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Reseña del último libro de Octavio Rodríguez Araujo

Derechas y ultraderechas en el mundo

Fuentes: Memoria

El último libro de Octavio Rodríguez Araujo, Derechas y ultraderechas en el mundo, es una obra que refleja la madurez intelectual de su autor. Si bien puede leerse como la continuidad de su libro anterior ( Izquierdas e izquierdismos: de la Primera Internacional a Porto Alegre, Siglo XXI Editores, México, 2002) , es un texto […]

El último libro de Octavio Rodríguez Araujo, Derechas y ultraderechas en el mundo, es una obra que refleja la madurez intelectual de su autor. Si bien puede leerse como la continuidad de su libro anterior ( Izquierdas e izquierdismos: de la Primera Internacional a Porto Alegre, Siglo XXI Editores, México, 2002) , es un texto con perfil propio.

El ámbito en que el autor intenta desplegar su análisis es, de suyo, abrumador: el mundo. Pero el dicho de que «el que mucho abarca, poco aprieta» no se aplica en este caso. El autor aprieta en todos los capítulos y aprieta bien, pues lo que se propone Rodríguez Araujo, si he entendido correctamente, no es tanto elaborar un estudio detallado (y menos definitivo) sobre las características, tendencias, etcétera, de las derechas y ultraderechas en las diversas regiones del planeta, sino más bien construir un cuadro en el que los perfiles de ambas puedan discernirse.

Un esfuerzo de esta naturaleza se justifica por dos razones muy importantes. La primera, destacada en el libro y que sin duda es una preocupación del autor, radica en que las derechas -y en menor medida las ultraderechas, quizá si exceptuamos a la corriente bushiana en USA (y vaya excepción)- están ganando terreno en el mundo en los últimos lustros. Esta percepción se acentuó, sobre todo, a partir de finales de los ochenta del siglo pasado y, marcadamente, después de la caída de los Estados llamados «socialistas» o del también llamado «socialismo realmente existente». Así, pues, el estudio de las derechas y ultraderechas estaría justificado por este sólo hecho.

La segunda razón es igualmente importante. En los últimos tiempos es cada vez más fuerte la corriente de opinión que proclama que ya no es relevante la distinción entre izquierda y derecha. Las razones que se dan para ello son diversas y, según creo, todas sin fundamentos. Más aún, uno puede estar casi seguro de que cuando alguien insiste enfáticamente en que las «geometrías» de izquierdas y derechas no funcionan, no sirven para comprender la realidad política, esa persona es de derecha. En efecto, la negación de las izquierdas y las derechas, una demarcación histórica y crucial en el análisis de la política, intenta desesperadamente borrar perfiles claves y, paradójicamente, se hace desde una posición política y una percepción política: el sentido de una de ellas (precisamente la derecha) de que va ganando la batalla contra la izquierda. Para rematar esta tendencia, no hay mejor recurso que argumentar que ya no existen ni las izquierdas ni las derechas. Se busca con ello que la izquierda, ya sin identidad propia, abandone la lucha.

Se puede observar un hecho más, que remarca el valor del trabajo de Octavio. Me refiero a los desesperados esfuerzos (también incrementados últimamente) de sectores políticos por ocupar el centro. Efectivamente, a últimas fechas, constelaciones políticas o grupos diversos se disputan ferozmente el centro. Ocurre, por supuesto, con las derechas que buscan ocupar el «centro-derecha»; pero también con ciertas agrupaciones que ya no se encuentra cómodas en la izquierda y que prefieren colocarse en lo que han llamado «la izquierda del centro». Este es el caso de la llamada «tercera vía», que en México arrancó tantos suspiros a grupos que otrora se enorgullecían de estar en la izquierda. Como se recordará, la «tercera vía» fue el esfuerzo alentado por Tony Blair y Bill Clinton, apoyado en las elaboraciones académicas de Anthony Giddens, con el fin de separarse tanto de la derecha, ya marcada por el thatcherismo y el reaganismo, como de la izquierda histórica que reivindicaba el proyecto socialista.

El trabajo de Octavio permite colocar en su justo lugar estos dos últimos intentos (la negación de las derechas y las izquierdas y los afanes de refugiarse en el centro). Se trata de uno de los aspectos más valiosos de la más reciente aventura intelectual de Octavio, en tanto aporta elementos, si bien polémicos y abiertos a la crítica, para mantener la orientación en una etapa especialmente confusa. Los criterios de demarcación que se desprenden de la obra que nos ocupa, en efecto, hacen menos difícil discernir si un enfoque y una práctica es de derecha o de ultraderecha (o por contraste, de izquierda).

Pero antes de entrar en esos criterios, vayamos al libro en su conjunto. A grandes rasgos, la obra incluye tres partes fundamentales. En la primera, el autor nos ofrece un marco conceptual. Allí encontramos los instrumentos analíticos que se proponen para entrar, con un mínimo de coherencia y sentido, en el bosque de los posicionamientos políticos contemporáneos. La segunda parte está dedicada a abordar a las derechas en el mundo. Aquí ya hay novedades desafiantes, pues Octavio no sólo estudia en esta parte a las derechas en Europa y en América Latina, sino también en lo que llama los países «no occidentales». Una audacia nada frecuente. A este intento, de alto grado de dificultad, se agrega una decisión que podemos calificar de osada: el estudio de las derechas en la experiencia de los llamados «países socialistas». Hace apenas unos años esto se haría considerado una provocación. Debo decir, por mi parte, que aprecio este largo pasaje del libro como el más interesante e incluso el más logrado. No se trata de cultivar la paradoja, pero tengo la sensación de que aprendemos más de la naturaleza de la derecha mientras estudiamos sus expresiones en el marco de estas experiencias que se autoproclamaban de izquierda, que en el campo mismo de las derechas históricas.

Finalmente, por lo que hace a las piezas integrantes de la obra, la tercera parte se ocupa de las ultraderechas en el pasado y en el presente. A propósito de la ultraderecha, el autor encuentra que en el caso de América Latina hay una especial simbiosis entre ésta y la derecha, por lo que se ocupa de ella en la segunda parte.

¿Cuál es, según el autor, el principal criterio de demarcación, el crucial, entre derecha e izquierda? La posición, y la práctica en su caso, por lo que hace a la igualdad y la desigualdad. La izquierda, especialmente la asociada con el socialismo, como meta y como lucha, pone el énfasis en la «tendencia a la igualdad». El autor está especialmente interesado en subrayar el término «tendencia», pues en este caso «igualdad no quiere decir eliminación de los desiguales, que es un principio totalitario, sino la igualdad que respeta las diversidades, la que en las diferencias acepta y respeta a todos como personas o grupos en un marco de no dominación». En suma: «El elemento que mejor caracteriza las doctrinas y movimientos que se han llamado de ‘izquierda’ es el igualitarismo, siempre y cuando éste sea entendido no como la utopía de una sociedad donde todos sean iguales en todo sino como tendencia. Es decir, exaltar más lo que convierte a los hombres en iguales y no lo que los convierte en desiguales, por un lado, y por otro, mediante la práctica favoreciendo las políticas que tiendan a convertir en más iguales a los desiguales». Por contraste, la derecha (o las derechas, incluyendo su fracción ultra) es aquella que favorece la desigualdad, que cree incluso que las desigualdades son algo así como consustancial a la organización de la sociedad civil o política, y que por lo tanto orientan sus prácticas (políticas públicas, cuando están en el poder) al mantenimiento y, si es posible, a la acentuación de las diferencias sobre todo socioeconómicas.

Concuerdo con esta formulación, aunque no estoy seguro de que sea necesario incluir en ella, hablando de la izquierda particularmente, un énfasis tan fuerte en la «tendencia» a la hora de definir la igualdad como meta. Es claro que la consecución de la igualdad ha de implicar necesariamente fases intermedias, grados, etc., que estarán determinados por la realidad misma. Pero no debe quedar dudas de que la izquierda, históricamente, sobre todo a partir del siglo XIX (socialismo marxista) se propone alcanzar la igualdad en todas sus expresiones y en toda su profundidad, tanto como esto es posible en una sociedad humana. Entiendo la preocupación del autor: quiere prevenirnos contra las tendencias (que son, más que una utopía, una pavorosa tentación recurrente en la historia de cierta izquierda) a la homogeneización («totalitarismo»), que irrespeta o ignora la diversidad humana. Pero entonces, la izquierda si quiere eliminar las desigualdades, todas diría yo, sólo que no confunde ni igualdad con homogeneidad, ni desigualdad con diferencias, o mejor dicho: no cree que la igualdad que procura deba contradecir o excluir la diversidad en todas sus expresiones. En suma, y este es un valioso alcance relativamente reciente, la izquierda es aquella que tiene una clara idea de que su principal meta, su desiderátum, es la igualdad; pero no excluye la diversidad (que no es lo mismo que desigualdad, la que combate, esta sí, con todas sus fuerzas) de su visión igualitarista.

Pero para comprender toda la riqueza y el vigor del punto de vista de Octavio, hay que agregar que su visión de la igualdad (y su contrario, la desigualdad) como la piedra angular para evaluar izquierdas y derechas se enmarca en un cuadro teórico y analítico que incluye otras nociones claves: clases sociales (o más precisamente, «interés de clase», lo que me parece muy acertado), dominación y democracia. Asimismo, el autor agrega otras nociones que permiten definir los perfiles políticos con más precisión: conservadurismo, reaccionarismo, etc. A partir de todo ello, procede al estudio de lo que llama «confusiones» que regularmente se expresan como identificaciones inadecuadas o arbitrarias. Ejemplos de ello son las identificaciones de la derecha con el conservadurismo o de la izquierda con el progreso, o de cada una de ellas con la «democracia», según el enfoque. El autor intenta mostrar que no hay necesariamente identidad unívoca entre estas nociones y las posiciones políticas, pues a menudo en la historia la derecha no se reconoce en la conservación sino en el «progreso», y éste ha sido enarbolado como bandera por la derecha y por la izquierda. En relación con la «democracia» (se refiere particularmente a la formal), el autor advierte sobre la confusión de identificar «la mayor o mejor democracia […] como indicador de izquierdismo o derechismo. No tiene nada que ver», afirma. En realidad, «La democracia, sobre todo la formal, es decir la electoral, no hace, por sí misma, más de derecha o de izquierda un régimen…»

Estoy de acuerdo con este punto de vista. Pero, como se desprende de todo el cuerpo de libro (especialmente del estudio de los países llamados «socialistas») la democracia no sólo formal (esto es, la que implica, simultáneamente, participación política de los ciudadanos, formas de control social de éstos sobre las estructuras de poder, diversidad, tolerancia y otros rasgos que el autor precisamente destaca en diversos pasajes) es un factor crucial para la consecución de la igualdad (que, por cierto, no sólo está referida al plano socioeconómico, sino también al político y, lo subrayo, al sociocultural). Me parece que la obra se enriquecería con una reflexión más explícita en torno a este punto, con lo que se vería que una concepción participativa y pluralista de la democracia es consustancial a una visión de izquierda del mundo (ausente en la derecha), y que, por consiguiente, el logro de la igualdad está íntimamente vinculado a la democracia así entendida. En este sentido, para discernir a la derecha de la izquierda la democracia tiene mucho que ver.

Por lo demás, sólo quisiera puntear algunas cuestiones cruciales. Todas están referidas a la insistencia del autor en un punto que, en principio, considero acertado: que derecha e izquierda son términos relativos. Las dudas me asaltan, en cambio, cuando de ahí se pasa a sostener que también son relativas ciertas nociones (que alegadamente implican posiciones), como es el caso del mencionado conservadurismo versus progresismo, la pluralidad y, a últimas fechas, el ecologismo o la defensa del medio ambiente. El punto de partida del autor es que «Muchas de las posiciones políticas que ahora consideramos de derecha fueron de izquierda en otro momento»; una clase que fue revolucionaria en una época (la burguesía es el ejemplo por antonomasia), es conservadora en otra. Lo que Rodríguez Araujo quiere subrayar, correctamente, es que una buena evaluación no debe perder de vista el momento, más precisamente los contextos. De acuerdo. Pero hay el riesgo de que esto pueda conducir a un exceso de relativismo a la hora de hacer tales evaluaciones; como, por ejemplo, cuando el autor se refiere al conservadurismo y a la derecha como términos relativos que «dependen tanto del momento en que quiere ubicárselos como de la perspectiva política, moral o ideológica del observador», sobre todo si se observa que las nociones que aparecen aquí y allá como comunes a izquierda y derecha, en su respectivo contexto son en realidad nociones distintas, a veces radicalmente distintas, que sólo tienen en común el uso de los mismos términos, pero no los mismos contenidos, orientaciones y enfoques socioeconómicos, políticos o socioculturales.

Para ilustrar lo que quiero decir, se pueden tomar como ejemplos la democracia, el progreso y la pluralidad. Ya observé que la democracia, con la características señaladas, sí puede ser considerada como un criterio vital de demarcación entre izquierda y derecha, pues la democracia formal, de hecho prácticamente la única que conoce la derecha, está asociada a su fundamentación político-económica y filosófica: el liberalismo; mientras la otra democracia (participativa, pluralista, etc.), es incompatible con cualquier régimen de derecha, lo que puede sostenerse justamente a partir del análisis que realiza Octavio a lo largo de su libro. Así, pues, la derecha y la izquierda pueden referirse indistintamente a la democracia, pero en cada momento están aludiendo a regímenes diferentes.

Por lo que hace al progreso, me parece que teórica e históricamente debe asociarse con la derecha y no indistintamente con derecha e izquierda. La noción de progreso (como concepto histórico-político; no como noción de sentido común) que arranca con la Ilustración a finales del siglo XVIII y se desarrolla durante el siglo XIX (en su doble formulación positivista primero y evolucionista después) hasta convertirse en elemento central del pensamiento y la práctica de todos los regímenes políticos (y desde luego, de las clases que los sostienen), debería vincularse con la derecha, incluso (quizás sobre todo) en los términos en que el autor caracteriza a esta última. Es verdad que en diversos momentos la izquierda hace alusión al «progreso», pero este término puede distinguirse del que maneja en su caso la derecha (con sus fases necesarias y ascendentes, visión homogeneizadora, etc.). En una ocasión, me refiero al debate en el seno de la II Internacional, se llegó a proponer la adopción de una visión evolucionista del progreso, pero fue una posición minoritaria y fuertemente combatida por los principales teóricos de izquierda de entonces. Como norma, en todo caso, «progreso» parece significar cuestiones diferentes para derecha e izquierda en cada momento.

Históricamente, es difícil vincular a la derecha con la pluralidad. En términos generales, sin olvidar las recaídas, la izquierda en cambio es partidaria del pluralismo y la diversidad. En la construcción del Estado soviético, por ejemplo, la izquierda perduró con Lenin mientras se defendió el derecho de los pueblos a la autodeterminación; se desvió a la derecha en cuanto el stalinismo liquidó la política pluralista de Lenin a este respecto y sometió a las nacionalidades a la dominación política y sociocultural gran rusa, con los consiguientes efectos sobre la igualdad de las partes componentes de la URSS. El liberalismo nunca ha sido pluralista, excepto por lo que se refiere al reconocimiento de la pluralidad de las individualidades, fundada especialmente en la «autonomía de la voluntad» kantiana. Pero, como ha recordado en uno de sus libros John Gray, esta no es la pluralidad de que se trata: la pluralidad no se refiere sólo a la diversidad de visiones morales, a las diversas concepciones metafísicas en competencia, sino fundamentalmente a la diversidad de «modos de vida». Y esto es lo que nunca ha aceptado cabalmente el liberalismo, y por lo que puede verse nunca aceptará, a menos que el modo de vida diferente acepte los principios liberales, lo que equivale a negar la pluralidad. Sospecho que juicios similares pueden expresarse sobre el ecologismo en la actualidad: si bien derechas e izquierdas apelan a la defensa de la naturaleza, lo hacen desde concepciones y propósitos muy diferentes.

Todo lo dicho no hace más que resaltar el valor y las cualidades de Derechas y ultraderechas en el mundo, pues es un mérito del libro el despertar en el lector sus propias reflexiones sobre los complejos temas que aborda. No me resta más que invitarlos a la lectura de este libro interesante, polémico, bien escrito, y felicitar a Octavio por este magnífico regalo para el espíritu.

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Octavio Rodríguez Araujo, Derechas y ultraderechas en el mundo, Siglo XXI Editores, México, 2004. Una versión de esta reseña fue leída durante la presentación de la obra en la Feria del Libro del Zócalo, Ciudad de México, el 16 octubre de 2004.

El autor es profesor-investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas). Obras recientes: Indigenous peoples in Latin America. The quest for self-determination (Westview Press, Colorado/Oxford, 1997); México diverso (Siglo XXI Editores, México, 2002), ésta con Consuelo Sánchez, y El canon Snorri. Diversidad cultural y tolerancia (UCM, México, 2004).