I. Similitudes y diferencias A primera vista, Derecho y Literatura, tendrían tanta distancia entre sí como la separación que el sentido común suele hacer entre realidad y ficción. Escarbando el asunto, la primera diferencia se relaciona con los intereses y la investidura de las personas que llevan a la práctica cada disciplina. El abogado, en […]
I. Similitudes y diferencias
A primera vista, Derecho y Literatura, tendrían tanta distancia entre sí como la separación que el sentido común suele hacer entre realidad y ficción. Escarbando el asunto, la primera diferencia se relaciona con los intereses y la investidura de las personas que llevan a la práctica cada disciplina.
El abogado, en su función, a los ojos de la gente, ejerce poder. Persigue el poder. Se lo ve en las gesticulaciones típicas, la forma de vestir, la posición para empezar a hablar, el sentido de la formalidad. El tiempo procesal, le va tiñendo la manera de pensar y de usar el lenguaje, aun hablando de temas cotidianos. Si en cualquier país distinguimos inmediatamente a un argentino, un abogado también tiene sus marcas.
Una cuestión evidente pero no fácil de descifrar, tal vez sea una estructura mental. Tiene sus ventajas, cierto rigor en la lógica de las formas.
La relación estrecha entre el fondo y la apariencia. Al revés de lo que indica la lógica usual, en el mundo jurídico, las apariencias no engañan y eso es ya, un principio literario. Facilita la construcción de un estilo, el orden de la exposición. El entrenamiento en el rompecabezas de los hechos del proceso permite, luego, manipular la intriga de los relatos.
Volviendo al tema del poder. El poder cobra pero también cuesta. Como dijo American Express «pertenecer tiene sus beneficios», sí, pero el detentador del poder, a su vez, tiene que pagar un precio, el beneficio implica la inclusión dentro de un sistema jerárquico. El precio es del orden de las precarias alianzas, el poder, aunque no parezca, siempre es efímero e inmaterial. El detentador -más allá de que lo sepa- es un intermediario. Se tiene el poder que otro le reconoce; y hay -sobre todo- un precio personal, de humanidad que se pierde, de tiempo concreto de vida gastada en el empeño de estar dentro de la maquinaria.
Entonces, si como piensa Kelsen, el derecho no es más que un deber ser coercitivo, en el vértice jerárquico de la pirámide jurídica más que una norma hipotética hay un verdugo. Y, la relación de poder trae su sufrimiento: la situación coercitiva succiona al resto de la vida y se reproduce en las relaciones particulares. También en el amor puede aparecer la voz de mando.
II. Los pliegues del poder
En la Metamorfosis de Kafka, nos encontramos con el despertar de Gregorio Samsa, un empleado, viajante de comercio. El padre de Samsa era ordenanza de banco y estaba enamorado de su uniforme, en el trabajo el padre era esclavo pero en casa verdugueaba a su familia. El uniforme era un símbolo y no se lo sacaba dentro del hogar. En otra obra, la Carta al Padre, Kafka anticipó la teoría del nazi Carl Schmitt, tan en boga hoy, incluso en nuestros medios académicos. El soberano es quien maneja la excepción. Las normas que él dicta son obligatorias pero no para él (cualquier coincidencia con Bush y sus guerras preventivas, es casi casual).
Por su parte Samsa estaba enamorado de su hermana que tocaba el violín. Tocaba mal, pero para Gregorio era un canto de sirena. Luego de una noche intranquila Samsa despierta convertido en un monstruoso insecto y no era un sueño, era cierto. Ahí comienza el relato y entramos nosotros.
Kafka dramatizó la realidad: la metamorfosis a bicho es el precio que el empleado beato tiene que pagar en su humanidad para poder cumplir la normativa urbana (los trenes, los horarios, la compostura), mantener el sometimiento a la jerarquía laboral, sin desmedro de los objetivos de productividad periódica fijados por la empresa.
Hay una escena cautivante, cuando el apoderado de la patronal alarmado por su inusual falta al trabajo, lo va a buscar a su casa. Samsa, encerrado en su dormitorio, sin poder todavía aplicar sus nuevas patas de insecto para girar la llave de la entrada, le habla dulcemente a través de la puerta, para no perder la armonía laboral y evitar ser despedido lo que hubiera sido una catástrofe, en especial para su familia. Pero el apoderado escucha un horrible lenguaje, gutural, animal.
Frente al reto del representante del patrón, Samsa logra finalmente abrir la puerta de su cuarto. Exhibe esperanzado su estado de insecto como prenda de lealtad. El padre, en vez de atender a su hijo, lo reprime violentamente con un palo, en auxilio del jerarca de la empresa. Así, lo obliga dolorosamente a retraerse de nuevo en su cuarto.
Aquí entra lo tenebroso de la autoridad: el padre con un esfuerzo de atención mínima, hubiera podido abrir la otra hoja de la puerta y subsanar la estrechez del espacio para que el caparazón del bicho, evidentemente dispuesto a volver, pudiera con menos dolor y sin esa inútil demora, retornar a su enclaustramiento en la pieza. No, el padre prefirió someterlo al suplicio del palo y retorcerlo en el hueco. Mientras, el jerarca, a quien Samsa -ante la presión de los gritos- había buscado, mimoso, para ser comprendido, huía, de todos modos, alarmadísimo escaleras abajo.
La represión jerárquica es ingrata, sórdida, también para los jerarcas. Falsamente funcional, implanta una cadena de impericias descendente. Más interesada en satisfacer la crueldad, en cubrir el temor o la ambición del superior, empasta, acartona neciamente los resultados que hubieran sido mejores para sus intereses materiales. Su rigidez reduce, militariza las opciones y eleva los costos, en carne de víctima. El padre emitía un silbido que torturaba a Gregorio y lo envolvía en una loca torpeza, lo que obstruía, incluso, su voluntad de obedecer.
III. Los trabajos y los días
Así, todos pierden algo en pro del poder. Lo que pervive y, a su vez, se metarmofosea es el sistema. Claro que acá deberíamos entrar en el campo de la política entendida como regla de juego, el lenguaje que se debe descifrar y manipular para circular dentro de las instituciones.
Hay que aclarar, para la tranquilidad de los oyentes, que no siempre el integrante de un sistema jerárquico se convierte en bicho. También hay una metamorfosis que puede convertirlo en escritor. Para eludir los efectos del pensamiento único los profesionales de los distintos ámbitos deberíamos, creo, retomar el pensamiento interdisciplinario.
Quizá volver a los orígenes, beber de los griegos, la manera holística que tenían para pensar, incluir al cuerpo, a los mitos y a las interdisciplinas. Entonces mutaría el lenguaje y la forma de ver el mundo.
Si bien la voluntad del legislador autoriza a centralizar el uso de la fuerza, la aplicación dura del texto estricto de la ley no sirve para explicar las complejidades humanitarias. Las expectativas de felicidad pública necesitan previsiones de mayor riqueza conceptual. El manejo temporal de una norma imperativa, hoy, no alcanza para regular las intensidades de un mundo veloz y globalizado.
Aquí entran las similitudes a las que antes me refería, éstas son esenciales, en realidad, derecho y literatura tienen la misma sustancia pero actuando en funciones opuestas, no contradictorias. Yo puedo usar un sombrero para tomar agua o para protegerme del sol en el desierto.
De todos modos, siempre estaré en el desierto, mis abuelos vienen del desierto, detrás de la mente, al reflexionar, suele aparecerme una música tácita que se eleva y me invita a bailar desde la arena. Yo la gozo con la imaginación, apoltronado, sin moverme del sillón. Aun en la ciudad estamos en el desierto.
Existe un malestar, es la contracara del fetichismo de la mercancía, de la magia religiosa que emana de la acumulación material y financiera. En el fondo, proviene -pienso- de un mero prejuicio cuantitativo, como decir, tapar el sol con dos dedos.
La creencia capitalista de que la vida, en definitiva, es reducible a dinero y posible de acumular en las cantidades que resulten, según diversas técnicas novedosas de capitalización y genocidio, a saber: masacre de poblaciones (militar o económicamente), envenenamiento de líderes opositores, invasión, bloqueo y dominio geopolítico.
Sin importar el mal que se acometa por conseguirlo, las hordas de soldados y aviones, como nuevos adoradores del remoto dios Moloch someten a los civiles, a los niños, a los viejos, al sacrificio del fuego. Los sobrevivientes, morirán en andrajos, deambulando en el barro entre restos insepultos, bajo la amplia sonrisa protectora de la democracia mundial. Suponen que los verdugos o sus descendientes, en las diversas jerarquías, serán inmunes a las orgiásticas injusticias que, como antiguos cruzados, emprendan en todo el orbe.
También la filosofía es responsable de tamaño desatino, porque, salvo algunas excepciones (Enrique Dussel, Rodolfo Mondolfo, Werner Jaeger), no ha sabido aplicar o desarrollar las pequeñas frases balbuceadas por Sócrates cuando sostuvo que era peor infligir una injusticia que sufrirla.
La ley podría ser leída literariamente, pero hoy se tiende a la lectura literal. Derecho y Literatura se desarrollan ambos por escrito y giran alrededor de conflictos. Me escucho propugnando una lectura literaria de la ley y parece una herejía o un absurdo.
Aunque descubrí que la literatura es un método de conocimiento de la realidad, uno escribe para saber lo que quiere decir. En busca de la tensión de la trama y el desciframiento meticuloso de mis propios errores, disonancias o repeticiones no premeditadas, construir lo ficcional me llevó a la verdad de la historia que, en un principio, pensé que estaba meramente imaginando.
Acudiendo a diversos auxilios, tardé 23 años en escribir la primera novela, tuve que hacer para adentro y para afuera un trabajo de investigación. Fui accediendo humildemente al género, el más difícil de los que experimenté. Los agujeros los fui llenando con la versión más cercana al interés de la trama, a la tensión del lenguaje, la construcción del estilo y la síntesis.
Hoy pensaba en la ironía, me preguntaba si no fue un artilugio inventado por Sócrates para ocultar su titubeo porque hablaba reflexionando.
Dialogaba para saber. El pensamiento que experimento es tartamudo, fragmentario e interpolado. No reconoce la linealidad cronológica y quisiera sintonizar el tiempo vertical.
Era un trabajo de preso, literalmente, el relator es un preso. Después descubrí que el cuento había sido la verdad. La ficción ahora quedó implantada en la historia.
Spinoza reconocía a la imaginación como un método de conocimiento de la realidad. Incluso, la recopilación de documentación que hacen los historiadores no da, de por sí, una versión del pasado y, para ello, necesitan unir los vértices mediante la ficción. Vi como Martín Buber descifraba la Biblia como si fuera una mera obra literaria. Y Lacan sostenía que la realidad tiene estructura de ficción.
Lo caliente de las historias, además de los mitos, son las máquinas deseantes que se encarnan en personajes. Ellos, intrigan, aman, se rebelan, matan y sobreviven. Y, sobre todo, traicionan. Piensen: una porción grande de la literatura se borraría si se eliminara la traición; y muchos abogados se quedarían sin casos. ¿Qué sería de Shakespeare? ¿Y Maquiavelo?
Aristóteles, por otro lado, no otorgaba al arrepentimiento ningún interés dramático.
IV. La representatividad del bien decir
El Código Civil de Vélez Sarfield sin contar las reformas, está bellamente escrito y muchísimos artículos tienen estructura de cuento. Son, digamos, la retórica de un conflicto y emergen de una larga experiencia de vida. Parece mirar el tránsito de los personajes desde una elevación de la ruta. El bien decir, la belleza de la prosa se debe a la condensación de sentidos. Es un decir aparentemente sencillo que esconde su complejidad. Una multiplicidad de situaciones, de tiempo pasado condensados en una situación hipotética. Podríamos abrir el Código Civil al azar, descomprimir en escenas el contenido de cualquier artículo y obtendríamos un resultado similar al cine del realismo español. Saura, por ejemplo, que era discípulo de Buñuel. Hagan la prueba, abran el código, desplieguen cualquier artículo imaginando a los protagonistas, existen situaciones presupuestas que uno sólo las puede entender imaginándose un tránsito previo de los personajes. De alguna manera el autor nos está comunicando aquello que, sin embargo, no muestra. Una sabiduría vivencial emana de esa escritura. Las notas, perfectamente, pueden haber sido escritas por Flaubert, no olvidar el Código Napoleón de 1804.
Cossio, por ejemplo, decía que la ley, más que para los ciudadanos eran instrucciones escritas dirigidas al Juez, que se completaban con la sentencia. Así, un relato toma vida en la actividad del lector. Una poética similar a la de una obra de teatro que no está hecha con el específico fin de ser leída, sino para que el director y los actores tengan una guía de acción. Incluso la sentencia, formalmente, coincide con la estructura aristotélica de la ficción. Autos y Vistos, es la presentación de la situación. Los considerandos, el desarrollo de la trama y la interpretación del autor. La parte resolutiva, el desenlace, el epílogo que escribe el destino de la causa.
V. Conflictos
Entonces, cruzando sus discursos, los conflictos son incesantes y atraviesan la sociedad como los rayos de una bicicleta en movimiento. Tanto el abogado, por su función y el escritor, llevado por el género, se ocupan de ellos. Ambos, están en posición de observar, de entender la crisis. El abogado, en su práctica, ve el huracán por dentro. Persigue los intereses de las partes en pugna. El escritor, más distante, goza de una mayor perspectiva, conoce la crisis narrativa o conceptualmente. Podría encerrarse en la ataraxia.
Hay un concepto interesante que usan los historiadores, la palabra sería epítome, en realidad su uso en el tema es casi metafórico. Para el diccionario epítome es la parte que resume la totalidad de una obra abultada. Si pensáramos la realidad como un libro o una gran biblioteca, habría personas que resumirían, en sí, las contradicciones álgidas y complejas de una sociedad, en un momento dado. Podríamos hablar largamente del tango, pero si decimos Gardel, nos comprenden al toque. ¿Qué entendemos si escuchamos el nombre del Che? ¿San Martín, Bolivar, Tupac Amaru?
Visto como una textura el movimiento social de las distintas épocas se encarna en personajes que resumen sus conflictos. Son epítomes vivientes, los protagonistas de la frondosa novela.
VI. Crueldad y decadencia
Hablemos primero de la decadencia. Viene de lejos, el cuadro global que acaece la engendra y, a la vez, nace de ella. Es un concepto que flota en el aire, ahora mismo, y les tiraría algunas ideas sueltas respecto de las características de la decadencia y sería interesante que las vayamos elaborando como fruto del pensamiento colectivo.
Acá hay varios poetas, buenos escritores, psicoanalistas, además de abogados. Empezaría leyéndoles un párrafo de Roberto Arlt. Es de 1931 pero parece vigente y pienso que nos sirve para pensar en la decadencia, es de Los siete locos, como ustedes saben:
«…esta atmósfera de sueño y de inquietud que lo hacía circular a través de los días como un sonámbulo, la denominaba Erdosain, «la zona de la angustia». (…) se imaginaba que dicha zona existía sobre el nivel de las ciudades, a dos metros de altura (…) era la consecuencia del sufrimiento de los hombres. Y como una nube de gas venenoso se trasladaba pesadamente de un punto a otro, penetrando murallas y atravesando los edificios sin perder su forma plana y horizontal (…)»
Caracterizaría la decadencia por la desesperanza general y empantanada de acceder a la felicidad pública.
Tiene que ver también con la recesión, la emergencia y la cultura de la droga. La emergencia posterga las riquezas espirituales de la vida en pro de la urgencia. Lo urgente es sobrevivir. Cuando la carencia se extiende, cunde el hábito de vivir en una precariedad permanente. No importa la virtud y la desesperanza envuelve el humor general. Se produce una crisis de valores, y -por algún misterio- la crueldad se extiende. Aparecen bolsones de crueldad, la que se va intensificando y nos priva del asombro.
Claro que cargamos un genocidio, la década menemista de corrupción desde el poder y el infame desguace del patrimonio estatal. Todo eso está impune. Una herramienta del genocidio fue el secuestro y, ahora, oh casualidad, el secuestro vuelve pero privatizado, también la corrupción que nunca cesó.
Todo pasado no resuelto retorna como presente, pero cambiando de forma. Como si nos implantaran un mito moderno y los dioses contemporáneos pasearan sus maldades en cajitas televisivas.
En realidad, el Apocalipsis ya ocurrió, en los Estados Unidos lo acaban de recibir con fervor millones de votantes, lo llaman Reserva Moral. El Juicio Final acá en el Extremo Sur tuvo audiencia pública en Buenos Aires, aunque pasó desapercibida. Fuimos reconocidos culpables pero con atenuantes, el cumplimiento del fallo será gradual y de ejecución domiciliaria.
Nos han condenado a realizar un viaje -en verdad ya lo estamos haciendo- hacia la extensa estupidez. El retorno es condicionado y dependerá de la persistencia individual. Los nuevos dioses son banales, pero también benévolos, aceptan el libre albedrío.
De la estupidez vuelven sólo los que lo decidan, habrá que hacer alguna cosa entre medio, aunar voces, buscar formas para la resistencia civil, quizá sea mejor que este pantano.
Así de sencillo.
El domingo leí en el diario que el primer artículo de la nueva Ley Fundamental del mundo por venir, rezará: «Lo primero fue el pensamiento».
*Conferencia pronunciada en el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.