Duque intentó convencerse en los primeros meses de su gobierno que podía jugar a ser demócrata, moderado y anti-corrupto, o sea, a creerse la mentira que había fabricado para poder ganar las elecciones. Se sentía como una especie de Fajardo II. Fueron cinco meses en donde casi todo le fracasó e iba en barrena, con […]
Duque intentó convencerse en los primeros meses de su gobierno que podía jugar a ser demócrata, moderado y anti-corrupto, o sea, a creerse la mentira que había fabricado para poder ganar las elecciones. Se sentía como una especie de Fajardo II.
Fueron cinco meses en donde casi todo le fracasó e iba en barrena, con un pacto anticorrupción incumplido, una recortada reforma tributaria que convirtió de afán en «ley de financiamiento», reformas legislativas aplazadas y paro universitario desgastante.
Además, el escándalo de Odebrecht y los entuertos del Fiscal General, lo afectaban negativamente.
Eso duró hasta el atentado del 17 de enero, que provocado o no, lo obligó a convertirse en Uribe III, entendiendo que Uribe I y II fue el Uribe original; el I en sus 8 años y el II en los 8 años de Santos.
A partir de esa fecha, Duque se embarca a hacer trizas el proceso de Paz, suspende el diálogo con el ELN, desconoce el protocolo con Cuba y países garantes, intenta derrocar a Maduro y, con ese escaso aire en la camiseta, presenta sus objeciones a la JEP (forzado por el Fiscal y Uribe).
Sin embargo, su Uribe III no se parece al I y II, porque las condiciones han cambiado, y porque a Duque no le sienta bien el talante autoritario. Más parece un niño con berrinche que un presidente «emberracado».
Duque es consciente de que Uribe lo empuja a ser Uribe III, no porque quiera que su gobierno salga adelante sino porque no tiene otra manera de garantizar su impunidad. El expresidente-senador sabe que una JEP fuerte y legitimada lo pondría en serios aprietos frente a la verdad y la justicia.
La estrategia de Uribe, que Duque aplica sin mucho entusiasmo, significa enfrentar y fragmentar a todos los partidos aliados del gobierno (Cambio Radical, la U, conservadores y liberales).
Ello, porque el plan de Uribe es revitalizar desde el gobierno al Centro Democrático y convertirlo en la única alternativa de la derecha populista.
Los dirigentes más experimentados de los partidos de derecha vivieron ese proceso en el pasado con Uribe I y han entendido que tienen que girar hacia el «centro».
Cambio Radical, la U y liberales, jugaron con Uribe-Duque para derrotar a Petro, pero no están dispuestos a mantener esa dinámica, mucho más cuando observan que Petro se ha debilitado.
Saben que tienen que disputar el «centro» con Alianza Verde y otras tendencias que están apareciendo al interior de sus propios partidos y en el amplio espectro político que Sergio Fajardo no ha logrado encauzar ni organizar.
Por todo lo anterior, no le aprobarán a Duque las objeciones a la JEP. No quieren fortalecer a Uribe, saben que es un caso juzgado por la Corte Constitucional, y van a dejar que sea el gobierno el que pague los platos rotos.
Duque vive un momento de extrema debilidad: el gobierno no arranca, la violencia se dispara en regiones y ciudades, Guaidó no cuajó y Maduro no cayó, la coalición de gobierno se diluyó y el querer ser Uribe III no le funcionó.
Y la Minga indígena sigue ahí…
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