El preso Iñaki de Juana puso fin ayer tarde a la huelga de hambre que ha mantenido durante 115 días y que le ha llevado al borde de la muerte. De Juana anunciaba su decisión al poco de ser ingresado en el Hospital Donostia, al que fue trasladado después de que el Gobierno del PSOE […]
El preso Iñaki de Juana puso fin ayer tarde a la huelga de hambre que ha mantenido durante 115 días y que le ha llevado al borde de la muerte. De Juana anunciaba su decisión al poco de ser ingresado en el Hospital Donostia, al que fue trasladado después de que el Gobierno del PSOE decidiera que no deberá volver a ingresar en la prisión de Aranjuez. No es exagerado afirmar que la medida de «prisión atenuada» es la primera decisión sensata que materializa Rodríguez Zapatero en relación a un caso que ha provocado daños importantes.
El primer daño, ojalá que reversible, ha sido la pérdida de la salud por un ciudadano que ya cumplió una condena de 20 años de prisión y al que nunca se debió «construir» una nueva causa judicial sostenida sobre el único argumento de la presión mediática y del afán insaciable de venganza que caracteriza la política penitenciaria aplicada a los presos políticos vascos. El segundo daño es el tensionamiento innecesario provocado a la sociedad vasca en un momento político que todos reconocen como decisivo. La carga de la Ertzaintza el pasado sábado en Bilbo es el mejor exponente de las consecuencias derivadas de una política basada en la negación de derechos y que no sirve para avanzar hacia un nuevo escenario. Hacer que ese daño no deje secuelas depende del compromiso de todos los agentes políticos, sin excepciones.
El Gobierno del PSOE, con una decisión que no supone sino el cumplimiento de la ley, ha contribuido a desatar un nudo que él mismo confeccionó y que estrangulaba a la sociedad vasca. Lo ha hecho in extremis y tras jugar irresponsablemente a la ruleta rusa con la vida de una persona. Esa actitud merece una total reprobación. En consecuencia, actuar para corregirla no es, por emplear la expresión de moda, «pagar un precio político». Es sencillamente respetar, siquiera tardíamente, la voluntad expresada por la sociedad vasca, que hoy celebra mayoritariamente que De Juana vuelva a casa y que desea que el resto de los ciudadanos vascos encarcelados en lejanas cárceles de los estados francés y español sigan lo antes posible ese mismo viaje de regreso.
Se ha desatado un nudo, pero ahora toca aglutinar todas las energías para trenzar los compromisos que permitan a este país construir su futuro en paz y democracia.