Durante años, muchos años, la descodificación del mensaje oficial era un ejercicio sencillo en nuestro País: cuestión de bajar el volumen del telediario y asomarse a la ventana. La calle reflejaba permanentemente una realidad totalmente alejada de los platós del consenso, los discursos uniformizadores y las mentiras o los silencios programados que llegaban invariable y […]
Durante años, muchos años, la descodificación del mensaje oficial era un ejercicio sencillo en nuestro País: cuestión de bajar el volumen del telediario y asomarse a la ventana. La calle reflejaba permanentemente una realidad totalmente alejada de los platós del consenso, los discursos uniformizadores y las mentiras o los silencios programados que llegaban invariable y siempre puntualmente desde las parrillas de Madrid. Duró mucho tiempo, más o menos para entendernos quince o veinte mil socializaciones primarias, varios procesos electorales, cerca de cien muertos por disparos al aire (los muertos siempre paseaban por el cielo protector pero menos) y la prolongación nunca explicada de aquella larga sombra de día uniformada y de noche incontrolada, en fin. Es verdad que luego vinieron las reconversiones vestidas de cordero anticipado (en el mejor de los casos), los desencantos de la edad y las plusvalías, «Cuéntame» y otras patologías, los late-shows y los nuevos editoriales de la prensa libre y democrática, a la sazón, herramienta insustituible en la manipulación de conciencias y voluntades. Un largo y cómodo camino en el que periodistas del pasado (libres de polvo y paja) y sus discípulos aventajados de redacción (más cornadas da la nómina) elaboraron su propio universo mirando siempre al norte abrupto y sin domesticar, fraguando doctrinas, lecturas adecuadamente revisadas y estados de opinión que transmutaron en el imaginario popular (especialmente entre los restos del naufragio de la izquierda) al «primo de Bilbao» en el Quinto Jinete del Apocalipsis. Todo ello, es verdad, con la inestimable ayuda en muchas ocasiones de una organización armada deseosa de aportar lo suyo a la liturgia contribuyendo modestamente a convertir, por citar algún sencillo e impagable tributo, a los verdugos en víctimas en un período record de adaptación.
Así las cosas, el festival mediático ha ido aumentando su poder de atracción y su estética adecuada a los nuevos tiempos sumando en su perseverancia a los insustituibles neocom hispanos, duchos en pasados de compromiso (dicen), rencores irrefrenables y ansias de protagonismo estelar en el reino de los ciegos. ¿Qué hacer entonces ante un panorama como el actual en el que, lo sabemos, la manipulación permanente de la realidad vasca y el «difama que algo queda» llena calles y alamedas de venganzas diseñadas, odios obscenos e ilesos, «mayorías silenciosas», banderas victoriosas que nunca se fueron y/o masas adoctrinadas en el resentimiento más primario? Algunos dirán, con cierta ingenuidad, que es necesario (observando éste y otros muchos temas) un evidente replanteamiento del oficio propiamente dicho contribuyendo desde las Facultades a la constitución de una nueva generación de profesionales fraguada en el espíritu libre, la crítica con rigor o la independencia de criterio. Es difícil: todos sabemos que, como señalaba anteriormente, el ambiente en las redacciones y la hipoteca a las retribuciones mensuales contribuyen tanto a los libros de estilo y a la autocensura como los consejos de dirección y su ética purificadora. ¿Es posible imaginar, por ejemplo, a un joven e inquieto/a periodista de investigación elaborar un reportaje en profundidad en cualquiera de los grandes grupos multimedia del Estado sobre las «otras víctimas» de este doloroso conflicto? ¿O sobre el largo y permanente silencio que ha acompañado la práctica siempre mantenida de la tortura en comisarías y cuartelillos? ¿O quizá un trabajo en torno a los verdaderos intereses ocultos que subyacen en la negativa eterna a que los ciudadanos navarros-as puedan optar libre y democráticamente por elegir su marco de relaciones con el Estado después de ser sometidos a un «ordenamiento autonómico-foral» sobre el que nunca pudieron expresarse? ¿O, termino para evitar un listado-páginas amarillas, un reportaje de acercamiento libre y sin prejuicios a la ciudadanía vasca para que exponga por encima de silencios culturales su opinión sobre las razones de su irredento «espíritu diferenciador»? La respuesta en todos los casos es evidente. Así pues, pensemos en otros recursos.
Se me ocurre, cuestión de dar ideas, que sería bueno trabajar entre todos-as en un tiempo como éste por favorecer la incorporación de visiones plurales evitando rigurosamente lecturas unívocas (y en consecuencia manipuladas) de la llamada «cuestión vasca»: Escuchar todas las voces por encima de criminalizaciones y de encasillamientos políticos de acuerdo al guión ya elaborado. Este reduccionismo, por ejemplo, ha llevado a una absoluta confusión en el exterior respecto a los agentes activos en nuestra plural y heterogénea sociedad civil. Se trataría, labor progresiva, de abrir las páginas de opinión de los periódicos y revistas, las tertulias radiofónicas o los programas televisivos del Estado a las valoraciones de otros vascos-as, que completen y contrasten los conocidos comentarios de los ya habituales «cortesanos-as de orden» (Calleja, Yanquee, Mora, Gurruchaga, Zarzalejos…), redescubiertos en los conciliábulos mediáticos del Reino. Un proceso, por lo demás, que también debería tener su retroalimentación doméstica pensando, por ejemplo, en la cuando menos autocomplaciente e hipotecada ideológicamente radiotelevisión pública vasca (pública, no lo olvidemos). Pero esa es cuestión para otro debate…
En fin, buscar en definitiva entre todos-as espacios plurales y diversos para una comunicación abierta, sincera y sin manipulaciones. Posibilitar un ejercicio de catarsis, siempre necesario, desde la comprensión mutua y la necesidad de superar distancias y desencuentros. Y todo ello desde ese respeto democrático real que, sin comillas y con mayúsculas, nunca hemos dejado de conjugar pese a silencios y políticas perversas. Entonces, tratándonos de tú a tú y sin dejar de mirarnos directamente a los ojos, es cuando nos daremos cuenta que realmente sí, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.
* Joseba Macías. Sociólogo, periodista y Profesor de la Universidad del País Vasco.
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