La doctora Verónica Michelle Bachelet Jeria termina en gloria y majestad su período constitucional como la primera mujer Presidenta de la República en la historia de Chile. Pero, ¿lo hizo bien? Las encuestas afirman que su gobierno fue estupendo. Su popularidad oscila entre 70 y 80%. Le pisa los talones su ministro de Hacienda, Andrés […]
La doctora Verónica Michelle Bachelet Jeria termina en gloria y majestad su período constitucional como la primera mujer Presidenta de la República en la historia de Chile. Pero, ¿lo hizo bien? Las encuestas afirman que su gobierno fue estupendo. Su popularidad oscila entre 70 y 80%. Le pisa los talones su ministro de Hacienda, Andrés Velasco, artífice de la política económica -rigurosamente liberal- aplicada por la mandataria «socialista». La evaluación colectiva del gobierno también es muy favorable: cuenta con más del 60% de aprobación. En resumen, enhebrando porcentajes de popularidad se llega a un nivel de respaldo casi unánime. Si esto es así, el heredero en línea directa de Bachelet, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, debería ganar al galope el 13 de diciembre o en segunda vuelta. Sin embargo, es el candidato de la derecha pinochetista (¿hay otra?), Sebastián Piñera, el que tiene todas las de ganar. La mayoría ciudadana -la misma que apoya a Bachelet- quiere un cambio. Y un cambio de verdad.
Veleidades y contradicciones de la política en un país despolitizado: el mismo pueblo que adora a Bachelet, al ministro Velasco y a todo el gobierno, no quiere saber más de la Concertación. ¡Que se vayan todos! Con aplausos y lagrimones, pero que se vayan… Así, éste podría ser el último gobierno de la Concertación, el bloque político que desde hace 20 años administra el poder… por cuenta del gran capital. ¿Es posible entonces un cambio que traiga justicia social y más democracia? Difícil. Parece que el eventual cambio tendría un carácter más bien regresivo.
Los jóvenes -factor fundamental para un cambio democrático- siguen ausentes de la escena político-electoral. Sólo poco más de 200 mil personas -de los dos millones y medio de no inscritos en los registros electorales- dieron ahora ese paso. Apenas 160 mil son menores de 30 años. No soplan aires de juventud y renovación entre los 8 millones 200 mil ciudadanos habilitados para elegir al próximo presidente. Sólo el 7,52% tiene menos de 30 años (en el plebiscito de 1988 era el 35,5%). Si intentamos una crítica rigurosa pero fraternal del gobierno de Bachelet, hay que partir señalando que no consiguió entusiasmar a los jóvenes. Su «gobierno ciudadano» -que se esfumó en el olvido- nunca los convocó. Este es el principal fracaso político de la presidenta. El pragmatismo de su gobierno -siguiendo la escuela de la Concertación- terminó de alejar a los jóvenes de la actividad política. Algo imperdonable en una militante socialista y luchadora contra la dictadura, como Bachelet. A pesar de su enorme respaldo popular, ella no fue capaz de convocar a los jóvenes para democratizar el país y sus instituciones. No intentó movilizarlos por objetivos superiores como una nueva Constitución Política, educación pública gratuita, renacionalizar el cobre y otras metas capaces de motivar y poner en acción la energía y altruismo de la juventud chilena.
Asimismo, la mediocre conducción política de su gobierno significó el desmoronamiento de la Concertación que afronta la posibilidad cierta de ser derrotada por la derecha golpista. En cuestión de meses la coalición de gobierno sufrió la deserción de cinco senadores y cinco diputados. Las presidencias del Senado y de la Cámara de Diputados hoy las ocupa la extrema derecha, y tres de los cuatro candidatos presidenciales provienen de la propia Concertación. La indiscutible preocupación de Bachelet por las políticas sociales no alcanza a excusar su debilidad para corregir la terrible desigualdad que hace de Chile uno de los países más injustos del mundo. El quintil más rico se apropia del 51,03% del ingreso, mientras el más pobre recibe sólo el 5,38% del PIB. Aunque las estadísticas se conocen con dos años de atraso, todo indica que la desigualdad aumentó durante el gobierno Bachelet-Velasco. Es cierto que bonos y subsidios se han distribuido con largueza, pero el estancamiento y retroceso de la economía -por la crisis capitalista- y el peso de un millón de cesantes los han convertido en sal y agua. Según el informe del desarrollo humano de la ONU, Chile ocupa el lugar 113° en la lista de países según su igualdad de ingresos. Chile está entre los 15 últimos a nivel mundial. La dupla Bachelet-Velasco no hizo siquiera amago de una reforma tributaria para corregir esta situación vergonzosa.
Aunque el Fisco ha recibido los ingresos más grandes de la historia por los altos precios del cobre, esa bonanza ha beneficiado sólo a unos pocos. Por ejemplo a las fuerzas armadas, que gozan de regímenes previsionales de excepción, de variados bonos que inflan sus salarios, de hospitales top ten, de clubes exclusivos, etc. También Bachelet les permitió un faraónico derroche en armamentos. Destinó el 4,2% del PIB a ese rubro, mientras el presupuesto de educación recibía sólo el 3,8%. Chile ocupa a nivel mundial el puesto N° 11 en la importación de armamentos y el primero en América del Sur. No es de extrañar que este desproporcionado gasto militar sea visto con inquietud y suspicacia por los países vecinos. Lo que el gobierno de Bachelet ha conseguido es fomentar la carrera armamentista en un continente que ya gasta 34 mil millones de dólares anuales en armas… a costa del hambre, las enfermedades, la ignorancia y la miseria de los pueblos. Otros regalones del gobierno fueron el sector financiero (las utilidades de bancos y AFPs han sido excepcionales); el sector minero (el Estado controla apenas el 32% del cobre que alguna vez nacionalizó el presidente Allende y las transnacionales ni siquiera tributan al Estado), y los gigantes del retail, que han pulverizado al pequeño y mediano comercio. Con razón el gran empresariado nacional y transnacional que proclamó su amor por el ex presidente Lagos ahora aclama a la presidenta Bachelet. Sus utilidades han alcanzado las más altas cumbres de la historia.
No han tenido la misma suerte otros sectores. Por ejemplo, los mapuches han sufrido todo el peso de la represión del Estado. Dos jóvenes, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío, murieron baleados por carabineros (ya van nueve mártires mapuches bajo gobiernos de la Concertación). Lo mismo ocurrió con el obrero forestal Rodrigo Cisternas Fernández, abatido por carabineros que protegían la planta de celulosa Horcones, del grupo Angelini. El lector se preguntará entonces, ¿cómo se explica la popularidad de la presidenta y su gobierno? ¿Por qué la Concertación está a punto de ser derrotada si su gobierno fue tan eficiente como dicen las encuestas? Nadie tiene respuesta y lo concreto es que Bachelet se despedirá en medio de aplausos, el país se las arreglará como pueda y la Concertación bajará a la tumba o, en el mejor de los casos, ingresará al Instituto Traumatológico. Pero eso ya no será problema de Bachelet. Sus seguidores dicen que estará de regreso en La Moneda el 2014. Los que hacen esos cálculos no conocen a la derecha ni su infinita capacidad de mentir, dividir, hacer trampas y corromper conciencias. ¿Y ahora quién podrá ayudarnos? Sólo nosotros mismos, dejando de mirarnos el ombligo y asumiendo que vienen tiempos para una Izquierda independiente, pluralista, combativa y socialista, firmemente latinoamericanista.