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Democracia degenerada, izquierda capitalista y movimientos sociales

Fuentes: Rebelión

Politica y naturaleza. La política es la acción consciente de tejer el tejido social. Por lo tanto, dicha acción debe ser – y no puede no ser – un proceso en el que las personas, convertidas en actoras, se autodeterminan y construyen colectivamente las condiciones de su propia existencia material y social. La política es […]

  1. Politica y naturaleza.

La política es la acción consciente de tejer el tejido social. Por lo tanto, dicha acción debe ser – y no puede no ser – un proceso en el que las personas, convertidas en actoras, se autodeterminan y construyen colectivamente las condiciones de su propia existencia material y social. La política es el resultado de la deliberación. En rigor, no puede hablarse de política como algo que precede al diálogo sino como el resultado de dicho diálogo.

La acción política supone una búsqueda permanente de las formas adecuadas de participación, delegación y mediación social. Esta búsqueda tiene como finalidad construir una sociabilidad segura para tod@s. Las virtudes para lograr la convivencia ordenada son la prudencia, la justicia, la amistad, la deliberación, los límites compartidos, el bien común. Históricamente, dichas virtudes han sido objeto de controversias entre los filósofos morales1 y resultan del punto medio entre aspectos contradictorios: libertad y necesidad, lo individual y lo social, lo material y lo imaginario, naturaleza y sociedad, hombre y mujer, pasado, presente y futuro.

Pero ésta concepción ética de la política dista mucho de la dominante hoy en día. En las sociedades de mercado, el bien común no depende de de las formas de gobierno y de la voluntad de los individuos y los pueblos, sino del cumplimiento de las leyes de la economía. La política no funda las relaciones sociales, solamente las administra. No está antes, sino después del intercambio rentable. No establece el orden social, sino que gestiona un orden determinado de antemano por la economía.

La modernización mercantil disuelve las virtudes comunitarias en la objetividad despiadada del dinero. El desorden económico, ecológico y moral está sostenido por la fuerza del Estado y se legitima, como el único posible, por los intelectuales apologistas del mercado. Las virtudes que proclama son la satisfacción de los deseos individuales ilimitados y el relativismo moral. Estos principios son compartidos, no solo, por los beneficios, sino también por los perjudicados.

La fingida superación del debate sobre las formas políticas, facilita el dominio de la economía sobre el conjunto de relaciones sociales. La modernización económica y tecnológica promete la libertad política respecto de la naturaleza, la servidumbre y la arbitrariedad. Pero impone un sufrimiento general «inevitable». Ante las leyes económicas, son tan impotentes las mayorías excluidas como las minorías beneficiadas.

La globalización de este modelo acentúa su totalitarismo y su impunidad. Crece la riqueza y con ella la desigualdad. Las cien empresas más grandes controlan recursos equivalentes a 1/3 del producto interior anual de todos los países del mundo. En EEUU, el 1% más rico de la población ha pasado de poseer el 5% de toda la riqueza en 1975 a poseer el 20% en 2005. La globalización económica y el libre comercio se presentan como el mejor de los mundos pero, para la mayoría, construyen el peor de los infiernos.

Las catástrofes de la economía global aparecen como «naturales» y por tanto, como inevitables. Tal como hace el criminal con el rastro de su crimen, la naturalización de la economía de mercado necesita borrar las huellas de su propia constitución. Aunque son producto de nuestras acciones y omisiones, parecen tener su origen en el «más allá». Perteneciendo a la esfera de lo político, es como si obedecieran a leyes naturales. Al banalizar la desigualdad, la explotación y el desamparo, la civilización capitalista extiende por doquier la inseguridad y la violencia.

Las ciencias sociales modernas, constituidas en una ortopedia de la economía, se limitan a constatar lo que hay. El ajuste entre la noción de «orden» y el orden caótico realmente existente, equipara el ser y el deber ser. Con ello, las ciencias sociales se transforman en una mera descripción de la realidad, es decir, en apología. De esta manera se produce un cierre sistémico entre la realidad práctica y la realidad teórica que teoriza dicha práctica.

Las consecuencias políticas de este cierre están a la vista. La compasión globalizada nos llama a movilizarnos contra la pobreza sin enfrentarnos con sus causas y nos convoca a campañas y manifestaciones subvencionadas y encabezadas por los causantes de dicha pobreza. Las ONGs ecologistas nos movilizan a favor de la sostenibilidad del capitalismo. El sindicalismo mayoritario se preocupa más de la buena marcha de los negocios que de las necesidades de l@s trabajador@s.

Para el liberalismo, el principio de realidad lo marca el mundo de la economía. Esta, a su vez, se presenta como dependiente de leyes mercantiles cuyo origen está en las leyes de la naturaleza. Para la antropología y la sociología capitalista, el afán de posesión y la competitividad de los individuos, son el origen de la riqueza y constituyen datos inmodificables.

  1. Teologia, individuo y mercado.

Adam Smith, en la obra fundacional del liberalismo2, establece la separación formal de la política y la economía como un rasgo central de la modernidad. La emergencia del mundo moderno se caracteriza por la disolución de las formas de legitimación religiosa del orden social imperantes en la Edad Media. Estas consideraban que el fundamento de las relaciones sociales era la voluntad de Dios. A partir del siglo XVII la explicación de la sociabilidad, que antes se daba como un hecho natural, aparece como un problema.

En la Edad Media, el ser humano era un ser pasivo que debía acomodarse a un orden providencial y sagrado. En la modernidad, el individuo pasa al centro de la escena como el sujeto desde el que se constituyen las relaciones sociales. El orden social, que venía dado por la providencia de Dios, se presenta ahora como el resultado de las relaciones entre los individuos.

Antes del siglo XVII no existía la noción de individualidad, ya que esta se hallaba disuelta en la naturaleza espiritual del ser humano. Con la modernidad, emerge el individuo como célula fundacional del orden social. La tradición cristiana incorporó a esta emergencia su noción de la naturaleza humana como un compuesto de cuerpo y alma. A partir de aquí, diversas teorías explicaron la relación entre uno y otra.

La visión teológica del mundo, escindido en el mundo finito de las personas y el mundo infinito de Dios, se traslada a la visión del individuo compuesto por dos naturalezas. Una finita y cognoscible – el cuerpo – de la que podemos hablar y otra – el alma – que, por pertenecer al mundo de Dios, no es comprensible por nuestra razón. Cuando la naturaleza humana era únicamente espiritual, los problemas del orden social consistían en seguir las reglas del bien y rechazar el mal, fijados por la omnipotencia de Dios. Con la modernidad, el mundo se abre en dos órdenes incomunicados. Sobre el mundo infinito de Dios, de donde procede la noción del bien y del mal, no podemos decir nada. Por lo tanto, las normas sobre las que construir el orden social sólo se pueden plantear desde el propio individuo, finito y corpóreo. La realidad social parte del individuo y desde él se explica la constitución de la sociedad. A partir de estas nociones se desarrolla, desde el siglo XVII, el individualismo metodológico.

La concepción de un individuo previo a la realidad social profundiza la ruptura con el pensamiento aristotélico. Para Aristóteles, individuo e individuo como ser social eran lo mismo porque no es pensable un ser humano preexistente o fuera del hecho social3. Desde este presupuesto, las nociones de bien y de mal estaban integradas en la determinación social de la persona. Bien, es el conjunto de acciones que construyen una sociabilidad ordenada cuyo fundamento es la integración social de todas las personas. Mal, es lo que, al crear desigualdad, exclusión y violencia, disuelve el orden social.

Desde la visión liberal existen dos formas de entender el funcionamiento de la sociedad. Una, parte de la naturaleza social del individuo y tiene que ver con la mayor o menor idoneidad de las acciones de éste respecto a las leyes y los sentimientos morales. La otra, se deriva de la naturaleza individual de dicho individuo y tiene que ver con su propensión a aumentar su propia riqueza. La primera es una teoría de la moral. La segunda es una teoría de la eficacia económica. Se trata de dos teorías distintas con una misma antropología que conduce a un resultado mágico: los individuos, persiguiendo sus intereses particulares realizan los intereses generales de la sociedad.

Para el pensamiento ilustrado la moral es un concepto variable ya que, según se modifiquen nuestros sentimientos, se modificará la moral. Por el contrario, para dicho pensamiento, la económica no admite modificaciones porque permite la regularidad de las cosas. Esto nos conduce a que las personas son libres en el campo de los sentimientos morales, pero no en el de la economía.

El individuo «moderno» está escindido entre el rechazo a los resultados de la violencia mercantil, que sus sentimientos morales perciben como negativos y la impotencia para evitar el funcionamiento inapelable de dicha economía. La moral y la compasión pertenecen al terreno de los sentimientos, que pueden permitirse ser irracionales. Por eso, deben estar gobernados por la economía. Al individuo de mercado, sólo le queda asumir su precariedad como un destino inevitable y ser compasivo y solidario con las víctimas de las leyes de la economía.

Lo que otorga racionalidad a las sociedades de mercado es el sistema económico. El sistema moral aparece como algo accesorio. La racionalidad de la economía, al estar dentro de la naturaleza de las cosas, convierte a las personas en meras receptoras de dicha racionalidad. Esta concepción «moderna» nos retrotrae a la afirmación escolástica: «la verdad es la adecuación del conocimiento a la realidad». Augusto Compte, padre del positivismo, daba cursos de astronomía a trabajadores para demostrarles que, al igual que el orden de los astros es inmutable, el orden capitalista de la sociedad también lo es.

La ideología «de mercado» no admite una interpretación ética del comportamiento económico porque considera que ética y economía son dos planos separados e independientes. Podemos tener compasión por los trabajadores accidentados o sentir lástima hacia los muertos por el hambre, la comida basura, las enfermedades profesionales y los accidentes de tráfico, pero este sentimiento no puede interferir la racionalidad de las relaciones económicas causantes de esas muertes.

Desde Adam Smith, el pensamiento económico se considera emancipado de la política y de la moral. Esto implica otorgar a la ganancia del capital el poder constituyente de las relaciones sociales. Sin embargo, la soberanía del capital no se debe al poder del pensamiento económico sino al poder de quienes lo administran. La potencia con la que se despliega la economía de mercado se basa en su capacidad de integración social o en la veracidad de las teorías que la legitiman, sino en la violencia material y cultural que la constituye. Sin la violencia armada y cultural del estado, la violencia competitiva del mercado no podría sobreponerse a sus consecuencias catastróficas ni lograría el consentimiento de sus víctimas.

  1. Democracia y Mercado.

El orden político y la paz social se fundamentan en la libertad de las personas y de los pueblos junto con el respeto a los límites de la naturaleza y a las leyes. Sin embargo, tras el nombre de «democracia» se despliega un régimen parlamentario que otorga a la libertad de empresa más fuerza que a las libertades y los derechos de la gente. Los políticos, sindicalistas e intelectuales defensores -o leales opositores- de este régimen, se autodenominan «los demócratas».

La política, convertida en técnica para la administración de los individuos individualizados, se basa en normas externas a dichos individuos. Estas normas, contenidas en el Derecho y el imaginario social instituido, se apoyan en la legalidad «natural» del mercado, la competitividad y los comportamientos individualistas. La sociabilidad mercantil exige la subordinación de los individuos a dichas normas. La libertad de los individuos, paradójicamente, solo es posible bajo las leyes del estado y desde las leyes del mercado. Desde su aparente libertad, el individuo construye un sistema que se emancipa de él y le arrebata la libertad.

La operatividad de estas normas exige el disciplinamiento de los individuos mediante la producción social de un individuo impotente, solitario y calculador. Este individuo individualizado, arrancado de sus vínculos comunitarios, usa su razón para maximizar su utilidad al margen -y a menudo en contra- de los demás individuos. Al basarse en comportamientos económicos egoístas, predecibles y calculables, la economía se postula como una ciencia de la sociedad. Por el contrario, la política, al depender de las relaciones de poder y de la voluntad de las personas, aparece como un terreno incierto. Este terreno peligroso, debe tener como límite y como horizonte el funcionamiento de la economía. Al ocultar las relaciones de explotación y dominación que la constituyen, la economía «naturalizada» aparece como el reino de la libertad y la seguridad.

Con esta operación se cierra la posibilidad de que las personas organicen la sociedad a partir de su voluntad y de su libertad. El individuo, supuesto protagonista del orden social, es protagonizado por la dinámica fundacional de dicho orden, la economía. En dicha economía los individuos se sumergen, inertes, en las leyes de la oferta y la demanda. Las ciencias sociales se constituyen sobre la clausura de la autodeterminación de los individuos, de las clases sociales, de las mujeres y de los pueblos respecto a la constitución de la economía como principio de realidad. Es decir, sobre la clausura de la política. La economía niega el fundamento político de la democracia y la reduce a un mero instrumento suyo.

En las sociedades de mercado la actividad política se realiza al margen de la vida de l@s ciudadan@s. Dicha actividad consiste, sobre todo, en crear las condiciones que hacen posible la libertad de empresa y en la gestión de sus permanentes crisis económicas, ecológicas y bélicas. A pesar de que el caos mercantil no podría sostenerse ni un día sin las muletas del estado, los políticos de mercado se esfuerzan en convencernos de lo peligrosa que es cualquier intervención política en la economía.

Los empresarios y sus políticos a sueldo vociferan, como si se acabara el mundo, contra las regulaciones laborales, medioambientales o sociales. Sin embargo, reciben con agrado las jubilaciones anticipadas y el seguro de desempleo para facilitar el despido de sus trabajador@s, así como todo tipo de desgravaciones fiscales y exenciones de la cuota empresarial a la Seguridad Social. Más aún, claman por la inyección de liquidez en el sistema bancario, piden ayudas frente a las perdidas producidas por la especulación, la deslocalización o la competitividad que ellos mismos defienden y exigen infraestructuras y equipamientos para nuevas promociones inmobiliarias a pesar de existir tres millones de viviendas vacías. Es decir, están contra toda intervención estatal en la economía con la única excepción de la que transfiera recursos públicos a las cuentas de resultados de sus empresas o reduzca sus impuestos.

La Economía global y la economía criminal tienen muchas zonas de solape y muchos rasgos comunes, sin embargo, la corrupción de la política y de los políticos facilita la presentación del mercado como un sistema de regulación social más seguro y eficiente. Al partir del egoísmo de las personas, la economía parece más científica que la política. La economía, basada en el individuo individualista, es más previsible y calculable que la política, que persigue un imposible diálogo en busca de los intereses generales. Esta visión corrompida de la naturaleza humana y de la política es, a su vez, corruptora. La sombría noción del «individuo de mercado», no solo describe el tipo de persona que facilita las tropelías del capitalismo. También lo prescribe y lo construye. El ajuste entre economía de mercado, sociedad de mercado e individuo de mercado, constituye el sistema más totalitario de la historia de la humanidad. Imposibilita la valoración política y ética de los actos de las personas y coloca la virtud en el campo de la obediencia a las leyes económicas. La dictadura parlamentaria del capital es la forma que adopta el fascismo en las sociedades modernas. En ausencia de una verdadera oposición, las clases dominantes no necesitan desmontar la democracia porque el capitalismo es su verdadero y único contenido.

Entre la izquierda y la derecha parlamentarias existen diferencias. Ante los desastres del «libre comercio», la derecha propone más mercado y la izquierda más estado. Pero ambas coinciden en la aceptación del mercado y la libertad de empresa como principales mecanismos reguladores de la vida económica y social. Tanto la derecha como la izquierda conciben la política, no antes de la economía, fijándole fines y poniéndole límites, sino después, poniéndole parches y pagando los costes de sus desaguisados con los recursos de toda la sociedad. Todos los políticos parlamentarios hacen su política desde las leyes del mercado y no desde la centralidad de los derechos y libertades de la gente. El régimen político que permite que la libertad de empresa tenga más fuerza que las libertades y los derechos ciudadan@s usa el nombre de «democracia». Los políticos, sindicalistas e intelectuales defensores – o leales opositores – de este orden, se autodenominan «los demócratas».

En el régimen parlamentario de mercado la oposición se reduce a expresiones de desacuerdo verbal entre corporaciones de políticos profesionales que no persiguen cambiar el rumbo de la sociedad sino empuñar el timón. El pluralismo político se limita a las broncas parlamentarias y mediáticas entre el modelo liberal – keynesiano defendido por la izquierda cuando está en la oposición y el modelo neoliberal defendido y aplicado por la derecha y por la izquierda cuando está en el gobierno. Salvo el movimiento popular vasco por la autodeterminación y el socialismo, los movimientos sociales del estado español son filiales de estas dinámicas.

La oposición real es la que no se produce entre quienes consideran el capitalismo un hecho natural y quienes lo consideran un hecho político producto de la desigualdad, el dominio y la explotación. La existencia de la izquierda está vinculada a la oposición de masas contra el orden totalitario y violento del mercado. Al igual que no hay libertad sin lucha por la liberación, no hay izquierda sin enfrentamiento con el capitalismo. El vacío de oposición es simétrico al vacío de una izquierda real, entendida ésta como una teoría y una práctica política sustancialmente diferentes de la teoría y la práctica de la derecha. Es decir, una teoría y una práctica cuya finalidad es la autodeterminación sinérgica de los trabajador@s, las mujeres y los pueblos oprimidos.

Las políticas redistributivas, de cohesión social, desarrollo sostenible e igualdad de género deben ser apoyadas. Pero sin olvidar su carácter paliativo y su dimensión demagógica. Más allá de su positividad parcial son, sobre todo, un instrumento para la sostenibilidad del mercado, un mecanismo para desactivar cualquier movimiento social autónomo y una capa de maquillaje para la izquierda capitalista. Las políticas sociales, ecológicas y feministas de «la izquierda de mercado» son una gota de bálsamo frente a la potencia ideológica – constructiva y destructiva – del enriquecimiento y la competitividad.

Romper con el PP es conseguir que vivienda, alimentación, educación y sanidad estén fuera del mercado, que se respete la autodeterminación popular, que los cuidados tengan el rango de actividad primordial para tod@s y que el gobierno se mantenga al margen de agresiones y crímenes de guerra contra otros pueblos, lo que supone cancelar las bases militares extranjeras en nuestro territorio y poner fin a la pertenencia del estado español a la OTAN. Pero esto significa romper también con casi toda la política del PSOE. Apoyar al PSOE significa apoyar sus políticas enfrentadas al PP (el 5%), pero también significa apoyar sus políticas coincidentes con las políticas del PP (el 95%). Elegir al poli bueno frente al poli malo es interpretar el guión que han escrito para nosotros. Este guión permite que la violencia competitiva – más totalitaria cuando más global – se despliegue libre y democráticamente.

Las catástrofes sociales y ecológicas así como la dominación de unas clases por otras, de unos países por otros y de las mujeres por los hombres, carecen de fuerza revolucionaria por la naturalización del mercado, del individuo individualista y del machismo. El lenguaje compartido por empresarios, políticos, sindicalistas e intelectuales, clausura toda oposición verdadera. Desde dentro de este «coro único» no hay salida. A pesar de sus desastres, el auge de la economía de mercado se explica por su capacidad para convertir la democracia en «política de mercado», es decir en una dictadura parlamentaria del capital.

La política de mercado propicia el ascenso de políticos e intelectuales insignificantes cuyo liderazgo se basa en la construcción social de un individuo de mercado que sólo aspira a ser productor y consumidor de mercancías. Este esclavo voluntario es halagado por los líderes de opinión que llaman tolerancia a su relativismo moral y madurez democrática a su cobardía y su oportunismo.

  1. Mercado y violencia. El precio politico de la paz.

La economía de mercado, la política de mercado y el individuo de mercado, en un cierre sistémico, se presentan como la culminación de la libertad humana y la superación del hambre, la irracionalidad y la violencia. Sin embargo, la injusticia armada del mercado mundial siembra por doquier la desolación y el odio. En la historia de la humanidad no ha habido un modelo civilizatorio más irracional, excluyente y violento que la actual globalización capitalista.

Cualquier movimiento social que, en defensa de sus derechos, no se deje sobornar ni intimidar, es criminalizado y aislado. A continuación, sus miembros son privados de libertades y garantías jurídicas. La dificultad para defender las necesidades insatisfechas, desde dentro del régimen parlamentario de mercado, explica muchas expresiones violentas calificadas como terrorismo. Esta dificultad propicia la utilización de métodos de lucha ilegales, lo que a su vez favorece la vulneración generalizada de derechos y libertades. Al negar esta vulneración por parte del poder económico y político, no se disuelven los daños ni desaparecen las víctimas. Por el contrario, lo que es ocultado y reprimido acaba reapareciendo de forma destructiva y autodestructiva.

A la violencia política de los desheredados de la tierra que luchan por su derecho a la vida o por su libertad, hoy se le llama terrorismo. Acabar con el terrorismo nos obliga a mantenernos alejados del uso que hacen de él quienes no pueden ni quieren plantearse sus verdaderas causas. El peor servicio a la causa de la paz y los derechos humanos es ponernos detrás de las pancartas antiterroristas de quienes defienden e impulsan la globalización, el libre comercio de alimentos, fuerza de trabajo, educación y protección social, así como la precariedad, las privatizaciones y las organizaciones armadas internacionales contra los trabajadores y los pueblos del mundo. Tras su máscara democrática, estas políticas producen cada año muchos millones de muertes por hambre, guerras, explotación laboral y enfermedades evitables. Es decir, ponernos detrás de las pancartas del terrorismo mayorista.

Estar contra la violencia y el terrorismo exige identificar sus causas. Todo lo contrario de lo que hizo la Comisión Parlamentaria que investigó en 2005 los atentados del 11-M-04 en Madrid. En lugar de investigar la relación evidente entre dichos atentados y la participación del estado español en la invasión de Iraq, esta Comisión se dedicó a especular sobre qué había fallado en los servicios de seguridad para que los terroristas pudieran poner las bombas. Con semejante planteamiento, no es de extrañar que fuera incapaz de llegar a conclusión alguna. Ni tampoco que, una vez descentrada la investigación, el PP utilizara este foro para proferir las acusaciones más inverosímiles, burlándose del parlamento, de la población española y, sobre todo, de los 197 muertos y 1.500 heridos producidos aquí como – una primera – respuesta a su participación en los crímenes de guerra contra el pueblo iraquí.

La contundente acción militar en represalia al lanzamiento de misiles caseros desde Gaza contra territorios palestinos ocupados por colonos israelíes, persigue doblegar a la población civil para que reniegue del gobierno legítimo de Hamás. Al mismo tiempo, la izquierda palestina, para destruir a su rival islámico elegido democráticamente por el pueblo palestino, hace negocios con Israel y EEUU contra su propio pueblo. Quienes asesinan cada día niñ@s palestin@s desde sus blindados y sus misiles, consideran terrorista a un suicida que hace explotar su mortífera carga en un autobús. ¿Con qué autoridad moral se puede llamar «terrorista» a unos y «ejército» a otros? ¿Con qué argumento se puede calificar de «izquierda» al presidente Mahmud Abbas a Al Fatal, a sus seguidores y a sus cómplices?

El debate metafísico sobre qué asesinatos son acciones terroristas y cuales no, forma parte de la propaganda de guerra. Lo único importante para acabar con la violencia es la resolución dialogada de los conflictos en base a la justicia y la democracia. Todo lo demás es ruido y tormentas en un vaso de agua entre globalizadores de derechas y alterglobalizadores supuestamente de izquierdas. Al día siguiente de sacar a España de la OTAN, romper relaciones con el estado terrorista de Israel y traer los soldados españoles de Líbano y Afganistán, el peligro de atentado islamista en territorio español se reduciría a cero. Pero la servidumbre de nuestra monarquía parlamentaria a los EEUU y a la Europa del Euro nos impide dar ese paso.

En el plano estatal, a las 24 horas de abrir el debate y la negociación sobre las formas para el reconocimiento del derecho de autodeterminación, se terminaba la violencia de ETA (las otras violencias, no). Pero nuestro bipartidismo neofranquista no puede revisar la Constitución aprobada bajo la amenaza del golpe militar sin poner en cuestión su propia legitimidad. El único precio político que hay que pagar para la paz es la democracia y la justicia. Lo que para PP y PSOE es un precio insoportable, para la inmensa mayoría de la población es un bien deseable.

  1. La racionalidad capitalista y la izquierda.

El régimen político, económico y social llamado «globalización» tiene un gran soporte en su dimensión cultural. La sostenibilidad de este régimen necesita someter a su lógica competitiva a la economía, la política y las conciencias. Su objetivo es construir un tipo de persona individualista y calculadora que interiorice las situaciones de dominación y desigualdad como algo natural.

Para el gobierno y los empresarios la batalla de la competitividad contiene una batalla contra las necesidades y derechos de los de abajo. La izquierda parlamentaria -al igual que la derecha- comparte esta visión y nos propone la imposible e indeseable integración de tod@s en un orden excluyente e insostenible.

En un editorial del diario «El País» referido a la reconversión industrial se afirmaba: «… sectores como la minería, la siderurgia o la industria naval, caminan irremediablemente hacia una profunda transformación. Es casi un destino histórico y es seguro que las sociedades desarrolladas no soportarán, en el siglo XXI, una industria cuyo mantenimiento exige una auténtica sangría económica». En el campo sindical, veamos las palabras de Julián Ariza, miembro del PSOE y ex -miembro del PCE y de la ejecutiva confederal de CCOO: «para el entendimiento hacen falta dos cosas, una que el gobierno revise los términos del ajuste y otra que los sindicatos tengamos claro que los márgenes de maniobra en las economías abiertas y teniendo el capital la sartén por el mango, son ciertamente estrechos». Javier López, secretario general de la USMR de CCOO: «la deslocalización es un fenómeno biológico». Los líderes de UGT y USO en la crisis de la multinacional Aceralia en Asturias, justificaban su acuerdo con la dirección para el despido de 620 trabajadores y la modificación al margen del convenio de salarios, jornada, turnos, vacaciones, categorías, movilidad funcional y geográfica: «Aceralia es la mano que da de comer a Asturias, si la compañía siderúrgica se resfría, la economía asturiana tiene una pulmonía».

De los ejemplos señalados se puede deducir que la izquierda considera el modelo económico actual como una necesidad histórica y sus consecuencias como inevitables. Esto quiere decir que las consecuencias negativas del actual modelo de desarrollo económico dependen de leyes ajenas a la política. Este discurso es compartido, tanto por el Fondo Monetario Internacional como por la izquierda institucional. Sin romper activamente con él, no hay salida.

Si aceptamos que la economía y el mercado tienen una racionalidad «natural» y autónoma, esto significa que ambos pertenecen a un orden de la realidad impermeable a la voluntad de las personas y de la sociedad. Esta concepción teológica del desarrollo social nos conduce a una visión de la política como «arte de lo posible». La aceptación de lo que hay como inmodificable, lleva consigo la deslegitimación de cualquier enfrentamiento con el proceso de autodeterminación del capital y la sumisión de las víctimas del capitalismo ante un destino inmodificable.

La izquierda capitalista, los movimientos sociales que ésta ha colonizado y el circo electoral, forman parte, más del problema que de la solución. Es necesario avanzar desde fuera de este escenario. Lo más racional, además de lo más ético, es que no ejecutemos «voluntariamente» el papel que nos han asignado. La crítica a la política de mercado exige dejar de apoyar a los partidos y sindicatos que, con palabras de izquierda, realizan políticas de derecha. Pero también exige olvidarse de subvenciones y apoyos procedentes de ese mundo. Abandonar la cultura de la queja y comprometerse desde abajo del todo con la organización política de las víctimas del mercado y del estado capitalista. Así se evitará el aislamiento de quienes luchan de verdad y se deslindarán los campos entre la izquierda y la derecha, hoy confundidos en un bipartidismo neofranquista que, a través de sus redes clientelares, penetra como una metástasis en la política, los movimientos sociales y la conciencia de todos. Por eso nadie se cree nada. Muchos millones de personas asalariadas votan al PP porque es más racional votar al original que votar a las copias. En este contexto, cualquier avance de la izquierda en el terreno electoral es a costa de sus valores ideológicos, su memoria histórica y su autonomía.

La fuerza del PP tiene su condición en la complicidad del PSOE. El PSOE no puede enfrentarse al PP porque sería como atacarse a sí mismo, ya que comparte casi todas sus propuestas económicas y políticas, tanto en la política interior como en las relaciones internacionales. La complicidad del PSOE, a su vez, tiene su condición en la falta de autonomía de sindicatos, organizaciones ecologistas, feministas, de solidaridad internacional, etc., respecto al poder. Estas complicidades sumen a la población en una ciénaga cultural, política y moral.

Teresa Toda, víctima de la Audiencia Nacional en el macroproceso 18/98 afirmaba, antes de ingresar en prisión: «el sufrimiento nos hace mejores personas». Ciertamente, la entereza ante la injusticia y la represión, el esfuerzo indomable por mantener la autonomía teórica, política y económica respecto al poder, la generosidad en el apoyo mutuo y la firmeza ante las ofertas que premian al traidor y al esquirol, nos hace mejores personas. Si para los políticos de mercado, cobardes y oportunistas, esta lealtad es propia de lunáticos, para la regeneración política y ética de la izquierda, es una virtud insoslayable. Hoy, en el Estado Español, esta virtud no tiene nada que ver con el mercado electoral, ni con las protestas festivas de los alterglobalizadores a golpe del grupo PRISA.

  1. Economia y cohesion social.

La política es sociabilidad y la sociabilidad, unidad. Lo que une a los seres humanos es la amistad. Cuando no hay amistad, las personas sólo pueden unirse como cosas, o a través de las cosas. La sociedad, desgarrada por el individualismo, otorga al dinero el poder sublimado de la seguridad, el bienestar y la felicidad. Cuando la sociabilidad está mediada por el mercado, el dinero se convierte en el agente mediador entre las personas. En virtud de dicha mediación, el dinero se transforma en el sujeto de las relaciones sociales y las personas pasan a ser su predicado. Las personas que se relacionan entre sí como cosas, no son sociables más que a través del dinero, que deviene en el verdadero protagonista del orden social.

Frente a la escisión real de los españoles está la unidad del capital. Frente a las diferencias de los europeos, los Tratados de la Unión imponen una moneda única que oculta y perpetúa dicha diferencia. Al ignorar el trabajo de cuidados, lo que predica la economía se refiere sólo a los hombres, constituidos en representantes del ser humano genérico. Sin embargo, la realidad social está compuesta por hombres y mujeres cuya naturaleza se especifica en sexos biológicos que han producido, cultural y socialmente, géneros. Las diferencias entre estos géneros han devenido en desigualdad y subordinación de las mujeres respecto a los hombres. En dicha subordinación tiene mucho que ver la asignación unilateral del trabajo de cuidados a las mujeres.

La economía, al ocultar el poder fetichista del dinero, se refiere solamente a las personas que pueden expresar sus deseos en el mercado a través de los precios. Quienes no pueden expresar sus necesidades como una demanda solvente, no existen para la economía. La economía moderna se refiere, sobre todo, a las personas con poder adquisitivo. Es decir, se refiere a los hombres adultos y la minoría de mujeres que actúan en la esfera pública del mercado y del Estado. Los demás, mujeres, niñ@s y excluidos, son secundarios para la economía. Esto nos coloca en una paradoja. Por un lado, la economía de mercado no resuelve los problemas de integración y seguridad a la mayoría de la humanidad. Por otro, la política no puede imponerse a la economía, convertida en principio de realidad.

El eufemismo «cohesión social», de origen europeo, es proclamado por el social liberalismo del PSOE en América Latina. Sin embargo, la «cohesión social» que se ofrece allí es sólo publicidad para nuestras multinacionales. Estas multinacionales, defendidas en los foros internacionales por el rey de España, actúan con los mismos fines -y a veces con los mismos medios- que los auspiciados por la corona española hace 500 años.

En América Latina la «cohesión social» es una quimera. En muchos países no hay estado, ni finanzas públicas, ni fuerzas sociales que le den un contenido real. Para las mayorías sociales, la cohesión proclamada por el gobierno de España, es sólo propaganda contra los movimientos de autodeterminación de indígenas, pobres, pueblos y gobiernos frente a los inversores estadounidenses, europeos y españoles. La política exterior de España y sus multinacionales (Telefónica, Banco de Santander, FENOSA, Repsol y otras), defensores formales de la «cohesión social», arruinan a la pequeña producción autóctona, fragmentan la sociedad, fuerzan las migraciones del campo a la ciudad y a los países ricos y crean individuos asalariados, solitarios y vulnerables ante los mercados globales de trabajo y de consumo. La hipotética cohesión social del PSOE para los países en desarrollo tiene como condición el intercambiio desigual, la contaminación y la desestructuración social.

Hoy, en Europa, la izquierda alterglobalizadora invoca la «cohesión social» conseguida por los movimientos obreros revolucionarios del siglo XX ya rota por la economía global, la competitividad y el individualismo. Destruidas las redes comunitarias, la única sustancia de la «cohesión social» es un gasto público en retroceso por el avance de la libre empresa, las privatizaciones y el libre comercio. La «vía de desarrollo» de las clases medias del primer mundo es el avance hacia la precariedad y la inseguridad. Los políticos y sindicalistas alterglobalizadores recitan sus letanias keynesianas al tiempo que admiten todas las exigencias del neoliberalismo.

  1. La regeneracion democratica y la fuerza de la crítica.

Para realizar una crítica a la economía constituida en principio regulador de las relaciones sociales es necesario romper la distancia entre el ámbito de lo económico, el ámbito de lo político y el ámbito de lo ético. La crítica debe contener, además de la dimensión teórica, una dimensión política. Esta dimensión necesita apoyarse en una fuerza, un sujeto, actuante en la sociedad. El problema no es tanto enunciar una y otra vez los daños del capitalismo, como enunciar las dificultades que tenemos para impedir su despliegue histórico. No se trata tanto de salir de la crisis capitalista, como salir del capitalismo y sus crisis constitutivas.

La economía se presenta como parte de la naturaleza pero, al tiempo, destruye la naturaleza, incluida la naturaleza humana. Para salir de esta naturaleza desnaturalizada hay que hablar, no solo de cómo son las cosas sino también de cómo deben ser. En la búsqueda de las formas de sociabilidad ordenada, es necesario buscar también en nosotros mismos. Cada uno de nosotros estamos dentro y no fuera del proceso analizado. Pero, no sólo como parte de la solución, sino también como parte del problema.

Nuestra conciencia está subsumida en el ciclo de producción y reproducción de la relación social capitalista. Esto significa que, después de ser destructurada por los procesos de escisión, mediación, abstracción e inversión del capitalismo, está reorganizada según su lógica de individualismo, consumismo, machismo y competitividad y por lo tanto, no tiene conciencia de su propio origen. Por eso, es necesario remontar el río del pensamiento en el que nuestra conciencia piensa y se piensa a sí misma.

El mercado como principio constitutivo de las relaciones sociales, aparece como el espacio de la máxima libertad para los individuos. Pero esto es una tautología. Un orden en el que los individuos buscan maximizar su interés sólo se realiza en el mercado que es, a su vez, el espacio en que ese interés se realiza libremente. El mercado se presenta como el amanecer de un nuevo orden de libertad y la historia como el progreso hacia ese orden. Llegados aquí, la historia se culmina4. Si embargo, no es lo mismo propiedad que apropiación. El fundamento de la propiedad es el uso y el trabajo propio, pero la apropiación no tiene que ver con el uso y con el trabajo, sino con la apropiación del trabajo ajeno y con el derecho. Lo que legitima el derecho al uso, no es la necesidad de las personas sino las leyes del mercado, es decir, la violencia del estado. Dicha violencia se legitima por la escasa resistencia organizada, lo que tiene que ver con la naturalización del mercado y del individuo individualista.

Eliminadas las economías planificadas que sometían la economía a la política, el mercado aparece como el imperio de la democracia y frente a la amenaza totalitaria. Una victoria abrumadora y sin retorno de la libertad5. Ante la aparición de un nuevo enemigo, el terrorismo, como reacción destructiva y autodestructiva al avance del mercado y a la ausencia de una verdadera izquierda, se impone la consolidación y extensión del mundo libre. Este avance, garantía de paz y prosperidad, se identifica con la globalización del comercio, la libertad de inversiones de capital y la neutralización de cualquier disidencia verdadera. Sin embargo, el mundo, enteramente capitalista, resplandece de una triunfal calamidad.

Mercado y sociabilidad no son conceptos complementarios, sino contrapuestos. A través del progreso tecnológico y la modernización capitalista, el ser humano se aísla progresivamente. La globalización del intercambio rentable es fundamental para ese aislamiento. El individuo individualista sólo surge cuando rompe sus vínculos con la comunidad6. Con la sociedad de mercado, el ser humano evoluciona hacia atrás desde un ser genérico, tribal, gregario, a un individuo aislado que, como sujeto, se relaciona sólo consigo mismo y mediante el dinero, se relaciona con los demás como si fueran objetos.

Para la ciencia económica, no es la satisfacción de necesidades lo que determina la escala de la producción, sino la escala de la producción lo que determina las necesidades. La clase trabajadora se comporta como víctima del capital y, al mismo tiempo, como agente dinamizador del mismo. Sin superar la constitución del capitalismo dentro de nuestra propia conciencia, no podremos sobreponernos a él en nuestra propia práctica. Para poder liberar a alguien, la izquierda debe empezar por liberarse a sí misma. No habrá crítica real sin desmontar la institución del capital en nuestra propia conciencia y sin que dicha crítica, emancipada de los discursos de la economía, se exprese políticamente mediante el movimiento popular constituyente de las víctimas del mercado.

Vivimos en un mundo construido por nuestro trabajo y nuestros deseos, es decir, en un mundo construido por nosotr@s mism@s. Sin embargo, aspectos fundamentales de ese mundo están fuera de nuestro alcance (trabajo digno, alimentos sanos y suficientes, vivienda, protección social, participación política, creación cultural, igualdad entre hombres y mueres). Para crear ese mundo han sido utilizadas, día a día, nuestra actividad y nuestras aspiraciones. Pero, como demuestra nuestro malestar, ese mundo que se nos impone no es el nuestro.

La falta de un empleo con el que construimos un mundo extraño y hostil, supone un castigo añadido. Las personas, preparadas desde la infancia para el trabajo asalariado, no lo encuentran en la cantidad y calidad necesaria. La pérdida involuntaria de ese empleo prometido, conlleva un plus de exclusión y una pérdida suplementaria de autonomía, pertenencia y autoestima.

Los avances tecnológicos no nos han liberado de la lucha por la supervivencia. En una sociedad desgarrada por el individualismo y la competitividad, las personas estamos obligadas a crear constantemente un mundo para nosotr@s mism@s. La existencia de múltiples mundos, a los que pertenecemos ó podemos pertenecer, aparece como una muestra de libertad y cosmopolitismo. Sin embargo, supone el extrañamiento de cualquier mundo real. La posibilidad de tener muchos mundos equivale, de hecho, a no tener ninguno. No tener un mundo significa no pertenecer. No pertenecer supone no ser.

El individuo egoísta no solo vive escindido de los otros individuos, sino también de la naturaleza y de sus condiciones materiales de vida. Esta aislamiento le hace incapaz de tejer, con otros, el tejido de sus relaciones sociales. Las personas, arrancadas de sus redes sociales, ven cómo las potencias que les son propias (lenguaje, trabajo, deseo, cooperación) se convierten en fuerzas ajenas y hostiles. Estas potencias, a pesar de estar radicadas en sus propios cuerpos, son absorbidas por el capital para someterles.

Los individuos de las clases dominantes, al haberlo creado a su imagen y semejanza, identifican el mundo como suyo. Al desear pertenecer a ese mundo, los excluidos, no sólo son propietarios de su exclusión, sino también del deseo de producir el mundo ajeno y hostil que les excluye y después, a sufrir un doble castigo por perderlo.

  1. La regeneracion democratica y la critica de la fuerza: movimiento antiglobalizacion y poder constituyente.

La globalización capitalista, como modo de producción no solo económico sino también político, ideológico y social, exige la constitución política y posterior naturalización de un conjunto de instituciones: la economía, el dinero, el trabajo asalariado, el individuo y el género. Se globaliza, sobre todo, una economía cuyo producto por excelencia es el beneficio del capital. La producción social de los bienes y servicios que necesita la gente tiene su condición en la existencia de beneficios para l@s inversor@s.

Ante la pregunta: ¿puede, aquí y ahora, una minoría organizada y comprometida con la intervención social, el estudio y la elaboración teórica ser útil para romper este «cierre sistémico»? La respuesta solo puede ser una: Si, puede.

Dicha minoría debe intentarlo de forma valerosa, pero también prudente y reflexiva sin garantías acerca del resultado. Los crímenes contra la humanidad y la disolución de la naturaleza humana, así lo exigen. En condiciones de movilización defensiva de mucha gente, aparecen nuevas experiencias y formas de comunicación entre las multitudes, quedando al descubierto los infiltrados del poder.

El movimiento antiglobalización ha mostrado, con sus discursos y sus movilizaciones durante casi dos años, la posibilidad de ser un obstáculo para la globalización y una herramienta para la neutralización de la izquierda cómplice, aunque no para la reconstrucción de la izquierda anticapitalista. Cuando se agrieta el espeso muro de la vida cotidiana, reglada por el tiempo de la producción y el consumo de mercancías, surgen tumultuosas la subjetividad y las necesidades aplastadas por el orden mercantil. También surgen las estrategias de control y destrucción del movimiento por parte de la izquierda alterglobalizadora. Este ha sido el caso del «Movimiento contra la Globalización, la Europa del Capital y la Guerra» que, dinamizado por redes anticapitalistas autónomas entre Junio de 2001 y Abril de 2003, obligó a la izquierda institucional a apoyarlo (huelga general convocada por CCOO y UGT el 20-J-2002 y «No a la Guerra» defendido por el PSOE en la primavera preelectoral de 2003).

Entre Enero y Mayo del año 2003, la opinión pública española, se expresó, en las encuestas y en las calles contra la política belicista del gobierno del Partido Popular. En las movilizaciones intervinieron más de seis millones de personas. Sin embargo, las consecuencias políticas de esta confrontación social contra el gobierno del PP han sido, hasta hoy, ambiguas y contradictorias.

Es necesario interrogarse sobre la incapacidad de esta gran movilización para lograr sus fines y para contribuir a la reconstrucción de la izquierda anticapitalista. ¿Por qué no conseguimos que el gobierno diera marcha atrás? ¿por qué las redes del Movimiento contra la Globalización, la Europa del Capital y la Guerra (M.A.G.) no continuaron las movilizaciones una vez que el bloque socialdemócrata decidiera cortarlas en Abril de 2003? ¿por qué la oleada social contra la política del PP no originó, dos meses después del cese de las movilizaciones, en las elecciones municipales y autonómicas del 25 de Junio de 2003, el desplome electoral de dicho partido y simétricamente, por qué no se produjo un aumento espectacular de los votos al PSOE e IU como referentes político – institucionales del movimiento contra la guerra? ¿qué papel han tenido en estas protestas, tanto las redes sociales del M.A.G., como la izquierda parlamentaria y los grandes sindicatos? ¿por qué un año después, en las elecciones generales del 14 de Marzo y en las del Parlamento Europeo del 13 de Junio de 2004, el PP, a pesar de sus maquinaciones para ocultar la relación entre el atentado de Madrid del 11 de Marzo y la participación de España en la guerra, ha perdido menos del 5% de sus votos? ¿Por qué cuatro años después, el 9-III-2008 aumentan tanto el PP como el PSOE, llegando a controlar el 84% de los votos y el 92% de los escaños desplomándose las alternativas políticas con un mínimo contenido crítico? ¿Cómo se explica que se haya implantado un estado de excepción encubierto en Euskadi vulnerando todo tipo de derechos y libertades sin que haya la menor respuesta política y social, más allá de las cínicas proclamas de la autooposición del PSOE en los MMSS?

A partir del 2003 se produjo un vacío de referente autónomo para los MMSS ya desarticulados por la «unidad de la izquierda» en torno al PSOE y sus numerosas agencias7. Sin embargo, dicho control es un tigre de papel. Un tigre, porque ha sido capaz de liquidar el Movimiento Antiglobalización, de efímera vida (I-2001 a IV-2003), ultimo brote de poder constituyente en Europa Occidental después de Mayo del 68, la revolución portuguesa de 1974 y la transición política española. De papel, porque lo que el poder no puede, ni podrá conseguir, es disolver los daños materiales, ecológicos y morales que causa la economía global.

El diálogo, la participación política y la movilización social como modos para la organización y expresión de los sujetos sociales explotados y sujetados, forman parte de la solución para una vida digna, justa y pacífica. El capitalismo global, el libre comercio, la libertad de empresa y su máscara parlamentaria, forman parte del problema. La izquierda capitalista y su versión alterglobalizadora dentro de los movimientos sociales forman más parte del problema que de la solución.

Notas:

1 «Individuo y Orden Social. La emergencia del individuo y la transición a la sociología». Andrés Bilbao. Ed. Sequitur y CAES 2007.

2 «Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las Naciones». Adam Smith, 1776. Ed. Fondo de Cultura Económica. 1992.

3 «La política» Cap I. Origen del Estado y de la Sociedad. Aristóteles. Espasa Calpe 1982.

4 «El Accidente de Trabajo». Andrés Bilbao Ed. S. XXI 1994.

5 «Léxico de Economía». Andrés Bilbao. Ed. Talasa 1993.

6 «Elementos Fundamentales de la Crítica a la Economía Política». («Grundrisse»). Volumen II. Karl Marx. Ed. Siglo XXI 1992.

7 «El Movimiento Antiglobalización en su laberinto. Entre la nube de mosquitos y la izquierda parlamentaria». VVAA. Ed. Catarata y CAES, 2003.