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Después de 1989

Fuentes: Rebelión

Hasta el momento no se ha encontrado nada mejor para organizar la vida del hombre en sociedad que la democracia liberal y el capitalismo (así lo dicen insistentemente los defensores del capitalismo). Esto significa que no hemos encontrado mejor forma de organizarnos que una que destruye la naturaleza y al hombre. Lo que esto revela […]

Hasta el momento no se ha encontrado nada mejor para organizar la vida del hombre en sociedad que la democracia liberal y el capitalismo (así lo dicen insistentemente los defensores del capitalismo). Esto significa que no hemos encontrado mejor forma de organizarnos que una que destruye la naturaleza y al hombre.

Lo que esto revela es el talante del devoto de la democracia y del capitalismo que no se da cuenta que resuelve precisamente aquellos problemas que fue creando, a un ritmo tal, que sólo los multiplica. Y que parece abocarse, visto a la luz de la globalización de los problemas, sentido posible del vocablo globalización, al suicidio colectivo.

Pero esa certeza, de fe inamovible para el demócrata liberal y el capitalista, no significa que sea, como toda cosa humana, pasajera, a menos que se llegue a un punto de absoluta destrucción. Y en tanto no se llegue a ese estado de cosas, bien cabe la posibilidad de que encontremos una respuesta mejor para el problema de convivir: de vivir juntos. No encima ni abajo: juntos.

El socialismo, tal como se conoció durante el siglo XX, especialmente en la experiencia del socialismo real, fue una respuesta práctica al capitalismo que no cumplió con las expectativas en él depositadas. Fue mucho menos que lo que el pensamiento socialista, especialmente marxista, pensó que podía ser. Visto así, el socialismo marxista no se ha cumplido. No puede decirse que la prueba de realidad haya sido negativa para él. Pero esto es otra cosa que tampoco se entiende desde la democracia liberal y el capitalismo, especialmente cuando todavía sufren de la resaca del «triunfo» obtenido después de 1989.

El socialismo o como quiera que se le llame a otra posibilidad de organizarnos, queda entonces, como esperanza. Como posibilidad de que las cosas no sigan como hasta ahora. De que la mejor forma de organizar a la sociedad hasta el momento -la democracia liberal y el capitalismo- y que destruye la naturaleza y el hombre, sea en realidad, un intento mediocre y destructivo para llegar a otra forma de organización. Donde, existiendo siempre problemas para los hombres y las mujeres, se pueda llegar a un estado en que todos y todas puedan vivir una larga vida, en libertad y sin explotación.

El desarrollo técnico, en comparación con esta promesa, es bien poca cosa. Puede que sea su base, pero eso mismo se ha perdido de vista. Que el desarrollo técnico, por sí mismo, puede llevar a realizar la felicidad humana es un absurdo que se realiza compulsivamente en nuestro mundo. Pero hay un momento en que hay que preguntarse a costo de qué y para quién es que se vive en este frenesí.

Preguntar por lo que queremos dejar a nuestros hijos (o hipotecar su vida) y hacer con la herencia de nuestros padres y abuelos que dejaron tantos sueños frustrados.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.