Este profesor de Economía y miembro de Ecologistas en Acción analiza los efectos ambientales de la crisis.
Ahora parece que todos lo veían venir. Que era un resultado cantado. Por desgracia, no fue siempre así. Numerosos economistas críticos hemos señalado durante los últimos años -sin éxito- las grietas previsibles de un modelo económico condenado al fracaso cuyos costes sociales afloran ahora con fuerza. Menos atención han recibido, sin embargo, los costes ecológicos ocultos asociados a esta estrategia de ‘desarrollo’ claramente insostenible.
Insostenible tanto por el lado del consumo de recursos como por la generación de residuos, pues seguimos apoyando nuestra forma de producir y consumir en un 80% de recursos no renovables. Con la peculiaridad de que, del total de recursos naturales utilizados y valorados, el 50% han sido productos de cantera destinados a alimentar los sucesivos boom inmobiliarios y de infraestructuras. Si tenemos en cuenta que en el momento álgido del reciente boom inmobiliario se iniciaron 900.000 viviendas y que cada metro cuadrado de una vivienda exige por término medio una tonelada de energía y materiales, la dimensión del despilfarro parece obvia. Un absurdo ecológico y económico tanto más llamativo cuanto que casi dos tercios de lo construido no ha estado justificado por la demanda de primera residencia, sino que ha ido a parar a viviendas desocupadas a la espera de revalorización y posterior venta para materializar la inversión, o a viviendas secundarias con utilizaciones medias de 22 días al año. Poco importa que para ello hayamos batido el record europeo en producción de cemento (60 millones de toneladas) y de hormigón armado (185 millones de toneladas), o lo que es lo mismo, que hayamos producido cantidades que darían de sobra para pavimentar todo el territorio nacional a razón de más de una tonelada de cemento por hectárea o casi cuatro de hormigón.
Esta insostenibilidad interior aumenta con la insostenibilidad exterior plasmada en el doble déficit físico y territorial contraído con el resto del mundo. La creciente dependencia respecto de sustancias estratégicas (combustibles fósiles y minerales) explica que, por cada tonelada que sale de nuestro país en forma de exportaciones entren como importaciones tres toneladas más. Un déficit comercial físico que, para sorpresa de muchos, no lo tenemos contraído con nuestro principal socio comercial (la UE), sino con los países empobrecidos de África (gas de Argelia, petróleo de Nigeria, etc.) y América Latina. Ahora bien, a este déficit comercial físico se suma un creciente déficit ecológico-territorial equivalente a más de tres veces nuestra propia superficie productiva, resultado de una huella ecológica (el espacio que cada uno ocupamos para satisfacer nuestro modelo de consumo y absorber los residuos en forma de dióxido de carbono) de más de 5 hectáreas/ habitante, muy superior a la superficie ecológicamente productiva per capita española (1,4 ha/hab). Ya sólo para absorber nuestras emisiones de CO2 necesitaríamos una superficie forestal equivalente a tres países como el nuestro. Algo que, obviamente, no tenemos.
No es ya sólo un problema que el mundo no pueda soportar la generalización del modelo de producción y consumo norteamericano. Tampoco es viable ya extender al conjunto mundial el comportamiento económico- ecológico de un país como España, pues obviamente no todos los países pueden ser a la vez deficitarios en términos físicos, territoriales y financieros. De algún territorio tienen que salir los recursos para abastecer y financiar al resto.
Aunque, claro, antes que avanzar en una reconversión económicoecológica y social de raíz, parece que se prefieren invocar los conjuros tecnológicos de moda (I+D) con los que intentar dar, una vez más, gato por liebre.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Del-ilusionismo-al-desplome.html