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Dos iconos

Fuentes: Miradas al Sur

Ernesto Guevara de la Serna, El Che, fue capturado, después de haber sido herido en la quebrada de Yuro el 8 de octubre de 1967, y asesinado al día siguiente en La Higuera por decisión de la CIA y el gobierno boliviano. Esas dos fechas, la de la captura y la del asesinato, suelen fundirse […]

Ernesto Guevara de la Serna, El Che, fue capturado, después de haber sido herido en la quebrada de Yuro el 8 de octubre de 1967, y asesinado al día siguiente en La Higuera por decisión de la CIA y el gobierno boliviano. Esas dos fechas, la de la captura y la del asesinato, suelen fundirse en una sola, la de su captura, quizá porque en su caso, como en el de muchos otros revolucionarios, caer en manos del enemigo significaba inevitablemente la muerte. El destino de su cadáver se mantuvo oculto durante exactamente treinta años. Para los contrarrevolucionarios, el Che seguía siendo peligroso después de muerto. Tal vez aún más.

El tiro les salió por la culata: en la América latina en llamas de finales de los ’60 y principios de los ’70, Guevara siguió más vivo que nunca. El modelo de hombre nuevo que, sin serlo, había propuesto con sus palabras y sus hechos, señaló el camino a decenas de miles de revolucionarios en todo el planeta. Pero en ese proceso, su imagen sufrió una primera transformación: el hombre que había luchado heroicamente, con y sin armas, contra los opresores, quedó oculto debajo del mito del guerrillero heroico.

Corría 1970 -tres años después del asesinato del Che-, cuando Roberto Savio, por entonces jefe de noticias para América latina de la Radio y Televisión Italiana, la famosa RAI, se largó cámara en mano a descubrir a un hombre que había muerto pero que todavía seguía vivo. A Savio lo inquietaban los mitos contemporáneos, y mucho más ése, cuya eficacia amenazaba con influir de manera decisiva sobre la historia. Durante más de un año recorrió América con una cámara y una idea: obtener testimonios de primera mano, desentrañar los hechos que estaban siendo aplastados por los discursos, reconstruir la historia, desandar el camino de Ernesto Guevara para encontrar al hombre antes de que fuera definitivamente tragado por el mito. Savio estaba haciendo periodismo.
De regreso en Italia con cientos de metros de película, se encerró febrilmente a editarlos. El resultado, Encuesta sobre un mito, era un viaje de casi cuatro horas de duración por la ruta de Guevara: de Buenos Aires a Bolivia y Perú y Ecuador, la experiencia de Guatemala en llamas, el contacto con los exiliados cubanos, México, el Granma, Cuba, África, Bolivia, la muerte. Savio quedó satisfecho con su película, pero la RAI se negó a difundirla. Le dijeron que no se la podían vender ni a los rusos ni a los yanquis, que había filmado un documental que no era para nadie. El Guevara de Savio no era ni santo ni demonio. Había documentado parte de la vida de un hombre extraordinario, pero que seguía siendo un hombre.
El periodista debió esperar treinta años hasta que vencieran los derechos de la RAI sobre el material y así dar a conocer su película, pero ya era tarde. En esas décadas, la imagen de Guevara había sufrido una segunda transformación: el ícono revolucionario también era entonces un producto de mercado, estampa de remeras pero no de revoluciones.
Tapado por una y otra imágenes, por esos dos íconos, Ernesto Guevara, el hombre verdadero, había quedado perdido.
La semana que viene se cumplirán 47 años de la muerte del Che y el aniversario encuentra a América latina en una encrucijada, con una fuerte ofensiva de la derecha contra los gobiernos progresistas que desde hace algunos años, en algunos países de manera más clara que en otros, conducen la recuperación de la dignidad de sus pueblos después del desguace neoliberal.
En este momento clave, recuperar el Ernesto Guevara verdadero, al hombre que, con sus sueños y sus contradicciones, descubrió primero la injusticia en la que vivían sumidos sus hermanos latinoamericanos y después puso su vida -y la entregó- al servicio de su liberación, es una necesidad impostergable. Porque los que luchan para forjar un futuro no son los mitos, sino los hombres de carne y hueso. Como aquel joven Ernesto Guevara que, hace exactamente 60 años, emprendía su segundo viaje por América latina, el que lo llevaría a su destino revolucionario.

Fuente: http://sur.infonews.com/notas/dos-iconos