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Ecos de Irlanda en Palestina: crítica de la nueva película de Ken Loach

Fuentes: The Electronic Intifada

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Es imposible no establecer comparaciones con acontecimientos contemporáneos al ver la nueva película del director británico Ken Loach, El viento que agita la cebada, que transcurre básicamente durante la guerra civil irlandesa de principios de los años veinte. Además, Loach, cuya película ganó la Palma de Oro en Cannes, ha afirmado de forma muy explícita que la película no es simplemente una revisión del pasado, sino un comentario de los tiempos en los que vivimos. Loach anunció recientemente su apoyo al llamamiento de los directores de cine, artistas y demás palestinos de boicotear las instituciones culturales israelíes patrocinadas por el Estado y reconoció que «los palestinos se ven llevados a hacer este llamamiento después de cuarenta años de ocupación de su tierra, de destrucción de sus casas y de secuestro y asesinato de sus civiles».

La película empieza en 1920 en la ondulante campiña de Irlanda. Un grupo de jóvenes está jugando un bullicioso partido en el campo. Cuando vuelven a su pueblo, unos soldados británicos les hacen frente. Su crimen ha sido jugar al hurling, un viejo juego tradicional irlandés similar al jockey. Los británico prohibieron este juego debido a su identificación con el nacionalismo británico y porque el hurley, el palo que se usa para jugarlo, lo utilizaban los resistentes irlandeses como rifles en su instrucción dada la dificultad de obtener armas. Cuando uno de los jóvenes, Micheail, se niega a dar su nombre en inglés al oficial británico, es golpeado hasta morir delante de su familia y amigos, lo que les impulsa a unirse a la causa del Irish Republican Army [Ejército Republicano Irlandés] que lucha para librarse de la dominación británica.

Esta dolorosa escena es un recordatorio eterno de que, independientemente de cuánto pretendan representar la civilización y la democracia, los gobernantes coloniales mantienen su poder al estilo de los matones callejeros: rompiendo los dientes de la gente y rompiéndoles los huesos con la culata de los rifles, y cuando esto no funciona, torturándolos, matándolos y destruyendo sus casas. Esta mentalidad está viva y activa en Palestina-Israel. La mañana después de ver la película de Loach, me encontré con dos declaraciones. La primera era del relator especial de derechos humanos de Naciones Unidas, el distinguido jurista sudafricano John Dugard, que declaró que la situación que Israel ha creado para los habitantes palestinos de Gaza era «intolerable, atroz y trágica», y que Israel ha convertido a Gaza en una gigantesca «prisión» y «ha arrojado la llave». La segunda declaración venía del ministro israelí de Comercio, Eli Yishai, que pedía que Israel arrasara completamente los pueblos palestinos de Gaza hasta que los palestinos aprendieran a someterse tranquilamente a su destino. «Y que se haga pueblo tras pueblo hasta que dejen de lanzar cohetes contra nosotros».

Con todo, El viento que agita la cebada no es una complaciente historia de una heroica resistencia autóctona que lucha contra un ocupante extranjero. El relato se centra en dos personajes, Damien (Cillian Murphy) y Teddy (Padraic Delaney), dos hermanos que crecen luchando juntos contra los británicos pero que se encuentran más tarde en campos contrarios durante la brutal guerra civil.

Varios acontecimientos son clave para entender la guerra civil. En 1916 un grupo de nacionalistas y socialistas irlandeses organiza el Easter Rising [Levantamiento de Pascua] en Dublín y proclama una «República Irlandesa» independiente. En aquel momento contaron con relativamente poco apoyo popular y el alzamiento fracasó. Pero la brutal respuesta británica, que incluyó la ejecución de los dirigentes del alzamiento, alentó una creciente hostilidad contra el dominio británico. En las elecciones generales al parlamento británico de 1918 el partido nacionalista Sinn Féin obtuvo una victoria arrolladora en una plataforma por la independencia total de Gran Bretaña. Aunque sus miembros se negaron a tomar posesión de sus escaños en el Parlamento británico, se reunieron en Dublín en enero de 1919 y ratificaron la proclamación de la República de Irlanda de 1916. El Irish Republican Army, que resistía a los británicos, se adoptó como fuerzas armadas del Estado. Los británicos prohibieron el autoproclamado parlamento y actuaron para aplastar a la resistencia irlandesa -el mismo enfoque violento que tuvieron los británicos con los dirigentes del levantamiento palestino de 1936-39.

Exhaustos por la guerra, los dirigentes de la República Irlandesa firmaron en 1921 el Acuerdo Anglo-Irlandés con el gobierno británico. Éste estableció no una Irlanda independiente sino un «Estado Irlandés Libre», un dominio del Imperio Británica, cuyos funcionarios tenían que hacer un juramento de lealtad a la corona británica. El Tratado también establecía la partición de Irlanda: la jurisdicción del Estado Libre se extendía sólo a veintiséis condados, mientras que seis condados del norte se convirtieron en Irlanda del Norte, creada para permitir a la minoría protestante (descendientes en su mayoría de colonos y de personas leales a los británicos, pero con raíces centenarias en el país) tener su propio Estado.

El Tratado escindió amargamente al movimiento nacionalista irlandés. Quienes eran leales a la República Irlandesa de 1919 lo consideraron una inmensa traición a la lucha por la independencia. No revelaré demasiado si digo que las consecuencias personales para los protagonistas de la película son catastróficas. En la vida real se desgarraron familias y comunidades, y este obscuro periodo dejó un amargo legado que definió los principales errores de la política irlandesa durante prácticamente todos los años posteriores.

A ojos palestinos hay un fuerte eco con la escisión que se produjo entre, por una parte, aquellos que consideraban que los Acuerdos de Oslo de 1993 y la solución de los dos Estados (con un Estado palestino que se crearía en una diminuta fracción de Palestina) era un acuerdo razonable y deseable con Israel y, por otra parte, aquellos que consideraban que los Acuerdos eran una capitulación que permitía a Israel mantener y extender su dominio colonial sobre Palestina bajo el disfraz de un ‘proceso de paz’. A los funcionarios de la Unión Europea les gusta comparar la renuncia del actual Sinn Féin en Irlanda del Norte a la lucha armada por razones puramente políticas con lo que esperan que haga Hamas. La comparación que no mencionan es la que hay entre la prohibición de los diputados del Sinn Féin que ganaron en 1918 y el secuestro sistemático por parte de Israel de los legisladores de Hamas libremente elegidos por los palestinos bajo la ocupación en 2006.

Al principio de El viento que agita la cebada vemos a combatientes de la resistencia irlandesa torturados por oficiales británicos en prisión. Más tarde volvemos a ver la misma prisión, pero ahora son oficiales del Estado Libre los que la están usando para detener e interrogar a sus ex-camaradas republicanos. Otra escena que, por desgracia, nos recuerda lo ocurrido después de Oslo. Una diferencia clave de la que hay que alegrarse es que entre la sociedad palestina continúa habiendo una determinación de evitar el conflicto interno aun cuando Israel y Estados Unidos hayan exigido con frecuencia que las fuerzas de seguridad creadas por Oslo aplastaran la constante resistencia a Israel de la misma manera que el ejército del Estado Libre [irlandés] aplastó y ejecutó a republicanos irlandeses con armas suministradas por los británicos. Los palestinos deben esforzarse por asegurarse de que nunca son arrastrados a esta trampa.

Cualquiera persona con la que se hable hoy en Irlanda dirá que no es tan simple, tan blanco y negro como aparece en la película. En 1949 el discutido Estado Libre se convirtió en la República de Irlanda reconocida por una casi pequeña minoría de republicanos. Irlanda es hoy un próspero país independiente y miembro de la Unión Europea, cuya mitología nacional elide el Tratado Anglo-Irlandés y la Guerra Civil, y celebra a los «mártires» del Ester Rising de 1916 y de la larga lucha contra el dominio británico.

Al final resultó posible que los británicos salieran de la mayor parte de Irlanda, lo que permitió la independencia, pero aquello no fue suficiente para traer la paz . En los seis condados del norte gobernados por los británicos la continua opresión de la población católica llevó a The Troubles [Los Disturbios], la guerra de treinta años que estalló en 1968. Aunque ha terminado la violencia, un acuerdo político aceptable para todas las personas que viven ahí parece solo ligeramente más cercano de lo que era el día después de la partición . Es patente el parecido entre la estructura básica del conflicto en Palestina-Israel e Irlanda: dos comunidades prácticamente del mismo tamaño que no pueden ir a ninguna otra parte y llevadas por el colonialismo a una confrontación sangrienta. No puede haber una solución que preserve el dominio de una sobre otra ni nada procedente de la violencia que sea bueno para todos. En Irlanda del Norte y en Palestina todavía hay que trabajar (y es de esperar) por una solución justa basa en una igualdad total. Pero como emotivamente describe El viento que agita la cebada, la historia no siempre ofrece finales felices o fáciles que concuerden perfectamente con ideales mantenidos apasionadamente.

Ali Abunimah es co-fundador de The Electronic Intifada y autor de One Country, A Bold-Proposal to End the Israeli-Palestinian Impasse (Metropolitan Books, 2006)