Los resultados de las elecciones en Colombia muestran un panorama bastante particular y paradójico. Las cifras obtenidas (10,4 millones de votos para Duque y 8 millones para Petro) crean la apariencia de una gran fuerza, pero si se observa en detalle, la debilidad y precariedad es evidente, mucho más en el campo del «ganador» pero […]
Los resultados de las elecciones en Colombia muestran un panorama bastante particular y paradójico. Las cifras obtenidas (10,4 millones de votos para Duque y 8 millones para Petro) crean la apariencia de una gran fuerza, pero si se observa en detalle, la debilidad y precariedad es evidente, mucho más en el campo del «ganador» pero también en el del «perdedor».
Duque sabe que no tiene la fuerza y legitimidad moral para encabezar a la Nación y que ganó con un mandato basado en detener a Petro. El candidato de la Colombia Humana es consciente que no es la única cabeza de la oposición y que la fuerza acumulada es para impedir la dictadura («legal») de Uribe. El primero no puede gobernar con fluidez mientras el segundo se puede diluir siendo solo oposición. En tanto, la gente sufre las consecuencias de la crisis institucional que vive el país a todos los niveles. Muchos se preguntan… ¿No hay nadie que piense en grande?
Las fuerzas corruptas y guerreristas están acorraladas pero tienen la capacidad de conducirnos a un infierno como siempre lo han hecho; las «ciudadanías libres» los derrotaron en la primera vuelta (27-M) pero no construyeron la cohesión para derrotarlos de verdad en la segunda (17-J).
Duque acogió obligado las principales propuestas de Petro y ahora no sabe cómo «bajarse» de ellas. La continuidad del fin negociado del conflicto armado y la consulta contra la corrupción lo tienen contra la pared. No sabe cómo satisfacer el hambre de venganza de los uribistas extremos, no puede defender de frente a los corruptos, y está comprometido en garantizarle impunidad a su «jefe» (Uribe). Ya imagina los innumerables conflictos que va a tener cuando incumpla todas sus promesas. Está sentado en una «vaca loca» que puede incendiar este país en cualquier momento.
Petro en forma forzada tuvo que bajarse de algunas de las propuestas que iban a «cambiar la historia de Colombia»; entre ellas, la de la «Constituyente Territorial» que convocaría a amplios sectores de la sociedad colombiana excluidos de la participación política y que no creen en el establecimiento oficial. Tiene el reto de mantener la dinámica de movilización popular logrado en la campaña electoral y, por ello, apoya la consulta anti-corrupción, debe diseñar un modelo de oposición que unifique a los sectores alternativos y ayudar a conquistar numerosas alcaldías y gobernaciones que -supuestamente- serán fundamentales para la disputa presidencial de 2.022.
Lo grave para la Nación es que la cantidad de problemas acumulados no dan tiempo. La reincorporación de los ex-combatientes tiene grave problemas; crecen las áreas de cultivos de uso ilícito; los grupos armados ilegales siguen asesinando dirigentes sociales y a desmovilizados; la situación fiscal del Estado no es la mejor; el «proceso de paz» está hecho trizas, y a pesar de los resultados electorales, no hay credibilidad ni confianza entre la sociedad en su conjunto. Santos destruyó los acuerdos a punta de remiendos y se requiere un acuerdo nacional para poder avanzar. Es decir, es hora de negociar con Uribe, único camino para construir reconciliación.
La ley de perdón y olvido (o de «borrón y cuenta nueva») que nadie quiere reconocer para no hacerle trampa de frente a la Corte Penal Internacional, va a tener que ser sacada de debajo de la mesa con el visto bueno de las víctimas de todos los colores y de los diversos estratos sociales. En la práctica ya está allí detrás de los acuerdos pero cada quien quiere obtener más garantías y seguridad porque desconfía de los detalles o de quién administre la justicia especial.
Por eso hay que coger el toro por los cuernos, llamar a todas las fuerzas políticas y sociales a hacer el «Acuerdo sobre lo Fundamental» planteado por Álvaro Gómez Hurtado en 1990 y que fue retomado recientemente por Gustavo Petro, si no queremos seguir en un tire y afloje que no trasnocha a la gente en general pero que preocupa y nos distrae de los problemas que quedaron planteados en la campaña electoral que tienen que ver con el cambio de matriz productiva, generación de empleo, cambio climático, salud y educación, reforma política y judicial, etc.
Es decir, existen todas las condiciones para plantear la convocatoria y realización de un Diálogo Nacional, reviviendo la idea planteada por Jaime Bateman Cayón en 1980.
Hay que enviarle un mensaje positivo a la Nación, mostrar que hay gente pensando en avanzar, no pretender construir la reconciliación hasta que se logre la presidencia. No se puede desaprovechar el esfuerzo realizado por tanta gente que apoyó a Duque, Petro, Fajardo, Claudia López, Robledo, De la Calle, Vargas, y todas las fuerzas y personas que participaron en la pasada campaña electoral. No podemos seguir pensando en «ellos» y «nosotros», hay que romper los esquemas y sorprender a crédulos e incrédulos. Hay que mostrar madurez, generosidad y grandeza, sacudir el tapete y demostrar desde ahora el respeto al otro a pesar de las diferencias.
Hay que enterrar el estilo de Santos (que fue el gran derrotado de las pasadas elecciones) que a pesar de su aparente buena voluntad era obligado -por su naturaleza vacilante y las condiciones políticas reales- a echar la basura debajo de la alfombra para poder ganar el Nobel de la Paz pero nos dejó un verdadero tierrero acumulado. Hay que acabar con la falsa polarización sobre un tema que nos tiene a todos cansados y que de no resolverse nos puede conducir a una guerra más desgastante y cruel que la que ya hemos sufrido («mexicanización» de Colombia). ¡Ya es hora!
Un diálogo nacional que permitiría convocar a todos los sectores sociales y étnicos, academia, gremios, cortes, fuerzas políticas, grupos armados y desarmados, a buscar soluciones a los temas más urgentes y destrabar el camino de la paz y la democracia. Llegó el momento de hacer las paces entre todos, incluyendo a las FARC y al ELN. En la práctica es una forma de reconocer el «empate técnico» existente que no se va a resolver a corto plazo si no dialogamos y cedemos.
La forma de convocarlo y desarrollarlo es un tema importante pero secundario. Si hay voluntad política lo haremos. Y no puede ser para solucionar todos los problemas de una vez; se requiere creatividad para construir las mínimas condiciones de la paz y la democracia. Ese es el verdadero mandato que acaba de enviar nuestro pueblo, incluyendo el problema de la corrupción.
Si nos lo proponemos, lo lograremos. Que despierten y se reactiven quienes recibieron el apoyo de la ciudadanía colombiana. No es hora de esquivar responsabilidades.
Blog del autor: https://aranandoelcieloyarando
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