No la razón, pero desde luego sí una de las principales razones por las que llevo decenios bregando por la resolución del problema nacional vasco (*) es porque, si por ventura llegara el día en el que el tal problema se superara o se atemperara hasta quedar en un muy segundo plano, pasarían al centro […]
No la razón, pero desde luego sí una de las principales razones por las que llevo decenios bregando por la resolución del problema nacional vasco (*) es porque, si por ventura llegara el día en el que el tal problema se superara o se atemperara hasta quedar en un muy segundo plano, pasarían al centro de la escena los problemas políticos y sociales -las contradicciones políticas y sociales- que la «cuestión nacional» embrolla y enmascara.
Alguna vez he contado que, cuando empecé mi actividad política -todavía era un crío- y fui a situarme en el entorno del abertzalismo radical, no tardé en ser acusado de «liquidacionista». Mis allegados más nacionalistas decían que lo mío era «nihilismo nacional». Y tenían su punto de razón. Llegué a defender la tesis -más bien poética, en realidad- de que Euskadi no era una nación, sino dos: de un lado, la Euskadi de Neguri, de la opulencia, los bancos, las grandes firmas y el boato; del otro, la Euskadi del trabajo y el paro, la del sofoco a fin de mes, la de las cuentas al céntimo para comer, para vestir, para llevar a los críos al cole.
«Two nations!», exclamó Vladimir Lenin viendo allá por 1902 desde un puente de Londres la brutal división social que existía entre dos áreas netamente diferenciadas de la capital inglesa: la city en una orilla; el proletariado en la otra. ¡Dos naciones! John Dos Passos recogió la misma idea en 1936, probablemente sin tener noticia de lo mascullado por Lenin, pero a la vista de una realidad similar: «We are two nations», escribió el de Illinois. «Somos dos naciones».
Ya no estamos en esas mismas, pero estamos en las mismas. Bajo nuevas formas. Los hay que siguen viviendo en la opulencia aprovechándose de los más, que malviven del trabajo. Del trabajo que consiguen cuando consiguen trabajo.
¿Llegará el día en que, resueltos en lo fundamental los problemas de libertad nacional, podamos los vascos enfrentados al Estado dejar de mantenernos unidos en razón de la lucha por la defensa de nuestra identidad como pueblo y nos pongamos en disposición de dividirnos sanamente y de una puñetera vez, pugnando -todo lo pacíficamente que quepa, eso sí- entre los defensores del orden establecido y quienes deseamos cambiarlo?
En ésas estamos.
Bueno, no quiero comprometer a nadie, que a nadie represento: en ésas estoy yo.
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(*) Precisaré una vez más, aún a riesgo de repetirme mucho, que el llamado «problema nacional vasco» es resultado, en lo esencial, del viejo y enquistado problema de España. El de un Estado-Nación que pronto se hizo Estado, pero que nunca acabó por convertirse en nación consolidada, al reposar durante largo tiempo su poder político central más en la fuerza militar de sus defensores que en el dinamismo económico y comercial de su clase dirigente, a la inversa de lo que entretanto sucedía en Cataluña y Euskadi.