La victoria y el pacto de las tres derechas en Andalucía, el desalojo del Partido Socialista de la Junta y el debilitamiento electoral de las fuerzas progresistas, sean de izquierda o alternativas, ha puesto al descubierto la fragilidad de la dinámica de cambio de progreso en España. Ha sido un contrapunto a la victoria del […]
La victoria y el pacto de las tres derechas en Andalucía, el desalojo del Partido Socialista de la Junta y el debilitamiento electoral de las fuerzas progresistas, sean de izquierda o alternativas, ha puesto al descubierto la fragilidad de la dinámica de cambio de progreso en España. Ha sido un contrapunto a la victoria del socialista Pedro Sánchez en la investidura a la presidencia del Gobierno, con la expectativa del comienzo de un camino de progreso y de colaboración con Unidos Podemos y sus confluencias. Es necesaria una profunda reflexión y un impulso renovado para avanzar en la democracia y la igualdad, así como en la consolidación y unidad de las fuerzas del cambio.
Partiendo de estos hechos, desde un enfoque crítico de la sociología política y de los movimientos sociales, me centro en tres aspectos encadenados y complementarios para clarificar las opciones progresivas.
Primero, las dificultades y características de una estrategia de progreso por parte de las fuerzas del cambio, considerando las implicaciones del ascenso del bloque reaccionario de las tres derechas y la ambivalencia de la dirección socialista.
Segundo, cómo superar la situación de bloqueo político y, especialmente, la subjetividad de ansiedad existente en mucha gente progresista por el temor a un retroceso político y representativo, así como, fortalecer, con fundamentos realistas, una activación cívica y una voluntad colectiva igualitarias y democratizadoras en torno a un renovado proyecto de país, democrático, social y plurinacional.
Tercero, cómo avanzar en una vertebración organizativa del conjunto de las fuerzas del cambio y, en particular, de Podemos sobre la base de una unidad y colaboración desde la pluralidad y el talante democrático e integrador, puestos en cuestión ahora por la crisis en Madrid (y estatal), a raíz de la candidatura autonómica de Íñigo Errejón con la plataforma Más Madrid y la respuesta contundente de la dirección.
Debates estratégicos y opciones políticas
En dos artículos recientes en Rebelión, El sendero socialista hacia las elecciones (23/11) y Una oportunidad para el ‘sanchismo’ (26/12), he explicado la política del Gobierno socialista, sus apuestas y gestos positivos (acuerdo presupuestario, desescalada en Cataluña…), así como sus oportunidades y limitaciones; la principal: su indeterminación estratégica para consolidar un cambio sustantivo y una alianza de progreso, ahora y para la próxima legislatura. No me detengo en ello.
Señalo ahora un diagnóstico sintético de las fuerzas sociopolíticas, la inadecuación analítica y discursiva dominante y su influencia sobre la credibilidad transformadora alternativa.
Con la expresión pública, hace casi una década, de una amplia corriente sociopolítica indignada de carácter progresista y democrático frente a las clases gobernantes y su gestión regresiva, se rompió el relativo consenso político en torno al bipartidismo de la derecha liberal-conservadora y la socialdemocracia.
En particular, con la aparición de Podemos (y sus aliados), hace un lustro, se conformó un tercer espacio político alternativo. No hay dos bloques (o tendencias), sino tres (cuatro, contando con las corrientes nacionalistas). Este nuevo conglomerado democratizador y crítico responde a una demanda cívica y de justicia social basada en la igualdad y la solidaridad como valores republicanos, populares o de izquierda. Y está distante de otras tradiciones conservadoras, socio-liberales o autoritarias. Era ineludible afirmar su carácter diferenciado de la vieja socialdemocracia, más de sus componentes neoliberales y su dependencia de los poderes establecidos.
La dicotomía político-ideológica e institucional izquierda / derecha, con el monopolio del Partido Socialista a esa primera nominación, expresaba el viejo equilibrio bipartito y oscurecía el campo político emergente con un perfil democrático y de progreso, ya existente en el ámbito social. Extender ese esquema con las categorías centro y extrema izquierda sigue sin clarificar el carácter y la importancia de la nueva tendencia alternativa y contribuye a infravalorarla, deformarla y estigmatizarla (junto con otros apelativos: radical, izquierdista, populista…).
La dicotomía sociodemográfica élites (o arriba) / pueblo (o abajo), desde el año 2015, con el acceso alternativo en los ámbitos institucional, municipal, autonómico y parlamentario, es demasiado esquemática para definir la diversidad y el sentido de los adversarios, las alianzas y su base social, elementos clave para explicar los procesos sociopolíticos y elaborar e implementar una estrategia política y unos objetivos transformadores.
El problema interpretativo principal de ambos esquemas, objeto de controversia política, histórica y teórica, es dónde situar al Partido Socialista y al espacio alternativo, juntos o por separado y cómo nominar el conjunto. Es decir, predefinen qué intereses y objetivos compartidos u opuestos existen y cuál es el camino por recorrer juntos, de forma paralela o contraria. O, dicho de otra manera, en qué medida, momentos y condiciones son adversarios o, bien, socios y aliados para las fuerzas del cambio.
Esa ambivalencia socialista facilita el acuerdo en el ámbito local y autonómico, sobre todo en condiciones de mayor representatividad y control institucional alternativo, como en los Ayuntamientos del cambio. Y dificulta en los ámbitos estatal y europeo, más constreñidos por las estructuras económicas y los poderes establecidos.
La cruda experiencia del bloqueo político
El año 2016 supone una cruda experiencia: por un lado, la operación gran centro del pacto Sánchez / Rivera, con un programa socioeconómico neoliberal y continuista en lo territorial, así como con la subordinación de Podemos, Izquierda Unida y las convergencias, cuyas bases la rechazan justamente; por otro lado, el atisbo del desalojo progresista de Mariano Rajoy que el ‘susanismo’ neutraliza con la defenestración de Pedro Sánchez y la vía libre a la gobernabilidad del PP y el aislamiento alternativo y de los nacionalistas catalanes. Esa pretensión centrista, normalizadora y autoritaria supone un gran desgaste de las expectativas populares de cambio de progreso y una fuerte inclinación a la pasividad y la resignación ciudadana.
En el último año 2018, la activación sociopolítica, principalmente del movimiento feminista y los pensionistas, junto con la tenacidad crítica de las fuerzas del cambio y la firmeza del nuevo Sánchez, vencedor en las primarias socialistas, refuerzan la pugna contra la ‘normalización’ derechista; facilitan su investidura y favorecen esta nueva andadura provisional de aproximación entre ambas tendencias y la movilización social y feminista. Esa última evolución positiva no es definitiva ni firme como para aventurar un proceso de cooperación leal hacia un gobierno de coalición y unas políticas unitarias de progreso, más mediando el conflicto catalán y aunque se consigan avances en otros ámbitos municipales o autonómicos y en el propio pacto presupuestario. Pero constituye un paso necesario de confianza mutua entre las dos tendencias progresivas y mayor credibilidad compartida ante la sociedad. Su bloqueo es lo que produce frustración popular.
En todo caso, volvemos a estar ante tres escenarios, con tres tipos de alianzas entre los tres bloques o tendencias políticas: a) involución regresiva, centralizadora y autoritaria con el pacto de las tres derechas; b) gran centro con un pacto socioliberal y continuista en la articulación territorial entre Partido Socialista y Ciudadanos; c) un pacto de progreso entre PSOE y Podemos y sus aliados (y la aceptación nacionalista), con un nuevo ciclo democratizador, igualitario y plurinacional.
Por tanto, la dirección socialista, aparte de su diferenciación con la tercera vía centrista y neoliberal, mantiene una vía intermedia y ambivalente: depende y colabora con los poderes establecidos; representa demandas de una parte popular progresista. Ni es solo oligárquica (o de derechas o neoliberal), ni solo democrática (o progresista o de izquierdas). Cuando se utilizan estas expresiones inclusivas hay que diferenciar los dos polos internos y la persistente ambivalencia, asimétrica en cada circunstancia, de la socialdemocracia, junto con otras reacciones sectarias. No hay un campo homogéneo con la pugna por la visibilidad o completa hegemonía de una de las dos partes progresivas.
El reconocimiento de ese estatu quo relativo es necesario, aunque las pugnas y las treguas sean prolongadas, sucesivas y no siempre democráticas. La combinación de colaboración y oposición es compleja y sometida a las condiciones de cada coyuntura. Evitar los riesgos de los bandazos de una posición a otra, sin suficiente fundamento, o cómo convivir con las dos al mismo tiempo, con las dosis e interacciones adecuadas, es lo habitual de la gestión política, de alianzas y la gestión institucional de progreso. Pero exige debate paciente, respeto a la pluralidad, cultura democrática y actitud constructiva. Y no siempre se expresan con claridad.
La difícil gestión de la subjetividad y los liderazgos
La indecisión socialista sobre el tercer escenario y la posibilidad real de los dos primeros genera lógica preocupación a la gente progresista y de izquierdas. El futuro de progreso pasa por la tercera opción; pero su materialización no es segura. No se trata de deseos de la élite representativa o de muchos activistas. El discurso determinista o voluntarista de una tendencia ascendente imparable que asegura ganar, a corto plazo, el poder institucional ha dejado de tener credibilidad; particularmente, con el relativo estancamiento de estos tres años y la experiencia de las dificultades, cuando además asoman riesgos de retroceso. Ahora hay que combatir el fatalismo: la impotencia y la resignación y, su contrario, las salidas falsas.
Pero el discurso voluntarista, por sí solo, es insuficiente. La aspiración para ganar las instituciones e implementar un cambio profundo se debe sustentar en el realismo, al mismo tiempo que en los valores éticos. Hay que combinar, como decía Max Weber, uno de los fundadores de la sociología, la ética de la responsabilidad, según resultados, y la ética de la convicción, con objetivos transformadores, sentido de la justicia y principios emancipadores; con un tercer elemento (aristotélico): la fortaleza de carácter y la valentía controlada.
Solo que, en el peor de los escenarios, de la involución social y autoritaria de las principales instituciones y el aislamiento de las fuerzas del cambio, la crisis consiguiente del modelo truncado de progreso, para la gente y la élite sociopolítica y representativa, crearía otra subjetividad, derrotista, y exigiría otra actitud de reafirmación democrática. Su impacto en Madrid (no ganar la Comunidad Autónoma y/o perder el Ayuntamiento), agudizaría esa sensación. Pero no seamos agoreros y, para momentos difíciles, citemos la sugerencia de otro autor distinto, Gramsci: pesimismo de la razón (realismo) en el análisis de la realidad y optimismo de la voluntad transformadora.
Hace dos años, en torno al proceso de la Asamblea Ciudadana de Podemos de Vistalegre II, publiqué, en este periódico (12/01/2017), un artículo titulado «Podemos: Aprender de los errores», con una reflexión crítica y la demanda, mayoritaria, de defender la unidad dentro de la pluralidad y reforzar un talante democrático y respetuoso. A la vista de los últimos acontecimientos en Madrid, tengo que afirmar que no solo hay personas que no aprenden, aunque haya habido treguas, sino que se reincide en errores con efectos destructivos para un proyecto común de cambio. Sin entrar en los detalles, valga una reflexión general al hilo de este tema sobre los grandes dilemas estratégicos para un cambio de progreso que es la cuestión de fondo que se debería dilucidar, para situar en otro plano los empecinamientos de parte.
No reincidir en los errores
Hace falta mejorar el proyecto, los discursos y los liderazgos alternativos y, en todo caso, evitar cometer grandes errores políticos y organizativos, especialmente actitudes poco pluralistas. Una ocasión clave sobre la capacidad democrática e integradora de los distintos dirigentes implicados ofrece esta nueva crisis en Podemos de Madrid, ciudad y Comunidad Autónoma. El reto era demostrar, internamente, la capacidad unitaria de resolución del conflicto, en beneficio de un proyecto colectivo.
Parece que la división es irreversible, enquistada y dolorosa. Toca controlar los daños, evitar males destructivos mayores, aprender de los errores de sectarismo, rigidez e intolerancia y buscar un mínimo entendimiento. Seguirá pendiente la definición estratégica para asegurar un cambio de progreso y los liderazgos adecuados para ello, supuestos objetivos compartidos de todo el conglomerado. Como la deliberación ya está sesgada, la experiencia, con la aspiración a superar deficiencias y errores, dará más luz, aunque sea sometida a la pugna interpretativa y legitimadora de cada parte.
La gestión democrática de esta crisis es fundamental para un liderazgo político con credibilidad social para gestionar la pluralidad de posiciones y los intereses y demandas diversos de los distintos actores sociales y políticos. Se trata de construir un liderazgo democrático y ganador, imprescindible para consolidar y ampliar los electorados alternativos y legitimar su representación. Si fracasa en una gestión y solución integradora y no se supera el sectarismo y los intereses corporativos, perdemos toda la ciudadanía crítica y la mayoría no merecemos sus perjuicios.
La tarea de ampliar la base social y electoral del cambio es independiente del tipo de fórmula representativa: la plataforma de confluencia en Andalucía o antes en las últimas elecciones autonómicas en Cataluña (no en las generales), ambas necesarias, no han evitado el descenso electoral; plataformas municipalistas plurales y unitarias como Ahora Madrid o Barcelona en Comú, han tenido grandes éxitos y construido prestigiosos liderazgos. Hay que volver la vista a las dinámicas sociopolíticas de fondo y las estrategias que expresan discursos y liderazgos creíbles; o, si se prefiere, la orientación política y la calidad democrática, ética y organizativa de la representación y articulación partidista. El discurso, los liderazgos y la estrategia política son importantes, con la condición de que estén arraigados en la mayoría social y sean fuertes los vínculos y la interacción con las capas populares.
Pero, sobre todo, las palancas fundamentales del cambio vienen de la propia sociedad civil, de la participación ciudadana, la movilización sociopolítica y la protesta social democrática y progresiva de múltiples actores sociales, desde su autonomía respectiva. Y esa esfera de lo social, atravesada por un extenso tejido asociativo (desde el movimiento feminista al movimiento sindical o vecinal y numerosas asociaciones y plataformas cívicas), condicionado por distintas estructuras de poder y dominación y con diferentes motivos frente a la subordinación, precariedad y discriminación tienen su propia, específica y diversa dinámica reivindicativa y expresiva.
Y todavía más es necesario un talante autónomo y superador de la propia fragmentación, cuando la fórmula partidista o los liderazgos institucionales se adjudican una función representativa o gestora, sin mucha capacidad articuladora de la dinámica asociativa y movilizadora de base, responsabilidad en la que muchos dirigentes políticos se declaran impotentes o sin competencia. Los dos mundos, el partido-institución (el partido-movimiento tiene poca operatividad) y la participación cívica, corren de forma paralela. Pero, lejos de la clásica y nefasta instrumentalización electoralista o la reacción apolítica, la tarea común de un cambio de progreso con valores solidarios aconseja mutuo reconocimiento, perspectivas compartidas y colaboración fraternal.
En la medida de esa activación cívica y democrática se modificarán las trayectorias sociales de fondo que luego se expresan en los campos electorales. No hay atajos y menos los simplemente discursivos. Así, se genera la ilusión, las expectativas y la dinámica de un cambio auténtico de progreso, condicionando las vacilaciones de la dirección socialista y afianzando una alianza leal y la credibilidad transformadora que beneficie realmente a la mayoría social subordinada.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
@antonioantonUAM
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