El 10 de octubre “es para nosotros la más grande conmemoración que ha tenido lugar en la historia de nuestro país”.
Fidel
El 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes, al frente de un puñado de sus seguidores entre combatientes y esclavos, reunidos en su ingenio La Demajagua para iniciar el alzamiento armado, proclamó la independencia de Cuba. Aquel acto iniciático de lucha dio lugar posteriormente a la fundación de la República de Cuba en Armas y al desarrollo de una guerra que duró 10 años de combate sostenido contra España, de los cuales, los 5 primeros, fueron encabezados por Céspedes como líder revolucionario máximo y primer presidente de la República.
Como expresara Fidel al conmemorarse el centenario del inicio de la lucha armada, el 10 de octubre “es para nosotros la más grande conmemoración que ha tenido lugar en la historia de nuestro país. ¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868 (APLAUSOS). Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes.”
La guerra continuó su curso durante días y años, acompañada de destrucción, sangre y muerte. Y Carlos Manuel se mantenía consecuente con lo expresado durante el acto de juramento de su bisoña tropa revolucionaria el 10 de octubre de 1868: “Yo, por mi parte, juro que os acompañaré hasta el final de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes patrios y el odio que todos debemos al gobierno español. Venganza, pues, y confiemos en que el cielo protegerá nuestra causa.”
El 10 de octubre de 1869, en una alocución con motivo del primer aniversario del alzamiento en La Demajagua, Céspedes se expresó de la forma siguiente:
«¡Cubanos! El último esfuerzo y conseguiréis el objeto sacrosanto que os habéis propuesto. Unión, constancia, confianza, y nuestros enemigos, vencidos en el campo de la política pronto lo serán en el campo de batalla… Cuba ocupa ya un puesto entre las Naciones del mundo y no dilatará el día en que con toda seguridad y satisfacción podamos exclamar: ¡Viva la República! ¡Viva la Soberanía del Pueblo!»
En 1870 expresaba en una comunicación: “El 10 de octubre de 1868, el pueblo de Cuba proclamó su independencia; y desde esa fecha hasta hoy, ha sostenido una terrible guerra contra sus opresores.”
El 10 de octubre de 1872 anotaba en su Diario. “los empleados residentes en el campamento con el Secretario de la Guerra a la cabeza se me han presentado por la mañana a felicitarme por el 4o aniversario de nuestra independencia. Ninguna consideración me detengo a hacer sobre este acontecimiento. La faz del dado tirado en Yara está bien a la vista. ¡España perdió a Cuba! Este día, también para mí en particular, tiene muchos recuerdos de familia; pues era el cumpleaños de mi madre, de mi padre político y de mi hermano… En celebridad del día concedí indultos a los reos que tengan causa formada por delitos políticos y militares…”
El 10 de octubre de 1873 se conmemoró el quinto aniversario del alzamiento armado, y las circunstancias de desunión ya amenazaban el liderazgo de Céspedes al frente de los destinos de Cuba. Aquel día viernes escribió en su Diario “Amaneció lloviendo y el día más feo que ayer. Las Corporaciones me han felicitado y arengado, contestándole yo en los términos de estilo y recordando con sentimiento la ausencia del Cuerpo Legislativo. Di vivas a este, a la República, y a los Generales del Ejército Cubano. Recomendé a todos la unión, la sensatez y la vigilancia contra las maquinaciones del enemigo. Les manifesté mi deseo de ver pronto confirmada mis esperanzas de que las circunstancias me permitan abandonar este puesto que me han confiado por su benevolencia y en que no quiero permanecer sino mientras sea útil o la voluntad del Pueblo así lo disponga. El discurso de Barreto, aunque pronunciado con mucha emoción, estuvo muy bueno y fue aplaudido. Si estas manifestaciones no fueran… y los hechos no las cambiaran tan fácilmente, algo podría esperarse en gracia de la libertad y felicidad de la Patria; pero me temo que la ambición se ha despertado en el corazón de los cubanos y que de ella proviene el germen de la discordia que ha de hundirnos en la ruina y el descrédito. Quizás hoy mismo la Cámara está tomando acuerdos en mi contra. Separada del centro donde están reuniéndose los cubanos en este día, llena de malas pasiones, representa el papel de aquellos niños traviesos que se enojan en las fiestas de sus padres y mientras estos quieren halagarlos, y les brindan dulces y juguetes, para contentarlos, ellos huyen y se esconden desdeñosos, para aparecer luego con algún mueble precioso roto, con algún cuadro de mérito desfigurado, o con el pelo enredado, la cara sucia, o el vestido manchado por alguna travesura… Como serenó el tiempo, se repitió la iluminación y se erigió una tribuna adornada con los colores nacionales y en ella usaron la palabra aquellos que llamaba la concurrencia, entre los cuales, figuraron Bravo, Barreto, Masó y Pérez. Todos se explicaron en términos loables y algunos encomiaron mis servicios. Entonces me obligó el Pueblo a ocupar la tribuna, a la que me acompañó un gran número de los personajes más distinguidos, vitoreándome todos al presentarme. Les hablé de las emociones que nos agitaban en las vísperas del 10 de octubre de 1868, y de la resolución final que tomamos en ese gran día, cuando consideramos que a pesar de todo, de ella iba a brotar la libertad de más de un millón de esclavos blancos y negros, concluyendo con los gritos que nos guiaban, al lanzarnos a la revolución: “Viva Cuba! Muera España! Estos fueron contestados en medio de estruendosos aplausos y bajé de la tribuna a las voces de: “Viva el Presidente de la República. Viva Carlos Manuel! Me dominaba un sentimiento de gratitud completo.”
Fue aquel un emocionante gran día en la vida de Carlos Manuel de Céspedes, pero entremezclado con la preocupaciones ciertas de que las intrigas reinantes en la Cámara de Representantes ya incubaban todas las discordias que conducirían a su deposición diecisiete días después.
El martes 28 de octubre anotaría en su Diario: “Anoche llovió mucho. Dormí perfectamente. Al levantarme se me presentó José Cabrera con un acuerdo de la Cámara fechado ayer en que me deponía de la Presidencia….”
Terminaba así el ciclo de Carlos Manuel de Céspedes al frente de la presidencia. Su vida posterior fue una epopeya del héroe en circunstancias y condiciones adversas hasta su caída mortal en un combate solitario frente a las tropas españolas, en San Lorenzo, un sitio intrincado de la Sierra Maestra. Nadie pudo arrebatarle el título de Padre de la Patria.
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