Traducción del catalán para Rebelión de Carlos Riba García
A Miquel Grau lo mataron en octubre de 1977 en la calle, en el espacio público, mientras pegaba carteles de la Diada del País Valenciano. Cuando estaba en eso, desde un balcón le arrojaron un ladrillo a la cabeza. Quien lo hizo, muy cercano a la ultraderechista Fuerza Nueva, fue condenado a 12 años de prisión por homicidio. Pero, en 1979, Adolfo Suárez lo indultó parcialmente. En 1982, ya estaba en la calle.
A Javier Verdejo, militante andaluz de la Joven Guardia Roja, lo mataran los disparos de un subfusil de la Guardia Civil mientras intentaba pintar ‘Pan, Trabajo, Libertad’ en una pared del ágora pública de las plazas de Almería. Solo alcanzó a escribir ‘Pan, T…’. Se trataba de la funesta noche del 14 de agosto de 1976. Los responsables de su muerte, garantes de la neutralidad, fueron juzgados. En ese momento, unos versos de Juan de Loxa lo dejaron plasmado: «Pan y Trabajo, siempre se escapa el tiro pa los de abajo».
A Javier Vinader lo tuvieron exiliado, condenado y encarcelado -ya en democracia y hasta 1984- por no haber renunciado a desvelar las conexiones directas del las cloacas de Estado con la ultraderecha más oscura y criminal. En La aznaridad, el último libro que nos dejó Vázquez Montalbán, Manolo señalaba con lucidez: «Los más pacíficos se convierten en los más violentos porque desconfían de su propia voluntad de violencia». Esto viene a cuento de los hechos impunes, las represiones anteriores y los dichos vigentes, no solo como imprescindible acto de memoria histórica -y casi también por pura lógica preventiva-, sino y sobre todo como consecuencia de la última embestida contra los lazos amarillos. Esta polémica pret-a-porter para pirómanos que nunca han sido bomberos y epígono testosterónico del lema-insignia básico de un desbocado nacionalismo españolista: «A por ellos». Solo faltaba la siniestra incontinencia verbal del flamante ‘portacoz’ del PP, Pablo Casado, que «todo podría acabar en lazos negros». La cultura del miedo, las amenazas nada veladas y la represión inquisitorial siempre van de la mano.
Sea donde sea, la persecución del diferente, la proscripción del disidente y la hostilidad -institucional o civil- para con el divergente constituyen el núcleo central de cualquier autoritarismo. La razón de Estado da mucho juego, y desplegar la porra extensible de la extrema derecha -siempre tan funcional a los intereses del sistema- para atemorizar a la calle no es nada novedoso. La hemeroteca daría para mucho: desde la transición, que fue de todo menos pacífica -188 muertos como consecuencia de la violencia institucional- hasta recordar que hace nada de tiempo y en prime time electoral de los días que precedieron al 21-D, Mariano Rajoy llamaba por teléfono a un ultra del Bages para solidarizarse con él. A Susana Griso no sé si habrá que darle una medalla de oro por presentar anteayer a un militante de extrema derecha con patibulario currículum como un meritorio ciudadano ecologista. De lo que no tenemos la menor idea -la otra cara de la moneda- es de cómo se ha forjado la impunidad en la que han quedado las más de 140 agresiones ultras perpetradas entre octubre y diciembre del año pasado, aquellas en las que se rompieron los cristales de Catalunya Ràdio, se agredió a periodistas y se golpeó a inmigrantes. Allí donde la arbitrariedad y el doble rasero del Estado brillan como garantes de la impunidad.
El engaño -que a nadie engaña- de hablar de lazos amarillos para no hablar de los presos, de inventar confrontaciones ciudadanas que nadie espera ni desea y atizarlas para evitar el riesgo de que se produzcan cotiza al alza en la demencial carrera por ver quién la tiene más larga. En resumen, si todo el relato ficcionado, hiperbólico y binario de Ciudadanos fuese real dudo mucho que solo acudieran 600 personas a una concentración sintomáticamente trufada, ciertamente, de elementos de extrema derecha. Incluso un cámara de Telemadrid agredido con la excusa terrible que pensaban que era de TV3. O fallan ellos o falla la realidad, algo que no acostumbra a suceder. Cada uno vivirá la feria según le vaya y uno cree -lo confirma viendo la mesa de los protagonistas- que el arranque de símbolos amarillos no es más que otra forma de represión extrajurídica aunque planificada de evitar lo inevitable: la solidaridad con las personas encarceladas y exiliadas. El espacio público es la excusa; el objetivo es la ley del silencio. Las imágenes -salvando las distancias y constatando las proximidades- traen a la retina las de Amanecer Dorado destrozando las paradas de los inmigrantes en los mercados de Grecia. El derecho violento, redentor y feudal que algunos se arrogan para despedazarlo todo, junto con la vergüenza de la cobertura oficial y mediática.
Donde quería llegar es que los climas de tensión y los estados de opinión nunca nacen espontáneamente. Se crean y después se descontrolan y acaban inquietando incluso a sus creadores. Después -siempre, indefectiblemente- quienes los generaron se desentienden de lo hecho, se olvidan de las amistades peligrosas y, si es necesario, reescriben la historia. Expertos, como diría Juan Gelman, en no recordar nada de lo que han alimentado y perpetrado, y salir bien parados. Pero brindar carta blanca y benevolencia a los reducidos grupos activos de la extrema derecha es una decisión política que implica responsabilidades y consecuencias. Blanquearlos como si fuesen dignos ciudadanos ya es algo más que complicidad. E insiste en ello la Directa -quienes están en la estrategia ultra de la tensión, siendo pocos como son -menos de los que pensamos-, hacen mucho ruido y se enredan en la telaraña de quienes promueven el odio desde la propia impotencia. Lo trágico es que para hacer daño no es necesario que sean muchos, bien lo sabemos; las 80 víctimas mortales por delitos de odio de los últimos 40 años -Sonia, Lucrecia, Guillermo, entre ellos- nos lo recuerdan permanentemente.
También hay algunas posverdades de manual que no caben en esta columna -no, un domicilio particular no es un espacio público neutral, tampoco lo son las ruedas de un coche ni un balcón del Ayuntamiento ni la integridad física de todo el mundo- cuando la perversión equipara el derecho de protestar con el no-derecho de reventar la protesta de los demás, más incluso separando cualquier debate del contexto en el que se produce y banalizando el sufrimiento ajeno.-la prisión y el exilio de los adversarios políticos-. En Per combatre aquesta època (Para combatir esta época), Rob Riemen se pregunta si acaso habrá que esperar un tiempo más para decir que determinados fenómenos o actitudes son fascistas. Judit Butler recuerda siempre que la política de la no-violencia acaba determinándonos y decidimos ser no violentos en un contexto de violencia. Y mientras algunos pocos -muy pocos, pero con sorprendentes altavoces de apoyo- avivan la violencia de «limpiar la calle»; lo que sería necesario no olvidar es que a favor de los presos políticos -que es lo que simbolizan los lazos amarillos, y que se ha extendido y se extenderá como una exigencia democrática- está el 80 por ciento de la sociedad catalana, según la encuesta más reciente de La Vanguardia. Que este consenso se vea reflejado en el espacio público, en los plenos municipales o en las concentraciones casi cotidianas no es más que una discrepancia solidaria en tiempos de excepción. Que una minoría ultra pretenda envenenarlo todo es propio de manual de estrategia de tensión.
Ahora, cuando este curso que arranca será más difícil sin las enseñanzas de Eva Serra y las lecciones de Josep Fontana, será necesario constatar continuidades de dignidad en la propia historia de la resistencia, la que vincula la refrescante tozudez de las abuelas de Alella con un tranquilo carnicero plantado en el medio de la calle. Siempre hemos salido porque los de abajo han abierto siempre lo que los de arriba querían cerrar desde el poder. En un país con memoria, en 2018 no será la extrema derecha la que nos haga callar. No nos cansaremos; ya se cansarán ellos… #llibertatspresospolítics #llibertatpresespolítiques
Fuente: http://directa.cat/despres-ningu-no-en-sap-res/
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