Esta semana ha muerto Lauren Berlant mucho antes de lo que los estándares de esperanza de vida occidentales nos dicen que correspondería. Esto es siempre motivo de tristeza, pero es que además se ha ido una crítica cultural, académica y activista original y prolífica, queer, enérgica y poderosamente inteligente. Sus lectoras esperamos como agua de mayo la publicación de su último trabajo que, como todos los libros de Berlant, despierta interés desde el título mismo: On the Inconvenience of Other People.
Mientras llega esa “novedad”, recupero en estos días uno de sus textos más conocidos, una referencia indiscutible en el campo de los estudios culturales, titulado –hablando de títulos sugerentes– Optimismo cruel, publicado en 2011 y recién traducido al castellano en la editorial argentina Caja Negra. La entrada al libro es complicada, pero si ustedes no son del bando de los que sufren aversión a la complejidad, les recomiendo que al menos se asomen a sus páginas. Vayan, lean fragmentariamente, déjense llevar por la imaginación de Berlant; déjense afectar por hallazgos como éste: “Nuestros objetos crueles no nos transmiten una sensación de amenaza, tan solo nos resultan agotadores”. Déjense afectar; suelten un rato el móvil –el más cruel de todos los objetos– si pueden …
Y todo esto, ¿qué demonios tiene que ver con Ayuso? Les explico.
Berlant supo interpretar el “fenómeno Donald Trump” muy pronto. En parte porque para 2016 llevaba más de una década explicando que toda política es emocional, que no lo es solo un tipo concreto de política que defienden quienes, por lo general, se encuentran en las antípodas de lo que nos gusta; que Trump entendía esto y lo utilizaba para difundir su retórica alucinada en la que, sin embargo, se entreveraban algunas verdades, lo que otorgaba plausibilidad a su discurso; y que su pretensión era manejar el poder en nombre de una narrativa que, en Estados Unidos, concita una adhesión masiva: el sueño americano.
En esa interpretación, el sueño americano sirve muy bien para explicar cómo se condensa el optimismo cruel, una condición en virtud de la cual deseamos, justamente, lo que contraviene nuestro bienestar. Nuestros anhelos, en la medida en que están anclados en este tipo de narrativas triunfalistas, individualistas y jactanciosas que apuntan en la dirección de “lo imposible”, no van a verse satisfechos nunca y, sin embargo, nos aferramos a ellas, desarrollamos con ellas relaciones de apego. Además, por más que sepamos en nuestro fuero interno que para creer en el sueño americano o, pongamos por caso, en “la libertad” –y aquí viene Díaz Ayuso asomando la patita– tal vez estamos entregando el poder a quienes harán imposible el cumplimiento de nuestras expectativas de una vida buena, nos aferramos a ese apego porque, bajo determinadas circunstancias, le da sentido a las cosas, infunde confianza, nos da un respiro.
Si llevas un año sometida a una situación de restricción de movimientos, de estrés colectivo, de miedo al contacto humano, a la enfermedad y a la muerte, y alguien viene a decirte que lo que necesitas y está en su mano darte es “libertad”, puede suceder que te dejes llevar por un optimismo cruel y decidas ignorar todas las señales en rojo que se encienden en tu proceloso camino hasta las urnas. Señales que alertan sobre cuestiones de orden teórico –ya hay libertad en una España constitucional; ningún político va a proporcionarte más libertad de la que tienes– y otras de orden práctico -Díaz Ayuso parece muy poco comprometida con la sanidad pública en un momento en el que de su buen funcionamiento dependen miles de vidas humanas; Díaz Ayuso miente continuamente y esto es fácil de verificar; Díaz Ayuso no parece tener las cualidades necesarias para desempeñar el cargo que ostenta …– y que, sin embargo, no van a impedir que, en un acto de optimismo cruel, te adhieras al discurso de la libertad, como los votantes de Trump lo hicieron al de un sueño americano 2.0 después de Barack Obama.
Trump ha durado una legislatura. ¿Qué pasará con Díaz Ayuso?
Creo que tanto las votantes de Ayuso como las que no lo somos nos hemos sentido estafadas, engañadas e iracundas cuando hemos conocido la noticia del nombramiento de un político desacreditado y arribista, Toni Cantó, como director de una “oficina del español” que nace sin funciones, ni atribuciones, ni más propósito ni justificación que la de pagarle un sueldo del erario público al mentado politicastro.
Algunas, además, hemos reparado en que, en seguimiento de la estrategia de comunicación a la que nos tiene acostumbradas la presidenta de la Comunidad de Madrid, esta noticia se da en parte con el propósito de distraer la atención de otros sucesos del día que tienen un fondo y un recorrido más relevante, según me parece: las vacunaciones por empresas privadas –El Corte Inglés, Acciona y el Banco Santander– de forma simultánea al cierre de centros sanitarios de atención primaria; o el nombramiento como viceconsejero de Empleo de Alfredo Timermans, que era el secretario de Comunicación de Jose María Aznar cuando el 11-M y al que cabe por tanto atribuir el mérito de difundir deliberadamente información falsa sobre aquellos atentados.
Díaz Ayuso toma decisiones escandalosas y las comunica sin paños calientes. Al fin y al cabo fueron muchos los madrileños y las madrileñas que la votaron, que se adhirieron a su narrativa de la libertad, que prefirieron dar por buenos sus embustes en campaña y dirigir sus afectos políticos hacia las banderas y demás oropeles patrios porque, llevados por un optimismo cruel, pensaron que –con suerte– el gobierno de Ayuso les ayudaría a “progresar”. ¿Qué piensan y sienten estos días esas personas?
Ayuso y su equipo patrimonializan las instituciones y desprestigian la política, están actuando sin cortapisas éticas, sin vergüenza. Y lo están haciendo sin esconderse, porque no lo necesitan. Todo esto es deprimente y aun así, hay esperanza.
En 2002 Lauren Berlant fundó, junto con otras académicas, artistas y activistas feministas el colectivo Public Feelings. Uno de sus eslóganes rezaba así: “¿Deprimido? Puede ser político”. Pues eso, si la política es el origen de la infección, en la política estará la cura. Frente a Díaz Ayuso, hagamos política, cada quien donde pueda y le corresponda y siempre, siempre, de manera deliberadamente desobediente con su narrativa y sus estrategias de comunicación. De momento, las quejas sobre las tropelías del gobierno de Ayuso ya tenemos donde dirigirlas para desahogo ciudadano: a la oficina del español, cuando la abran –si la abren– y sepamos dónde se ubica.
Fuente: https://www.lamarea.com/2021/07/02/diaz-ayuso-y-el-optimismo-cruel/