El plan de transformación de las Fuerzas Armadas españolas, esquemáticamente descrito ayer en un diario madrileño, obedece a una simple razón: no hay soldados suficientes para cubrir las necesidades previstas en anteriores planes, que pecaron de optimismo. El número de efectivos, la estructura, armamento, organización y forma de actuar de los ejércitos dependen básicamente de […]
El plan de transformación de las Fuerzas Armadas españolas, esquemáticamente descrito ayer en un diario madrileño, obedece a una simple razón: no hay soldados suficientes para cubrir las necesidades previstas en anteriores planes, que pecaron de optimismo. El número de efectivos, la estructura, armamento, organización y forma de actuar de los ejércitos dependen básicamente de dos variables: de las previsibles amenazas a las que tengan que hacer frente (que determinan el tipo de misiones a ejecutar) y de los recursos de todo tipo (humanos, económicos, morales) que el país pueda poner a su disposición.
Además, los ejércitos de una democracia moderna en nada se parecen a los que España conoció hasta bien entrado el último tercio del siglo pasado. Ya no tienen como misión -ni siquiera subsidiaria- el educar ciudadanos o reducir el índice de analfabetismo; ni la de reforzar una cierta idea de cohesión nacional en territorios diversos y lejanos; ni sostener un régimen político no basado en la voluntad popular; ni tampoco el formar hombres cabales para el día de mañana, como tanto se pregonó en épocas pasadas. Los ejércitos no crean patriotas: éstos han de ser el resultado de la vida familiar y la actividad social, del sistema educativo y del ambiente cultural dominante entre la población. En los ejércitos modernos lo que se instruyen son soldados que sepan cumplir con eficacia la misión que se les encomiende, en cualquier circunstancia y ante los más serios peligros personales.
Para cerrar este breve esquema descriptivo de los ejércitos de una democracia hay que insistir en eliminar una vieja obsesión que aún parece perdurar en España: la de mantener «presencia militar» en ciertas zonas de nuestro país. Esto, además de revelar un trasnochado y peligroso sentido colonial en la distribución geográfica de las guarniciones militares, muestra gran ignorancia sobre las modernas cualidades de movilidad de los ejércitos.
A la luz de todo lo anterior, nada debería extrañar lo que hasta el momento se ha publicado respecto al modo como los ejércitos españoles van a adaptarse a las nuevas condiciones: menos soldados en armas, más actuación coordinada con ejércitos de otros países, y una política de defensa compartida y desarrollada en el ámbito europeo.
Además de lo dicho, no se puede ignorar la actual evolución mundial en los ejércitos, de modo que ya no es factible aquella tradicional costumbre de copiar lo que se hace en el ejército más poderoso del momento, cuando se está reorganizando el ejército propio. Los historiadores militares han narrado cómo los ejércitos españoles del Siglo de Oro y, posteriormente, los franceses, prusianos, alemanes, hasta llegar por último a los de EEUU, constituyeron ejemplos fielmente seguidos por otros países. Todavía existen ejércitos cuyos uniformes son casi un remedo exacto de los utilizados en el país que en su tiempo se tomó como modelo táctico y organizativo.
Pero en la actualidad sólo existe un ejército en el mundo que puede actuar militarmente como, donde y cuando le plazca, sin necesidad de apoyarse en alianzas militares ni de recabar autorización de organizaciones internacionales: es el de EEUU, que abarca por sí solo toda la gama de misiones habitual de los ejércitos imperiales.
Tras él, a buena distancia, se hallan otros países con ejércitos potentes o provistos de armas nucleares, que pueden también imaginar alguna actuación militar independiente, aunque más limitada en el tiempo. Todos ellos son, básicamente, ejércitos constituidos para hacer la guerra como misión primordial.
Por otro lado, los ejércitos de la mayoría de los demás países democráticos, entre ellos España, sólo excepcionalmente y en circunstancias muy anómalas, pueden verse obligados a utilizar aisladamente la fuerza militar para defenderse de un enemigo exterior. Lo más habitual será que actúen, en combinación con los ejércitos de otros países y casi siempre bajo la autorización y con la coordinación de organizaciones supranacionales (ONU, UE, OTAN, etc.), de modo que se repartan y se alternen misiones de guerra limitada con misiones de socorro y ayuda a las poblaciones necesitadas.
Es en este ámbito concreto, donde la mayor parte de las misiones a cumplir por los ejércitos no implicarán acciones bélicas, en el que las Fuerzas Armadas españolas van a desarrollar su actividad preferentemente en el siglo que ahora está comenzando. No es tarea fácil decidir qué tipo de organización militar es el más adecuado para tales funciones. Sin embargo, éste es el problema esencial que habrán de resolver a corto plazo en España los órganos de la defensa.
Pero esto requerirá que se sosieguen las polémicas tan artificialmente creadas en torno a lo militar, y que amaine el áspero enfrentamiento en el que la clase política española está hoy enzarzada y la desmesurada agitación mediática -a la que ni ESTRELLA DIGITAL ha sabido sustraerse- que tanto dificultan el necesario entendimiento entre los que habitamos este ibérico solar, atribuyendo condiciones cósmicas a conflictos locales que más tarde, desde una perspectiva histórica, dará vergüenza recordar.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)