No se plantea por qué los barrios pudientes votan a la derecha y muchos de los menos pudientes también, o por qué los barrios marginados apenas votan. Cabría pensar que tal comportamiento se debe a cómo le va a cada cual; a los primeros les va bien, los segundos dirán que me quede como estoy […]
No se plantea por qué los barrios pudientes votan a la derecha y muchos de los menos pudientes también, o por qué los barrios marginados apenas votan. Cabría pensar que tal comportamiento se debe a cómo le va a cada cual; a los primeros les va bien, los segundos dirán que me quede como estoy y, los marginados pensarán para qué votar si realmente la precariedad, el paro y la marginación es endémica y, además, nadie va a hacer nada por ellos, sencillamente porque hasta ahora así ha sido y con este modelo de democracia representativa neoliberal, tiene toda la pinta de que irá a peor.
A la vista de los resultados de las elecciones del 26M dicen, sin más, que ha ganado la derecha y que ha perdido la izquierda, ateniéndonos al encasillamiento en el que hemos colocado a cada partido según sus siglas. Diría que por definición se acepta que es de izquierdas, de centro o de derechas si tal partido se autodefine como tal. Y no importa gran cosa lo que haya hecho o que, ni siquiera, haya intentado hacer.
La situación está meridianamente clara, clarísima, los rescates y el despilfarro son siempre para los mismos, sean bancos, autopistas, sobrecostes, corrupción, sueldos y sobresueldos y lo que haga falta, pero para los de siempre es justamente lo contrario, más precariedad, recortes, explotación laboral, desahucios, viviendas inasequibles, eso sí, viviendas sociales de las que se sortean cuatro mal contadas para miles de aspirantes. Los derechos fundamentales son cosa del azar y nunca del derecho.
En resumen, unos votan porque les va bien tal como está montado este chiringuito y otros para qué van a votar si nada va a cambiar, y no lo dicen por decir, sino por penosa experiencia de años de marginación y paro, todo enquistado y sin expectativas de que nada vaya a mejorar, ni el sistema lo pretende ni tampoco los que lo lideran (en su provecho).
El sistema -neoliberal-capitalista- es el que es y nadie sabe o es difícil saber y proponer cómo se puede cambiar. Aunque de todos es conocido conviene recordar que la esencia del sistema es la maximización de los beneficios, siempre a favor de unos pocos, sin importar su utilidad social ni a costa de qué sacrificios de la población y de los países que es necesario colonizar, someter, bombardear y sumir en la pobreza, llevando así a regiones enteras, ricas en recursos, a la mayor miseria. La consecuencia directa de este sistema neoliberal es la generalización del incremento de la brecha social que cada vez se agranda más y más.
Dicho lo anterior, a nadie se le ocultará que no es tarea fácil acabar con el sistema de un día para otro, cuando ni siquiera nadie sabe cómo ni por dónde empezar, pero lo que sí ha de quedar claro es que cualquier planteamiento no puede tener nada que ver con medidas que lo favorezcan, ni mucho menos que lo promocionen de un modo o de otro, incluidas las mediadas edulcorantes que lo hagan parecer bueno o con posibilidades de regeneración. Sobran políticas y medidas que, lejos de buscar la complicidad neoliberal, mermen su poder y aporten mejoras socio laborales, al tiempo que sirvan de denuncia y condena del mismo.
Una segunda parte podría consistir en ver cómo se han portado hasta ahora cada partido ante todo esto y su nivel de colaboración y de complicidad con este sistema thatcheriano.
Partidos auto denominados de izquierda, como el PSOE (¡¡¡socialista y obrero!!!), nos ha metido en la OTAN en primera línea, inició, consumó y mantuvo toda clase de privatizaciones, nada de reformas agrarias ni de apostar por lo que no sean multinacionales, valedor de recortes y de merma de las prestaciones sociales, cómplice del 135, alineado con países dictatoriales, suministrador de armas, apostó no solo por la (no)transición del 78 sino que se ha convertido de hecho en su defensor, con cuarenta años manteniendo la historia de la dictadura, sus leyes, aceptando sus crímenes y sus tropelías, conservando su memoria, condecorando a sus torturadores, sin interés alguno por sacar de las cunetas a sus víctimas, etc., ah, y un partido en donde la corrupción circuló por su estructura y afectó a militantes y altos cargos. Y no pasa ni pasó nada.
La otra izquierda, sin posibilidad de poder, y a pesar de ello, colaborando directa o indirectamente con el PSOE, aceptando su situación de partidos bisagra, marginales, sin otra aspiración que mantener su statu quo, y el de sus líderes, han tenido más lucha por liderarlos que por planteamientos políticos. En cuanto a los partidos nacionalistas y demás, se han quemado más por ser cabeza de ratón que cola de león, pero en cualquier caso apostando prioritariamente por más neoliberalismo, no otra cosa. En todos ellos parece que ha primado más las formas que los contenidos. La pregunta del millón podría consistir en saber si, por ejemplo, el enfrentamiento entre Iglesias y Errejón se debió más bien a la lucha por el liderazgo o si tenía algún otro contenido político.
Nadie pretende tomar ningún palacio de invierno (tampoco de renunciar a nada), pero al menos se trata de no apostar por políticas neoliberales, o por quien las favorezca. Pero todo ello, es otro tema, merecedor de otro análisis y comentario.
Los partidos de derecha son más fiables, no engañan, prometen políticas de derecha y hacen políticas de derecha. Los partidos de izquierda engañan, van y dicen ser de izquierda, pero hacen la política de la derecha. Con este panorama ahora nadie ha de extrañarse que la gente no vote a la autoproclamada izquierda.
Diríamos que la derecha es más de fiar, no te engaña, no hay sorpresas, te dice que te va a llevar al huerto y te lleva. La presunta izquierda promete el oro y el moro pero no solo te lleva al huerto sino que se ha atrevido a hacer algunos recortes sociales que la derecha ni siquiera se hubiera atrevido a plantear.
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