Quien etiquetó la definición de democracia debería haber añadido aquello de «no pronunciaras mi nombre en vano» para evitar a generaciones posteriores la confusión que genera su uso y abuso. En nombre de la democracia se puede asesinar, de acuerdo a las democráticas leyes vigentes en aquellos países en los que la pena de muerte […]
Quien etiquetó la definición de democracia debería haber añadido aquello de «no pronunciaras mi nombre en vano» para evitar a generaciones posteriores la confusión que genera su uso y abuso.
En nombre de la democracia se puede asesinar, de acuerdo a las democráticas leyes vigentes en aquellos países en los que la pena de muerte es legal, se puede invadir una país soberano, desde la legalidad también democrática, indultar a unos asesinos, desde el parlamento democrático, o impedir, ley en mano, la participación ciudadana en el devenir de su propia realidad social y política.
En nombre de la democracia y por los demócratas de toda la vida quienes crearon el llamado terrorismo de estado han sido indultados o condonada su pena, en los pocos casos que la maquinaria del poder legal no pudo archivar sus condenas, en tiempos records.
Quienes se hicieron millonarios a base de quedarse con una sustanciosa y nunca declarada parte de esos fondos reservados que el Estado, el poder democrático, destina a la lucha contra el terrorismo desde los aparatos, y los hombres, no visibles para la mayoría de los mortales han sido exonerados de sus culpas sin verse obligados a devolver cantidad alguna. Su futuro y su silencio esta más que pagado y asegurado, o al revés.
Por la democracia se vulneran los derechos humanos un día sí y otro también sin que ninguno de los tres poderes democráticos que la teoría política divide el gobierno, también democrático, tenga que justificar o justificarse.
En democracia existen personas por encima de la ley o capaces de interpretarla mucho más allá del espíritu con la cual fue redactada y aprobada.
Se acota la libertad de expresión y se ningunea la de opinión, la de reunión, la de manifestación o la presunción de inocencia de la gran masa social que dicen defender.
Se le puede dejar morir de hambre a una persona -todos los días mueren miles de ellas- que desde una huelga de hambre pida que se le aplique la ley tal cual, sin intencionalidad política del poder o de los jueces.
La democracia, esa doctrina política a favor del sistema de gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía mediante elección libre de sus dirigentes, es, hoy en día, un cajón de sastre que sirve a todos y para todos.
Igual se condena que se condona, se detiene que se libera, se mata como se condecora, se invade como se resiste, se niega o se pelea, se prohíbe o se exhorta.
Quienes nos imponen su democracia golpe a golpe, ley tras ley, condena tras condena, se esfuerzan en eclipsar nuestro más elemental sentido de responsabilidad social y política autentificándose como tales y otorgándose para sí y para los suyos la formula mágica del conmigo o contra la democracia.
Poco más o menos que un vade retro Satanás con el que se intentó durante muchos años rechazar todo aquello que era ajeno y enfrentado a los intereses del exorcista en cuestión.
Entre los muchos demócratas que nos acotan nuestras libertades brillan con luz propia aquellos que conforman el poder de todo estado porque si algo no puede ser nunca democrático es el propio poder, aunque, y tal vez por ello mismo, sus sirvientes, políticos, jueces, funcionarios, fuerzas de orden y desorden, fiscales y medios de comunicación, cuarto poder, siempre tenga como coletilla aquello de «nosotros los demócratas» o «en democracia».
La democracia sólo ejerce un día cada, por ejemplo, cuatro años el resto ejerce el poder y este suele ser todo menos demócrata.
Son demócratas, por aquello de haber sido elegidos por la mayoría de sus respectivos pueblos, José Maria Aznar, Tony Blair, George Bush al igual que los gobiernos que ellos regían y declararon, mentiras incluidas, la guerra a Irak y su gobierno no demócrata. Por la misma razón es demócrata el gobierno israelí que ha sembrado, mas de cien mil según dicen hoy mismo, Líbano de bombas racimo, muertos y desolación. Ellos son demócratas, de toda la vida, y sus acciones pura democracia.
No lo son quienes no condenan la violencia de ETA, también por ejemplo, y lo son quienes no hacen lo mismo con la de la guerra civil del franquismo, con la guerra sucia del GAL y otras hierbas, o la de Irak, Palestina, Líbano, etc. Pura demagogia.
Seria interesante que hoy se le pudiese preguntar al pueblo, no digo lo de soberano por aquello del también viciado concepto del lenguaje, sobre este nuevo e ilusionante paréntesis que el Alto el fuego de ETA ha generado y que los políticos, aquellos pertenecientes a los partidos democráticos y no ilegalizados por la también democrática Ley de los Partidos Políticos, están intentando romper como tantas veces lo hicieron antes sabiendo que tienen, lo están haciendo, la respuesta al día de después.
Podría ser. ETA rompió su Alto el fuego sin que los partidos democráticos pudiésemos hacer nada, por más que lo intentamos, para convencerles del abandono definitivo de las armas y su participación democrática en la sociedad.
Tiempo al tiempo.