No me sorprendió casi nada de lo que tuvo ayer por escenario el Congreso de los Diputados. De Ibarretxe esperaba más o menos lo que dijo, tanto en el tono como en el contenido. También Rodríguez Zapatero se atuvo a mis expectativas, incluidos los excesos verborreicos en los que incurrió (retengo su afirmación de que […]
No me sorprendió casi nada de lo que tuvo ayer por escenario el Congreso de los Diputados.
De Ibarretxe esperaba más o menos lo que dijo, tanto en el tono como en el contenido.
También Rodríguez Zapatero se atuvo a mis expectativas, incluidos los excesos verborreicos en los que incurrió (retengo su afirmación de que España es «un espacio para compartir identidades» y su confesión de que él se considera un «optimista antropológico»: dos vaciedades como las copas de sendos pinos, ambas muy de la casa).
Me chocó, en cambio, la desagradable agresividad de Mariano Rajoy. De entrada, no vi a cuento de qué venía tamaña acumulación de insultos y descalificaciones sumarias. Aparentemente, resultaban fuera de lugar: el ambiente no iba de eso. Pero, según me paré a reflexionar sobre ello, comprendí que el presidente del PP estaba haciendo un discurso destinado a sus propias bases, tratando de ganar enteros en la consideración de sus presuntos seguidores, que corren el riesgo de irse irremisiblemente tras la estela de Ángel Acebes y sus planteamientos ultraderechistas. Intentaba demostrar a los suyos que no es el blando que pretenden sus rivales internos. Ignoro con qué resultados.
También me llamó la atención la pobreza, casi patética, del discurso de Llamazares. En términos políticos, IU está consiguiendo ser un cero, pero un cero patatero, que diría el otro: imposible de tenerla siquiera por un cero a la izquierda. Que en una formación política teóricamente unida quepan a la vez el sí (Ezker Batua), el no (IU) y la abstención (IC-EV) es de auténtica traca. A fuerza de querer serlo todo, están a punto de no ser nada. Madrazo habló ayer de la falta de valentía de la izquierda española. Por las mismas podría haber hablado de la inexistencia de una verdadera izquierda española que se muestre como tal.
Desde mi personal y no sé si intransferible punto de vista, lo más interesante que se percibió ayer fue la posibilidad -la posibilidad- de que el PSOE y el PP inicien un proceso de distanciamiento que culmine en la ruptura del bloque monolítico que ambos partidos han formado durante los últimos años. Ese distanciamiento podría -sigo hablando de una mera hipótesis, por supuesto- marchar en paralelo con la crisis interna del PP, que apunta a su escisión interna, de la que saldrían dos partidos: uno de extrema derecha, vinculado a la herencia de Aznar y capitaneado por Ángel Acebes, y otro más moderado, con Rajoy, Ruiz Gallardón y Piqué en los puestos de mando.
Ese sería un panorama bastante novedoso en la política española, en general, pero lo sería muy especialmente en la política vasca.
Me asalta la poderosa duda -y la reconozco abiertamente- de estar confundiendo mis deseos con las realidades. Iremos viendo.
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