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Docencia y antagonismo laboral inter-clase

Fuentes: Rebelión

1. APUNTE PRELIMINAR GENERAL SOBRE LA «ARISTOCRACIA» OBRERA El ser un aristobrero suele ir aparejado (pero no siempre) a un conjunto de condiciones laborales, de ventajas, de un cierto «bienestar», relativas a la llamada «calidad de vida». Condiciones particulares y distintivas que son comparativamente beneficiosas a las que sufrimos el proletariado. Es decir: tenemos una […]

1. APUNTE PRELIMINAR GENERAL SOBRE LA «ARISTOCRACIA» OBRERA

El ser un aristobrero suele ir aparejado (pero no siempre) a un conjunto de condiciones laborales, de ventajas, de un cierto «bienestar», relativas a la llamada «calidad de vida». Condiciones particulares y distintivas que son comparativamente beneficiosas a las que sufrimos el proletariado. Es decir: tenemos una correlación entre Ser social de clase y condiciones, discurriendo «juntas» ambas dimensiones. Y sin embargo, ¿queda ese Ser social particular definido y estructurado por sus condiciones de acceso a producto y a recursos en la esferas económicas concretas del cambio y del consumo?. ¿O es justo al revés, derivándose esas condiciones a partir de la pertenencia a una clase específica?. El hecho de no existir, en ciertos casos, correspondencia entre condiciones y posición en la estructura laboral y en la estructura de tránsito, apropiación y decisión sobre capitales -tal y como ocurre con elementos aristobreros oprimidos, castigados, degradados…-, ¿significaría automáticamente identidad de fondo con el proletariado?. En definitiva: ¿es la «Aristocracia» obrera una clase, o es un «grado» reflejando una «heterogeneidad» en nuestra clase, es decir, meras desigualdades adquisitivas o «diferencias»…?.

Y, en conexión con esta disyuntiva, ¿es la «Aristocracia» obrera una realidad fruto de una operación política de «soborno y corromper» emprendida maquiavélicamente por los capitalistas y su Estado, calculando a priori separar al proletariado de sí a la par que integrarlo tras «direcciones embaucadoras», quienes habrían «traicionado a su clase» al olor penetrante del dinero y las subvenciones?. ¿O ella es, por contra, la traducción aflorada sobre el desarrollo en la división del trabajo, habiendo saltado esta división a escena internacional y, así, provocando una marcada correlación entre clases y geografía y población mundiales, de manera que, a partir de las «superganancias» amasadas (Lenin en: El imperialismo…), las potencias imperialistas pueden canalizar las porciones de plusvalía necesarias a reproducir el funcionamiento de esas labores e instancias concretas en el engranaje mundial del trabajo?. Ello a la vez que continúan formando y manteniendo a los sujetos de clase que reproducen, con sus competencias laborales adquiridas, dicha partición mundial, y así se reproducen a sí mismos de la mano de las plusvalías que tal partición suscita y distribuye…

En la estructura de Estado o en la automoción, en un departamento de facultad, en un hospital o en la metalurgia y astilleros, proletariado o Aristocracia obrera son Categorías científicas que se definen con arreglo a la relación distintiva de signo apropiativo real (y no de gestión) que un grupo social mantiene (1) con los elementos y factores que participan de la producción de Capital, (2) con los productos y tipos formales de capitales que se derivan de la conjunción de tales elementos, y (3) con los resortes sobre la división del trabajo social y la posición ocupada en esa estructura de división, y (4), por ende, se define con arreglo a la relación de los grupos sociales entre sí en torno al plus-trabajo, al plus-producto y a la virtualidad de plus-consumo de producto «social».

Definir la Aristocracia obrera, o cualquier clase, con arreglo a posición y funciones desempeñadas en estructuras de gestión del Capital, sería la misma majadería que considerar, en el plano político, que la democracia del Capital cambiaría su carácter de clase por abrirse a una nueva gestión que diera participación a clases que hasta ahora quedan fuera, o muy subalternas y en segundo plano, en la «vida institucional». Justamente con esa majadería, con esa entelequia, sueñan ciertas bases sociales proletarizadas o en proletarización dentro del movimiento 15-M, de quienes varios grupúsculos izquierdistas hacen de retaguardia de palmeros.

Pero, entonces, ¿acaso no se es proletario cuando se suda la gota gorda en el trabajo, se está sujeto a horario, tal trabajo es de lo más alienante, se te mide el rendimiento y encima se está sujeto a poder ser despedido a discreción?. Vuelvo a apuntar a la definición con que encabezo el escrito. Leer, por ejemplo, «Materialismo y empiriocriticismo», ayuda. «Clase» es una noción científica, y no un pensamiento humanistoide que se defina con arreglo a la experiencia y a su sentir. No por padecer esto mencionado (per se) forma uno parte del proletariado, igual que tampoco por dejar de padecerlo se pertenecería automáticamente a la Aristocracia obrera. Confirmemos dicha premisa atendiendo al panorama que brindan clases terceras: en la misma médula de la burguesía financiera monopolista, Botín puede despedir a los altos cargos de su junta directiva, e incluso de las reuniones del IBEX-35 salen despidos a mismísimos ministros. ¿Son proletarios?. El empresario explotador (y oprimido por la situación estructural de la empresa matriz a la que provee), se lleva las cuentas a casa perdiendo el sueño, y hasta se pone él mismo en las máquinas. Está sujeto a un ritmo horario de pedidos a los que la empresa tiene que responder.

El responsable de Recursos Humanos para una ONG suda la gota gorda y se asfixia contra el reloj bajo su saturación laboral de planificación e implementación de aspectos técnicos, merchandising, voluntariado y pseudo-voluntariado, etc. El catedrático de universidad, elemento de Aristocracia obrera, mientras se embolsa plusvalías procedentes de la explotación del proletariado, que le llegan en concepto de partidas presupuestarias y para conferencias por cortesía de su querido Ministerio de Educación y Ciencia, y mientras dirige la división del trabajo social en su redil de becarios, él mismo desempeña un trabajo mistificante, vacío, alienante, y a veces hasta lo sabe y de sus contradicciones le brotan todo signo de inestabilidades. La mismísima «clase dominante está dominada por su sistema de dominación» (Karl Marx).

Por lo demás, ¿es un proletario el profesor que da clases de literatura, de historia, de educación para la ciudadanía, de religión…?. Huelga decir que me estoy refiriendo a un profesor suscrito a unos estatutos jurídicos que sellan su posición real y prebendas, y no a un proletario de la enseñanza rotando de aquí a allá al ritmo de lo que dictan las listas de puestos. Entre ambos casos hay diferencia no meramente «cuantitativa», aritmética, o de condiciones, sino diferencia cualitativa de la que se deriva la disparidad en grados de condiciones: porque el proletario de la enseñanza carece de reservas materiales de subsistencia generadas por terceros y no es receptor en las trayectorias que las plusvalías recorren, mientras el profesor de cierto Rango laboral sí las tiene y sí lo es. Y puede reproducir su condición, a través de unos organismos políticos que representan a su clase, la Aristocracia obrera, y que intentan garantizarle el beneficio sobre una parte X del fondo presupuestario.

Todo esto transcurre sin importar que el profesor X no esté afiliado a ninguno de estos organismos (CC.OO., UGT, CATAC-USTEC, etc.), porque se trata de una relación objetiva, independientemente de la filia ni afiliación subjetivas: los Acuerdos-Marco y los Convenios Colectivos son vinculantes para la clase a la que el profesor X pertenece y definen su participación patrimonial de Estado, al margen de que a él le sepa a gloria o despotrique de los sindicatos. Ahora, ante la negligencia sindical reiterada durante los últimos años, la Aristocracia obrera anda muy alborotada, porque los sindicatos se han dedicado a servir más al Capital en su conjunto que a emplear su poder político con vistas servir a la clase concreta de que son organismo dentro del campo global del Capital, así que les presionan mediante sectores sindicales críticos, o mediante el 15-M plantándose en concentraciones ante las sedes sindicales gritando por la huelga general, o sin más ya han tirado la toalla con ellos y les han dado la espalda, intentando ahora articular otros organismos políticos «por la democracia real» que pudieran coagularse a partir del 15-M, es decir, para evitar continuar siendo desplazados hacia la periferia más y más subalterna del Bloque político de clases dominantes.

Quisiera saber dónde está la valorización que, directa o indirectamente -por participación en una estructura-dinámica de «trabajo social» (en la acepción de Marx)-, ese profesor inyectaría a la particular mercancía con la que opera, es decir, a la Fuerza de Trabajo potencial que el alumno es. No existe: no hay tal aportación, ni directa ni indirecta, a la producción de valor. El tiempo de trabajo de ese profesor se empeña en una estructura de control ideológico y de marcos cognitivos que ayuda a «la cohesión social». Claro que cobra por ello un «salario»…, y ciertas exenciones compuestas en su régimen estatutario particular con que lo agasaja el aparato de dominación que lo emplea. Pero, el hecho de que las plusvalías que este empleado a SUELDO «cobra», le lleguen bajo forma-salario, ¿significa que ellas componen el valor de la reproducción de su Fuerza de Trabajo, comprendido, en él, el valor de su actualización, formación continua, etc.?. Y, además, ¿qué resto matemático hay entre el valor producido por este empleado, directamente o indirectamente al estar englobado en una estructura laboral «social», y el valor de su propia Fuerza de Trabajo?: ningún resto, por la razón de que con su ideología y su imaginario impartido durante su trabajo en esas asignaturas, no valoriza a la mercancía Fuerza de Trabajo en formación, sino que, al contrario, él recibe valor provisto por el proletariado, como pago a sus servicios laborales a la estabilidad del orden de clase. Ese no es un proletario.

Por esa regla de tres, el cura del Antiguo Régimen, sustentado en monedas de oro por partidas presupuestarias a la parroquia, sería un proletario (y no se venga con que el cura posee propiedad parroquial y de tierras adyacentes, mientras el profesor no, pues ya hemos visto que este último posee propiedad real de Medios de Producción no porque sea propietario de ellos, que no lo es, sino al apropiarse del fruto de la actividad tercera en que esos Medios de Producción intervienen). Esas cuotas de participación en plusvalías camufladas formalmente en NÓMINA SALARIAL quedan sancionadas jurídicamente por el régimen de contrato, blindadas por el BOE delimitando las prestaciones de sector, y son TENDENCIALMENTE luchadas y protegidas por los sindicatos (aunque ahora no, debido a que, debido a la situación crítica para la prosecución del ciclo de Acumulación ampliada, los sindicatos han cerrado fila en torno a sus funciones estatales de garantizar las condiciones de reproducción del Capital en su conjunto, pasando por encima de la Aristocracia obrera). Nuestro profesor X está a sueldo y punto (bueno…, «y punto» es un decir); sueldo en el que queda comprendida la explotación del proletariado.

Si lo contrastamos con el caso de un médico asalariado (no directivo) hospitalario, vemos que, en cambio, éste sí es un proletario: con su trabajo, transforma la materia (en este caso, la mercancía Fuerza de Trabajo), no valorizándola primigeniamente, pero sí restituyendo su Fuerza de Trabajo (tanto en la dimensión de valor ya constituido en ella, como en la dimensión de capacidad de producción de un valor adicional a ese suyo propio, es decir, una plusvalía) y re-enviandola a circuitos de producción de valor. En una semana de su trabajo, ese médico proletario ya ha servido para la restitución de la producción, por unos u otros pacientes tratados, de miles de euros en ganancias, de modo que ya se ha ganado su valor salarial, siendo así que «su» tiempo de plustrabajo (pura explotación) son las tres semanas restantes.

2. BREVE APUNTE GENEALÓGICO

La Aristocracia obrera es una «nueva» clase, es decir, una realidad cualitativa. Deriva históricamente de tres fuentes de clase:

A. El proletariado, al pasar un sector del mismo a ser encuadrado en el campo del Capital a través del que era órgano de su defensa en tanto que clase del capitalismo: el sindicato («La burguesía no ve en el proletario más que al obrero», Marx en: Manuscritos de París). Fue el Imperialismo la condición material de posibilidad para esta integración «selectiva» en «la Politeia» y en su «juego» de luchas, alianzas y negociaciones bajo palio del Estado, pues las plusvalías siguen tendencialmente un curso desde abajo hasta arriba -concentrándose en los polos superiores-, dentro de su viaje a través de la cadena imperialista. Lenin explica este «transitar» apoyándose en las Leyes económicas bajo el Imperialismo que él descubre y que desarrolla: Ley de los intercambios desiguales, Ley del desarrollo desigual, Ley de los rendimientos decrecientes de la tierra cultivada, etc.

B. La vieja burocracia del Antiguo Régimen, que se amplía cuantitativamente y asume nuevas funciones al calor de la racionalización del Estado que la burguesía emprende. Por ejemplo, la España isabelina supone el aumento trepidante en el número de «trabajadores del Estado», pasándose abruptamente de un puñado de miles a 165.000, y siendo adoptado un modelo administrativo de notable inspiración francesa (perceptible hasta en lo simbólico: los tricornios de la Guardia Civil). Francia ya había empezado su racionalización administrativa de Estado en tiempos de Luis Felipe de Orleans (llamado «El Rey burgués» y «Philippe Egalité»), aunque implementará el grueso de este cambio durante el «segundo Imperio».

Con esto no quiero yo decir, ni muchísimo menos, que ese nuevo ejército de administradores en su generalidad y ni siquiera en una mayoría de efectivos pasara a engrosar la «Aristocracia» obrera. Afirmo, en cambio, que, a un rastro poblado por seres de la vieja Corte, alcaides de calabozo, jueces, economistas, instructores, educadores, administradores, contables, directores y gestores en las Factorías Reales… «rescatados» por la burguesía industrial victoriosa y que pasamos a re-encontrar ligados a funciones inéditas o en re-ordenación bajo la racionalidad inaugurada por los nuevos Estados burgueses, debemos sumarle el contingente de cuadros, administrativos, urbanistas, ingenieros de caminos, canales y puentes, profesores y otros trabajadores especializados que se les articula a esos primeros en la medida que son necesarios a funciones «racionales» extrañas al viejo Estado absolutista, o que habían estado presentes pero concretadas y ejecutadas ellas mismas de modos más bien arbitrarios e «irracionales».

C. Las viejas profesiones liberales autónomas pre-capitalistas, que a la par del proceso de competencia y por tanto de concentración de capitales, pasan a ser asalariadas de terceros «colegas» airosos, o el Estado pasa a formarlas (nacimiento de la «Educación Nacional») y a usarlas desde el Estado (jurisconsultos, consultores, abogados, contables, asesores tributarios, arquitectos, sanidad estatal, ingenierías, tratamientos «mentales», toda una vieja regencia de hospicios, hospitales, casas de caridad, alguacilado de pobres… incorporada al Estado como «planificación social» y «trabajo social»…) porque necesita manejar también él a dichas profesiones al ser indispensables a la misma reproducción social del capitalismo (el Estado no puede dejar su formación ni su ejercicio profesional al laissez-faire del mercado).

Así nace la Aristocracia obrera y su ideología será aquella socialdemocracia que en el fondo la pre-existía («socialismo pequeñoburgués» ya descrito en El Manifiesto, sobre todo de tenderos, de mercaderes, de propietarios talleristas y manufactureros devorados por el poderío industrial ) pero que fluiría casi inercialmente hasta converger con dicha clase bajo aquel contexto galo de imperio boyante capaz de «proveer», y cuyo primigenio carácter de clase híbrido pequeño-burgués/funcionarial ya explica Marx en sus estudios en torno a las luchas de clases en Francia.

Los actuales negacionistas bien de la realidad conceptual de la «Aristocracia» obrera, bien de su importancia a la hora de explicar por qué el seguidismo y paralización en las filas del proletariado, siembran en nuestra clase una nefasta división consigo misma. Porque, juntando a ambas en una categoría «analítica», bajo hegemonía política e ideológica de la segunda sin duda, en lo que llaman «la clase trabajadora» o alternativamente pero con idéntico contenido conceptual en su boca «la clase obrera», lo que practican estos señores es un razonamiento interclasista que disfraza y que intenta disolver el antagonismo entre el proletariado y los «trabajadores» en general. Maremagnum, ése de «los trabajadores» en abstracto, donde el proletariado queda perdido y a la deriva; disuelto por los negacionistas y por los líderes sindicales con vistas a retrasar su adopción de autonomía de clase. Separan así al proletariado de su auto-conciencia, de su auto-identificación.

«¡La Aristocracia obrera, una teoría sociológica…!», se defienden los negacionistas de su importancia. Pues nada: hubo alguien que una vez escribió «Lenin filósofo». A la vista de la trivialización que cometen, estos negacionistas o frivolizadores podrían escribir otra obra: «Lenin sociólogo». No sé si estos señores se darán o no cuenta de la magnitud de la tragedia que representan, pero negando la existencia de la Aristocracia obrera están inextricablemente negando la existencia del imperialismo, porque una y otra esfera no se pueden separar, y se relacionan en una dialéctica de mutua reproducción. Deberían volver al ABC y mirar el mundo, aunque sea por una vez, con ojos internacionalistas y dejando a un lado el chovinismo auto-defensivo que profesan. Porque negar la existencia de la Aristocracia obrera es, al nivel de la época del imperialismo que padece de pleno, sin relatividad posicional ni contrapartida estructural de ningún tipo, el 90% de nuestra especie, exactamente la misma «postura» de toda la fauna «alternativa» que niega la existencia del proletariado…, sin reflexionar respecto de que implícitamente con ello están afirmando que el Capital, la otra dimensión en la dialéctica, no existe.

Ya se sabe que, entre las condiciones permisivas para la pervivencia de la Aristocracia obrera, una de ellas consiste en negar hasta la saciedad su existencia, igual que la burguesía burocrática de la URSS tenía que auto-desvanecerse constantemente tras la cortina de humo que tendía con la inexistencia de propiedad privada jurídica. Porque claro, hoy en el mundo, la no posesión de titularidad jurídica sobre Medios de Producción ni sobre Factores Productivos como petróleo, gas, opio, hierro, zinc, cobre…, ¿significaría que las plusvalías mundiales no «viajan» tendencialmente concentrándose en las cúspides de la cadena imperialista?. Vemos, en cambio, que allí -en estos contextos nacionales o Estatales dominantes-, las plusvalías se «distribuyen socialmente» vía salarial nominal hacia una capa de trabajadores (minoritaria casi siempre pero mayoritaria en imperialismos de Primer Orden como Alemania, Suecia, Islandia, USA…) que proviene del proletariado histórico pero que pertenece ya al campo del Capital y lo co-gestiona a través de su parcela de poder político (sindicatos y algunas líneas dentro de la socialdemocracia), siendo tan clase dominante como lo es la burguesía monopolista, sectores de la burguesía media con poder de presión nacionalista, etc., y compartiendo entre ellos su democracia común, con todas sus contradicciones en disputa, faltaba más.

Los proletarios, aunque la mayoría no sepa aún representársela con un claro referente conceptual y en toda su magnitud de espectro social, ni sepa aún pensarla científicamente en sus dimensiones concretas de relación antagonista frente al proletariado, sabemos perfectamente que la «Aristocracia» obrera existe. Sabemos perfectamente de dónde proceden sus condiciones materiales de existencia particulares. Y sabemos cómo nos jode la «vida» y nos hunde en la miseria esa existencia suya, a través de su participación en el Bloque de clase dominante que posee el poder político (con sus instituciones, sus estatutos especiales, sus sindicatos). Y sabemos cada vez más proletarios, qué significan para nuestra clase sus sindicatos y sus grupos socialdemócratas que siembran la mistificación en las filas proletarias a fin de confundirnos, paralizarnos o engancharnos tras las disputas entre la Aristocracia obrera y sus socios/competidores dentro del Bloque político-institucional dominante, todo en nombre de «la unidad de los trabajadores y las trabajadores». Todo ello en nombre de la Kautskysta «clase trabajadora», invento conceptual de la socialdemocracia -ejercicio divisionista con el que se separa al proletariado respecto de ganar su auto-conciencia a la vez que éste es absorbido como carne de cañón «opinante» y «manifestante» en esa fuerza inter-clasista de «los trabajadores» para mayor beneficio de una clase de trabajadores: la Aristocracia obrera. En el socialismo, el proletariado ejerciendo su dictadura sabremos poner a esa clase del Imperialismo en su sitio.

Afirmar que la Aristocracia obrera no existe -o que se trata de una «especie social» residual o de importancia secundaria- es afirmar que la reproducción de las relaciones imperialistas de dominación no gira a través de una base material sustentadora, compleja y laboral, a la que dialécticamente el imperialismo sustenta… ¿Se sustentaría, entonces, en el Cielo y en las ideas?. Por eso será entonces que Marx, al emprender un rápido e inconcluso ejercicio genealógico de la socialdemocracia dentro de su obra sobre las luchas de clases en Francia (ejercicio cuya profundización y desarrollo sería interesante que nos planteáramos los comunistas), identifica la germinación de esa ideología sobre un suelo material concreto, en lugar de tratarla como producto de un maquiavelismo de los patrones capitalistas malos ávidos de manipular al proletariado comprando a «sus líderes» y con unos artefactos ideológicos y organizativos de diseño cocidos en la cueva de su conspiración (pseudo-explicación maquiavélica y politicista muy propia de anarquistas).

¿De qué suelo subyacente es reflejo la socialdemocracia?. Es decir: ¿de qué relaciones de clase, y entre qué clases, dentro de un contexto preciso de desarrollo estatal y de fuerzas económicas al calor y al fuelle del desarrollo de la producción, procede esa ideología?. ¿Será casualidad -«contingencia» al decir de los postmodernos- que ella nazca en Francia durante su llamado «Segundo Imperio»?. Francia: cuando el colonialismo navega viento en popa en ultramar; cuando está pudiendo ser edificada una administración estatal que se amplía en cientos de miles de efectivos y que será modelo para el Estado Español isabelino y a fortiori durante su «Restauración»; cuando está en pleno funcionamiento, bajo alimento de los grandes financieros y gracias al expolio de ultramar, la producción expansiva de monopolios fabriles estatales que procedían de aquellas «Factorías Reales» fundadas desde el siglo XVII; cuando al interior de territorio estatal la clase dominante de una nación oprime a otras naciones, y son acrecentadas las ganancias gracias a la super-explotación de normandos, bretones, gascones… quienes sufren así mismo la expropiación territorial para fines acumulativos mediante la ampliación de la industria lanera; cuando se atenaza en minas y fábricas al proletariado nacionalmente oprimido -la otra cara sobre la que esa explotación exacerbada puede cabalgar- del Sarre, el Ruhr y esos territorios se mantienen bajo ocupación militar garante de organizarles «la vida» encauzada a dar rentabilidad a los monopolios galos y a «prestar» Capital Circulante a bajo costo para procesos de producción y de despliege de infraestructuras en Francia; etc.

Entonces, en ese marco histórico y político-territorial, la burguesía productiva francesa dependiente de la Banca y de los financieros-negociantes colonialistas, la pequeña burguesía, los viejos potentados gremiales cercados por las leyes burguesas, y la Aristocracia obrera trabajadora en el Estado, que ha ido desarrollándose junto a los procesos citados, y también al sol y a la lluvia del centralismo administrativo francés, se miran a los ojos con expectativas de grandeza -de hacerse valer en la compleja maraña de lucha de clases analizada por Marx en esa obra suya-, y de sus fogosas relaciones triádicas nace la socialdemocracia.

Con vistas a prosperar en la escalada competitiva hacia las cumbres del poder político-institucional, esas clases no se bastan a sí mismas, así que van a presentarse engalanadas ante su base social potencial: el proletariado, el semi-proletariado y el artesanado dependiente de la pequeña burguesía dominante en lo que queda aún de la organización gremial. A las demandas clásicas de radicalismo demócrata, reflejo del ansia pequeñoburguesa por ver rotos los obstáculos que la alejan de posicionarse en cuotas y parcelas de poder político, se les dio un tinte «rojo» de demandas de derechos no sólo democrático-cívicos, sino derechos «sociales». A las incrustaciones utópicas pre-marxistas que dominaban el ideario de las sectas, ligas, organizaciones y grupos socialistas, se les quebró la punta idealista «revolucionaria» rupturista con el orden político vigente, y se reemplazó por ideales democráticos de lograr encaje en el Estado capitalista y predominio en sus organismos jurídicos y decisorios. «Así nació la socialdemocracia», afirma Marx. Sí: esa criatura monstruosa de la que dicen ciertos sectores de la «izquierda comunista» que fue proletaria y revolucionaria hasta nada menos que «su traición» (¿?) en 1914. Ya hemos visto: la Aristocracia obrera no existe… La socialdemocracia tampoco entonces, porque sin trasfondo productivo material no hay producto ideal.

3. BASES MATERIALES DE LA HEGEMONÍA IDEOLÓGICA ARISTOBRERA. LA CUESTIÓN DE LAS MASAS PROLETARIAS «ADYACENTES» Y SU SEGUIDISMO

He hablado de la génesis de esta (relativamente) nueva clase, haciendo un repaso somero a sus bases materiales: a) Nueva escala geo-demográfica en la división del trabajo social motivada por la determinación a depositar en el exterior capitales excesivos y Fuerzas Productivas ya no movilizables bajo los límites de la producción nacional o continental europea; b) «Exportación» de Fuerza de Trabajo sobrante y no integrable dentro de esos límites nacionales, y su colocación bien en la administración colonial, bien en ejército, vigilancia y represión, caso del lumpenproletariado y de ciertas capas proletarias más pauperizadas, convictos, condenados por una penalidad que en su reforma asume el destierro a colonias, etc.; c) Saqueo imperialista y Leyes objetivas fecundadas por el Modo de Producción en ese estadio de su desarrollo.

He repasado, así mismo, el espectro de clases pre-existentes en las que halló anclaje y nutriente (proletariado, vieja burocracia, pequeña burguesía «profesional liberal»).

He hablado también de la ideología socialdemócrata (y sindicalista a partir de cierto momento) en tanto que proyección racional, política y representativa de la «Aristocracia» obrera, siendo esta última clase su base socio-económica.

Y, sin embargo, ¿en qué fundamentar el extraordinario anclaje sociológico que ha alcanzado esta clase en su desarrollo bajo la evolución del capitalismo?. ¿Cómo explicar su relativa -pero nada desdeñable- «masificación»?. ¿Y su hegemonía ideológica entre el conjunto del proletariado sobre sus referentes, modelos de objetivos, ideales normativos, metodología de luchas, atribución de «responsabilidades» y planteamiento de «alternativas», protestas…?.

Se rebatirá esta tesis, aludiendo al desgaste sindical y el desentendimiento proletario, poco menos que deserción. Pero, tras el desenganche, ¿acaso no irrumpen con fuerza «nuevas alternativas» de relevo y de movilización, capitaneadas también por una «Aristocracia» obrera ella misma rebotada con aquellos sindicatos que, en su confortable instalación estatal, se han «descuidado» respecto de defenderla y han permanecido pasivos ante la erosión de su viejo beneficio, que había sido reportado por el negocio de acordar vía Convenios Colectivos (Neo-corporativismo) las condiciones de la explotación proletaria?.

Ello es así hasta el punto de que los sindicatos han cedido en «la representación de la clase trabajadora» poco menos que finiquitando los Convenios Colectivos y dando con ello campo ancho a la retención de plusvalías por parte de la burguesía monopolista y al desfalco europeo del resto vía servidumbre de Estado, a cambio de adjudicarse contra-prestaciones particulares dadas a la estructura sindical y a las empresas con Capital sindical. Eso si nos referimos al Estado Español, donde el desprestigio sindical está reflejando un contexto de debilidad relativa estatal en la Cadena imperialista, contexto que obliga a estrechar el abanico del campo político dominante, procediendo a la defenestración de socios o al menos a su «marcaje exhaustivo», siendo esta expropiación de capacidad política y en el manejo de las plusvalías y su reparto, un proceso que la Aristocracia obrera nota en sus carnes (revuelo sindical ante la reforma de la Constitución franquista de 1978, denuncia del «fin de la democracia y de la soberanía nacional» supuestamente propiciado por tales cambios introducidos en «la Carta Magna», etc.). Y aun así hay que relativizar el alcance de este decaimiento de referente sindical, siendo que, sin ir más lejos, en Alemania los sindicatos gozan de excelente salud entre «la opinión pública» de la Aristocracia obrera e incluso entre amplias franjas proletarias, habiendo preservado una potencia que es reflejo de la potencia alemana en el ejercicio de su hegemonía política y económica con vistas a la concentración/ distribución nacional de plusvalías. De donde se obtiene y hay, se puede sacar, de modo que los sindicatos «juegan» con lastre en su negociación/lucha neo-corporativa frente a Patronal y Bundesrat.

Pero entonces, la respuesta cuyo desarrollo estamos ensayando nos remite a la pregunta. Porque, sin ir más lejos bajo el Estado Español, donde la cuantía de la Aristocracia obrera no deja de ser minoritaria entre el universo total de asalariados, ¿cómo se explica su preponderancia política e ideológica entre los asalariados proletarios, manifestada en concepto de mitología sobre «lo público» entendido como «de todos»; de mitología sobre la posibilidad de «democracia para todos, para toda la sociedad»; de la idoneidad de «una banca nacional, banca de todos»; de la posibilidad de «otro Estado» que «obrara para los de abajo» desde las mismas instituciones existentes hoy, pero gracias a una (vista muy improbable, eso sí) «regeneración política» que pusiera a «políticos honrados» en los puestos de Gobierno; mitología en torno a una supuesta «izquierda de verdad» potencialmente operativa desde el Parlamento o desde instituciones cualesquiera pertenecientes al viejo poder, y que estaría siendo imposturada por una pseudo-izquierda; ideal normativo del Estado del Bienestar; reclamas de «justicia» en la repartición social de esfuerzos para salir de «la crisis» y en pro de recobrar la salud «de la economía»; etc.?.

Los izquierdistas responderán que el proletariado está poco menos que hechizado bajo el brumoso y abrumador peso de «la ideología dominante». Claro, pero, en todo caso, ¿cómo llega a producirse esta hegemonía de ideas?; ¿acaso a través del Imperio de las Ideas mismo?. ¿No sería ésta una explicación idealista?. ¿Cuál habría de ser la base material de tal Potencia?. ¿No es acogerse a una concepción baja, «más bien fea» e injusta, superficial, respecto de nuestra clase, el presumirle ser una pandilla de borregos caminando hacia las falsas luces prendidas, como el perro del granjero erre que erre trotando hacia el sol, al que no llega jamás?.

¿Es que los proletarios somos tan irracionales?. ¿No habría que pensar más bien en el seguidismo ideológico como un planteamiento fundamentalmente racional, apoyado en una relativa «identidad» de intereses inmediatos (aunque, hay que recalcarlo, no históricos u objetivos de clase para sí) provocadora de «cohesión social»?.

¿No residirá el secreto de esta misteriosa influencia, en su base material favorecedora y receptiva, compuesta por franjas intermedias proletarias, relativamente numerosas, que, sin ser Aristocracia obrera, sí reciben por el Capital retribuciones salariales directas o diferidas que juntas suman por encima de su participación en el proceso colectivo generatriz de Valor? («trabajo social» en la precisa acepción marxiana). ¿O, no llegando a tanto en la mayoría de casos, al menos sí suman por encima del Valor de esa Fuerza de Trabajo proletaria (de su reproducción), aunque el Valor que ese trabajo objetivado aporta directa o indirectamente continúe excediendo a esas retribuciones?.

Y, en este sentido, la acusada y acelerada pendiente de desgaste a través de la que hoy desciende este substrato para la relativa «cohesión de identidad y referentes», en Estados como el español y otros, ¿está traduciéndose en afloramientos de disidencia proletaria? (desidere: «sentarse o posicionarse en otro espacio»).

¿O brillan estos ideales de «Estado de todos», «democracia para todos», «cobertura y prestaciones», «trabajo digno», «comercio a precios justos»…, con especial candor y refulgir, justo ahora en que titilan especialmente escasos, lejanos, pálidos, selectivos, e irreales en resumidas cuentas , y por ello quizás si cabe más valorados, preciados, reivindicados, presidentes del horizonte divisable entre quienes ven retirárseles siquiera ese techo y ese muro defensivo?.

El hallarse precipitándose por la pendiente, ¿estimula espontáneamente a intentar elevarse por sobre tal pendiente?; ¿o la reacción está siendo la de agarrarse con las uñas buscando echarle el pie a alguna terraza llana para plantarse en ella, conservándose cuanto se pueda conservar?. Y entre tanto, cuando cortocircuíta el acicate esperanzador de «las oportunidades» para «el trabajador», siendo devenida ya stravaganza y casi quimera la apetecida tradicional delicatessen de atravesar las puertas reservadas a los electi -del selecto club de la 1ª categoría laboral de las prebendas y los triunfos-, ¿esos modelos normativos humanos flaquean en su capacidad de convocatoria masiva a la lucha por preservarles en sus fuertes?.

¿O las cualidades que encarnan estos «trabajadores ideales y cubiertos de Gloria», extrañas ya como el sol hiperbóreo, imantan a los secundones a librar lucha por su pervivencia, con tanto más atracción cuanto que el esclavo se enfurece contra los tiempos iconoclastas que le arrebatan su icono, su esperanza, la encarnación humana de «su derecho a progresar», al tiempo que ellos mismos saben que, si se osa tocar a los trabajadores blindados, eso significa que mucho más van a caer ellos rodando de cabeza?. «La religión es el suspiro de la criatura en pena. […] El corazón de un mundo sin corazón» (Marx en: Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel ).

El modelo alusivo a cómo unas direcciones, cúpulas, cuadros, enlaces… «sobornados» maniobran por la integración proletaria en el sistema, olvida la cuestión de la integración real de parcialidades proletarias en posiciones materiales provistas por ese sistema; colchón o «tierra de nadie» en la estructura social así susceptible de ser colonizada inmediatamente a posteriori por la lógica del campo capitalista, al menos mientras esta lógica continúa pudiendo re-afirmar esta existencia. O incluso prolongándose más allá de haber el Capital desencadenado incoherencia (por su propio desarrollo), en un fenómeno análogo al que nos brindan esas lagartijas de dos cerebros, que continúan vivas y coleando acéfalas no importa si han sido decapitadas por un niño travieso. Cerebro ideológico autónomo, sobreviviente al desfase adaptativo y provisor real que el Modo de Producción ya presenta en anchos espacios nacionales del mundo capitalista.

3. i. Concentración imperialista de la propiedad sobre capitales, disparidad entre valores monetarios y mengua del valor de la Fuerza de Trabajo bajo los países opresores (o incremento de la plusvalía relativa). Desviación de porciones de ésta en la configuración de un «plus-salario»

La exportación imperialista de capitales fue concentrándose en industrializar la tierra, aportando «racionalización» a ésta: nuevas técnicas y procesos, instalación de aparataje de siembra, «unificación» de los espacios de cultivo, «socialización» de una labor campesina antes atomizada en cada micro-mundo parcelario, introducción de una división orgánica del trabajo, etc. Coetáneamente hallamos una concentración de la inversión en capitales pesados, con cuya aplicación extraer, «drenar» de geografías y de países, Factores de Producción colocables en la industria de medios y «bienes». Hallamos, a su vez, una incipiente destinación de capitales físicos hacia la construcción industrial de base, y hacia el despliegue de redes de transporte y comunicación por donde poner a rodar la proletarización y el saqueo.

Pero paralelamente asistimos ya desde el principio a una instalación de tramos de producción global, empezándose sobre todo con medios y con procederes pre-capitalistas (caso de los telares en India: «Dominación formal del Capital» en Marx) y con tendencia a exportar métodos industriales y maquinaria, apertura de instalaciones… («Dominación real del Capital» en Marx).

Esta segunda línea de «dislocación» de capitales excedentarios en procesos productivos cada vez más «troceados» y al tiempo sirviendo a un «reciclaje funcional» de capitales en nuevos procesos, en nuevos valores de uso buscando combatir así su propia saturación orgánica, no podía más que ir irradiando e intensificándose con «el tiempo» (con el sucederse de los Ciclos de acumulación capitalista), puesto que, al estar en su base contradictoria estimulante (y limitativa) el menor crecimiento marginal por unidad de Valor adicional invertida, el antídoto se busca en sembrar más proletarización, en obtener mayor masa de plusvalía, en abrir nuevos terrenos productivos, en acelerar la descomposición de procesos y la desconcentración de capitales espacial y procesual: giro de tuerca, en fin, a la inversión en Capital Constante y por ende a la saturación.

¿Qué significa, trasladada al nivel de la plusvalía relativa, esta línea evolutiva del Modo de Producción?. ¿Cómo se traduce en el afloramiento de posiciones objetivas contradictorias en la estructura clasista del proletariado internacional?. El proceso es el siguiente:

Esta territorialización de dinámicas y de operaciones, que corre de la mano de la expropiación, abre un abismo entre, por un lado, ubicación de los capitales operativos (o circulantes) y, por otro, ubicación de la propiedad; brecha que se ensancha y continúa ensanchándose en correlación al proceso de creciente concentración en la titularidad real de capitales. En el plano de los estándares de Valor, esto se traduce como: divorcio colosal entre el PIB de los países oprimidos y su Producto Nacional real (participación real nacional en el pastel de las plusvalías, en los gastos de inversión y en los gastos de mantenimiento rentabilizable). Como el dinero solamente representa alrededor del Valor real de propiedad sobre el PIB total, se trata de países cuyas monedas atesoran escaso valor relativo en sus correspondencias con «monedas fuertes», y, por su parte, la jerarquía política de ordenación inherente a la Cadena imperialista y a sus «organismos y fondos internacionales», interviniendo en definir las paridades en los mercados monetarios, es copiosa lluvia sobre mojado.

La consecuencia es un panorama internacional de «especialización por exportaciones» donde a las burguesías imperialistas les resulta barato (re)producir en condiciones a la Fuerza de Trabajo del imperialismo, puesto que el Valor de la Fuerza de Trabajo no es otro que la suma de las mercancías necesarias a su sustentación hábil para el trabajo . En otras palabras: la porción salarial sobre la jornada laboral total es muy breve, ya que a estas burguesías les cuesta poco tiempo extraer de la Fuerza de Trabajo un Valor igual a sí misma, medida en concepto de mercancías socialmente necesarias (alimento, textil, salud relativa pero de funcionalidad laboral suficiente, vacaciones…). Se advertirá que, entonces, el proletariado bajo los países imperialistas está objetivamente muy explotado: el segmento temporal de plustrabajo es muy largo, así que la Tasa de explotación tiende a ser cuantiosa. Pero esta relación internacional -caracterizada por la disparidad entre valores importados y exportados (entre índices de producción y propiedad real sobre capitales y mercancías)- es precisamente la que permite, en una paradoja, pagar una especie de «plus-salario» a esa Fuerza de Trabajo cuyo Valor estrictu sensu ha podido ir deviniendo extraordinariamente abaratado por la producción imperialista (desarrollo histórico de la plusvalía relativa). Este proletariado concreto, cuya participación en dinámicas colectivas de valorización da unas plusvalías colosales de conjunto (siendo los procesos productivos capitalistas producción hecha social ), está explotado (y mucho, matemáticamente), NO PUDIENDO SER CONFUNDIDO CON LA «ARISTOCRACIA» OBRERA. Y, sin embargo, ingresa un sobre-salario (por encima de su valor; no del plusvalor que genera directa o indirectamente ) que le adscribe a ser retaguardia del reformismo y de la «Aristocracia» obrera. ¿Por una cuestión de falsa consciencia?: no fundamentalmente. La propia «Aristocracia» obrera, con consciencia de sí, ha sabido nutrir, cuidar y cultivar a sus rebaños. Y eso lo ha podido hacer con mayor o menor holgura, eso sí, según la posición ocupada por uno u otro país en la Cadena imperialista, y así también obtiene la cosecha de dispar cohesión obrera si comparamos, por ejemplo, a Suecia y su flamante «socialismo sueco» con España.

La «vida» de esas capas proletarias colindantes con la «Aristocracia» obrera ha sido durante más de un siglo abastecida y diseñada materialmente. Al tiempo que el reflejo mecánico inmediato de esa cotidianeidad sobre la conciencia, iba propiciando que, estando cubiertos los parámetros pre-fijados, ese «estilo existencial» donde lo que aparecía fenoménicamente por «satisfactorio», coincidía con lo que era posible satisfacer, se auto-loaba exultante como «calidad de vida».

» Paralelamente», podría emprenderse una interesante y fructuosa sociología de cómo el brazo sindical en el trípode del Neo-corporativismo ha ido concretando en «Compromisos sociales», «Acuerdos intersectoriales», etc., el desgranamiento de porciones de plusvalías a invertir hacia abajo, en simétrico vuelco al trayecto permisivo anterior (de abajo arriba). Mientras con la mano derecha concilia este movimiento a «los intereses de conjunto». Es decir, velando por no hacer, esta re-distribución, disfuncional a la salud presupuestaria y crediticia de esa Totalidad capitalista de la que en el fondo depende su propia financiación institucional-representativa. Así como la de la «Aristocracia» obrera por ellos representada. Y la destinada a su nutrición de su esponjosa retaguardia de obreritos cosificados en tanto que tales por sus necesidades auto-reconocidas y en el fondo también mecánicamente objetivadas como pieza de clase acompasada al artilugio sistémico capitalista («La burguesía no ve en el proletario más que al obrero», Marx).

Poderío empresarial de los sindicatos generador de empleos, abuso y carga de sobre-trabajo a «compañeros» por parte de cuadros sindicales, enlaces, «liberados»…, oportunidades selectivas de «carrera interna» laboral repartidas según mayor o menor «filia» sindical, oportunidades en activos de cotización sindical o directamente en filiales sindicales o en empresas de co-propiedad sindical, co-participación bursátil, sectores de fuerte implantación propietaria sindical (como es el caso de la construcción con CC.OO y el pluri-empresario Toxo, dualización contractual y de nuestra clase en base a manejo sindical selectivo sobre Fuerza de Trabajo entrante (con sus inextricables caras de «protección» y de precariedad), definición negociada trilateral (Patronal- Gobierno-sindicatos) de marcos contractuales y así abastecimiento selectivo de sueldos aristobreros (pero también a franjas más allá) gracias a la concreción de las condiciones de explotación proletaria, etcéteras. Esta sociología podría extenderse a cómo la «Aristocracia» obrera, a través de la labor hecha por los órganos de representación a su servicio (y que vehiculan sus intereses y contradicciones concretas dentro del bloque -o conjunción- general de clases dominantes), ha desplegado redes sociales para la re-conexión de franjas proletarias más o menos anchas con la «cohesión social», y así el fomento de innegable cuotas de solidaridad orgánica sobre una base material probada y relativamente provisora , soporte por decenios del epifenómeno ideológico, que, no obstante, sobrevive en sí y por sí , suspendido en el aire, a la erosión de sus bases, tal y como los fantasmas del pasado siguen pesando como una pesadilla sobre el alma de los vivos.

 

4. APLICACIÓN DE LA CATEGORÍA DE LA «ARISTOCRACIA» OBRERA AL ANÁLISIS CONCRETO EN EL TERRENO DE LA DOCENCIA

La cuestión de la «Aristocracia» obrera incumbe a una cantidad de elementos que subyacen más profundamente a la punta del iceberg, es decir, a la cuestión jurídica contractual y relativa a la continuidad desempeñando la función. Se trata de componentes que definen la pertenencia a clase, y que quedan expresados, y sancionados, blindados, formalizados… en lo que a primera vista puede parecer un mero «dato contingente» relativo a ser profesor nombrado con plaza o bien ser profesor en prácticas de CAP, destinado por número en listas temporales, etc.

Los sindicatos, a fin de amasar su carne de cañón con la que poder hacer en la calle, en las reuniones y en la firma de Convenios de sector, su tarea de lobby hacia la matriz democrática-institucional en la que ellos mercadean en favor de la clase a la que representan (CC.OO., USO, UGT, CATAC-USTEC…) o en defensa de las capas «periféricas» de esa misma clase que se encuentran en proceso de proletarización (CGT, CNT, SO…: lo que Marx llama en el Manifiesto del Partido Comunista «socialismo pequeñoburgués» y «socialismo reaccionario»), son todos ellos organismos que tienen y tendrán siempre sumo interés en hacer colar dicha frontera cualitativa, como si ésta fuera una diferencia formal, o «de mérito», o «de estatus», o «de antigüedad»… Así, esta diferencia «formal» supuestamente no habría de obstar al hermanamiento de compromiso, «de solidaridad», «de arrimar el hombro», de perspectivas, de «asumir riesgos y responsabilidades», en la definición de «enemigos comunes», de métodos, de objetivos…, entre quienes serían todos pertenecientes a la espectral «clase trabajadora» (categoría revisionista y radicalmente anti-marxista).

No puedo dar aquí una respuesta «omnicomprensiva», porque son muchísimas las variables que habrían de tenerse en cuenta si no se quiere dejar ningún cabo suelto. Pero, por eso mismo, me atrevo a puntualizar algunos aspectos a tener en cuenta a la hora de elaborar una respuesta y que podrían orientarla:

1º. Si se quiere esclarecer la relación inter-clase proletariado-Aristocracia obrera por ejemplo en docencia, no es un buen método partir de las fórmulas jurídicas («funcionario», «fijo», «suplente»…) e inducir de ellas la relación real, material. «Funcionariado» es una categoría poli-clasista; hay funcionarios proletarios, de la Aristocracia obrera, y sufrimos también los de la burguesía monopolista de Estado. Un profesor no pertenece a una clase porque sea funcionario, pero sí que es fácil que este estatuto exprese, refleje y formalice (proveyendo unos mecanismos de relación particular con el Estado capitalista) una condición de clase (que puede ser la proletaria, claro: categorías funcionariales hay varias y están en antagonismo).

No debemos nunca atender a una categoría laboral, o a una franja contractual, o a un convenio de horarios, y por la ubicación del sujeto exclamar «ah: no es proletario, o sí». Sino, al contrario, atenderemos a las relaciones reales que el sujeto tiene con la División del Trabajo Social en su contexto inmediato y en su sector laboral, a su capacidad para cargar a terceros sujetos «compañeros» con porciones de plustrabajo, a su ubicación de destinatario o no respecto de porciones de plusvalías que circulan vía Estado imperialista y que son arrancadas a la división internacional del trabajo y a sus leyes económicas imperando sobre las relaciones entre países jerárquicamente ordenados dentro de la cadena imperialista, etc. Algunas de estas dimensiones se encuentran mediadas por lo jurídico, y así veremos cómo se traducen a este segundo plano, pero no tomaremos a éste como punto de partida. Aunque, repito, podremos extraer correlaciones significativas entre clase de un lado, y estatuto, rango, «posesión de plaza», etc., del otro.

2º. Tomar en consideración tanto cómo está el sujeto posicionado -o fijado- en la división del trabajo, así como su capacidad para posicionar a otros, con las implicaciones que ello tiene en cuestión de plustrabajo, plusproducto, etc. Por ejemplo, profesores, tutores y directores de escuela que manejan constantemente sus «carteras de chicos» que les son provistos por el Estado vía CAP, y a quienes delegan sobretrabajo mientras el producto del mismo les llega a ellos como plusproducto cifrado FORMALMENTE en una nómina, pues son ellos quienes cobran el «salario». También hay que tener en cuenta el plustrabajo usualmente delegado a los proletarios de la enseñanza, quienes no gozan de blindaje contractual alguno y tienen que tragar constantemente porque penden de un hilo, están en la cuerda floja, dependen de que vuelvan a llamarlos en lista, nadie da un duro por ellos (para empezar, los famosos sindicatos «de trabajadores») y en definitiva es el Director quien redacta los informes de referencia…

3º. También tener en cuenta (y tengo la impresión de que esto es muy importante) que, aunque hasta ahora he estado focalizando la cuestión de las clases en ejemplos con «sujetos», las clases hacen referencia a relaciones entre grupos sociales, y no a relaciones inter-individuales. Aunque un profesor X como sujeto esté subordinado a un Patrón, en el caso de la enseñanza mal-llamada «pública», el Patrón sería el Estado (el Ministerio), hay que ver si la relación entre ellos es realmente de explotación. También los altos ejecutivos de Botín están sujetos a ése su Patrón. Hay que ver si Patrón y trabajador mantienen una relación de antagonismo, o si en realidad pertenecen al mismo campo de clase (el campo del Capital; que no a la misma clase). Es posible que compartan grupo social (clase: Aristocracia obrera para el caso), común al tecnócrata del Ministerio que ordena sus directrices y al trabajador docente que se ciñe a ellas en sus sesiones docentes, y que este grupo se nutra y esté generosamente bien pagado de capitales y de plusproducto que la posición del Estado en el entramado mundial imperialista garantiza (o no hace falta irse lejos: proveniente del proletariado profesoral y de demás proletarios).

4º. Relacionado con el punto tres, tener en cuenta si: el salario es salario en la acepción científica provista por la crítica de la Economía Política (el valor que suma tendencialmente la reproducción social -en un sentido amplio, más que biológico- de la Fuerza de Trabajo y de su prole). O si, por el contrario, se trata de un sueldo con plusvalías agregadas (por ejemplo, con la adición de cuotas del llamado «salario diferido» que las empresas arrancan a los proletarios y el Estado centraliza y re-distribuye). En este sentido, y precisamente por lo dicho, es irrelevante que el profesor sea o no sea propietario de Medios de Producción o de medios de cambio mercantil, pues posee la propiedad real (la capacidad de disfrute, de agenciarse beneficios, de gastar…) sobre los frutos que rinden esos medios y que en parte el Capital financiero centraliza para su Estado, poco importa que tales medios estén situados en el Estado Español, en América Latina, en Libia o en India.

5º. Relacionado con los dos últimos puntos, tener en cuenta qué hace el profesor, y si añade o no valor a la mercancía humana que él produce. No es lo mismo, a efectos de clase de pertenencia, un profesor que añade un valor de uso que se traducirá después en X plusvalor a sus alumnos, al estarles capacitando, habilitando, etc., (por ejemplo, un profesor en una ingeniería técnica, un profesor de medicina, de matemáticas, de arquitectura, etc.), que un profesor que desempeña un trabajo que no tiene nada que ver con la inyección de valor de uso que sea luego materia prima para rendir plusvalor en circuitos SOCIALES capitalistas de producción; sino que es un ideólogo del orden burgués, quien no produce valor porque no valoriza a su mercancía y, muy al contrario, él es quien cobra en concepto de plusvalías por operar un apuntalamiento ideológico que reproduce su posición particular al contribuir a la reproducción del orden general (por ejemplo, un profesor de antropología, de humanidades, de religión, etc.).

Es cierto que siempre hay alumnos procedentes de estas disciplinas que después de licenciarse trabajarán en turismo, en la industria cultural, etc., y ahí sí ha habido una valorización efectiva, pero si se calculan estas ganancias en relación a la inversión que el Estado hace en estas carreras y asignaturas, se comprenderá que la función de este personal, lejos de ser productiva, es ideológica y absorbente de las plusvalías que genera la esfera productiva.

6º. Por último, hay que tomar en consideración el hecho de que la posesión sobre una «plaza de docencia» no cae del Cielo (y, por tanto, tampoco la propiedad real sobre los capitales y plusproducto que, hemos visto, subyacen a ese estatuto jurídico, ni tampoco la posibilidad de delegar y de ordenar plustrabajo, la capacidad inversionista que el sueldo da, las facilidades sindicales para agenciarse participaciones en empresas, cooperativas de enseñanza…, con las que el sindicato obtiene ganancias, o para agenciarse acciones con las que el sindicato cotiza en bolsa a través de filiales con participación contributiva en el IBEX, etc.).

Si no creemos en el «american dream», ni en la meritocracia, ni en premios al esfuerzo individual abstracto de condiciones materiales de posibilidad, ni en los reyes magos…, debemos problematizar la cuestión de los tipos de «capitales» que conducen al profesor hacia esa posición de clase. Se trata de «capitales» cuya propiedad usualmente se remite a una condición de clase de partida, con lo que la posición es el efecto de esa condición de clase, que se ve «fielmente» reproducida con «el éxito» en las oposiciones a plaza. Por tanto, es fácil constatar que, quien era de la Aristocracia obrera durante su formación, lo sigue siendo después por su posición en la estructura docente. Este itinerario «de vida» puede completarlo el sujeto gracias a esos «capitales»: «capital social» (contactos, relaciones que «facilitan las cosas», relaciones que informan o que conducen a terceros, etc.), «capital simbólico» (que implica pertenecer a una clase de procedencia que como «regazo social» ya le ha provisto de unos códigos ideológicos ajustados a la ideología dominante, y que por tanto el sujeto de clase comparte en gran medida con el tribunal evaluador), «capital académico» (haber llegado a poder concursar implica un «éxito» previo en el paso del sujeto a través del aparato educativo formal, que como aparato de dominación de clase es una maquinaria de selección que premia sistemáticamente a una clase de procedencia, que resulta encajar mejor en lo solicitado por esa maquinaria), «capital de habitus» (que implica cierto grado de relación y desenvoltura con el conocimiento dominante, además de beber de sus fuentes vía familia), etc.

No en vano, un estudio estadístico estratificado con arreglo a clase, revelaría correlación significativa entre determinadas categorías de profesorado y condición de clase, siendo así que es muy raro para los proletarios «de origen» llegar a ocupar tales puestos en la estructura docente (apenas se ven), mientras los vástagos de la Aristocracia obrera reproducen su condición como Aristocracia obrera. Una vez «investidos» y más o menos protegidos por sus marcos laborales específicos (que sus sindicatos custodiarán, aunque últimamente los han ido dejando ir de la mano…, y estos «profesionales» están rebotados y buscando armar activamente nuevas estructuras de protección, como el proyecto DRY), estas hormigas del Estado capitalista emprenden su trabajo de apuntalamiento y fortificación del orden general de clase que dialécticamente les brinda unas condiciones particulares derivadas de su pertenencia a ese campo de clase. Eso harán, impartiendo, por ejemplo, historia, inseparable de la correspondiente liquidación y tergiversación de la historia, de la memoria, de las experiencias, de las lecciones, del conocimiento acumulado, de la propia concepción científica proletaria de qué es la historia y de cómo materialmente su ser va produciéndose…, todo ello patrimonio alienado de la clase a la que estos elementos apresan y de la que viven por apropiación -y por cobro bajo nómina- del fruto de su explotación; todo ello patrimonio -profesoralmente alienado- de nuestra clase, el proletariado.

 

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