Ponen de chupa de dómine al Gobierno porque quiere ayudar a los jóvenes a alquilar pisos. Tengo amigos que me aseguran que las medidas anunciadas son erróneas y sólo servirán para encarecer los alquileres. Es posible. No puedo discutirlo. No soy experto en la materia. Los que me sublevan son los que se oponen al […]
Ponen de chupa de dómine al Gobierno porque quiere ayudar a los jóvenes a alquilar pisos. Tengo amigos que me aseguran que las medidas anunciadas son erróneas y sólo servirán para encarecer los alquileres. Es posible. No puedo discutirlo. No soy experto en la materia.
Los que me sublevan son los que se oponen al proyecto alegando que el Estado no puede soportar semejante carga económica. No paran de dar voces, indignados porque dicen que el Gobierno está tirando la casa por la ventana acordando toda suerte de gastos sociales. Según ellos, ese electoralismo va a dejar al erario con una mano delante y otra detrás.
Cuando uno calcula cómo administrar sus exiguos ingresos, examina el conjunto de sus gastos y determina en qué capítulos puede mostrarse más sobrio y cuáles otros no tienen vuelta de hoja, porque son imprescindibles. A los críos hay que llevarlos a la escuela. La abuela tiene que estar asistida. Y si hay que prescindir de aperitivos y de camisas caras, se prescinde.
Así deben verse los Presupuestos Generales del Estado. ¿Que no nos podemos permitir la adquisición de más aviones de caza y más tanques, porque son carísimos? Pues no se compran. ¡Total, para lo que nos iban a servir! ¿Que nos sale por una pasta sostener el equilibrio bancario? Pues que se las arreglen los bancos entre ellos, que dinero no les falta. ¿Que es una ruina sufragar los gastos de una familia real tan inútil como venal? Pues nos mercamos un presidente de República barato, y a otra cosa. De lo que no podemos prescindir es de escuelas, de hospitales, de infraestructuras, de jóvenes emancipados y de viejos debidamente atendidos.
«¡Demagogia!», replican algunos. Ya. Pero, ¿qué culpa tengo yo de que los hechos sean demagogos?