Me he imaginado el desgarro que en nuestros políticos, alcaldes y mandatarios tiene que producir la práctica de la tortura. Trabajan como guías y no pueden, no quieren saber la sangrante tortura, que se practica en sus aposentos y en su vida. Lo saben; saben perfectamente, pero tienen que hacer como que no lo saben. […]
Me he imaginado el desgarro que en nuestros políticos, alcaldes y mandatarios tiene que producir la práctica de la tortura. Trabajan como guías y no pueden, no quieren saber la sangrante tortura, que se practica en sus aposentos y en su vida. Lo saben; saben perfectamente, pero tienen que hacer como que no lo saben.
A veces pensé que vivían en la mentira. Hoy me he dado cuenta que la mentira es su instrumento, una especie de protección ante el desgarro que les produce saber que son verdugos. Les ocurre lo que a padres castos que no quieren saber que sus hijas toman la píldora, que no quieren saber que duermen con su novio cuando por teléfono les dicen que se quedan a dormir con una amiga.
Por eso se pasan los días conmemorando actos en pro de las víctimas de otros, para tapar y olvidarse de sus propias víctimas. Para olvidar su sangre. Como exculpa y reparación silenciosa de sus muertos, de su sangre en las manos, de sus guerras y destrozos. Para lavar sus infamias, sus asesinatos. De ahí también sus acciones judiciales ante quienes denuncian sus felonías, sus arranques de carteles nocturnos con manchas y relatos de tortura. Denuncian los malos tratos de los otros para tapar los suyos propios. No han dejado de ser funcionarios de la Audiencia Nacional, «directa heredera de las jurisdicciones de excepción franquistas: del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo y su sucesor el Tribunal de Orden Pública de aún infausta memoria…, ahora eran demócratas los que aceptaban el régimen«. Por eso el Partido Comunista pasó de «terrorista» a «demócrata». Y en este campo no nos llamemos a engaño, nos advierte John Brown: no es que España se haya hecho Europea sino que, en cierto modo, a través de la normalización de la excepción, Europa se ha hecho franquista.
Por tanto nada tiene de extraño que, como sostiene Joan Garcés, «sea España el único país de Europa en el que los crímenes contra la Humanidad cometidos en un régimen de dictadura no han sido ni siquiera simbólicamente investigados ni juzgados.»
¿Saben ustedes?, es táctica de regímenes con olor a podrido llevarse a la gente de madrugada y aislarles, incomunicarles para arrojarles a la irracionalidad y forzar que surjan fantasías y miedos en la mente. Crear espacios sin derechos, encerrarles en la soledad y en el desamparo. Paralizar al disidente político y social mediante la tortura y el desprestigio. ¿El euskera? Dialecto, bazofia y regreso. ¿El pueblo vasco? Bandoleros, tribu cavernícola y privilegio.
Despellejarles, desnudarles, violarles… ¡Ecce homo! Así actúan los llamados hijos de puta.
El hernaniarra José Camacho, arrestado el lunes por la Guardia Civil, se encuentra ingresado en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid sin que haya trascendido dato alguno sobre su estado de salud. La versión oficial vincula la hospitalización a una patología anterior al arresto, patología que sus allegados desconocen. Sólo se supo que el juez de la Audiencia Nacional española, Ismael Moreno, se trasladó hasta el centro hospitalario para tomarle declaración, a lo que se negó el detenido, acogiéndose así a su derecho a no declarar. El magistrado del tribunal especial dictó el auto de prisión.
Un estado torturador es hermético: con políticos, policías, forenses y jueces torturadores formando cerrojo sin poros, zulo plomizo. Y en el estado español hay larga experiencia. Al rey y a sus presidentes de gobierno les brota el cállese y los cortes de manga, son títulos acreditativos universitarios. La mentira su enmascaramiento. Tenemos un estado que ha convertido al terror en su acto constitucional y en base de su unidad nacional.
«Al País Vasco -recalca John Brown- no se le perdona el que rechazara la constitución, y menos que, durante el franquismo, estuviese a la vanguardia de la resistencia contra el régimen, no sólo mediante la acción armada sino, sobre todo, mediante la movilización popular efectiva». El estado español y sus instituciones siguen catalogando hoy a las gentes de Euskal Herria en legales e ilegales. Y terrorista es, como en la dictadura: quien rechaza su constitución y quiere ser vasco.
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