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Demolido en Copenhague el edificio en que Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo proclamaron el 8 de marzo Día de la Mujer Trabajadora

Fuentes: Revista Sin Permiso

Dado que naciones y municipalidades diferentes han producido sobre el tema políticas completamente disímiles, con modalidades de gobierno con resultados antitéticos, sigo convencido de que el mal ejemplo dado por quienes administran Copenhague puede ser derrotado y no asumir la semblanza de un modelo con costos inmediatos evidentes y costos futuros imprevisibles

Demolida la «Casa de la juventud» en donde Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo proclamaron, en 1910, el 8 de marzo como «Día de la mujer trabajadora». Después del desalojo de los ocupas y los choques, las topadoras, fue derribado en Copenhague el histórico edificio que albergó a Lenin, Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. En su lugar, una iglesia para una secta. Una topadora para demoliciones, la enorme bola de cemento que golpea hasta abatir el Ungdomshuset, la «Casa de la juventud», cuya demolición causó una de las más grandes protestas callejeras en Dinamarca, al menos desde diez años a esta parte. Ayer a la mañana, los obreros llegaron a las ocho, con el rostro cubierto para no dejarse reconocer. Una medida de seguridad. En torno a ellos, sin embargo, ninguna protesta. Sólo lágrimas. Muchísimas. Y luego flores depositadas en el piso, cantos, tarjetas de adiós y una bandera: «Podéis abatir los muros, pero los fundamentos quedan».

La destrucción del caserón de ladrillos del barrio Noerrebo de Copenhague ocasionó verdadero luto en los muchachos que habían ocupado el centro social. Pero también en muchas personas de la izquierda danesa que, de una u otra manera, fueron iniciadas en la política justamente en aquel lugar. Que desde ayer es una pila de cascotes. Sin embargo, la «Casa de la juventud» era verdaderamente un monumento histórico, aun cuando hubiera sido calificada como inutilizable por las autoridades danesas, en vista de que nunca fue reestructurada. Precisamente entre aquellos muros, el 29 de agosto de 1910, Rosa Luxemburgo y Clara Essner Zetkin proclamaron el 8 de marzo como día de la mujer, en ocasión de la segunda conferencia de las mujeres de la Internacional socialista. En esa misma ocasión se discutió también acerca del voto femenino como derecho universal, y no ligado al «censo» como pedían las sufragistas. Siempre en aquel edificio de ladrillos, habló nada menos que Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. En suma, un pedazo de historia, más allá de las polémicas contra la ocupación del edificio y de las extrañas compraventas en las que estuvo implicado (los últimos propietarios son los representantes de una secta cristiana).

El palacete había sido construido en 1897, en lo que era un barrio obrero, precisamente para ofrecer a los trabajadores un lugar de encuentro. Era el equivalente de una «casa del pueblo» (y en efecto, se llamaba «Folket hus»), donde tenían su sede sindicatos y asociaciones. Después, hacia los años ’60, fue abandonado: los sindicatos se mudaron a una nueva sede. Durante mucho tiempo permaneció desocupado. En los años ’80 entró en las miras de una gran cadena de supermercados, la Brugsen, que quería tirarlo abajo para construir un gran local. En aquel caso, el municipio se interpuso y lo adquirió. En 1982 fue asignado a un grupo de jóvenes, y se volvió la «Casa de la juventud». Después, en 1996, un incendio la devastó. Dio inicio entonces una larga batalla legal con aquellos que se habían vuelto bajo todos los efectos los ocupantes, que no confiaban en poner el palacio en manos de instituciones para una reestructuración porque temían que eso habría cambiado su destino de uso.

Hasta el 2000, cuando el palacio fue vendido por el municipio a una sociedad. Una oferta de compra había llegado ya entonces de parte de la secta cristiana «La casa del padre», pero el municipio la había descartado considerándola poco seria. La portavoz de la secta dijo que había tenido una especie de visión leyendo una bandera que los ocupantes habían colgado fuera de los muros para protestar contra la puesta en venta del edificio. Decía más o menos: «En venta, con 500 sicópatas venidos del infierno». Claramente el mensaje era irónico. Pero, evidentemente, no para la secta que desde entonces ha hecho de todo para apoderarse del edificio. Y lo ha logrado, porque en cierto momento, la sociedad que había comprado el palacio, lo revendió justamente a la «Casa del padre». Ayer, entonces, para la secta cristiana se cumplió la misión: derrumbar el edificio. La portavoz de la secta, Ruth Eversen, se justificó explicando que en su interior estaba todo inutilizable.

Los ocupantes piensan que, ahora, los propietarios revenderán el terreno, porque el único objetivo era destruir el palacete. Durante las operaciones de demolición fueron detenidas seis personas, que pasaron sobre las barreras. El total de los detenidos es todavía de 189 personas. En los tres días de protesta los detenidos fueron en total 600, 149 de ellos eran ciudadanos extranjeros, entre los cuales había veinte italianos: once fueron liberados y deberían regresar hoy a Italia. Otros nueve hasta ayer permanecían todavía detenidos: tres deberán hacer frente a un juez, mientras que los otros seis podrían ser liberados. En la tarde de ayer se produjo una manifestación delante de la cárcel. Va de suyo que Copenhague no es Roma, Milán o Turín. Y si el modelo social y de bienestar no es comparable (aun cuando, como ha sido justamente subrayado en estos días, esté en rápida y no positiva evolución), la imagen tolerante y un poco ajena parece destinada al archivo.

También impactan los centenares de arrestos, los detenidos, los choques. ¿Pero a quién impactan? A aquellos para los que son cosas de los años ’80 o, como máximo, ’90; a los convencidos de la existencia de políticas para los jóvenes en Europa y, quizás, también en Italia; a aquellos para los que la especulación inmobiliaria es un tigre de papel; a quien considera y sostiene sólo a la familia pensando que los hijos… Y en cambio existe esta fastidiosa y perdurable tendencia a construir modelos sociales alternativos que atraviesa las generaciones, interfiriendo además con los intereses ajenos. Y en paralelo una tensión autoritaria y normalizadora que se aviva periódicamente tanto en tierras de derechas como en aquellas socialdemócratas. Cierto, alguien me responderá que en todos lados existen los mismos principios: también allí se bate moneda, existen réditos, salarios y beneficios, el ladrillo tiene igual consistencia. Pero dado que naciones y municipalidades diferentes han producido sobre el tema políticas completamente disímiles, con modalidades de gobierno con resultados antitéticos, sigo convencido de que el mal ejemplo dado por quienes administran Copenhague puede ser derrotado y no asumir la semblanza de un modelo con costos inmediatos evidentes y costos futuros imprevisibles. Imponderables, al punto que habría que arrestar a los administradores y liberar a los manifestantes, o al menos ponerlos juntos.

Aquí, entre nosotros, está todavía viva la campaña de criminalización de las pasadas semanas, donde la frecuencia de presuntas y residuales veleidades lucharmadistas en este o aquel centro ha cebado a la derecha nacional en el pedido de desalojos y lágrimas. Pasando por encima de la evidencia de que bajo análoga denominación trabajan realidades bastante diferentes entre sí, dique más que combustible de sugestivos retornos de las llamas. Casi que sindicatos, asociaciones y centros fueran, para estos proyectos, un obstáculo más natural de lo que pueda ser la seccional local del Rotary o la asamblea de la Confindustria. Es necesario, por el contrario, un radical cambio de estrategia y de las políticas públicas hacia estos lugares (centro sociales o espacios públicos autogestionados). Y pronunciar la palabra público produce ya un fuerte eco que evidencia su total ausencia. Es necesario una dirección nacional que no delegue totalmente en la buena o mala voluntad de éste o aquel ente local. Como por otra parte sucede con las (pocas) políticas habitacionales y contra (modesta contra) la precariedad. Por ejemplo un fondo nacional de «emersión» a disposición de comunas y provincias tendente a soluciones positivas para los espacios sociales, hubiera sido, en el presupuesto nacional, una óptima señal. Pero en el enciclopédico abastecimiento del gobierno no se ha encontrado voz ni ha sido posible insertarla. Estamos a tiempo de remediarlo. Me doy cuenta de que frente a un síntoma, y me temo que los sucesos de estos días lo sean, se precisaría atacar con una fuerza diferente el conjunto de los temas. Mientras tanto, no estará de más expresar nuestro agradecimiento a los amigos y compañeros/as daneses y alemanes que incluso nos están dando una mano a nosotros mismos.

Daniele Farina es un periodista italiano que colabora con el cotidiano comunista Il Manifesto

Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo González-Bertomeu