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Cronopiando

Diario íntimo de Jack el Destripador/17

Fuentes: Rebelión

(Tomado del libro «Diario íntimo de Jack el Destripador». Koldo Campos Sagaseta/J.Kalvellido/Editorial Tiempo de Cerezas)

Y bien, a quienes me censuran por violento en este apacible remanso de hermandad y gloria en que han convertido el mundo: les propongo un brindis por la paz.

Me han convencido. Desterremos la violencia de la vida, por las buenas o por las malas, caiga quien caiga, cueste lo que cueste… Prohibámosla hasta en el diccionario para que como concepto no pueda tener coartada, tampoco umbral o entorno, ni siquiera cobijo como sinónimo. Censuremos el furor de sus proscritas nueve letras, condenemos la intolerancia de sus tres clandestinas sílabas.

Y si es preciso revisar la Historia, la Física, las Ciencias Naturales, que no nos tiemble el pulso y saquemos a patadas la violencia de nuestra cultura. Deslegitimemos la violencia para que sea declarada ilegal la tortura, al igual que las cárceles públicas o secretas, los muros con y sin vergüenza, las alzas de los precios, los olvidos, las mentiras impresas, los violentos despidos, los infiernos.

Para que no puedan las olas romper violentamente contra los arrecifes, y no llegue la Bolsa a desplomarse violentamente sobre los tantos infelices sin paz ni providencia.

Para que los estornudos se serenen y las toses encuentren su sosiego, para que nadie vuelva a referirse a la terrible violencia del incendio, al violento golpe de la mar, al violento remate del extremo o al mate en la canasta del rival o al violento servicio del tenista, ni sea la violenta espada la que en la plaza termine degollando al toro.

Así tengan que ser abolidos los violentos ataques de cuerdas y metales en las orquestas y en las partituras, así los saltos de agua y las cataratas se tornen apacibles, que nunca más ni el trueno ni el relámpago se expresen con la vehemencia que acostumbran y pueda el zapateado hacer valer su flema y los tacones mostrar su tolerancia.

Hasta que desaparezcan las corrientes de los ríos, incluso, los ríos; hasta que las ventiscas reconduzcan sus aires y se avergüencen los aludes de su pasado; hasta que las tormentas se avengan a razones y los termómetros condenen la violencia de sus oscilaciones.

Y que los trabajadores que en el mundo mueren todos los días en los llamados accidentes laborales, puedan morir serenamente, en la gracia del señor, de la patronal y del gobierno, y enterrados en paz y en armonía.

Y que los desprovistos del derecho a trabajo y a vivienda puedan, en la quietud de su apacible estado, conducir en calma su infortunio. Y que los extorsionados por los bancos, cautivos de violentas hipotecas e intereses, encuentren la paz que se les niega y la bonanza después de tanta ruina y tanta deuda.

Y que los desahuciados por las leyes del consumo hallen en el sosiego de su fe, la necesaria tolerancia para sobreponerse a su desgracia. Y que los acosados indefensos ante el furor violento del negocio y la infame violencia del comercio, que nunca deja ilesos los bolsillos, tampoco la esperanza, puedan enloquecer serenamente, al amparo de hambrunas y pandemias, de fármacos vencidos, de falta de asistencia.

Y que los condenados por la Iglesia a las llamas de dogmas y de espantos, vuelvan a celebrar su mansedumbre y a aportar más templanza y más mejillas.

Y que los perseguidos por Estados que han hecho de la guerra un humanitario manifiesto, de la tortura un acto de piedad, del secuestro un benemérito destino, del crimen una razón de Estado, puedan agradecer desde sus huesos la ira con que no los enterraron.

Prohibida la violencia de la guerra sin paz, de la paz sin justicia, de la justicia sin equidad.

Hasta que restituida en el mundo la calma, la concordia, el diálogo, la tolerancia y el amor al prójimo… podamos descorchar, por supuesto, sin violencia, un brindis por la paz y por la vida.

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