«Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación». Charles Dickens, ‘Historia […]
Charles Dickens, ‘Historia de dos ciudades’
I. Sinópsis. Primavera de 2015 en la ciudad de Vitoria. Dos dinámicas políticas antagónicas, que no son propiamente la santa cruzada de su alcalde Javier Maroto y su oposición sino algo más de fondo, se encuentran en disputa. Libran una guerra implícita, a distancia. El choque devela no solo culturas, métodos e imaginarios divergentes; también expresa trayectorias enfrentadas, presentes en la Historia del lugar, y que establecen las claves para intentar vivir una vida digna o para seguir sumidos en la noche sin fin de una ciudad: Gasteiz.
II. Política de ocultamiento. En una era de censura encubierta, que reina invisibilizando visiones de un mundo-otro, más vale aguzar la vista. De no hacerlo, no apreciaremos una serie de movimientos sociales emergiendo sobre lo político, aunque quizás hila más fino el concepto sociedad-en-movimiento (Raúl Zibechi). Son impulsos que parecen moverse en zonas de sombra, como si el fulgor de la escena quedase para las siglas y el espectáculo. Y sin embargo son el único fermento de vida que queda, lo único que puede considerarse como tal político en un momento en que lo que la impera es el Espíritu de la Transacción. La política ya no es lo político. Habrá que buscarla, pues, como Iain Sinclair, pegando la oreja al «susurro histórico» de esa «otra ciudad, la ciudad de las voces y los lugares eliminados».
III. La ciudad-mercado. ¿Qué significa que los dos Ayuntamientos-cabecera de la Llanada alavesa hayan sido ganados por partidos gracias al juego sucio más ilegítimo? Lo dice todo. Cuando un político-partido tiene algo importante que hacer contrata una asesoría que le falsee encuestas que generen voto, le rellene el vacío neuronal y le cocine algún galardón internacional; y, si hay que forzar, para eso están las basuras o los extranjeros… Todo bulle con estrépito en el período electoral, esa gran feria de la mentira consagrada que, aun y a sabiendas de que lo es, acogemos con estúpida cordialidad. «El marketing político ha llegado a convertirse en la política de partidos, en el discurso político mismo; las ideologías van siendo evacuadas poco a poco del lenguaje de las campañas electorales ante la llegada del slogan multiusos», escribe Arturo Fito Rodríguez, fino columnista vitoriano, por cierto, también oculto en la maleza. La ciudad de la «banalización de la experiencia política», donde el alcaide-mercader no duda en bañar su no-discurso con sesgos xenófobos porque es la lógica de mercado (marketing) la que le guía: maximizar votos como maximizaría ventas. Pero, desgraciadamente, la cosa es más grave: las elecciones, como el mercado laboral o el centro comercial, se convierten en fármacos que operan como inhibidor de valores profundos latentes en el cuerpo social (compromiso, solidaridad, apoyo muto o implicación colectiva).
IV. La muerte de la política. ¿Resultado? La política -lo que conocíamos como tal- está herida de muerte (y por cierto, sobrevive sobre todo gracias a la corrupción y la ruindad). Por eso es que se ve en la tesitura de mostrarse aquí xenófoba, allí televisiva o siempre comisionista. Se aprecia bien en Gasteiz, al hilo de la ofensiva de Maroto: la política de partidos resulta incapaz de intervenir antes de las elecciones y tampoco después, al punto que la respuesta coherente viene de mano del movimiento social o de quien sigue su estela.
V. Una ciudad-otra, que son mil. Pero, entre las tinieblas, algo se agita: grupos de personas autoorganizadas repolitizan el espacio público. La razón de ser de este texto es enfatizar que ha sido este un curso histórico, coincidiendo lo más despreciable de la política partidista con episodios memorables de la acción política colectiva autogestionada, en contraste sideral: miles de personas armando un muro popular antirracista o tejiendo una red solidaria cuerpo a cuerpo o levantando a pulso hasta el cielo una torre de compromisos contra el fracking o inyectando vida a lo que más que una barriada muerta es un retrato de sus mandatarios. Etc. Algo distinto empieza a brotar. Por fin las luchas comienzan a sintonizar con quien habitualmente no se había logrado vincular. Tiene que ver con algo que emerge a nivel global, la llamada política de cualquiera como ampliación del margen de lo político ante la confiscación por parte de expertos, geeks y liberados. Y siendo así es normal que un rasgo central sea la irrupción de una multiplicidad de sujetos, superando el metarrelato de la clase obrera. Sigue siendo la gran tarea la articulación política entre diferentes y un concepto de la política como construcción de voluntades colectivas, sí, pero desde la transversalidad es algo más sencillo que antes. ¿Alguien se acuerda de aquellos rígidos organismos populares de los 80? Hoy los movimientos sociales son cada vez menos sectoriales y más entrelazados e instituyentes.
VI. Historial de navegación. ¿Qué genealogía de las luchas nos trae hasta aquí? La ciudad autoconvocada escribe páginas de sangre y oro en los 70. Dibuja en los 80 propuestas comunicativas inéditas. Recuerdo un proceso de euskaldunización a golpe de autogestión y desde una intuición que nos sugería al oído que aquello formaba parte de un gesto contra la retórica y la gramática del poder en una ciudad ahogada por el tradicionalismo conservador. Y la rueda siguió: en breve cumplimos 10 años de aquel Gaztetxe Eguna. Rememoro su atmósfera, antes y después: emoción a raudales, como hace poco; pero más que eso, la perplejidad que nos provocaba vernos capaces de tamaño esfuerzo. Sin ser conscientes de la fuerza que atesoramos, no somos nada. Pero las gentes vibraron por romper, aunque solo fuera un poco, el asfixiante espacio mercantilizante de la vida cotidiana: currar gratis, ofrecerse, crear (aunque sea) pequeños ámbitos donde poder expresarse y vivir, organizarse en torno a lazos y agendas comunes. El Gaztetxe sirvió de aglutinante, igual que hoy lo son simbólicamente la vileza de Maroto o la agresión de las élites del fracking. Gasteiz: a pesar de una fragmentación social rampante, la nuestra, como ciudad intermedia pero no urbe, preserva resortes decisivos a la hora de generar mecanismos de producción de sentido inherentes a la aldea-comunidad, clave para entretejer complicidades de lucha y moldear voluntades emancipatorias.
VII. Un tesoro. Dígase, pues, sin ambages, que nadie lo dice nunca: lo mejor de esta ciudad es su movimiento popular. Lo soltó hace poco David Fernández (CUP), pero es generalizable: «Al final lo que te hace avanzar es la contradicción, y el cambio social siempre se hará desde fuera, no dentro de las instituciones». (…) «Lo mejor que tenemos son los movimientos sociales». No es este el lugar (al contrario) para analizar inercias electorales, pero el 24M ha dejado muy claro que solo donde existe tejido social con músculo se pueden articular herramientas electorales de garantías, algo que por lo demás ya se sabía a raíz del reciente ciclo latinoamericano. Pero a estas alturas hay que acentuar que solo capea el temporal aquello que es capaz de incrustar y engarzar en su seno miradas que no son idénticas; que o somos capaces de sembrar espacios de agregación o nos quedamos en la estacada, ya sin solución.
VIII. Un tren en marcha. El nuevo movimiento popular no vive el mejor de sus tiempos, tampoco es eso. La estratificación social, la homogeneización de los sentires, la represión, la disolución paulatina del tejido social vivo entre las rendijas paralizantes de centros comerciales, partidos, legislaciones y negocios, todo eso nos ha devastado. Pero el viento no sopla igual que hace un rato, y se abren posibilidades desconocidas que requieren nuestra atención. Es más: hoy debería ocuparnos una mirada estratégica sobre los movimientos sociales en el momento presente. La guerra de Maroto tiene mucho que analizar, pero hay un factor coyuntural capital: se produce en un momento en que la sociedad empieza a ver algo, cuando, después de décadas de una niebla cerrada, el espectador hace gestos de emancipación (Jacques Ranciere); pues bien, en ese punto, llega el listillo de turno y desata la tormenta que lo emborrona todo de nuevo. El vórtice de su huracán, si tiene algo de inteligente, es que viene a taponar un eventual punto de bifurcación, eso que las fuerzas regresivas detectan cuando se les mueve el suelo, por lo que todo vale para la enésima restauración. El tren está en marcha, y se mueve, mucho. ¡Nadie neutral!
Luis Karlos Garcia es periodista
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