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Agustín García Calvo, principal accionista de Escritores Contra el Poder, S.A.

Donde dije «digo», digo «diego»

Fuentes: Rebelión

No hay quien los entienda. Cuando uno lee que escritores e intelectuales como Jean Paul Sartre o Julien Gracq vivían indiferentes a lo ilusorio de los laureles, a la vacuidad de los honores oficiales y a la corrupción que supone aceptar las palmaditas en la espalda de los poderosos, y resulta que a la hora […]

No hay quien los entienda. Cuando uno lee que escritores e intelectuales como Jean Paul Sartre o Julien Gracq vivían indiferentes a lo ilusorio de los laureles, a la vacuidad de los honores oficiales y a la corrupción que supone aceptar las palmaditas en la espalda de los poderosos, y resulta que a la hora de la verdad efectivamente rechazaron los premios Nobel o el Goncourt cuando éstos les fueron ofrecidos, no hay quien los entienda. Porque una cosa es despreciar de palabra los premios, honores y dineros que el Poder reparte periódicamente a otros, y otra muy distinta es no aceptarlos cuando te los ofrecen a ti. Al fin y al cabo, cuántas palabras se dicen a lo tonto todos los días, y quién te va a echar después en cara cuando besas la mano del poderoso que una vez hablaste y escribiste contra él; quién se va acordar. Dame pan y dime tonto. Y total, para cuatro días que vivimos, a nadie le amarga un dulce.

Será que como son franceses… pero allá ellos. Aquende los Pirineos las cosas funcionan de otra manera. Que se lo pregunten si no a Joaquín Sabina, por ejemplo. Media vida declarando a diestra y siniestra (más bien a siniestra) su desprecio por los convencionalismos pequeño burgueses, su izquierdismo militante, su añoranza de la República, esas fiestas del PC, para luego soltar en el periódico El País en una entrevista a Diego A. Manrique que no hay derecho a que él, el cantante que más discos vende en España, no haya sido invitado ni una sola vez a la Zarzuela por el Rey; que mira Mick Jagger: en Inglaterra le llaman de Buckingham Palace cada dos por tres, y encima le nombran Sir. Claro: la súplica fue recibida y poco después se encontraba el cantautor y poeta más indomable cenando con Juan Carlos y Sofía. A partir de ahí, el comienzo de una bonita amistad real que se amplió con la de Felipe y Leticia, de los que -según él mismo- es muy amigo porque quedan, y todo eso. A veces invitan ellos y otras veces es él quien lo organiza en su piso de Tirso de Molina. Pero eso sí: los Príncipes de Asturias cenan en una casa de Sabina presidida por la bandera de la República, porque hay principios y principios. Y además las secretas intenciones del cantante -siempre por él manifestadas- son la de convertir a los padres de Leonor en republicanos de pro, y de esa forma acabar con la monarquía a golpe de cubata.

Esta semana me he acordado de otro ilustre de la especie de los sabináceos: ha sido al leer en la prensa que el Ministerio de Cultura ha concedido a Agustín García Calvo el Premio Nacional de Traducción. A García Calvo le cabe el honor de ser el ácrata con más profesiones relevantes en el mundo de la Cultura, a la que él desprecia y de espaldas a la cual afirma vivir: catedrático, profesor emérito, conferenciante, filólogo, traductor, editor, filósofo, poeta, dramaturgo y (la que más le gusta) mosca cojonera del Estado, del Poder y del Capital. La actividad subversiva del profesor García Calvo se manifiesta sobre todo en sus disquisiciones acerca de los temas más variopintos (el amor, la pareja, la televisión, el automóvil, los ordenadores, el dinero, el lenguaje) todos ellos formas de alienación del pueblo a las que él señala con el dedo, siempre a riesgo de que se lo corten. Aparte de escribir semanalmente en el diario La Razón, de insospechable independencia con respecto a los resortes del Poder y reconocido por lo revolucionario y corrosivo de sus ideas, donde de verdad se muestra el caballo de Troya que García Calvo supone para el sistema es en sus libros, que él mismo autoedita en el sello Lucina.

Fundada en 1979, la editorial ubicada en Zamora ha alumbrado todas las obras donde el profesor García ha expuesto sus ideas acerca de la Democracia («es la muerte para el pueblo»), el Progreso («pura ilusión») o el concepto de Autor («no creo en el Autor; el Autor no existe»). Pero donde más demoledoramente se ha expresado ha sido al combatir la Santa Trinidad de Estado, Capital y Cultura. La peligrosa e imperceptible red que teje el Poder para esclavizar al pueblo adopta en esta tríada proporciones épicas. «Hay que derribar al Estado y al Capital: la lucha debe ser contra ambos y por todos los medios necesarios». «El Dinero es el nuevo Dios, hay que derribarlo, ya que éste basa su poder en la creencia de que todo es reductible a sí mismo». Odio a muerte al dinero, porque el Dinero mata: «mata las cosas sensitivas, sentidas y palpables que están por debajo de las ideas, en los dedos, los ojos y los labios…». Y respecto al beneplácito que el Poder ofrece a sus secuaces a través de los honores y los reconocimientos: «Si el reconocimiento procede de la cultura oficial, no lo quiero para nada».

Pero ¡ah!, que García Calvo juega a acompañar a Sartre o a Gracq en sus relaciones con el Poder, pero sólo hasta la mitad del camino. Porque es cierto que el filólogo ha mantenido una irreprochable coherencia en su postura hacia el dinero y el estado: dado que él no es de ningún partido político y el único partido de verdad es el Dinero, se negó a contribuir con Hacienda hace unos años y formó un lío tremendo a cuenta de sus pesetas, de las que no se quería desprender. Pero ¿qué ocurre con los honores? El profesor ha recibido, con el de Traducción este año, tres premios Nacionales que incluyen el de Ensayo en 1990 y el de Literatura Dramática en 1999. Y lo que un francés no se explicaría: los ha aceptado todos. Bien es cierto que, sin embargo, tal y como García Calvo ha manifestado, lo ha hecho porque «tampoco son premios grandes, y no se dan con bombo y platillo», lo que quizá quiere decir que los acepta porque nadie se va a enterar. El del año 1999 no lo aceptó por él, sino por hacerle un favor a las gentes del Teatro Abadía donde se estaba representando «La Baraja del Rey don Pedro», obra que le valió el insignificante y nada estatal premio Nacional. Y además acudió a recogerlo su compañera sentimental Isabel Escudero, así que él tampoco se corrompió tanto. Parece que el de este año también lo va a aceptar y no le hará ascos a los 15.000 euros, porque «a pesar de que la cultura está vendida al poder, en estos galardones los jurados son muy numerosos y siempre se cuela alguien honrado».

Tampoco es que haya que criticar continuamente las decisiones de la gente: no estoy de acuerdo, por ejemplo, con las palabras que le dedicó Constantino Bértolo a Álvaro Pombo a propósito del Premio Planeta. Si Álvaro Pombo, que tampoco ha bufado ni por asomo lo que García Calvo, se encuentra con un ricachón que le ofrece 601.000 euros por un libro y Pombo dice «vale», a mí no me parece ni bien ni mal. Pero el caso del profesor emérito de la Universidad Complutense es muy otro, como fácilmente se deja ver. Que tu enemigo el Poder te tienda el palo con la zanahoria y estires el cuello para alcanzarla ofreciéndote para el guillotinamiento fácil, no deja de ser un oprobio, aunque el guillotinado no lo vea. Y a los que sí lo vemos, después de todo lo que ha escrito al respecto García Calvo, nos abandona de golpe la inocencia -snif- de quienes han creído que las palabras dichas y escritas tenían algún valor, que ahora se ve traicionado.

Así que el habernos dejado con esta cara de gilipollas es una culpa que Agustín García Calvo no podrá expiar lo suficiente. Ni cumpliendo la pena de traducir al latín las obras completas de César Vidal.

www.edmundobusoni.blogspot.com