En la política española las aguas bajan revueltas y a río ídem, ganancia de pescadores. Además, a la vista está, todas las artes de pesca valen: asalto al bolsillo ajeno, navajazo en el bajovientre, compra de tertuliano, etc… Prolifera también en esta jungla el vendedor de humo, crecepelo institucional y palabros vacíos. De todo eso […]
En la política española las aguas bajan revueltas y a río ídem, ganancia de pescadores. Además, a la vista está, todas las artes de pesca valen: asalto al bolsillo ajeno, navajazo en el bajovientre, compra de tertuliano, etc… Prolifera también en esta jungla el vendedor de humo, crecepelo institucional y palabros vacíos. De todo eso va lo que sigue. Espero sirva de algo.
1.- Lo que existe en el Estado español no es un problema «territorial», sino nacional. Presentar así este conflicto oculta-desactiva algo que es esencialmente político y democrático. Porque el problema, mucho más que a un territorio, a quien afecta es a sus gentes. A lo que estas son y, sobre todo, a lo que quieren ser. No hablamos, pues, de geografía, sino de política. El problema no es, pues, una nueva ordenación del territorio sino la redefinición de las relaciones entre los pueblos y sus gentes.
2.- Afirmar que España es una «nación de naciones» tiene trampa. Un conjunto de casas puede llamarse calle, barrio, urbanización o pueblo, pero no casa. Ésta, a lo más, puede ser única o estar formada por pisos, pero no por más casas. Claro, si pensamos que hay naciones «A» y «B» y que las primeras tienen derecho a tener Constitución, ejército, tribunales, leyes básicas…, y el resto tan solo a gestionar sobras competenciales, pues entonces sí que se podría hablar de una nación de naciones. Pero eso es tramposo. ¿O no?
3.- Con lo del «estado plurinacional» ocurre algo parecido. La descripción es correcta (existen varias naciones dentro del Estado español), pero la definición se queda corta. Porque lo importante es seguir dando pasos en esa dirección y contestar a la pregunta: ¿en qué situación se encuentran esas naciones?, ¿juegan todas en la misma Liga y en pie de igualdad? Porque como sucede con la Santísima Trinidad, naciones hay varias, sí, pero Estado solo uno, el español: indisoluble, indivisible y de soberanía única y exclusiva.
4.- Cuando se menciona a los grupos «nacionalistas» presentes en las instituciones, se da por supuesto que se habla del PNV, EH Bildu, ERC, BNG, PDC… Es decir, solo los partidos independentistas son «nacionalistas», los unionistas, no. El PP, PSOE, Podemos, C’s…, son otra cosa. ¿Qué otra cosa? ¡Ah!, no se sabe muy bien. El unionismo y el españolismo es así como la naturaleza de los ángeles, algo asexuado. Ellos, a lo más, son partidos «nacionales», no nacionalistas. Pechuga de pollo, vamos, ni carne ni pescado.
5.- Hay quienes defienden la «vía legal y pactada» para la solución de los problemas nacionales vasco o catalán, lo cual queda como muy civilizado (nadie puede estar en contra de tan nobles deseos), pero esto también tiene trampa, porque, pregunto, mientras no se llega a esa solución pactada, ¿cuál será la legalidad a aplicar al proceso?. Y si tras todas educadas negociaciones no hay acuerdo, ¿qué árbitros y jueces dictarán laudos y sentencias?, ¿en qué leyes se basarán éstas?, ¿qué gobierno y qué policía las harán cumplir?
6.- Envuelto en humo se reivindica un «nuevo status» para Euskal Herria, pero, ¿de qué va eso?, ¿de rellenar un poco más un Estatuto de Gernika que después de casi 40 años tiene otras casi tantas competencias sin transferir?, ¿de dar un poco de oxígeno a un Amejoramiento incapaz de hacer frente a las 17 leyes forales suspendidas por el Gobierno central y su T.C.? Evidentemente, si en ese nuevo status no hay soberanía y derecho a decidir, las puertas seguirán estando abiertas a todo tipo de recortes e imposiciones.
7.- Se dice que lo prioritario es lo social, no lo identitario. Pero reclamar el derecho a decidir tiene que ver, y mucho, con temas muy sociales, como son esas 17 leyes aprobadas en Iruñea y esa otra decena de Gasteiz relativas a desahucios, fracking, finanzas municipales, atención sanitaria a inmigrantes…, y que éstas no puedan ser echadas abajo por el Gobierno central y su TC correveidile. Lo político y lo social siempre van de la mano. Derecho a decidir, pues, para el hoy y para el mañana; para lo grande, lo mediano y lo pequeño.
8.- No somos separatistas, sino independentistas, que no es lo mismo. Afirmamos nuestro proyecto en positivo, no en negativo. Nuestro punto de partida y llegada es Euskal Herria, no España. Ser independentista no es tampoco hacer una loa a la autarquía. Sabemos que vivimos en un mundo interdependiente y que es preciso compartir muchas cosas con otros pueblos, empezando por los más cercanos. Pero, ¡cuidadín!, somos mayores de edad y debemos definir nosotros, y no otros, los lazos y solidaridades a tejer.
9.- Al hilo de lo anterior, lo más unitario no tiene por qué ser lo más solidario. Si fuera así, el franquismo sería el modelo a seguir. Defender la independencia o el (con)federalismo no es -¡por supuesto!- menos fraternal que la opción centralista del PP o C’s. La U.E. ha dado pasos importantes en el terreno de la unidad (Maastrich, Lisboa,…), pero de ahí no se ha derivado incremento alguno en su sensibilidad solidaria, ni internamente (crecen las desigualdades), ni externamente (refugiados). La solidaridad entre los pueblos debe asentarse en la justicia, la colaboración y el respeto, no en el centralismo.
10.- Confieso que bastante más que nacionalista, me considero vasco internacionalista. Como los árboles, hay que asentar las raíces en la propia tierra y abrir las ramas a los cuatro vientos. Pero ser internacionalista en Euskal Herria, y en cualquier lugar, exige reclamar para los pueblos libertad, soberanía y decisión. Y si la democracia chusquera, corrupta y borbónica nos lo niega, pues la baraja no sirve. Hace falta naipe nuevo, sin cartas marcadas ni árbitros comprados. Una baraja sin reyes, espadas, oros, ni bastos constitucionales.
Termino. Al igual que con los mandamientos de la ley de dios, los diez puntos anteriores se resumen en dos: ruptura democrática y derecho a decidir. No es un capricho, sino la constatación de una realidad. En el actual marco constitucional español (reformas mediante mayorías cualificadas en el Congreso y Senado, referéndum estatal,…) y habida cuenta la correlación de fuerzas existente (PP, C’s, PSOE, incluidas en este último caso todas sus facciones), esperar soluciones democráticas al problema nacional por parte de este Régimen es como pedir olmos a una pera. Un auténtico oximorón, vamos.
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