Sobre la imposición de las ideas machistas a modo de verdad absoluta e incuestionable.
No es cuestión de dogmatismo, sino de «dogmachismo», es decir, de «proposiciones tenidas como ciertas y como principios innegables» construidos por el machismo, o lo que es lo mismo, al amparo de la normalidad de una cultura levantada sobre las referencias de los hombres y, por tanto, comunes a todos ellos. Por eso la defensa de esta construcción es asumida por todos los hombres, no sólo por los que se benefician de manera directa en un momento dado. Cada hombre sabe que este modelo androcéntrico es bueno para todos, y que con independencia de que haya beneficios que se obtengan de manera directa a través de una acción concreta, los privilegios siempre están presentes en cualquier hombre.
Un dogma, esa especie de verdad incuestionable, sólo se puede definir desde una posición de poder dentro del grupo o comunidad en el que se crea. Si alguien establece un dogma sin contar con ese poder dentro de la sociedad la consecuencia será completamente distinta, y quien lo haga será considerado un extravagante o un loco, y su dogma una tontería o una extravagancia.
Por lo tanto el dogma es un reflejo en sí mismo del poder, y por ello se le reviste y protege con él frente a críticas y posibles ataques. Es lo que hace el machismo con sus «verdades y principios innegables», que son cubiertas con el valor de la palabra de los hombres que las crean. No por casualidad utilizan como elemento definitorio el hecho de que «no se puedan negar», podrían haber utilizado otro, como «inalcanzable» o «inescrutable», pero presentar un dogma como «innegable» tiene un doble sentido.
Uno el concepto en sí alrededor de la idea de verdad, y otro, reducir la posibilidad de la crítica al dejar sin «capacidad ni autoridad» a las personas que pueden hacerlo. El planteamiento es muy sencillo, si el machismo crea «dogmas» basados en la superioridad natural de los hombres y sobre ellos les otorga beneficios y privilegios, quienes podrían cuestionar esa construcción desigual serían aquellas personas que quedan excluidas y sufren las consecuencias negativas de esta injusticia social, es decir, las mujeres, sin embargo, su capacidad crítica queda muy limitada porque la propia cultura que crea los dogmas las ha desprovisto de «la palabra y la verdad».
El resultado final es una sociedad en la que las referencias masculinas condicionan la realidad para que todo sea como «tiene que ser», y para que cuando haya algún conflicto o alguna circunstancia que no encaje en lo «esperado», pueda ser explicada a través de los mitos, estereotipos, principios, costumbres, tradiciones… que mantienen los dogmas de la superioridad masculina. El resultado es muy simple, y al igual que la religión se basa en los «dogmas de la fe», la cultura se fundamenta en los «dogmas del machismo».
Y como el dogma es poder y reflejo del poder, su simple cuestionamiento ya desencadena toda una reacción agresiva frente a quien lo hace y a los planteamientos que buscan la Igualdad. Veamos algunos ejemplos de la interpretación que hace el «dogmachismo» de la realidad: La Ley Integral contra la violencia de género se presenta como instrumento «contra los hombres», porque es un hombre el que puede ser condenado; pero callan el detalle de que si es condenado no es por ser hombre, sino por ser maltratador. A nadie se le ocurre pensar que el Código Penal va contra las personas porque es una persona quien puede ser condenada si comete un delito o una falta. La Igualdad se percibe como un problema, no como un Derecho Humano necesario para la convivencia en sociedad. Ver la Igualdad como un problema y la desigualdad como «normalidad» refleja muy bien esa construcción cultural machista y los dogmas que hacen a los hombres merecedores de los privilegios y a las mujeres de la discriminación y la violencia.
Transmitir los valores de la Igualdad para mejorar las relaciones construidas sobre el respeto y la paz se considera «adoctrinamiento», y transmitir los valores del machismo que dan lugar a la discriminación y la violencia se considera «educación». Las cuotas basadas en una representación del 60/40 para corregir la desigualdad se ven como algo injusto y anti-natural, pero cuando los hombres representan el 90% o el 100% se ve como algo consecuente, lógico y natural. En ningún caso se entienden como cuotas del machismo basadas en la discriminación de las mujeres.
La brecha salarial y el mayor salario de los hombres a través de sueldos más altos o de promociones más directas, también se considera como algo propio a la condición y capacidad masculina, no como parte de la desigualdad y discriminación. La lista se haría interminable, pero en cualquier caso, los ejemplos recogidos son suficientes para reflejar la realidad y para ver cómo el «dogmachismo» tiene un doble sentido. Por un lado, defender la posición superior de los hombres; y por otro, situar en quienes lo critican lo que niega para sí mismo, y mientras que el machismo es concebido como «orden natural», presenta al feminismo, a la Igualdad y a quienes trabajan por ella como personas dogmáticas, rígidas y violentas.
Esa atribución es muy gráfica de lo que en realidad es el machismo, tanto que lo deja en evidencia con una idea similar a lo que dice el refranero con lo de «piensa el ladrón que todos son de su condición». Todo ello demuestra que se trata de una construcción cerrada e interesada en la defensa de los privilegios masculinos y en la perpetuación de su modelo de sociedad (educación, economía, religiones, política…). Esta es la razón que hace que a pesar de la objetividad de todas las falacias que se han ido desmontando a lo largo de la historia, se continúe con la misma estrategia para que también hoy los hombres sean presentados como superiores y merecedores de sus privilegios.
Da igual que se hayan demostrado falsos los argumentos sobre la inferioridad de las mujeres basados en ideas como que no tenían alma, que su condición las hacía ser esclavas de los hombres, o que su falta de inteligencia y capacidad debían situarlas en las tareas de cuidado y afecto; al final continúan con el mismo razonamiento bajo otras justificaciones, puesto que todo ello no es producto de las circunstancias del momento y del lugar, sino parte de las «verdades» de la cultura.
Es el «dogmachismo».