La jornada de ayer [por el martes] ha marcado un punto de inflexión que viene a verificar una hipótesis fuerte en nuestro análisis de la tendencia: la mutación de la agencia política de la emancipación. Con el éxito de la PAH ayer, capaz de obligar a dar marcha atrás nada menos que a una mayoría […]
La jornada de ayer [por el martes] ha marcado un punto de inflexión que viene a verificar una hipótesis fuerte en nuestro análisis de la tendencia: la mutación de la agencia política de la emancipación. Con el éxito de la PAH ayer, capaz de obligar a dar marcha atrás nada menos que a una mayoría absolut(ist)a del PP a la par que promover la devolución del poder al demos por medio de la única (aunque pobre) herramienta que ofrece el régimen (la ILP), prueba a un tiempo la obsolescencia del gobierno representativo y el fin de la arena parlamentaria como el locus del cambio social que nos puede sacar adelante.
El éxito de la PAH al doblegar al PP y al gobierno representativo en el día de ayer, materializando la reivindicación del 15M «¡democracia real ya!», es, además, doble: éxito por conseguir frenar la tentativa conservadora de ningunear a casi millón y medio de firmas ciudadanas y éxito por demostrar que el PP no dio marcha atrás por demócrata sino por todo lo contrario. Al grito de «¡expúlsenlos, coño!», la tercera autoridad del Estado, sosias para la ocasión del infausto golpista, dejó bien claro que el Parlamento no quiere escuchar a la sociedad organizada, sino que se ve obligado a plegarse tácticamente en sus cuarteles de invierno hasta que, sencillamente, se pueda hacer efectivo, en mejores condiciones de manipulación mediática y funcionamiento instituciona, la mayoría absoluta de los populares.
Pero aún es más: en el día de ayer, la PAH no sólo protagonizó la jornada con su doble éxito en la cámara, sino que, muy justamente, ocultó, además, el que debía haber sido el bombazo mediático de la izquierda parlamentaria: la retransmisión de la comparecencia a puerta cerrada de Draghi en el Parlamento. La PAH robó ayer todo el protagonismo a esa izquierda burocrática de las organizaciones de partido, de los notables que medran en los espacios de poder subalternos del gobierno representativo y que sólo obedecen a la lógica de los rendimientos electorales. La que se esperaba fuese una situación que permitiese mostrar a la multitud que las organizaciones partitocráticas también saben usar twitter, facebook o youtube para producir democrática, acabó con un regusto a impotencia ante el merecido protagonismo de una estructura de movilización nacida de la multitud como es la PAH.
Romper con lo viejo, ir más allá de una vez por todas
La coyuntura de ayer fue uno de esos puntos de no retorno que siempre ha sido preciso atraversar. No «el» punto, pero sin duda uno de tantos que, cuando se saben leer como tendencia, apuntan precisamente a una irreversible mutación estructural de medio y largo plazo: el cambio de agencia, el paso definitivo de la política de partido a la política de movimiento (sobre este particular hace ya tiempo que venimos trabajando: véase el capítulo «tres políticas» escrito en su día).
Cuando tras momentos como el de ayer se pone de relieve este debate suelen expresarse tres tipos de posiciones que responden a tres lógicas: la conservadora, la ecléctica y la emancipatoria. La primera funciona sobre la base del chantaje organizativo y reclama todavía el protagonismo del partido (se puede identificar fácilmente con los planteamientos habituales del PCE y otras tradiciones semejantes). La segunda es consciente de que hay un cambio en curso y que este opera sobre bases nuevas, pero todavía pretende pensar la estrategia antagonista sobre la base de una desdiferenciación originada por la necesidad de conferir al movimiento dirección política, recomponer la «unidad de la izquierda» (¡ese sofisma!) y demás lugares comunes de la gramática política moderna (Izquierda Anticapitalista y otros grupos semejantes suele ser un referente de este modo de pensar). Por último, la posición emancipatoria es aquella que lee la tendencia, la que interpreta que se están forjando, si acaso a un ritmo siempre inferior a nuestros deseos, pero de manera inexorable, las condiciones de posibilidad que hacen posible una política otra y, con ella, la instauración del régimen político del común.
El chantaje partitocrático de la «izquierda»
Desde que en los años ochenta se institucionalizó el régimen de 1978 y la composición del trabajo fue ligada a los mecanismos de la acción social concertada, el trabajo se vio sometido a (1) una representación hegemónica protagonizada por los sindicatos de los Pactos de la Moncloa, (2) la subalternidad de las figuras ajenas al trabajo asalariado, masculino, con papeles, etc., y (3) la externalización progresiva de los costes de la implementación del proyecto neoliberal por medio de partidos y sindicatos de izquierda sobre las espaldas del precariado emergente. Este proceso, intensificado en las dos últimas décadas, llega ahora a su punto álgido con esta estafa llamada crisis en la que vemos como una generación cae al abismo de la pobreza por culpa de la total falta de previsión y confortable acomodo de las elites de la izquierda partitocrática y sindical de las últimas décadas.
Ante esta crisis, esta «izquierda» (en rigor, la única izquierda, ya que como concepto, la propia noción de izquierda es en sí misma base de la propia producción de hegemonía discursiva en el interior del trabajo) no sabe ya muy bien como salvar los muebles. Las patéticas tentativas del PSOE por hacernos colar la posibilidad de regeneración de su alternativa mediante la autocrítica o la incorporación de savia nueva carecen por completo de toda credibilidad. Pero tampoco es mayor, claro está, la credibilidad de IU como Syriza o de sus innúmeras refundaciones. En la base común de quienes defienden esta posición inoperante, por activa, por pasiva o, mucho nos tememos, por pura inercia, ignorancia e irreflexividad, se encuentra una gran parte de quienes todavía capean mal que bien la crisis y se niegan, si acaso por ello mismo, a renunciar a sus viejos esquemas ideológicos, a saber: el fetichismo de la organización de partido.
En efecto, para esta izquierda conservadora, la crisis política se expresa en el nudo gordiano del chantaje al que aboca la propia hegemonía sobre el precariado. El ideologema del chantajismo organizativo partitocratico, por expresarlo sintéticamente, reza así: «El PSOE, IU o la organización que sea, no es prescindible en la recomposición de la izquierda, ERGO tenéis que aceptar nuestra existencia acríticamente o moderando vuestras críticas, de suerte tal que quienes hasta ahora mantenemos una posición hegemónica podamos mantenerla incorporándoos ciertamente con algún pequeño cambio (estilo la integración del tonto útil de Alberto Garzón) a una ampliación de nuestras bases sociales; en definitiva, no hay otra alternativa para la izquierda que la realización del viejo apotegma lampedusiano que cada día critica al régimen: cambiar todo para que nada cambie».
Quien arraiga su práctica teórica en la política de movimiento sabe, sobre todo desde ayer, que este equilibrio precario no solo se hunde cada día más, sino que pronto colapsará del todo, liberando, como tuvimos ocasión de ver ayer, esa mutación en la agencia de la emancipación que marca la subsunción definitiva de la política de partido en la política de movimiento. O por decirlo de otro modo no es Cayo Lara, sino Ada Colau quien cataliza la crisis del régimen; no es la IU del PCE sino la PAH del movimiento la que articula políticamente una oposición efectiva con la que salir de la crisis. Hora es de que se vayan enterando las izquierdas hegemónicas (sindicales, partitocráticas, etc.) que su tiempo de control y dominio sobre el trabajo ha terminado.
Buscar la oportunidad histórica salvando los muebles
Ante el conservadurismo de la izquierda parlamentaria y sindical, la posición ecléctica de los grupúsculos más o menos razonables de la extrema izquierda suelen leer el momento como la hora de ajustar cuentas con el pasado, con la Transición en que fue derrotado el cambio revolucionario y demás rencores pretéritos que se suelen remontar, no por casualidad, a la pugna por la herencia de Lenin entre Trotski y Stalin. A pesar de los innúmeros aggiornamenti operados bajo etiquetas como izquierda alternativa, nuevos movimientos sociales, etc., una misma alternativa prosigue su lectura siempre insuficiente y a medio plazo paralizadora de la estrategia antagonista.
Se trata, como no podía ser de otro modo en quien comparte con el conservadurismo de izquierda una misma gramática política, de ese permanente reificar para rentabilizar representaciones contingentes; la voluntad de extraer permanentemente réditos inmediatos en la métrica de lo representativo del propio militantismo en los espacios de movimiento. La convicción de que son posibles las dualidades conceptuales en la teoría de la agencia partido/movimiento, militante/activista, etc., como si estas no fuesen, en suma, más que esa contingencia entre lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no acaba de nacer tan característica de los tiempos de crisis y que tan lúcidamente fue caracterizada por el apotegma gramsciano. Un vano parasitismo de la política de movimiento acaba siendo, por todo ello, el principal, cuando no único rasgo de esta estrategia política abocada, por definición, a un estrepitoso fracaso.
Abandonar la zona de confort, optar por el pensamiento divergente
En el presente estado de cosas, el éxito de la PAH no debe ser sobredimensionado. Su trabajo no se ha hecho en un día, ni se ha forjado sobre la base de contingencias. La política de movimiento que en ocasiones aflora con éxitos tan esperanzadores como el de ayer, tiene sus ritmos, su tempo. Para poder acelerarla de acuerdo a la realización de una estrategia antagonista es absolutamente necesario comprender la lentitud de aquellas sedimentaciones que le son necesarias, de los procesos de subjetivación que requiere, de la innovación desobediente de los repertorios de acción colectiva sin los cuales no es posible la disruptividad que logra la disruptividad imprescindible. Pero, sobre todo, lo que resulta absolutamente urgente en las condiciones actuales, es abandonar la zona de confort del pensamiento de la izquierda para producir otro discurso político, otros marcos de intepretación de la situación que sirvan a la catalización de los procesos cognitivos que requiere la formulación de una alternativa al presente estado de cosas. A tal fin es preciso abandonar las viejas categorizaciones, los conceptos cárcel, las argumentaciones que reproducen hegemonías. Urge, por ello mismo, activar los procesos de subjetivación que hacen cambiar la visión de las cosas, el pensamiento que nos sustrae de los esquematismos obsoletos, las maniqueas dualidades del sustrato cultural judeocristiano que impiden la comprensión de lo complejo. Solo en este coraje teórico, en la praxis cognitiva de pensar el porvenir hay lugar para el cambio.
Fuente: http://raimundoviejovinhas.blogspot.com.es/2013/02/es-del-militante-al-activista.html