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Derribar el alma de unos pocos para escribir la historia de muchxs

Fuentes: Rebelión

La revuelta popular de octubre develó la profunda crisis política y social a la que el duopolio Concertación-Chile Vamos nos llevó en 30 años de postdictadura. Pero también, nos mostró la importante crisis de las instituciones fundantes de la república: La Iglesia y el Ejército, las que se han visto envueltas en serios problemas que las han deslegitimado ante la sociedad, llevando a que una de las principales imágenes de la protesta social sea el accionar contra sus símbolos, especialmente de las FFAA y de orden.

Cuando este viernes se prendió fuego a la estatua del general Baquedano en Plaza de la Dignidad, mucho de esto vuelve a estar presente en el devenir de las luchas sociales que, aunque disminuidas tras las pandemia y los tiempos del poder al cual adscribieron los partidos políticos y parte de las organizaciones sociales, se mantiene constantemente en las calles demostrando que una parte de la izquierda sigue viendo como una oportunidad la protesta y la acción directa ante las condiciones dadas de un modelo neoliberal en decadencia. 

El deslegitimado Ejército de Chile realizó un comunicado oficial en el cual trató a lxs manifestantes de “cobardes desadaptados” y “antichilenos” que desconocen la historia de un general que entregó un “valioso aporte” y que al atacar sus símbolos afectaría el alma nacional. Por otra parte el Ministro de Defensa, Baldo Prokurica, dejó este sábado una corona de flores en el monumento planteando su significancia para la historia de Chile y la necesidad de no dejar espacio a la violencia en un régimen democrático, obviando la violencia estatal ejercida durante décadas y profundizada desde el 18 de octubre de 2019 que ha dejado importantes casos de violaciones, torturas, traumas oculares y presxs políticxs.

En este sentido, los llamados a la historia nacional provenientes desde arriba nos muestran aún más la urgencia que las instituciones ven en esta crisis. Una historia también deslegitimada y que ha sido escrita principalmente por la oligarquía con el objetivo de mantener el orden social establecido a través de siglos de historia nacional. Porque ésta representa las visiones que nos han impuesto bajo las lógicas del poder, desconociendo que sus interpretaciones, junto con ser diversas y representar las experiencias de quienes las han construido, también responden a su tiempo y, por lo tanto, son re-elaboradas bajo los contextos políticos, sociales y económicos de determinados momentos.

La historia hegemónica de Chile ha descrito la Guerra del Pacífico como una gran gesta patriótica y al general Baquedano como un verdadero héroe. Argumentos que han alimentado los nacionalismos exacerbados en la derecha chilena y también de otros sectores. Sin embargo, en una mirada contrahegemónica, Baquedano es fiel reflejo de cómo el ejército ha estado al servicio de los intereses de la élite: una carrera militar iniciada por su participación en la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana lo llevó a ser el defensor de los gobiernos conservadores de Manuel Bulnes y Montt enfrentando los alzamientos liberales en dos guerras civiles durante el siglo XIX. Posterior a esto se participó de la ocupación de la Araucanía por el Estado Chileno y en distintos enfrentamientos contra el pueblo Mapuche, llegando hasta su renombrada presencia en la Guerra del Pacífico, conflicto instaurado por los empresarios del salitre que transformaron sus fines mercantiles y privados en una supuesta guerra patriótica del pueblo. Pero lo que oculta esta historia hegemónica es que la principal campaña llevada a cabo por este “héroe patrio” fue una de las más vergonzosas del ejército Chileno: la campaña de Lima. En la que junto con saquear la ciudad peruana, desarrollaron una serie de vejámenes como lo fueron las violaciones sexuales a mujeres y otras violencias ejercidas contra la población del país vecino mencionadas en las propias cartas de los soldados de la época.

Bajo una óptica popular de la historia nacional, con conciencia en las acciones del presente, la figura de Baquedano ya no es una imagen representativa del Chile que se pretende construir, porque es una muestra más de cómo los intereses del bloque dominante se han puesto por encima del pueblo, y esto es justamente lo que el activo político en las calles busca revertir de un pasado que ya no nos representa, dejando de lado la visión unívoca de la histórica nacional. Por esto es que desde que se comenzaron a derribar e intervenir las estatuas de los implantados héroes patrios ha sido el momento de pensar en que vivimos en un contexto de profundas búsquedas por nuevos significados que nos representen realmente en nuestros intereses como clase y nos posiciona, nuevamente, en una disputa por el relato histórico que es necesaria para derribar la estructura por la cual se nos ha sometido a los intereses de un reducido porcentaje de la población que constantemente busca mantener su poder económico y político a toda costa.

En la calle hoy se desarrollan formas mucho más completas de cómo entender nuestro pasado y así reformularlo como un elemento más por la búsqueda de cambios radicales que nos lleven a una sociedad en donde los intereses de la oligarquía transnacional dejen de interponerse a los del bien común. La quema de la estatua de baquedano en medio de la aprobación de la militarización del Wallmapu, la aún existente prisión política y la reafirmación de medidas represivas por parte del gobierno, junto con mostrarnos que aún existe una parte de la población en lucha, nos deja en claro que la historia de este país no ha cambiado en medio del desfile de candidaturas constituyentes del cual se pronostica una baja representación popular en la construcción de la nueva constitución. Escenario para el que habrá que estar preparadxs en vistas a la reconstrucción del tejido social popular. 

La imagen de baquedano en llamas simboliza lo que aún nos queda por derribar en un Chile que, como se han estructurado los procesos recientes, advierte el seguir escribiendo su historia tal como se ha hecho: bajo las reglas y el orden del capital. Pero también simboliza la ausencia del temor a las ruinas de una parte de la población que mantiene firme sus convicciones de construir un mundo nuevo fuera de las lógicas institucionales dominantes que nos han llevado a la crisis que nos sigue envolviendo día a día y que tras las fracturas sociales puestas de manifiesto por la pandemia (ausencia de protección social, desconfianza en las instituciones y negativa percepción del gobierno) vaticina tiempos en que el malestar social volverá a emerger y del cual habrá mucho por hacer para derribar el alma nacional de unos pocos y escribir la historia de muchxs. Rodrigo Tobar Astorga