El proceso para la derogación legal de la esclavitud en el Planeta tuvo que enfrentarse a una feroz oposición: conspiraciones, campañas de prensa y manifestaciones fueron algunas estrategias empleadas por el movimiento antiabolicionista, temeroso de que se perdiese el «privilegio» de la dominación absoluta de unos individuos sobre otros. La lucha por el derecho de […]
El proceso para la derogación legal de la esclavitud en el Planeta tuvo que enfrentarse a una feroz oposición: conspiraciones, campañas de prensa y manifestaciones fueron algunas estrategias empleadas por el movimiento antiabolicionista, temeroso de que se perdiese el «privilegio» de la dominación absoluta de unos individuos sobre otros.
La lucha por el derecho de la mujer a ejercer el sufragio, también hubo de vérselas con una enconada resistencia por parte de aquellos que se negaban a tan digna y necesaria reivindicación, y no fueron pocas mujeres las que afrontaron graves consecuencias por pretender alterar el «orden establecido».
A lo largo de la Historia, cualquier iniciativa tendente a superar situaciones de desigualdad, de injusticia o de sometimiento, ha sido presentada a la Sociedad por sus detractores como una amenaza que de consumarse, supondría el origen de terribles males. Y en esa dinámica torticera, los que defendían tales avances han sido tachados por los inmovilistas de elementos nocivos y subversivos instigadores de la catástrofe.
Hoy en día, continuamos siendo presa de egoísmos y de intereses similares a los de nuestros antecesores, un egocentrismo cuya prevalencia significó tantos borrones rojos de vileza y sangre en la crónica de la Humanidad; así, por eso de la casi imperceptible inmutabilidad en la naturaleza del hombre, la reacción actual de los que supeditan el respeto a terceros y la libertad ajena a su propio bienestar, sea económico o pasional, no difiere de la de aquellos que en siglos pasados, pusieron todas las trabas posibles a la evolución moral del ser humano.
La Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que se está desarrollando en Cataluña y cuyo objetivo es acabar con las corridas de toros, está soportando las iras de algunos sectores como en el pasado le ocurrió a los movimientos abolicionista y sufragista. Una campaña cuidadosamente organizada desde determinados medios e inspirada por ciertos grupos de presión, intenta trasladar a los ciudadanos la idea de que el fin de la lidia es un atentado contra la cultura y el arte, que vulnera el concepto de tradición y la más peregrina – y perversa – de las afirmaciones: que menoscaba la libertad.
Si torturar a un animal es pedagógico y hermoso, si merece la pena conservar como costumbre el sufrimiento de un toro, y si su derecho como ser vivo a no ser agredido es algo despreciable, entonces los promotores de la tauromaquia tienen razón. En caso contrario, nos estamos enfrentando una vez más a los herederos de los esclavistas a tenor de la raza o de la clase social y de los discriminadores en función del sexo; en este caso, ambas actitudes por mor de la especie de la víctima. En lo que no existe ninguna diferencia, es en que sucumbir a tan retorcidos argumentos es pecar de cobardes, afianzarnos en el atraso y prolongar la vergüenza de una ignominia subvencionada, porque en definitiva y todos lo sabemos, las corridas de toros serán abolidas antes o después. Sólo se trata de comprobar quién tendrá la dignidad, la valentía y la ética suficientes como para no dejar pasar más tiempo.
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