Acompañó al expedicionario en sus rutas africanas, durante las que tuvo seis hijos, pero su figura quedó ensombrecida por la fama de su marido. Pilar Tejera, autora de ‘Viajeras de leyenda’, la reivindica en el segundo centenario de su nacimiento.
Mary Livingstone fue la primera hija de las diez criaturas que tuvo el misionero escocés Robert Moffat y su mujer, quien la bautizó con su mismo nombre. Nacida en Griekwastad (Suráfrica) en 1821, se crio en Kuruman, el oasis del Kalahari, donde convivió con el pueblo tsuana. Durante su inclemente vida en el desierto, vio morir a dos hermanos pequeños, aunque los Moffat perderían a un tercer vástago de 36 años.
A los diez comenzó a relacionarse con otros europeos en la escuela de Wesleyan, en Salem, y se topó con el racismo de los alumnos bóeres, quienes no veían con buenos ojos la labor evangelizadora de su padre, traductor de la Biblia a la lengua local. Luego estudió Magisterio en Ciudad del Cabo y en 1839 viajó con su familia a Londres, donde su progenitor publicó el Nuevo Testamento.
Allí también conoció a David Livingstone, a quien convenció para que fundase misiones junto a él. Cuatro años después, ya de vuelta en Suráfrica, Moffat le organizó varias expediciones por el continente, lo que le permitiría al explorador conocer el Kalahari, descubrir el lago Ngami, alcanzar el río Zambeze, maravillarse con sus cascadas y bautizar unas cataratas como Victoria, en honor a la reina británica.
Pero la inestimable ayuda del predicador se vio reforzada por la incansable labor de Mary Moffat, quien adoptaría el apellido de su marido cuando se casó con David a los veintitrés años tras conocerlo en la escuela de Kuruman, donde daba clases. Desde allí se trasladaron a Mabotsa, un rincón más aislado, aunque Livingstone pronto dejaría a su esposa y a su hijo Robert para fundar una misión en Chounuané, un territorio afectado por la sequía.
Mary decide seguir sus pasos y emprende el camino en un carro con un bebé en brazos y otro en su vientre, una extenuante travesía bajo la amenaza de la falta de agua, el calor sofocante, la fiebre del pequeño, los rugidos de los leones y los gritos de los nativos que los rodean cuando llega la noche. Cuando al fin llega al puesto, su marido no tarda en buscar un lugar para establecer otra misión y ella se queda sola con sus dos retoños, a los que se sumaría un tercero.
«David Livingstone iba de avanzadilla y la dejaba atrás. Debía de ser una persona insoportable obsesionada por la exploración a la que no le interesaba nada la familia», explica Pilar Tejera, autora de Viajeras de leyenda (Casiopea). «Mientras, subida en un carromato, ella tenía que buscarle la vida, cuidar de los churumbeles y lanzar latigazos a diestro y siniestro contra los leones que querían zamparse a Mary y, de paso, a los niños», añade la escritora.
Establecidos en la árida Kolobeng, a mediados del siglo pasado la pareja y sus hijos emprenden el primero de sus viajes a través del desierto de Kalahari, donde los mosquitos y las moscas acribillan a los niños, quienes contraen la malaria. Mary, de nuevo embarazada, teme por la salud de los pequeños, mientras que su marido escribe: «Se trata de una fiebre interesante. Me gustaría contar aquí con un hospital donde poder estudiarla».
David ve frustrado el intento de establecer una nueva misión, pero su esposa paga caro su ambición expedicionaria, pues pierde a su recién nacida y sufre una parálisis facial. «Sus apuntes sobre la malaria escritos desde un punto de vista científico revelan que era un hombre egoísta», opina Pilar Tejera, quien recuerda el importante papel que desempeñó Robert Moffat y su hija para que Livingstone pasara a la historia.
«Él fue el detonante de sus exploraciones y ella, el sostén anímico y familiar durante las expediciones de su marido, quien no habría sido el mismo sin su suegro ni su mujer», afirma la autora de Viajeras de leyenda, cuyo subtítulo, Aventuras asombrosas de trotamundos victorianas, adelanta el contenido de un libro protagonizado por mujeres singulares que desafiaron el machismo y las convenciones de su tiempo, desde Isabella Bird hasta Mary Kingsley.
«Una fuente de inspiración desdibujada por la historia»
La polvorienta ruta por el Kalahari se torna más yerma si cabe cuando se quedan sin agua, una situación extrema que Livingstone refleja en su diario: «La idea de que [los niños] desfallecieran ante nuestros propios ojos era terrible. Habría sido un alivio para mí que me reprocharan al menos ser la única causa de la catástrofe, pero ni una sílaba de censura salió de boca de su madre mientras sus ojos envueltos en lágrimas reflejaban su agonía».
Mientras él explora la zona durante su segundo viaje por el desierto, Mary da a luz a su quinto hijo bajo una acacia. Su intención es alcanzar la costa occidental, aunque ella no cree conveniente acompañarlo por el bien de su prole y en 1852 se va a vivir a Escocia con sus suegros. Sin embargo, no son bien recibidos y la relación es complicada. La soledad que siente en un lugar extraño donde no conoce a nadie —Hamilton, la ciudad natal de Livingstone— la llevan a darse a la bebida.
Decide entonces alojarse en la localidad inglesa de Kendal en la casa de un matrimonio de cuáqueros, miembros de la Sociedad Misionera de Londres, a la que pertenecían los padres y el marido de Mary. «David pasaba de su mujer y de sus hijos. Los abandonó en el Reino Unido y ni siquiera le mandó una carta de recomendación a su familia para que los acogiese con cariño. Un maltratador psicológico», critica Pilar Tejera.
Cuatro años después, Livingstone regresa a Inglaterra como un héroe nacional: se ha abierto paso en su travesía por el Zambeze hasta Luanda (Angola), ha descubierto las cataratas Victoria y es el primer europeo que cruza el continente desde el Atlántico hasta el Índico. El explorador degusta la fama mientras que su mujer permanece sumida en el anonimato, del que apenas la saca por un instante lord Ashley durante un homenaje a su marido en la Real Sociedad Geográfica.
«Mary Livingstone pasó años de soledad en este país rezando por su esposo y aceptando su abandono con resignación. Esta encomiable mujer supo sacrificar su bienestar en aras del desarrollo científico y la cristiandad», afirma el filántropo y parlamentario tory. David, en cambio, saca partido del libro Missionary Travels and Researches in South Africa, donde denuncia la esclavitud al tiempo que descuida a su esposa.
Ambos vuelven a África en 1858, acompañados de su hijo Oswell, tras ser nombrado cónsul en Quelimane (Mozambique). Emprenden una expedición por el Zambeze, pero ella da a luz a una sexta hija y se va a vivir a Kuruman, donde residían sus padres. Cuando se reúne con él tres años después en la misión de Shupanga, situada en la desembocadura del citado río, Mary enferma de malaria y fallece en 1862 a los cuarenta años.
«Él escribe en su diario que es el golpe más duro que ha sufrido en su vida. No se da cuenta de lo que tenía ni de la altura de la mujer con la que había compartido su vida hasta que se muere», explica Pilar Tejera. «Nunca pagó la deuda que había contraído con ella, del mismo modo que tampoco lo ha hecho la historia a día de hoy, cuando se cumple el segundo centenario de su nacimiento», añade la autora de Viajeras de leyenda.
De hecho, la valla que indica dónde está situada su tumba ni siquiera menciona su nombre: Local histórico. Túmulo da esposa do Dr. David Livingston. «Sin embargo, él fue enterrado con todos los honores en la abadía de Westminster en 1873, lo que pone de manifiesto la sombra que proyectó sobre ella. Fue una importante exploradora, pero tuvo la mala suerte de casarse con uno de los más aclamados, por lo que la eclipsó por completo», razona la escritora.
Su biografía fue restaurada gracias a los diarios y al trabajo de las sociedades misioneras, aunque hoy, por ejemplo, no existe una entrada en la edición española de la Wikipedia. «Livingstone le hizo un flaco favor porque apenas habló de ella. Así, su experiencia es la que mejor ilustra el segundo plano en el que vivieron las mujeres en el pasado. No obstante, poca gente sabe que hubo una señora Livingstone, cuya vida está a la altura de su esposo».
Pilar Tejera la considera un ejemplo de fortaleza, pues algunos episodios de su existencia fueron terribles. «Su vacío exterior es un reflejo de su vida interior. Es el relato más crudo y tierno del libro, protagonizado por una mujer que siguió a su marido por media África pariendo por el camino nada menos que a seis hijos», afirma la autora, quien considera que en su segundo centenario debería reivindicarse a una figura que, como muchas otras, «se ha quedado desdibujada a lo largo de la historia y que, en realidad, es una inspiración».
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/mary-livingstone-eclipsada-marido-explorador-david.html