencias o instituciones del aparato partidista que dichos organismos determinen.
Asimismo, los resultados y conclusiones a que se arribe producto de estas actividades investigativas y teóricas deberán ser sometidos a la consideración de estos organismos, los que determinarán sobre su utilización y destino.
[…]
Al Partido le corresponde definir y aprobar objetivos y vías, así como aprobar programas, bibliografía y profesores encargados de su enseñanza, en cualquier centro o lugar en que esta se efectúe. La dirección por parte del Partido, de toda la educación marxista‑leninista expresa el derecho y el deber que tiene de asegurar que la ideología científica de la clase obrera que rige la construcción del socialismo en nuestro país no sufra mixtificación alguna y que el esfuerzo investigativo y docente en torno al marxismo‑leninismo, se efectúe por parte de quienes tengan condiciones para ello y en el sentido que al partido interesa, con vistas a que esto contribuya en el mayor grado que sea posible, a la educación política de nuestro pueblo y a los intereses y necesidades de la Revolución.»
Es imposible que exista el «consenso ideológico» mencionado en la Resolución sobre el funcionamiento del partido, la actividad ideológica y la vinculación con las masas, aprobada por el 8vo. Congreso, cuando —cito los términos contenidos en el fragmento anterior— el «aparato partidista» ejerce «el más absoluto control» de la ideología de la Revolución cubana, y ese «más absoluto control» sigue imperando hoy, no solo en el partido, el Estado y las organizaciones de masas y sociales, sino también «en aulas, estrados y prensa».
El primer secretario del PCC y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, es un activo promotor de la integración de los centros de investigación y las estructuras decisorias y ejecutivas del partido y el Estado. Es imprescindible que los centros de investigación de todas las ramas de las ciencias y disciplinas dedicadas al estudio de la sociedad participen, codo con codo, con las estructuras decisorias del partido y el Estado en la necesaria y urgente refundación del socialismo cubano. Premisa insoslayable de ese proceso es acabar de exorcizar al marxismo‑leninismo o marxismo leninismo soviético (con guion o sin guion), y entregarnos en cuerpo y alma al desarrollo de la teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista.
En el debate sobre el tema «La ideología de la Revolución cubana», auspiciado el 12 de septiembre de 2019 por la revista Cuba Socialista,[4] se evidencia el talento, el conocimiento y la capacidad existentes en nuestro país para realizar el tan necesario y postergado análisis crítico del marxismo-leninismo soviético. De ese muy somero intercambio de ideas, que sirve de botón de muestra de lo mucho que podemos hacer, selecciono esta idea de Isabel Monal:
«Marx y Engels dejaron una obra inacabada; y yo parto de una idea que suelo repetir: el marxismo es permanentemente inacabado, y no puede ser de otra manera. Todo el legado del marxismo —incluidos los aportes de Lenin, Rosa Luxemburgo, Gramsci, Fidel y otros muchos—, es inacabado, porque está en su naturaleza serlo. A diferencia de otras filosofías, no supone que lo está abarcando todo de golpe.»
En esencia, nuestras científicas y científicos sociales saben que la Revolución cubana no puede trazar su política sobre la base de una concepción marxista‑leninista o marxista leninista, de matriz soviética posleninista, basada en la supuesta existencia de «un proceso objetivo inevitable, sujeto a leyes sociales» que dictan la estrategia, la táctica y el programa conducentes a la sociedad comunista.
El zigzag u oscilación del péndulo de la economía cubana
En la primera parte de este artículo se citan fragmentos de la Plataforma Programática del PCC, uno de los cuales ubica, en la segunda mitad del año 1960, al supuesto paso de la Revolución cubana de la «etapa democrático‑popular, agraria y antimperialista» a la «etapa de construcción socialista». Con respecto a aquella concepción «etapista» —que «reaparece» en la Conceptualización del modelo económico y social, tanto en su versión de 2017, como en la aprobada en el reciente 8vo. Congreso—, Rafael Hernández dice:
«[…] la Revolución se estableció como poder político aun antes de haberse adoptado la primera reforma económica importante, al ser capaz de imponerse a los intereses creados y a las instituciones en el orden político establecido. Esa radical transformación en el funcionamiento del poder precedió a la Ley de Reforma Agraria de mayo de 1959, que dispararía el conflicto con la clase alta cubana y norteamericana, cuando la Revolución gozaba de un apoyo casi unánime, salvo el de los batistianos que habían escapado. La línea que separa, según algunos libros escolares, el periodo ‘agrario y antimperialista’ de la Revolución y el ‘socialista’ resulta confusa acerca de la naturaleza de ese poder y del proceso revolucionario mismo. Cómo la estructura de poder preestablecida y el orden social reinantes en la Cuba de los años cincuenta podrían haber admitido una ‘revolución agraria y antimperialista’ como aquella, sin que entrara desde el principio en la dinámica radical de una revolución social de verdad, solo tiene sentido para los códigos de aquel marxismo-leninismo, y en los escenarios revolucionarios hipotéticos que los manuales de la Comintern enunciaban».[5]
A esa sólida descalificación del «etapismo», páginas más adelante el autor añade:
«La narrativa histórica sobre el proceso tiende a ignorar que hemos atravesado políticas muy diferentes en cada etapa. Además de cambios ideológicos, como […] en la adhesión a un marxismo de la liberación nacional o a un marxismo-leninismo de manuales publicados muy precozmente, también los hubo en política económica, concepciones sobre la democracia y criterios sobre su funcionamiento, estrategias de seguridad nacional y defensa, énfasis en política exterior y arquitectura de alianzas internacionales y, naturalmente, aplicación de políticas culturales».[6]
Con respecto a las políticas muy diferentes por las que hemos atravesado en cada etapa, es preciso destacar que la Conceptualización… no menciona uno de los principales problemas de la economía cubana —quizás el principal— desde los primeros años de la Revolución hasta hoy: el zigzag u oscilación del péndulo entre la concepción anti mercantil que llevó a Che a diseñar el sistema presupuestario de financiamiento, y la concepción mercantil del sistema de cálculo económico soviético.
Tras un intento inacabado de erigir un socialismo de factura propia,[7] en la década de 1970 predominó la idea de que la URSS «sabía de socialismo» y «de cómo se construye el socialismo». En la dirección revolucionaria se estableció un consenso en torno a la implantación en Cuba del «modelo soviético» de «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo» en lo que respecta al sistema político‑institucional refrendado por el 1er. Congreso del PCC (1975) y por la primera Constitución revolucionaria (1976), cuya esencia se mantiene intacta. Sin embargo, en la economía han coexistido dos concepciones que, entre 1965 y 2010‑2011, compitieron y alternaron entre ellas como políticas estatales, tantas veces como las cambiantes circunstancias inclinaron la balanza a favor de una u otra, y que a partir de 2010‑2011 se manifiestan en las ambivalencias, los estancamientos y los retrocesos de la actualización del modelo económico y social.
La simiente de las antípodas entre las que zigzaguea u oscila la economía cubana fue la divergencia existente dentro del Gobierno Revolucionario, entre los partidarios del sistema de cálculo económico imperante en la URSS, por una parte, y los promotores del sistema presupuestario de financiamiento ideado por el comandante Ernesto Che Guevara, por la otra, ventilada en artículos publicados en medios nacionales, en lo que la historia registra como El Gran Debate de 1963‑1964.[8] Ambas concepciones partían de la misma premisa: la economía socialista es estatal y centralmente planificada, dirigida y controlada. La discrepancia que aquí interesa destacar es que:
– en el sistema soviético las relaciones entre empresas eran monetario‑mercantiles, se empleaban estímulos materiales como medio de aumentar la producción y la productividad, y podía existir micro o pequeña propiedad privada; y,
– en el sistema guevarista lo fundamental era la formación ética, política e ideológica de las y los seres humanos productores de la riqueza. Su ideal era una economía 100 por ciento estatizada y desmonetizada, al punto que, en la segunda mitad de la década de 1960, se llegó a proclamar la construcción simultánea del socialismo y el comunismo, considerada entonces con un aporte cubano al marxismo.
Entre esos polos se produjo el zigzagueo u oscilación del péndulo de la política económica cubana, en especial, de 1965 a 2010‑2011, con los siguientes «golpes de timón»:
1. del plan desarrollista para eliminar la monoproducción azucarera (1962‑1965) al sistema presupuestario de financiamiento concebido por Che, descontinuado a raíz del fracaso de la Zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar (1965‑1970);
2. del sistema presupuestario de financiamiento al sistema de dirección y planificación de la economía de matriz soviética (1972‑1986);
3. del sistema de dirección y planificación de la economía de matriz soviética, a la rectificación de errores y tendencias negativas, con retorno a los estímulos morales como la palanca fundamental de la economía (1986‑1991);
4. de la rectificación de errores y tendencias negativas al período especial en tiempo de paz (1991‑2004), que combinó la austeridad extrema con el retorno a la matriz económica soviética y la apertura a la inversión extranjera en diversos sectores, entre ellos el turismo;
5. un nuevo «golpe de timón» en dirección a la desmercantilización se produjo a partir de 2004, cuando las relaciones económicas, comerciales, y de colaboración y cooperación, se reorientan hacia los países de América Latina y el Caribe gobernados por la izquierda y el progresismo —en primer término, hacia Venezuela en lo bilateral y hacia el ALBA‑TCP, en lo multilateral—, y también gran importancia adquieren los vínculos con la República Popular China; y,
6. en 2010‑2011 comienza el proceso de actualización del modelo económico y social, que es un relanzamiento de las concepciones «pre rectificación», que hasta 2015 contó con la garantía de estabilidad de las relaciones bilaterales y multilaterales con los gobiernos de izquierda y progresistas latinoamericanos y caribeños, cuya desacumulación de fuerzas llega a su máxima expresión en 2019, con la subsecuente afectación a las relaciones con Cuba, seguida del azote de la Covid‑19 en 2020‑2021.
A diferencia de las etapas anteriores, entre 2010 y 2021, ya no hay dos concepciones de política económica que compiten y alternan entre sí en dependencia de las circunstancias internas y externas, y de la correlación de fuerzas entre quienes defienden una u otra, pero el zigzag u oscilación del péndulo se sigue produciendo, en esta etapa, en lo referente a cuánto espacio abrirles o no a la producción cooperativa, al trabajo por cuenta propia y a la pequeña y la mediana propiedad privada, disyuntiva no resuelta que repercute, tanto en la rigidez del sector estatal, como en las restricciones al sector no estatal, en la no ejecución de decisiones aprobadas, y en el congelamiento o incluso la reversión de decisiones ya puestas en práctica.
Todo lo dicho hasta aquí fundamenta que el concepto somos continuidad con el cual, de manera acertada, una nueva generación asume el liderazgo del proceso de edificación del socialismo cubano, debe entenderse como continuidad histórica de la Revolución cubana, en un sentido cabal y general, pues en términos programáticos, incluido el modelo económico, ha habido una discontinuidad resultante de ejercicios de prueba y error aún infructuosos: ¿a cuál de los zigzags u oscilaciones del péndulo, pasadas y/o presentes, daríamos continuidad?
Para dar una idea de lo complejo del asunto, hay que agregar que la actualización del modelo económico y social, emprendida en 2010‑2011, no continuó «guiando toda la actividad del Partido por los criterios rectores desarrollados en el proceso de rectificación», como lo indicó la resolución del 4º Congreso, sino que «desandó» los pasos de la rectificación. No se menciona esto porque el autor considere que los pasos de la política económica de la rectificación no debieron «desandarse», pues no dieron los resultados propuestos en términos de producción y productividad, pero la rectificación no fue solo una política económica, sino también una política social y cultural destinada a contrarrestar en la mayor medida posible la desigualdad generada por la crisis y crear expectativas sobre el futuro, complementada por la Batalla de Ideas que lanzó Fidel. Con sus aspectos positivos y negativos, la rectificación y la Batalla de Ideas son hitos en la Revolución cubana que es imposible borrar de su historia. Sin embargo, ninguno de los dos términos se menciona en los antecedentes de las dos versiones de la Conceptualización del modelo económico y social (2016‑2017 y 2021) —donde sí se cita a la Plataforma Programática de 1975 y al Programa de 1986—, ni en documento o intervención alguna del 8º Congreso del PCC, y posiblemente en ningún documento y/o discurso previo o posterior al 6º Congreso. La actualización del modelo económico «relevó» a la rectificación y a la Batalla de Ideas sin explicación alguna.
El socialismo cubano necesita un debate y un nuevo consenso programático
El fracaso del «modelo soviético» de «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo» demuestra que, no solo la sociedad cubana, sino todas las sociedades decididas a emanciparse, tienen que resolver por sí mismas, de acuerdo a la situación, las condiciones y las características específicas de cada cual, el problema teórico‑práctico de:
1. elaborar una caracterización actualizada de la situación internacional y las tendencias mundiales, y de su ubicación en ese contexto;
2. formular su propia conceptualización del socialismo como sistema político —forma de gobierno— y como sistema social —socialización del poder político, de los medios de producción, y de la riqueza material y espiritual—;
3. determinar el tipo y las contrapartes de la concertación política y la integración económica internacional que les permitan evitar o romper, según el caso, el círculo vicioso de la «construcción del socialismo en un solo país», y
4. hacer lo que esté a su alcance para formar y consolidar una familia solidaria de naciones que se ayuden mutuamente a edificar sus respectivas sociedades socialistas, acorde con las condiciones y características de cada una de ellas.
Dadas la envergadura y la trascendencia de este problema teórico‑práctico, el socialismo cubano necesita un debate y un nuevo consenso programático, construido con la más amplia participación de la sociedad y refrendado en un congreso programático, ya sea un congreso extraordinario o una conferencia nacional del partido, mecanismo poco aprovechado. El 8º Congreso del PCC, en el que culminó el proceso de relevo del liderazgo histórico por compañeras y compañeros nacidos, educados y formados dentro de la Revolución, era un espacio ideal para debatir, analizar, reflexionar y adoptar las decisiones correspondientes sobre todo lo pendiente y todo lo postergado desde 1991, como parte de un balance del primer gran período histórico de la Revolución cubana (1959‑2021), con el propósito de identificar sus experiencias positivas y negativas, para potenciar las primeras y erradicar las segundas. Sin embargo, se le concibió, organizó y realizó como el cierre de un quinquenio más y el simple inicio de otro.
En cumplimiento de los acuerdos del 8º Congreso, antes de los hechos ocurridos el 11 de julio de 2021 y los días subsiguientes, se había emprendido un plan de visitas de la dirección del partido a los territorios como parte de un proceso de diálogo y debate con la sociedad. Sin embargo, procesos similares anteriores concebidos para «bajar a la base» no dieron los resultados deseados. Mediante ese procedimiento se recopilaron decenas de miles o cientos de miles de planteamientos, señalamientos, críticas y propuestas, es decir, una inmensa masa de información difícil de procesar e imposible de abarcar con un enfoque puntual. Para resolver esos problemas se necesita un nuevo enfoque.
1. los problemas existentes en las bases —centros productivos, de servicios, de estudios, barrios y demás— que se detecten en toda la nación, no son sólo problemas de las bases, que se resuelven en las bases, con más frecuentes visitas, y con mayores y mejores orientaciones de los organismos superiores;
2. los problemas existentes en los municipios que se detecten en toda la nación, no son sólo problemas municipales, que se resuelven en los municipios, con más frecuentes visitas, y con mayores y mejores orientaciones de los organismos superiores; y,
3. los problemas existentes en las provincias que se detecten en toda la nación, no son sólo problemas provinciales, que se resuelven en las provincias con más frecuentes visitas, y con mayores y mejores orientaciones de los organismos superiores.
Esos no son problemas que los organismos superiores puedan resolver con las actuales concepciones, las actuales estructuras y los actuales métodos y estilos de trabajo. Son problemas nacionales que se reflejan en las bases, en los municipios y en las provincias, problemas que solo se pueden resolver a nivel y escala nacional. Son problemas de los organismos superiores, que los propios organismos superiores deben identificar, reconocer, asumir y resolver. Son problemas conceptuales, estructurales y funcionales del socialismo cubano que urge identificar y solucionar. Son problemas cuya solución requiere una refundación revolucionaria del socialismo cubano.
Los temas para un debate de cara a la articulación de un nuevo consenso programático del socialismo cubano podrían incluir, entre otros muchos, estos tres elementos:
Partido de vanguardia
Ser partido de vanguardia no constituye una condición o un atributo inherente, vitalicio, imperdible, que le corresponde a un partido por llamarse comunista, ni porque sus actividades se basen «en el conocimiento científico de las leyes del desarrollo histórico ofrecido por el marxismo‑leninismo como experiencia generalizada de dicho desarrollo y en especial la lucha de la clase obrera». Tampoco lo es porque lo establezcan sus Estatutos y/o la Constitución de la República. Lo establecido en la Constitución y en los Estatutos, que el autor suscribe y apoya a plenitud es, al mismo tiempo, un derecho y un deber. Ser vanguardia conlleva el deber de mantener una actitud constante, que no solo incluya la ejemplaridad de su militancia, tanto colectiva como individual, sino, ante todo, ser la locomotora del desarrollo político, económico, social y cultural de la sociedad socialista. En tal sentido, es preciso que:
1. la defensa y preservación de la sociedad socialista deje de depender de la restricción y dosificación de los flujos de las fuerzas productivas y las fuerzas sociales, y logre compatibilizarse, retroalimentarse y fortalecerse con ambos flujos; y,
2. la obtención de resultados materiales y espirituales palpables para toda la sociedad les «gane la batalla» a los «resilientes manuales soviéticos» que aún nos guían.
En El socialismo y el hombre en Cuba, Che escribió:
«El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones».
Es hora de que el partido de vanguardia que, sin duda alguna es el Partido Comunista de Cuba, apriete el paso para que dejemos de sentir «el aliento cercano de los que nos pisan los talones».
Fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado
Sería conveniente especificar cómo se materializa, cómo se mide y cómo se controla el nexo entre la condición de «fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado» del partido y «su carácter democrático y […] permanente vinculación con el pueblo», y en qué consiste —y en qué no consiste— tal condición. Es lógico que tal condición la ostente el partido como institución, el partido en su conjunto, mediante la aprobación democrática de un programa partidista, la celebración en tiempo y forma de sus congresos, y los diversos medios y métodos de interacción con la militancia propia y con la sociedad en general. Sin embargo, habría que establecer con claridad quién, cómo, cuándo, dónde y por qué está facultado para ejercer ese derecho y ese deber constitucional y estatutario en nombre del partido y, como contraparte, quién o quiénes no están facultados para ello.
Gran parte del vacío provocado por la carencia de un programa la llenan, con carácter remedial —tal como lo indicó la resolución del 4º Congreso, que en 1991 dejó sin efecto el programa aprobado en el 3er. Congreso—, los órganos de dirección partidistas. Sin embargo, dado el tiempo transcurrido, lo «remedial» se convirtió en lo «normal». A ello se suma que, como a los órganos de dirección les resulta imposible abarcar todo el horizonte de la problemática teórica y práctica de la edificación socialista, otra gran parte del vacío la llenan las opiniones y decisiones de dirigentes, cuadros y funcionarios a distintos niveles que, en sus respectivos «radios de acción», en unos casos enormes y en otros diminutos, ejercen el papel de fuerza política dirigente superior de la sociedad y el Estado que la Constitución de la República y los Estatutos del PCC le confieren al partido como institución —no a ellos—, y sus opiniones y decisiones se convierten en directivas y pautas «del partido». El vacío llenado de una de estas dos formas, o mediante la combinación de ambas, incluye lo que se discute y lo que no se discute en un congreso del partido y en cualesquiera otras instancias. Un ejemplo de ello es lo ocurrido en la política y las relaciones internacionales no gubernamentales abordado en los artículos «Reflujo de la izquierda latinoamericana», segunda parte, y en el artículo «El socialismo cubano necesita un debate y un nuevo consenso programático», ambos de la serie «El ‘Triángulo de las Bermudas’ por el que navega Cuba»[9] escrita por este autor.
Política de cuadros y democracia socialista
Como se dijo antes, en el «modelo soviético» la garantía de la continuidad histórica del proceso de «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo» dependía de la transferencia del poder de una a otra generación de «guardianes de la fe», que a partir de una o varias de esas sucesiones generacionales fueron «perdiendo la fe». Hace años, en una charla sobre un recién concluido proceso de renovación o ratificación de mandatos de las y los primeros secretarios municipales del PCC, un funcionario del departamento correspondiente informaba que, en todos menos uno de los municipios del país, había resultado electa la persona indicada por el «método de cooptación», es decir, la persona seleccionada, predeterminada, por el organismo superior. A la pregunta de un compañero de si ese caso particular era bueno o malo, el funcionario respondió que esa excepción era inaceptable, porque «así había comenzado el derrumbe del socialismo en Europa».
En efecto, como dijo aquel funcionario, así ocurrió en los países de Europa oriental donde la implantación del socialismo no fue resultado de revoluciones autóctonas. Sin embargo, en la Unión Soviética, es decir, en la cuna de la revolución socialista, quienes minaron, corroyeron, debilitaron y asesinaron al socialismo fueron los propios «guardianes de la fe», cuyos métodos de reproducción copiamos y siguen vigentes en Cuba a 30 años de la disolución y el desmembramiento de aquella gran nación. Dado que en Cuba recién se ha producido el primer relevo generacional de la dirección del Estado y el partido, es decir, el relevo de la generación histórica por compañeras y compañeros plenamente consagrados a la defensa de la patria, la Revolución y el socialismo, este es un buen momento para ir cambiando la «política de cuadros» a todos los niveles, de manera que no le suceda a Cuba algo semejante a lo ocurrido en la URSS. La política de cuadros debe entenderse como un proceso de educación y formación de cuadros, pero en lo que respecta a la elección a cargos en el partido, las organizaciones de masas y sociales, y en los órganos del Poder Popular, no puede suplantar o superponerse a la democracia socialista, insisto socialista. Socialismo es socialización, no concentración del poder.
Palabras finales
Con relativa independencia de lo discutido y aprobado en el Congreso, cuyos documentos solo estudian una parte de la sociedad, la pauta comunicacional tiene un gran impacto en las expectativas previas y las valoraciones posteriores de sus resultados. Recuerdo haber oído, en varias ocasiones, al presidente de la República y entonces candidato a primer secretario del PCC, Miguel Díaz-Canel, entrelazar con armonía los dos elementos iniciales del concepto de Revolución de Fidel, sentido del momento histórico y cambiar todo lo que debe ser cambiado, con la consigna Somos continuidad.
El entrelazamiento hecho por Díaz-Canel dejaba establecido que la continuidad se refería a la continuidad histórica de la Revolución cubana, y el cambio a descartar y sustituir todo lo que fuese necesario para garantizar el crecimiento y autosuperación de la propia Revolución como proceso perfectible. Sin embargo, antes y durante el 8º Congreso, en la televisión y la radio predominó una voz en off, que en tono grave, frío, enérgico y tajante, repetía la consigna Congreso de la continuidad, sin precisión alguna de a qué continuidad se refería, si a la continuidad histórica de la Revolución que la mayoría de las cubanas y los cubanos queremos, apoyamos y por la cual luchamos, o a la continuidad de conceptos, políticas, medios, métodos, formatos, parámetros, límites, escogencias de participantes y votaciones unánimes que, con sentido del momento histórico, deben ser cambiados. Es conveniente apagar aquella voz en off, y devolverles todas las cámaras, todos los micrófonos y todas las «aulas, estrados y prensa» a la voz de Fidel, con su concepto de Revolución.
El debate y el nuevo consenso programático que el socialismo cubano necesita deben ir a Marx y a Lenin sin mediaciones, es decir, sin interpretaciones de segunda o tercera manos. Ello implica:
1. distinguir entre el pensamiento original de los clásicos y todo lo que, vulgar y fraudulentamente, les atribuyó a ellos el marxismo‑leninismo o marxismo leninismo soviético;
2. cuestionarlo todo, estudiarlo todo, investigarlo todo, escudriñarlo todo, comprobarlo todo, una y otra vez, y una y otra vez más, como ellos, para llegar a conclusiones con base científica, y acto seguido, asumirlas y ponerlas en práctica;
3. reconocer y actuar en consecuencia con la concepción marxista y leninista de la sociedad como totalidad orgánica universal, dentro de la cual política, economía, cultura y medioambiente son elementos indivisibles e inseparables.
Por supuesto que la atención puede y debe enfocarse en uno u otro de estos elementos, es decir, en la política, la economía, la cultura, la sociedad o el medioambiente, cuando ello sea procedente y suficiente, pero los reiterados ejercicios de prueba y error con los que, de manera infructuosa, se intenta resolver los problemas económicos «por aparte», como si fueran un universo, una totalidad, en sí mismos, demuestran que las deficiencias y errores que arrastra el socialismo cubano no son solo de modelo económico, como tampoco son solo de vida interna del partido.
Además de volver a Marx y volver a Lenin, la Revolución cubana necesita encontrarse y retroalimentarse con las y los marxistas latinoamericanos de nuestros días. A tres de ellos citamos aquí. Solo mediante el debate y la construcción de un nuevo consenso programático, la Revolución cubana podrá: encontrar la proporción adecuada entre la defensa y la renovación de nuestro socialismo, a la que llamaba Schafik Hándal, que en el caso de Cuba hasta ahora se inclina más a la primera que a la segunda; convocar a «toda la población del país» a participar en la definición del «proyecto de futuro del socialismo» cubano, tal como lo plantea Frei Betto; e incluir en el temario de ese debate que la Revolución cubana necesita las recomendaciones hechas por Nils Castro a raíz del derrumbe del socialismo real:
1. conjurar la potencial reversibilidad que acecha a toda revolución;
2. reavivar las motivaciones humanas indispensables para realimentarla;
3. renovarles a sus bases las soluciones de readaptación, reproducción, cambio y continuidad, y sus expectativas socioculturales, económicas y políticas;
4. determinar qué realidad ha quedado modificada, y qué nuevos abanicos de demandas, alternativas y oportunidades se abren;
5. reconocer que son las personas y pueblos quienes disciernen entre el inmovilismo o las nuevas opciones, y quienes deciden cursar una u otra de las alternativas, eligiendo según sus propias creencias, expectativas y posibilidades; y,
6. asumir que los cambios realizados por la Revolución modificaron a las personas y al pueblo que los moldearon, así como a las circunstancias nacionales y las condiciones externas en que los acontecimientos han tenido lugar.
A los aportes de Schafik, Nils y Betto, cabe añadir el concepto de construcción política de Hugo Zemelman:
«La idea de construcción política es fundamental porque los actores constantemente construyen en distintos espacios y en diferentes opciones de construcción; por lo tanto, a partir de un concepto fijo, reificado, de fuerza, es un error; la fuerza no permanece igual, se está transformando, aumenta, disminuye, tiene sus flujos y reflujos.
La gran genialidad de Lenin fue entender esos flujos y reflujos, y para su momento histórico y para su coyuntura los supo leer muy bien; pero esos no son recetarios universales, esas no son teorías generales de las clases, hay que leer esos análisis en cada una de las coyunturas, y hay que leer la fuerza en su coyuntura y desde ella misma, en forma que desde ella se puedan determinar las opciones de construcción que se presentan.»[10]
Como colofón, la refundación revolucionaria del socialismo cubano, y su correspondiente nueva construcción política, han de ser pautadas por la idea plasmada por Che en El Socialismo y el hombre en Cuba:
«Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social o el período de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado.
[…]
[La] institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.»[11]
Que la estrategia para salvar la patria, la Revolución y el socialismo sea el pleno cumplimiento del concepto de Revolución de Fidel.
Notas
[1] Ernesto Che Guevara: tomada de la revista Contracorriente, año 3, no. 9, La Habana, septiembre de 1997.
[2] Fernando Martínez Heredia: «Izquierda y marxismo en Cuba», en La Tizza, 12 de junio de 2021. Trabajo publicado en la revista Temas, núm. 3 oct./dic. 1995. Tomado de: Martínez Heredia, Fernando. El corrimiento hacia el rojo, Editorial Letras Cubanas, 2001, pp. 82‑114.
[3] Frei Betto: Intercambio con estudiantes y trabajadores de la Universidad de las Ciencias Informáticas de Cuba (UCI), el 13 de febrero de 2014.
[4] En este intercambio participaron los doctores Isabel Monal Rodríguez, filósofa; Pedro Pablo Rodríguez, historiador; Rubén Zardoya Loureda, filósofo; Miguel Limia David, filósofo; Carlos Delgado Díaz, filósofo; Fabio Fernández Batista, historiador; y, como moderador, el filósofo y escritor Enrique Ubieta Gómez, director de Cuba Socialista.
[5] Rafael Hernández: «Las palabras y las cosas. Consenso, disenso y cultura en la transición socialista temprana (1959–1965)», Guerra Culta. Reflexiones y desafíos 60 años después de Palabras a los Intelectuales, Ediciones ICAIC, La Habana, 2021.
[6] Ídem.
[7] Ver a Sergio Guerra y Alejo Maldonado: Historia de la Revolución Cubana. Síntesis y comentario, Ediciones La Tierra, Quito, 2005; Rafael Hernández: «Las palabras y las cosas. Consenso, disenso y cultura en la transición socialista temprana (1959–1965)», Guerra culta. Reflexiones y desafíos 60 años después de Palabras a los Intelectuales. Ediciones ICAIC, 2021; a Juan Valdés Paz: El Espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano, Instituto Juan Marinello y Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009, p. 7; y a Aurelio Alonso: «La política cultural de la Revolución cubana: los sesenta», ponencia presentada en el panel «Los avatares de la cultura cubana en 1968», del coloquio internacional Los 1968: miradas desde hoy, convocado por la revista Temas, la Academia de Historia de Cuba y la Universidad de Nanterre, La Habana, 8 y 10 de noviembre de 2018.
[8] Ver a Sergio Guerra y Alejo Maldonado, ob. cit., p. 146.
[9] Roberto Regalado: en La Tizza, «Reflujo de la izquierda Latinoamericana (II)», 7 de junio de 2021 (https://medium.com/la-tiza/reflujo-de-la-izquierda-latinoamericana-ii-15e9bfad0426); y «El socialismo cubano necesita un debate y un nuevo consenso programático», 26 de julio de 2021(https://medium.com/la-tiza/el-socialismo-cubano-necesita-un-debate-y-un-nuevo-consenso-program%C3%A1tico-fadee2eaf3de?source=collection_home).
[10] Hugo Zemelman. «Enseñanzas del gobierno de la Unidad Popular en Chile», en: Gobiernos de izquierda en América Latina: el desafío del cambio (Beatriz Stolowicz, coordinadora), Plaza y Valdés Editores, México, 1999. p. 37.
[11] Ernesto Che Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba (1965), tomado de Formación Política Juventud Guevarista — Chile (PDF), en (http://juventudguevarista.cl/) consultado 25–7–2021.
Roberto Regalado (La Habana, 1953). Politólogo, doctor en Ciencias Filosóficas, profesor adjunto de Ciencias Políticas, licenciado en Periodismo y profesor de Inglés, miembro de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.