El problema de la Cataluña de hoy es que Cataluña (como España, como Francia, etc.) nunca ha sido una. El problema del lenguaje creador de mundos es que durante los últimos años, aquí y en catalán, se nos ha vendido que España (una) está contra Cataluña (una). El problema de las verdades que son verdades […]
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El problema de la Cataluña de hoy es que Cataluña (como España, como Francia, etc.) nunca ha sido una.
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El problema del lenguaje creador de mundos es que durante los últimos años, aquí y en catalán, se nos ha vendido que España (una) está contra Cataluña (una).
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El problema de las verdades que son verdades a medias se convierte en un problema mayor cuando pasan a ser las verdades oficiales de las instituciones de turno. De los mil ejemplos posibles, sólo dos, y en catalán:
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«La voluntat del poble», más allá del mesianismo cutre del delfín de Pujol, puso a las claras el deliberado olvido de esa otra mitad del pueblo catalán.
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«El vot de la teva vida» pervirtió institucionalmente el sentido de unas elecciones autonómicas al otorgarles un contenido épico del que carecía, carece y carecerá toda elección autonómica, «plebiscitaria» o no.
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El problema de todo legítimo movimiento cooptado por la institución (no por cualquiera, por la institución asfixiantemente hegemónica desde la Transición; repitamos bien alto, desde y por la Transición) no es sólo el oportunismo de medio-burgueses y arribistas pseudo-revolucionarios, sucursaleros o no de Madrid, sino la avanzada de un discurso patrio que es, por decirlo con una paráfrasis de Jack London, lo opuesto al progreso.
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El problema de confundir el progreso con la razón es que los monstruos no te dejan ver el matiz de esos a quienes llamas bárbaros: la equidistancia que no es llevada a concepto no es nada, es, como toda media mentira, irreal. Digámoslo de nuevo: El tardofranquismo reclama de todo demócrata que exija urnas para un referéndum de libre determinación que resuelva en qué posición político-jurídica quieren autoentenderse los catalanes; pero el democratismo que quiere cambio transformador y no transformista no puede jugar la carta de la media verdad, del discurso simple, patriotero, banderillero y enemigo encendido de la paz, enemigo del internacionalismo que no pudo ser en 1914.
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Si la verdad de Zarzuela y Moncloa con Arabia Saudí es verdad, también lo es la verdad de la Generalitat e Israel, de Qatar y su querencia (inmobiliaria, muy inmobiliaria) por Barcelona. Si la primera víctima de la guerra y la polarización terrorista es la verdad, el cinismo de unos no justifica nuestro cinismo: nos hace igualmente cínicos.
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El progresismo cándido de unos y otros no debiera olvidar que, si «esto» iba «sólo» de votar, no tenía sentido poner en marcha «estructuras de Estado» antes de haber preguntado: es hipócrita hablar de «referéndum» porque las eventuales unilateralidad y desobediencia lo son por referencia exclusiva a la independencia, no a la «democracia».
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El progresismo cándido de Madrid debería entender que «esto» del 1-O es menos demócrata y más el proyecto de catalanes (unos) al margen de la verdad de los propios catalanes (otros), a quienes nunca se ha interpelado salvo cuando, hacia el final y con condescendiente soberbia, ha sido necesario para dar al «proceso» el lustre de lo legítimo y plural.
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El más débil de la cadena sabe que sin aliados, el eslabón queda roto y aislado. Recomponerla abrazado al más grande es reconstruirla para bien del más grande; inculpar al hipotético aliado es, si bien electoralmente rentable, darse un disparo tras otro en el pie; zaherir a la otrora persistente y rigurosa memoria que, con patria o sin ella, ponía el dedo donde tenía que ponerlo.
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El problema de quien ejerce, aquí y ahora, la crítica es que para argumentar contra falacias de toda índole (como la de la patria) tiene que poder analizar su realidad social histórica y concreta. Mal podrá hacerlo si unos y otros siguen hablando de España (una) contra Cataluña (una) y viceversa: C’s y PSC (cuidado con Iceta) aplauden.
Javier García Garriga. Licenciado en filosofía y doctorando en filosofía política por la UB.
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