Como nieta de Marc Bloch y como historiador medievalista, hemos decidido unir nuestras voces para decir basta a la utilización abusiva que hacen del historiador, intelectual y miembro de la Resistencia Marc Bloch el presidente de la república, Nicolas Sarkozy, y sus adláteres, para adornar sus discursos ideológicos. Un día, yo, Suzette Bloch, le pregunté […]
Como nieta de Marc Bloch y como historiador medievalista, hemos decidido unir nuestras voces para decir basta a la utilización abusiva que hacen del historiador, intelectual y miembro de la Resistencia Marc Bloch el presidente de la república, Nicolas Sarkozy, y sus adláteres, para adornar sus discursos ideológicos.
Un día, yo, Suzette Bloch, le pregunté a mi padre: «¿Cómo conseguiste reunir el valor físico para resistir al ocupante?». Me contestó: «Verás, cuando te agreden respondes, es como un reflejo, ni siquiera te lo planteas». Mi padre se llamaba Louis Bloch. Era modesto. Me enteré por otros de sus hazañas en la Resistencia contra los nazis y sus auxiliares franceses. Esa pregunta se la habría hecho también a mi abuelo. Pero no le conocí. Le fusilaron. El 16 de junio de 1944. Cayó bajo las balas alemanas. Por la noche, en un campo. En Saint-Didier-de-Formans (Ain). También él era miembro de la Resistencia. Se llamaba Marc Bloch. Le habría hecho la misma pregunta a mi abuela. Pero no la conocí. Murió el 2 de julio de 1944. El Lyon. De pena, de privaciones, sin noticias de su marido, de sus hijos Étienne, Louis y Daniel, todos ellos alistados en el ejército de las sombras. Mi abuela se llamaba Simonne.
Marc, Simonne y Louis me han dejado una memoria, la memoria de una familia que colocó la libertad de espíritu en la cima de los valores humanos. Hoy siento indignación. La indignación me ayuda a superar la timidez que también he recibido en herencia. Para decir: «¡Basta!».
El 12 de noviembre, en La-Chapelle-en-Vercors (Drôme), el presidente de la república pronunció un discurso para aportar su «contribución» al debate que ha lanzado sobre la «identidad nacional», una noción gratuita y que puede servir a los peores propósitos ideológicos. Echó mano de mi abuelo en apoyo de su himno a la Francia atrincherada, cristiana y eterna. «Honor», «patria», «orgullo de ser francés», «identidad nacional francesa», «heredero de la cristiandad»: estos términos jalonan el discurso con que el jefe del Estado pretende describir lo que debe ser su Francia, avalada por el «historiador más grande».
En varias ocasiones, durante su campaña presidencial, creyó oportuno citar La extraña derrota, una mirada reflexiva a 1940 escrita por el historiador que también había sido combatiente. Pero esto ya es demasiado. Es ultrajante. ¿A qué viene esa manía de recurrir a Marc Bloch para atribuirse sus cualidades de hombre intachable? Acaso para dar apariencia noble y aceptable a un debate que obedece a cálculos electorales rastreros y a un proyecto ideológico de vuelta a lo «nacional», sin ninguna relación con los compromisos y la visión del mundo, sabia y ciudadana, de Marc Bloch.
Me niego a que utilicen a mi abuelo para ensalzar «la patria según Nicolas Sarkozy», que explota el miedo al «otro». ¿Al «extranjero»? ¿Al «inmigrante»? Siempre obligado a justificarse, marginado forzosamente por un debate centrado en la «identidad nacional», perseguido cuando no está «en regla», obligado a esconderse, a esconder a sus hijos o a trabajar en las pésimas condiciones del trabajo en negro. ¿Cuáles son esas «renuncias» que amenazan a la patria? Toda esa fraseología no tiene nada que ver con Marc Bloch, que luchó en circunstancias bien distintas contra verdaderos enemigos de las libertades.
«Soy un buen ciudadano del mundo, el menos chovinista de los hombres, y me enorgullezco de ello. Como historiador, sé toda la verdad que contenía el famoso grito de Karl Marx: «¡Proletarios de todos los países, uníos!»», escribía también el medievalista en La extraña derrota, en su afán por articular su intenso patriotismo abriéndose a horizontes más amplios.
No, yo, su nieta, no quiero que Nicolas Sarkozy utilice a Marc Bloch para sus fines. Él no habría aprobado esta ideología nacionalista malsana. Le pido al presidente que deje el pensamiento de mi abuelo a los estudiosos, a los críticos, a los historiadores, así como a todos los lectores de sus obras.
El historiador coautor de estas líneas tiene que decir, junto con otros muchos, que el famoso pasaje citado por el presidente y sus adláteres en varias ocasiones, entre ellas la de La Chapelle-en-Vercors, para hacer creer que la historia de Francia se adopta como un todo, como un animal de compañía, es una manipulación muy burda. Veamos la frase exacta: «Hay dos clases de franceses que no entenderán nunca la historia de Francia: los que no quieren vibrar con el recuerdo de la consagración de Reims y los que leen sin emoción el relato de la fiesta de la Federación».
Cuando se sitúa esta frase en su contexto, se comprende que sirve, ante todo, para denunciar la estrechez mental de la patronal de los años treinta, incapaz de comprender el ímpetu de las luchas obreras y, en particular, de las de 1936. «En el Frente Popular» añade Bloch «―el auténtico, el de las masas, no el de los políticos― revivía en cierto modo la atmósfera del Campo de Marte, en aquel radiante 14 de julio de 1790». Marc Bloch denuncia, sobre todo, la incapacidad de las elites para convocar grandes concentraciones en torno a los ideales democráticos, frente a las de los regímenes fascistas.
Los especialistas en Marc Bloch invitan a la prudencia en el uso de la frase, ya formulada durante la Gran Guerra. Han hecho distintas interpretaciones de la misma, haciendo hincapié en la doble circunstancia de guerra. A todas luces, una apelación como esta a la unión sagrada es un lugar común durante un conflicto, y debe entenderse en ese contexto.
Como de costumbre, el presidente saca palabras e iconos de sus contextos y sus vinculaciones para vestirlos con los ropajes del momento, los más nacionales en este caso, olvidando la época que los produjo y dificultando por completo la comprensión de los retos de nuestro tiempo. Tal como observa el historiador Gérard Noiriel, «a diferencia de Nicolas Sarkozy, que no ha perdido ocasión de censurar el pensamiento crítico como una amenaza para la identidad nacional, Marc Bloch, por el contrario, siempre lo alentó».
Traducido del francés por Juan Vivanco para Argenpres
Fuente: http://www.lemonde.fr/opinions/article/2009/11/28/laissez-marc-bloch-tranquille-m-sarkozy-par-suzette-bloch-nicolas-offenstadt_1273481_3232.html