Buenas tardes y muchas gracias por acogerme. Voy a leerles una carta que la narradora y protagonista de Deseo de ser punk me ha hecho llegar. Hola, soy Martina. Me dice la autora que soy yo quien debe hablaros, que el premio se lo han dado a la novela así que, en realidad, es para […]
Buenas tardes y muchas gracias por acogerme. Voy a leerles una carta que la narradora y protagonista de Deseo de ser punk me ha hecho llegar.
Hola, soy Martina. Me dice la autora que soy yo quien debe hablaros, que el premio se lo han dado a la novela así que, en realidad, es para mí. He estado mirando en internet para ver de qué va todo esto, y me he emocionado. Es un premio para honrar la memoria de Dulce Chacón. Yo también quise honrar a un muerto con mi historia. Los muertos no son sólo ellos, quiero decir, su nombre y apellidos, su carnet de identidad. Yo me los imagino como un sistema. Colocas a la persona en el centro y vas sacando bifurcaciones: en una pones las cosas que hizo, las consecuencias que tuvieron y a dónde le llevaron, en otra rama, las cosas que le pasaron, en otra, no sé, lo que le gustaba. Vas abriendo ramas nuevas: las más sólidas, las que más van a quedar, son las que tratan de lo que le era importante para esa persona. Sus combates. Un sistema de combates, no sólo con los grandes enemigos; la ternura a veces también es un combate, y el respeto. Dulce Chacón combatió por «los que se vieron obligados a guardar silencio» y yo admiro su sistema de combates. Sé que hay quien dice que la literatura no es para combatir, sino sólo para disfrutar. Pero a lo mejor ahora nos hace falta combatir.
Yo, como seguramente ustedes, también le tengo miedo a las grandes palabras, a las mayúsculas. Y cuando vi que en las bases de este premio se hablaba de «defender los grandes valores humanos», me alarmé un poco. Pero como resulta que la tormenta se nos viene encima, más nos vale tener a mano unos cuantos grandes valores, y algunos pequeños, en lugar de valores baratos y vendidos. Así que no le tengo miedo a decir que es un honor que hayan elegido mi historia y que ojalá suene a veces como un punk rocker escandinavo, encallado en penínsulas cerca de ningún sitio, que intenta seguir tocando con fuerza y dignidad.
Tampoco tengo miedo de recordar que soy una mujer. Porque ya sé, parece que hay que hacer como si tal cosa, decir: yo estoy aquí por lo que he escrito, y lo demás no importa, es tan irrelevante que yo y mi autora seamos una mujer como que mi apellido empiece por H o el color de mis ojos. Pero no es igual y hasta da rabia tener que recordarlo. Voy a leerles un poema del autor del blog Throw’ em to the lions!!!, que aparece en mi historia, quien a su manera está conmigo ahora pues sin él no habría podido escribirla. Se titula Deseos: Autopolítica en resistencia, y dice:
Donde hay alguien que lucha, ser marxista.
Donde no hay nadie que luche, ser anarquista.
Donde hay una nación oprimida, propia o ajena, nacionalista e internacionalista (y nada nos es ajeno), ser patriota.
Donde hay uno o varios dioses que dan luz a la justicia y la comunidad, ser creyente.
Las mujeres hemos sido una nación oprimida, todavía lo somos. Unas más y otras menos, claro, pero también cuando las colonias luchaban por liberarse de la metrópoli se encontraron con que luego, además, necesitaban hacer una revolución dentro del territorio liberado. De manera que no da igual que las mujeres luchemos, y no da igual que yo esté aquí y que sea una mujer, una de siete pero todavía hay que dar, no a ustedes sino a otras personas, ya me entienden, explicaciones.
Ahora viene algo complicado que voy a decirles, aunque a quienes conozcan mi historia les parecerá lógico. Yo no puedo quedarme con la parte metálica de este premio. Y en la palabra yo incluyo también a Belén Gopegui, la autora que les está leyendo mi carta. Supongo que cuando eres una adolescente y has escrito algunas cosas, lo que no puedes es no intentar intentar algo. Sí, he repetido «intentar» porque al final creo que me ha tocado una generación que ve el futuro rayado y muchas veces ya no intentamos estudiar para tener un trabajo o gastar poca agua para que no se agote, intentamos intentarlo, intentamos creernos que tenemos una salida, intentamos hacerla. Yo me encuentro con este premio y sé que vais a entender cuando os diga que quiero que sea para la Casa de la Juventud del Ayuntamiento, quizá para habilitar dentro un local pequeño autogestionado por los jóvenes del que pudieran tener la llave. O si algo así ya existe, para lo que ellos y ellas consideren, instrumentos, una radio comunitaria, presupuesto para hermanarse con jóvenes de lugares donde la vida es más difícil, conexiones o esas cuatro paredes donde estar acompañándose. Así la memoria de Dulce Chacón a través del personaje de un libro llegará a un sitio en donde a lo mejor alguien convierte su pena en electricidad o planea, piensa en común, busca con otras personas acciones e ideas para que un día salgamos de este tiempo turbio.
Los premios son un mecanismo de ida y vuelta, el nombre de quien lo da queda unido al nombre de quien lo recibe y al revés. Mi nombre va a quedar unido no sólo a Dulce Chacón y al Ayuntamiento, también a la Asociación de Escritores de Extremadura y al Seminario Humanístico del Zafra. A todos quiero dar las gracias, y en especial al seminario, porque seguramente existo debido a que, fruto de vuestra tarea, una escritora se encontró con grupos de adolescentes, se vio en la necesidad de hablarles y comprendió que no había sabido escribirles una historia. Y decidió probar.
El libro que habéis premiado habla mucho de música, ahora quiero despedirme recordando un trozo de una canción. No es rock ni punk, es una canción infantil, si se piensa bien no hace tanto que tuvimos siete, nueve años. Se llama Puff the magic dragon, seguro que os suena. Cuenta la historia de un dragón que se hace amigo de un niño, luego el niño crece y se olvida del dragón. «Los dragones», dice la letra, «viven para siempre, pero no los niños y niñas». Eso de los dragones también nos pasa a los personajes. Yo voy a estar siempre cuando me busquéis y nunca voy a dejar de ser esta adolescente que cree que las cosas se pueden arreglar y que hay que intentarlo. Luego se crece y se rompen del todo. Y cuando hay muchas rotas a lo mejor ya no tienes fuerza o simplemente te han atrapado tantas amenazas y tristezas que no puedes tomar algunas decisiones. Pero yo sigo aquí, como el dragón, y hoy le he dado a la autora un poco de mi libertad y de mi adolescencia. Porque ¿sabéis?, la gente no para de preguntarle si cree que las historias, las novelas, sirven para algo, si pueden cambiar algo, si influyen. Ahora es como si ella me pidiera que contestase yo. Sí que influyen.
Muchas gracias
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